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13 de octubre de 2011

Hay poetas


Desde hace años, el oficio de poeta es de los más olvidados. O si no, prueben ustedes mismos a ver qué imagen o idea es la primera que asocian cuando alguien pronuncia las palabras "escritor", "escritura", "libros", etc.  La mayoría de las veces acudirá a sus mentes la prosa, en cualquiera de sus múltiples variantes.
En una ocasión me contaron que un psiquiatra, entre las cuestiones que destacó de una persona para recomendarles a sus allegados una temporada de reposo y tratamiento, fue que escribía poesía. Las otras eran su religiosidad y su inclinación a lo bello. Esto ocurrió en la segunda mitad del siglo XX, por lo que podemos pensar qué suerte habrían corrido en manos de ese galeno santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz o el sufí Yala al-Din Rumi.
Cuando, allá por los ochenta, los "Golpes Bajos" cantaban que eran malos tiempos para la lírica, algunos nos lamentábamos de que Gabriel Celaya se llevase para siempre su deseo de que la poesía fuera un arma cargada de futuro. 
Por eso estoy contenta de que este año se haya galardonado con el Nobel de Literatura al poeta Tomas Tranströmer, quien, por cierto, además de dedicarse a un arte minoritario, no ha dejado que una hemiplejia cercene su línea directa con el Parnaso.