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21 de octubre de 2012

La ventana indiscreta, o váyase, señor…



  
Hay días que, al asomarte a la ventana, además de las nubes que vaticinan lluvias, la soledad del anciano que maquinalmente recoge su alcoba y los colores del televisor de algún vecino, percibes que un hombre fisga los contenedores de basura. Con medio cuerpo dentro, revuelve las bolsas, abre algunas, rebusca entre sus desperdicios y las vuelve a dejar donde estaban. Así hasta cuatro contenedores distintos.
Hoy no ha habido suerte; nada que aprovechar. Nadie ha tirado yogures a medio comer, ni peras pochas, ni el trozo de filete que desecha el niño melindres.
Al cuarto de hora aparecen dos jóvenes. Idéntico ejercicio. Parece que les acomoda un cubo viejo de fregona y desaparecen con su tesoro calle arriba.
Lo que hasta ahora solo había visto de noche, pasando por algún centro comercial recién cerrado, o en reportajes de la prensa, resulta que ya lo tengo debajo de mi ventana.
Mientras la congoja se me expande por dentro, maldigo esa publicidad de Contrarreforma que pretende hacer creer por ahí fuera lo felices que son los españoles cuando les quitan la esperanza de mejorar. Denigro a los corifeos que se echan las manos a la cabeza cuando las personas decentes imprecan a los políticos y a los que la emprenden a palos con los soñadores.
Lo que a mí me asombra es que nadie en las Cortes pida la dimisión de quien preside el banco azul.