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12 de febrero de 2013

Renunciar




¿Será este el verbo de la temporada? Por activa o pasiva, últimamente aparece mucho. Sin ir más lejos, el Papa comunicó ayer su retirada y hace poco también lo hizo la reina Beatriz de Holanda. Además, las calles se lo piden cada día a políticos de cualquier bandera, al Jefe del Estado y a quienes configuran los pilares de este capitalismo que se desmorona, aunque ninguno de ellos hace caso, tan apegados están a lo que representan.

Hay quien renuncia inducido por algo o alguien. Entonces, quien lo hace se siente despojado, mancillado, frustrado y seguramente a la espera de que el viento cambie de rumbo. De esta manera aglutinará odio, sed de venganza y permanecerá emboscado esperando la oportunidad de tomar revancha. No hay peor cosa que sentir la humillación de que nos pidan retirarnos.

Por contra, quien renuncia de manera voluntaria es coherente consigo mismo y generoso con los demás, aparte de feliz. Y digo feliz porque, en general, cuando tomamos la decisión de apartarnos de algo se nos calma el ánimo y el rostro se relaja. No olviden que, para los budistas, el desapego es la fuente de la satisfacción y, en consecuencia, el primer escalón hacia la iluminación. Por eso, a los que no dimiten hay que seguir insistiéndoles en que prueben a hacerlo, para que no pierdan la oportunidad de ser felices en esta vida y, de paso, dejarnos tranquilos a los demás.