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28 de septiembre de 2014

Δημοκρατία o las manos del poder territorial







Dejando a un lado tiempos remotos, en que los soberanos concebían los países como su finca particular y, por eso, allanaban cuanto fuera menester para agrandar los confines de sus reinos, la historia contemporánea está plagada de cambios geográficos realizados al albur de la oportunidad y conveniencia. Las unificaciones, secesiones y bautismo nominal de territorios ha causado mucho llanto y no menos vidas, cerrando a veces en falso heridas centenarias que, de cuando en cuando, sangran.

Estado es a patria lo que tomate es a hortaliza. Es decir, para algunos es lo mismo y para otros no siempre (algunos califican al tomate como fruta). La tierra de los antepasados se diluye en muchas ocasiones entre varios países, siendo frecuente que, sin cambiar de domicilio, se nazca con una nacionalidad y se crezca o muera con otra distinta. Piénsese en los habitantes de Gdansk- Danzig o Wroclaw-Breslau, por citar algún ejemplo de los más conocidos, dentro de los contemporáneos.

En esa indefinición, surge muchas veces la necesidad de separarse, para buscar un espacio propio que permita elegir su destino y lejos de los bamboleos de quienes ahora se consideran extraños. En el siglo XIX fructificaron revoluciones nacionalistas apoyadas desde muy distintas instancias. En este sentido, sabido es que la emperatriz Isabel de Austria no solo simpatizó con aquellas causas, sino que apoyó personalmente la escisión  de Grecia o Hungría, y eso que este último país pertenecía a su soberanía. Tal fue su entrega que, aparte de pasar largas temporadas en Corfú y mantener contactos con aquineos independentistas, dedicaba interminables horas de su tiempo a estudiar las lenguas del Peloponeso y del país magiar. Si alguien desea documentarse sobre estas cuestiones, abandone las películas en technicolor, con esa Sissi enamorada de un Francisco José paternalísimo y reverenciado por sus súbditos, y lea algunos ensayos publicados en las tres últimas décadas del siglo XX. Puede que la imagen cursi y edulcorada deje paso a una mujer de carne y hueso, con luces y sombras, pero al fin y al cabo terrenal y auténtica. Tal vez otro día escriba acerca de ella y de los sentimientos que me provoca.

Avanzando en el tiempo y tras la Conferencia de Yalta, Berlín se dividió en cuatro zonas que serían administradas, respectivamente, por Estados Unidos, la Unión Soviética, Gran Bretaña y Francia. En esa ocasión, además, se trataron temas concernientes a los territorios de Europa del Este e Italia, por ejemplo.

Es decir, las fronteras van y vienen, dependiendo de la economía, de las ansias geopolíticas de ciertos dirigentes o del sentir de sus habitantes. Hay italianos del Trieste que aun hoy subrayan al hablar su procedencia, como queriendo dejar claro que son más austriacos que mediterráneos, al igual que existen nómadas de una patria utópica e imaginada, que se sienten de paso en la tierra que les vio nacer y los alberga. Tal vez sería más fácil si concibiéramos el mundo como un planeta de todos, donde recalas y nadie te interroga sobre tu origen, como aquellos pioneros que arribaron a las costas de una América de Norte exótica, ignota y acogedora.

Y si la historia nos ha enseñado que la contienda y la fuerza han determinado muchas veces la creación de reinos y estados, es preferible pensar que la opción madura y avanzada pasaría por preguntar a cada cual qué opina acerca de los límites del lugar donde reside. La democracia pasa por consultar y que los consultados y no consultados acepten el resultado del proceso. Lo que se impone no genera amor ni apego. Si el matrimonio dejó de ser indisoluble hace tiempo (al menos para quienes no siguen los postulados católicos), si somos el resultado de un contrato social, si la democracia es el poder de las personas que constituyen una determinada comunidad, ¿a qué esperamos? No debe temerse ningún resultado, pues probablemente unos y otros tengan su parte de razón. La manos del poder territorial han de estar siempre limpias y libres de fanatismos de uno u otro signo.

14 de septiembre de 2014

Lo que me gusta





El 24 de noviembre de 2010 escribí aquí sobre lo que no me gusta (http://tildesyacentos.blogspot.com.es/2010/11/lo-que-no-me-gusta.html). A pesar de no haber comentarios al post, recibí en persona y por correo electrónico no pocas recomendaciones, reconvenciones y toda suerte de consejos bienintencionados que escuché y no rebatí, pues que la gente no opine como yo nunca me supuso ningún problema.

Han transcurrido casi cuatro años y creo que ha llegado el momento de publicar la lista inversa, ya que son muchas las cosas que me mantienen conectada a la vida, muchas más, créanme, que las que aborrezco. Por tanto, me ha sido difícil elegir solo diez de ellas, lo que me ha llevado a desechar las más obvias, para centrarme en aquellas que tal vez me hayan forjado con más determinación. Sé que algunas les dejarán de piedra, pero es lo que hay, no intento engañar ni dañar a nadie. Así pues, me gustan:

1.- El sonido de los grillos. Es rítmico y me hace recordar la estación en que estoy, los veranos de ventanales abiertos, las cálidas noches de tenues sábanas y aroma a jazmín.

2.- La costumbre americana de abandonar el hogar pronto, porque esto dota de autonomía a los hijos y los responsabiliza de su propia vida.

3.- Visitar iglesias y templos y que conste que rezo en todos, sean de la religión que sean, no por esnobismo, sino porque me considero monoteísta y mi dios está en todas partes.

4.- El señor Spock, Zira, Guilligan, Desdémona, King-Kong, Endora, Jorgina, los Monster, Phileas Fogg, Charlie Brown, Shanti Andía y Sancho Panza, porque con la ficción también he crecido, aprendido, sufrido y gozado.

5.- Montar en globo. Navegar por el aire y vislumbrar la tierra como hacen los pájaros, sin ventanillas por medio, es una de las experiencias más intensas que he vivido nunca.

6.- Vaguear. Reconozco que soy perezosa, aunque lo disimule muy bien. Por eso disfruto mucho de las pocas ocasiones en que puedo mirar las musarañas.

7.- Visitar mercados. Al igual que los templos, los busco en cualquier localidad en la que recalo. Los colores, olores, sonidos, texturas y sabores de cuanto me encuentro allí me dicen mucho del lugar en que estoy, de sus gentes y costumbres, de su historia y sus anhelos.

8.- Defender causas perdidas, porque las causas ganadas ya tienen muchos pretendientes y avalistas.

9.- El aroma de las higueras, pues me evoca la placidez del verano. Hace tiempo que encontré un perfume francés con esa fragancia y lo aspiro en invierno, cuando la oscuridad del hielo me congela el espíritu.

10.- Las ideologías audaces, libres y humanistas. Huir del adoctrinamiento es el primer paso para construir un mundo plural, en el que nada se dé por sentado y, por tanto, vaya mejorando de verdad.



NOTA: La foto fue tomada en Brasov y se trata del cartel decorativo de una librería.