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19 de junio de 2023

Melancolía por Carnac



 




Si de algo estoy cada vez más convencida es de lo poco que sé y de lo mucho que me queda por aprender. Utilizo la primera persona del singular porque, al oírlo (leerlo), no faltará alguien que opine que lo sabe casi todo y sinceramente, ¡para qué amargarle el día a nadie! No pasa una jornada sin que llegue algún dato o conocimiento que añadir a mi experiencia vital, pues de nada serviría aprender si no lo voy incorporando a mi vida y creo que gran parte de mi optimismo se debe precisamente a esto, es decir, a que sé que siempre hay respuestas incluso para las preguntas que no formulo. 


Como tengo la edad que tengo y, aunque lo habría deseado, no provengo de Vulcano, soy consciente también de que me harían falta muchísimos años para colmar mis deseos de sapiencia… y probablemente tampoco alcanzaría la meta, habida cuenta de lo mucho que hay y habrá escondido. Así que, estando yo dándole vueltas a este asunto, quiso una pluma del cielo que me topara con Sabine Hossenfelder, que debe de ir contando a todo el mundo que es física cuántica, ya que parece ser que los taxistas le hacen preguntas muy ad hoc. A mí los taxistas suelen atenderme divinamente, pero no se meten en honduras, prefiriendo conversar sobre lugares comunes como el tiempo, el tráfico y lo buenas que son las croquetas de una madre.  


Pues bien, volviendo a Sabine, se trata de una divulgadora que trabaja en el Centro de Filosofía Matemática de la Universidad de Múnich y de algún modo viene a corroborar que nada es más inexacto que una ciencia exacta y por eso cada vez son más quienes recurren a la filosofía u otras materias humanísticas para adentrarse en los grandes misterios que nos rodean. El famoso “quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos” no solo no ha perdido vigencia, sino que cobra especial significado en un mundo bipolar, donde lo mismo nos amenazan con que la inteligencia artificial nos destruirá a todos, que nos empujan a adentrarnos en la misma como símbolo de progreso. 


La doctora Hossenfelder nos recuerda que lo que llamamos presente puede ser el futuro o el pasado de otra persona, en aras de esa “independencia del observador” formulada por Einstein el siglo pasado.  Es más, para la alemana, no se trata de creer en que haya o no un más allá, sino de que todos nuestros logros y experiencias son indestructibles, potencialmente susceptibles de que alguien las recuerde o se sirva de ellas. De ahí que, como afirma, nuestra tatarabuela esté viva. 


Acabo de aludir hace unos instantes a la inteligencia artificial, que en el imaginario colectivo se asimila a una máquina, aunque realmente no lo sea. Las máquinas fascinan y repelen al mismo tiempo, pues no son pocos quienes abominan de los dispositivos cibernéticos y, sin embargo, coleccionan relojes o por nada en el mundo renunciarían a su coche, lavadora o aire acondicionado, por poner unos ejemplos domésticos y corrientes. Para los marxistas de antaño, la máquina fue un instrumento técnico que alienaba al individuo. Hoy sabemos, sin embargo, que se trata de una mera abstracción con la que podemos establecer relaciones humanas (a través de una videollamada, pongo por caso) y no humanas (con archivos    documentales, entre otros). 


Parece que nos moviéramos en la caverna de Platón, donde todo es una mera imagen de lo real. Dentro de nada, lo que entendemos por dinero contante y sonante desaparecerá, al igual que las tarjetas bancarias tangibles. No es su extinción lo que me altera, sino las razones que puedan estar detrás de abolir billetes, monedas y plásticos como imagen de la capacidad de pago y crédito que tenemos las personas. En cierta forma es enterrar un símbolo, ese cordón umbilical que establecemos como evocación de una realidad concreta. Por eso me planteo si, a medida que se esfuman para siempre las representaciones visibles de lo que hemos conocido, tocado y usado, no estaremos más cerca del borrado de memoria o, para ser más exactos, de la suplantación de la memoria individual por una memoria colectiva infundida a la fuerza.  


Estos días conocí una noticia terrible para quienes hemos visto in situ y admiramos las esculturas megalíticas de Carnac, en Bretaña, pues han sido derribados unos 39 menhires erigidos en ese lugar hace 7.000 años. La razón de tal desatino está en la edificación de una tienda de bricolaje de esas a las que algunas familias acuden en su tiempo libre para proveerse de taladradoras, sistemas de riego para el jardín, desagües para el lavabo, chimeneas de pega o tablones de contrachapado. 


Tales piedras formaban parte de otras 3.000 que representan monumentos sagrados o lápidas funerarias. Según los políticos, los menhires destruidos eran de escaso valor, aunque figuraban en el Mapa Arqueológico Nacional de Francia desde 2015, así como en diversas listas oficiales de megalitos. Por si fuera poco, el yacimiento en su totalidad se iba a presentar al Ministerio de Cultura con el objetivo de inscribirlo en la Lista del Patrimonio Mundial de la Unesco Acostumbrados como estamos a que las autoridades maquillen las cosas, a saber qué explicarán para calmar el ánimo de los habitantes de la zona y de organizaciones de todos los puntos del país galo.  


Sin salirnos de épocas lejanísimas, recientes investigaciones han descubierto que los mineros de la Edad del Bronce llevaban comida en un táper a su lugar de trabajo. Resulta que en una mina de Austria que estuvo activa entre los años 1.100 y 900 a.C., los arqueólogos encontraron recipientes con restos de alimentos, por lo que señalan que estaban destinados a transportar la comida al lugar de trabajo. En esas antiguas tarteras  había sobras de legumbres, carne, frutas, cereales y frutos secos. Pero este estudio nos muestra también la relación directa entre el trabajo especializado y la comida preparada, dado que, para facilitar que los mineros pudieran optimizar su jornada, se la llevaban ya hecha, ahorrando tiempo en prepararla o en desplazamientos a sus hogares a la hora del almuerzo, si vivían lejos. Hallazgos parecidos ya se habían hecho en Mesopotamia, donde se estima que en el tercer milenio antes de Cristo contaban con economías especializadas. 


Se ha instalado en mi casa Robert Burton, que en el siglo XVII escribió “Anatomía de la melancolía”, un tratado recopilatorio desde la filosofía clásica griega hasta la medicina de su época. Lo que por entonces se definía como melancolía era una mezcla de desánimo, depresión e inactividad. El propio Burton lo padeció y lo curioso es que muchos de sus consejos, consideraciones o conclusiones están en plena vigencia hoy en día.  


Para mí la melancolía es como un aguijón, como si una avispa clavara el suyo. Siendo tanta la molestia, el enfermo sufre ansia por arrancárselo, rascándose compulsivamente donde le pica, pudiendo agravar la herida. No sabe usted, madama, lo que sufrí con ella, hasta el punto de que la llamé mi Señora Melancolía, entre otros nombres. A usted la he visto en Salerno, en el Jardín de Minerva. 

— Efectivamente, es uno de mis lugares favoritos para pasar la tarde; observar las plantas medicinales y su aplicación según el genotipo y fenotipo de cada ser humano.  

— Entonces no le sorprenderá si le digo que quien tiene bilis negra es más proclive a la melancolía, siempre que el entorno lo favorezca. Un desequilibrio en la dieta, el estreñimiento crónico o los desórdenes del amor pueden inclinar la balanza hacia ella, sin olvidar la predisposición por familia. 


Burton ha hecho mucha amistad con Samuel Hahnemann y el Emperador Amarillo. Comparten conocimientos y, aunque a veces disientan en algunas cuestiones, se respetan muchísimo. Acudieron a un ciclo de conferencias sobre salud mental en la Organización Médica Colegial y regresaron espantados. No entendían nada y me decían que no eran los únicos, porque podían leer los pensamientos de los asistentes. Se sorprenden al ver que en el llamado mundo libre no hay libertad plena para exponer lisa y llanamente lo que alguien opina, por temor a represalias.  Se indignan ante la censura y autocensura que existe hoy y me recuerdan que solo los espíritus libres han hecho que el mundo vaya avanzando, a pesar de los trompicones que nos hace dar el pensamiento uniforme. 


Por lo demás, los enciclopedistas andan eufóricos porque van a volver a votar el día 23 de julio. El pasado 28 de mayo no les dio tiempo a visitar todos y cada uno de los colegios electorales y esperan organizarse mejor en las próximas elecciones.  Como la vez anterior, llevarán montones de papeletas donde se lee eslóganes de este este tenor: “si quieres la paz, hazla”, “más libros, más libres”, “solo merece gobernar quien es justo”, “las ballenas también lloran” o “los domingos no son para votar”. Como son invisibles al común de los mortales, no los ven cuando las introducen en las urnas y se las declaran nulas cuando llega la hora del recuento. A ellos no les importa, porque la mayoría no entiende esta democracia ni comulga con ella, pero les chifla la idea de que lean sus misivas. 


Además de esto, la Pardo Bazán, Valle-Inclán y dos o tres más se han dado un baño de multitud en la Feria del Libro. Han venido exultantes al comprobar que sus obras se exponen en las casetas y que la gente puede cogerlas y leerlas. Eso sí, este año tampoco han entrado en las listas de autores más vendidos; creo que una tal García, Obregón de segundo apellido, en cambio ha causado furor y ha firmado libros como rosquillas. Antonio Gala, desde su atalaya celeste, mira  esto y se ríe apoyándose en un menhir de Carnac. 



NOTAS: 

  • Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo, noticias de estos tiempos y de otros”, dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado el 18 de junio de 2023.
  • Fotografía ©️Amparo Quintana. Salerno, agosto de 2018. 
  • Música para acompañar: “Ma liberté”, de Georges Moustaki, interpretada por Serge Reggiani. 

7 de diciembre de 2022

Arquímedes sin teorema

 


Sabida es mi afición por el reino mineral, por aquello que aparentemente no tiene vida, pero en realidad posee todas las coordenadas vitales de cuantos planetas, estrellas y satélites habitan el cielo. Mientras que el vegetal y el animal están sometidos a un plazo, el otro alberga la eternidad, como esas piedras con que los judíos agasajan las tumbas de sus allegados y testimonian, de paso, la fortaleza de su recuerdo.


¿Qué es el paso del tiempo? En mi casa, con los etéreos inquilinos que me visitan, evidentemente nada, una mera convención para pasar el rato contando años, meses o minutos. Esto mismo ocurre en dos islas del Pacífico, las Diomedes, también conocidas como “Isla de Mañana” e “Isla de Ayer”. A solo tres millas de distancia,  entre ambas hay casi un día de diferencia, pues se hallan emplazadas en el Estrecho de Bering, entre Alaska y Siberia, a ambos lados de la línea internacional de cambio de fecha que atraviesa el océano y que marca el límite entre una jornada y la siguiente. En invierno se forma una plataforma de hielo entre ambas y sus habitantes pueden transitar de una a otra, aunque es ilegal, porque se trata de países distintos en continentes diferentes y con relaciones políticas no tan amistosas. ¿Pero quién se resiste a jugar con el tiempo? Caminas una corta distancia y ¡zas! viajas 21 horas adelante o atrás. 


Por eso, cuando hablamos de memoria, debemos precisar muy bien a qué nos referimos, no vaya a ser que algunos recuerdos sean en realidad anticipos del mañana, anuncios del ayer o quimeras del presente. La idea aristotélica de eternidad, es decir, lo que perdura siempre, contradice el nihilismo que se ha apoderado de nuestra época, ese cinismo con que muchos hombres y mujeres dirigentes mienten con descaro y a sabiendas de que la remembranza de los ciudadanos cada vez se debilita más a costa del empacho de redes sociales y periódicos digitales. A propósito de esto, algunos científicos vaticinan que el ser humano será, dentro de cien años, encorvado y con las manos en forma de garra, precisamente por el abuso de teléfonos móviles para cualquier cosa excepto llamar. Desde antiguo sabemos que, en la evolución de nuestra especie, mano y cerebro van unidos, siendo aquella una prolongación de este. Las áreas motoras y sensoriales de la mano ocupan una extensa superficie en la corteza cerebral, siendo capaces nuestros dedos y palmas de hacer muchísimas más cosas que cuando vivíamos en los árboles. Si se retrotraen nuestras extremidades a una garra, ¿estaremos involucionando? Y peor aún, ¿cómo influirá eso en nuestros cerebros? ¿Seremos capaces de analizar y razonar sobre cuestiones y cosas más allá de las pantallas? 


Una revista especializada ha difundido un trabajo según el cual, antes de nuestro universo, antes del Big Bang, existía un antiuniverso. Unos profesores del Instituto de Física Teórica de Canadá proponen que en ese antiuniverso el tiempo corre en dirección opuesta y la antimateria es la que gobierna. Sería como cuando vemos algo reflejado en un espejo: al levantar el brazo derecho, nuestra imagen proyecta su izquierdo. ¿Qué les parecería a ustedes que quedáramos allí un día? Debe de ser mucho más emocionante que el metaverso. 


De lo que no cabe duda es de que la ciencia no es implacable ni exacta o, si no, que se lo digan a la almeja Cymatioa cooki, que se creía extinguida hace 40.000 años y resulta que vive tranquilamente frente a la costa de California. Fue descubierta de manera accidental por un ecólogo marino que buscaba babosas para sus estudios; se dio de frente con la concha de un bivalvo blanco desconocido salvo en su modalidad fósil. Tras los análisis oportunos y múltiples viajes a la localización del hallazgo para verificar si existía una colonia de esos moluscos, se ha concluido que, en efecto, la simpática almeja ha resucitado para la ciencia. El cooki de su nombre se debe a Edna Cook, que fue una famosa coleccionista de conchas y caracolas. 


Otro tipo de universo es el de los dibujos animados, construido por las historias, ilustraciones, movimientos y sonidos que han ideado unos artistas y muchas veces son ejecutados por otras personas. Si decimos Cenicienta, Fantasía o Peter Pan, asociamos esos títulos a un señor llamado Walt Disney, es decir, el padre de esas tres películas míticas. Pero no nacieron por generación espontánea, sino que también tuvieron madre, pues en realidad se deben al genio y creatividad de la dibujante Mary Blair, que llegó a la productora en 1940 y aquello supuso una revolución en cuanto al color y líneas, definiendo un estilo inconfundible. Su forma de trabajar, marcada por un estilo audaz y rompedor en la época, fueron claves para que se hiciera rápidamente un hueco en el estudio. Fue enviada por el presidente Roosevelt a varios países iberoamericanos, donde siguió evolucionado y buscando nuevos caminos como supervisora arte. 


— ¿Sabe usted cuántos granos de arena son necesarios para llenar el Universo? 


Quien me habla así es un Arquímedes perdido, porque no se halla con el plato de ducha que le ofrezco, en lugar de una bañera o tinaja, que en realidad es lo que me pidió para las demostraciones de su teorema más popular. 

— Dígame, no tengo ni idea —  le respondo. 

— Los jóvenes han abandonado la costumbre de pensar por sí mismos y, claro, usted prefiere que yo se lo diga. 

— Creo que me lo explicará de todos modos, señor Arquímedes, pues de lo contrario usted no se habría hecho visible en esta tarde tan lluviosa y desapacible. 

— Cierto. Cuando llueve me dedico a poner a punto mis nuevos artefactos mecánicos, muchos de ellos meras variaciones de otros anteriores. Mire, señorita, el número de granos de arena necesarios es 10 elevado a 63. Lo demostré a base de cálculos geométricos y no fue fácil. 


Y como es un día frío, mientras preparo té suficiente para mis sabios inquilinos, él me explica que lo primero que tuvo que hacer fue inventar cómo denominar el número más grande y llego al 1 seguido por 80.000 billones de ceros. Después, tuvo que calcular el tamaño del Universo y por último, se basó en el volumen de las semillas de amapola para deducir cuántos granos de arena llenarían ese universo más idealizado que real. 


Arquímedes de Siracusa, que llegó a mi casa el mes pasado, ha hecho peña con los cuánticos, a quienes considera casi oráculos y magos. También discute mucho con Descartes, pues sabido es el poco tacto que este último tiene para decir las cosas y anda un poco resabiado haciéndole demostraciones “desde la razón” y la geometría analítica que refutan algunos planteamientos del griego. Ahora bien, su colega del alma es la perrita Laika, que le ha explicado que en la Luna existen un cráter y una cordillera a los que pusieron su nombre, así como un asteroide que anda por ahí orbitando. 


Arquímedes significa “el que se preocupa”. Gracias a gente como él, que se ocupa de antemano de aquellas cosas que nos facilitaran la existencia, el mundo a veces nos resulta maravilloso, a pesar de esas leyes que parecen escritas bajo los efectos de estupefacientes adulterados, de los virus y enfermedades con que abren los telediarios, de algunas amantes reales despechadas que cobran por contar secretos de alcoba y cacerías, de la violencia verbal que recorre el mundo, de las políticas y políticos que deberían esfumarse para siempre y no lo hacen, del negocio de la mentira o del miedo que nos inoculan cada mañana, como si con ello persiguieran que no salgamos de casa, que no nos relacionemos con nadie, que no pensemos sino lo que nos indican las redes y los diarios digitales… en suma, que no seamos personas. 


Quienes nos negamos a esa involución del ser humano y aún apostamos por la vida, estaremos eternamente agradecidos a quienes nos mostraron un camino donde pensar libremente es tocar con las manos ese universo que algunos soñaron lleno de arena, aunque no tengan bañeras con que demostrar teoremas. 



NOTAS: 

  • Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo, noticias de estos tiempos y de otros”, dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado el 6 de diciembre de 2022 y correspondiente a este mismo mes.
  • Fotografía ©️Amparo Quintana. Restos de la maquinaria de un barco que en tiempos sirvió para generar electricidad en la estación de Atocha. La Neomudéjar, Madrid, 7 de mayo de 2022. 
  • Música para acompañar: “What a Wonderful World”, de Bob Thiele y George David Weiss, interpretada por Louis Armstrong.

2 de julio de 2022

El mal de Voltaire o la resistencia del grafeno

 



Investigadores de la Universidad de Maryland han descubierto recientemente una propiedad inesperada en el grafeno, esa sustancia compuesta de carbono, que es bidimensional y cuyos átomos forman una superficie ligeramente ondulada. Es como una red de agujeros hexagonales, todos ellos ordenaditos y sin roturas, no vayan ustedes a creer que es una red cualquiera. Es además el material más resistente de la naturaleza. Pues bien, ahora resulta que, además de esto, sus extraordinaria propiedades podrían desvelar la existencia de un universo paralelo al nuestro, resolver las dudas sobre la constante cosmológica y explicar cómo se formaron las partículas elementales. 


Este descubrimiento, como muchos de los que se ha sucedido a través de la Historia, ha sido inesperado, apareciendo casi de repente, pero parece que podemos concluir que nuestro mundo, nuestra realidad, nuestro universo es paralelo de otro y ambos interactúan constantemente entre sí. Puedo imaginarme a los científicos lanzando su ¡eureka! y escuchándose ese grito de alegría en el otro mundo, dicho sea esto sin connotaciones mortuorias, sino literales.  


En fin, comprenderán todos que, ante esa noticia, me sentí eufórica y corrí a compartirla con mis inquilinos para explicarles que, en los experimentos sobre las propiedades eléctricas de las láminas de grafeno apiladas, prevalecen unas condiciones energéticas especiales que se repiten siempre, produciendo resultados que se parecen a pequeños universos. Vamos, que a partir de ahora mi casa se llama "Villa Grafeno”. 


La verdad es que mis compañeros de piso, obviamente, no se han sorprendido tanto, porque ellos van y vienen a su antojo de un universo a otro, lo mismo les da que estos sean paralelos o convergentes, están en otro plano y las leyes del tiempo y el espacio no guardan secretos para sus etéreas personalidades.  Pero agradezco que hayan entendido que los humanos nos alegramos cuando los acontecimientos suponen una especie de refrendo a nuestras creencias. Tal es así que Didetot anda documentándose sobre el tema, para llevarlo a la Nueva Enciclopedia, con el permiso de un Voltaire que estos días no ha parado del Museo del Prado al Reina Sofía y de allí al Palacio Real, pasando por La Granja de San Ildefonso e IFEMA.  Se nos ha quedado en los huesos con tanto trajín y, como él dice, «tantos ojos que no ven y tantos oídos que no oyen». Ha resultado que no es tan fuerte como el grafeno que estudia su adorado “Didot”, como familiarmente le llama. 


— ¿A qué se refiere, François-Marie? 

— ¡Ay, madame Quintana! No entiendo por qué se ha reunido toda esa pléyade de mandatarios y acompañantes alejados de la gente. ¡Así cualquiera! Esos sí que han disfrutado de un mundo paralelo artificial y vacacional, decidiendo sobre cuestiones que le afectan a usted y a sus semejantes, pero sin tenerles en cuenta. Lamento decirle, Quintana, que estos de ahora son como los de Troya, como los de siempre; se amparan en el bien común para reforzar su bien particular (y alarga la u, como queriendo subrayar la traición que supone buscar acomodo personal y regalías disfrazadas de vocación y entrega abnegada en la res publica. ¡Qué gente he visto, madame! Unos ‘horgtegas’ de mucho cuidado como dicen por aquí.


Y luego me explica, bastante apesadumbrado, que él acudió a esas reuniones para comprender y tomar nota de un concepto que en sus tiempos no existía: la supranacionalidad.


— Y lo único que me he encontrado, ‘señoga’ mía, es el ansia por gastar más y más en armamento, acentuar lo que ustedes los mortales llaman la política de bloques y que salga el sol por Antequera. 


Como veo que la situación le supera y lo noto entristecido, prefiero no comentarle que se ha vuelto un castizo manejando refranes y dichos. Cualquier día me despierta cantándome el Caballero de Gracia…


Tal fue su experiencia que lleva recluido en el cajón de las toallas intentando reponerse; no habla con sus amigos; rechaza las tisanas que le ofrecen Sissi y Clara Campoamor y de vez en cuando se le oye suspirar y hasta llorar. Nos tiene muy preocupados a todos, porque si se hunde Voltaire, nos vamos pique. Cómo serán estas cosas del mundo etéreo que hasta Rousseau se ha manifestado anoche y,  olvidando las tensiones que ambos mantuvieron en vida, le trajo algunas florecillas silvestres  que dijo haber cogido sin estropear el entorno (ya sabemos que Juan Jacobo es muy mirado para eso de cuidar la naturaleza). 


De vez en cuando me llegan por telepatía los pensamientos del filósofo parisino (lo hace adrede, para conversar de forma muda y ahorrar energía) y sufre por contemplar cómo sin mentir de manera estricta, hay personas que sin embargo engañan. Para él, al fin y al cabo un aristócrata del pensamiento y de las costumbres, no existe perdón para el político que manipula, que siembra cizaña y que juega al ajedrez en tableros ajenos, es decir, en territorios que no son propios. Creo que odia profundamente lo que la OTAN supone y le chirría que hayan mencionado en la cumbre algunas de sus frases más célebres para pervertirlas porque, según Voltaire, no saben qué es la verdadera libertad, ni el derecho de los ciudadanos a pensar, opinar y manifestarse libremente. 


Lo dejo tranquilo, con la esperanza de que se recupere esta semana, pues regresa su querida Raffaella con nuevas coreografías. 


Por otro lado, parte de mis ocupas se han aficionado al fútbol femenino. La causa fue que hace dos meses la constelación de Libra, que anda un poco desubicada buscando su perdido equilibrio natural, me acompañó al teatro, a ver “Ladies Football Club”, una obra dirigida por Sergio Peris Mencheta en la que se recoge la peripecia del primer club de fútbol femenino de la historia, inglés como no podía ser de otra manera. Eran mujeres que, mientras los varones de sus familias fueron reclutados para marchar al frente en la guerra del catorce, entraron a trabajar en una fábrica de armamento, pues había que llevar el pan a casa. Un día, durante el descanso, se pusieron a jugar con el prototipo de una de esas bombas que, aunque destinadas a ejércitos enemigos, podrían despistarse y acabar en la trinchera de alguno de sus hombres. 


De ese juego recreativo pasaron a formar un verdadero equipo y competir con otras féminas y algunos jovencitos que, por edad, podrían ser sus hijos. Se ataviaron con uniformes negros confeccionados por ellas mismas y no tuvieron más remedio que acatar la regla que les imponía salir al campo con un gorro en la cabeza, ocultando el pelo.


A fuerza de cosechar fama y algunos éxitos deportivos, de enfrentarse a la escuadra alemana, provocar que surgiera la afición por los equipos femeninos y subir la moral de los hogares semivacíos, tras el armisticio regresan los maridos, padres, hermanos e hijos a sus respectivos domicilios y a los trabajos que abandonaron por razones patrióticas. Entonces las mujeres vuelven al sitio que tenían adjudicado antes de la I Guerra Mundial, es decir, a las tareas domésticas y al ocio que esos maridos, padres, hermanos e hijos entendían que era el más adecuado para ellas.  


Tanto es así que el fútbol femenino se prohibió en el Reino Unido y no se legalizó hasta los años setenta del siglo veinte. No perdamos, pues, de vista, que ejercer nuestra libertad al final depende de quien decide en qué batalla embarcarnos.


Se repite por ahí con demasiada frecuencia aquella frase de Flavio Vegecio Renato que parece conminarnos a prepararnos para la guerra si deseamos la paz, a mostrarnos fuertes frente al enemigo y que los adversarios no detecten nuestras flaquezas, como si los seres fuéramos débiles o fuertes en correlación al mal que estén dispuestos a provocar. Nadie piensa en el grafeno, cuya solidez y resistencia de sus átomos convive con su aspecto casi transparente, de apariencia frágil.  


Algunas personas son invitadas a visitar museos y comer cerca de esculturas y otras obras de arte, a pasear enseñando sus colas de pavos reales como como si el mundo se hubiera detenido, fotografiando cuadros que no permiten fotografiar al ciudadano medio, mientras al fondo una orquesta de Kiev entona melodías ucranianas. Eso sí, los banquetes son de estrella Michelín. 


Creo que entiendo lo que le sucede a Voltaire y me encerraré con él en el cajón de las toallas, hasta que llegue la Carrà. 



NOTAS: 

  • Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo, noticias de estos tiempos y de otros”, dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado el 2 de julio de 2022 y correspondiente a este mismo mes.
  • Fotografía ©️Amparo Quintana. “Marat Sade”, Naves del Español en Matadero. Madrid, 13 de febrero de 2021.
  • Música para acompañar: “La guerra que vendrá”, de Luis E. Aute. 


23 de noviembre de 2021

Cuestión de territorio o el espejismo de los mapas

 


Recuerdo que en mi infancia me gustaba mucho dibujar mapas en un papel semitransparente que llamábamos calco, sobre todo mapas físicos, e ir señalando el cauce y desembocaduras de los ríos, los montes más elevados, los desiertos, etc. Usaba pinturas de cera y debo reconocer que el resultado era bastante personal, porque me gustaba marcar los márgenes con varias líneas de colores distintos y luego difuminarlas. Cuando ponía el papel sobre el mapa político del lugar o continente en cuestión, se producía el milagro: veía que una misma cordillera podría abarcar varios países, un mismo río se abastecía de afluentes de diversas nacionalidades y un mismo océano o mar tocaba playas y acantilados en lugares donde sus habitantes hablaban lenguas diferentes. 


De los mapas políticos aprendí el concepto de frontera y, como era una niña exploradora de libros, pronto me di cuenta de que en algunos planisferios que tenía mi abuelo, por ejemplo, había estados que ya no estudiábamos en el colegio o que, de repente, en mis mapas escolares habían surgido puestos fronterizos donde antes era un solo país. 


Esto me llevó a descubrir los atlas históricos, luego los geológicos y así sucesivamente, hasta comprender que las fronteras van y vienen sin atender a razones naturales y que son origen y consecuencia de muchas guerras y desencuentros, pues estar a un lado u otro puede determinar ser ciudadano de primera o de tercera, obtener prebendas o permanecer en el limbo, aunque se beba agua de las mismas cumbres y el suelo tenga los mismos minerales.


Hablando de otra cosa, aunque también guarda relación con esto de los territorios, todos conocemos los pimientos de Padrón, esos que no se sabe si pican o no hasta que te los metes en la boca. Como en las últimas décadas se vienen produciendo pimientos de esa variedad en Almería o Murcia, el municipio coruñés empezó a acuñar el calificativo de “auténticos” para los suyos y así se han  estado vendiendo.  Pero hete aquí que la Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea (EUIPO) ha dispuesto que esos pimientos no son de Padrón, sino que se cultivan desde hace siglos en una pedanía llamada Herbón. Por tanto, no pueden incluir el término “auténtico” porque eso puede inducir a error a los consumidores, ya que la denominación de origen protegida es “Pimiento de Herbón”, aunque la variedad de la hortaliza de sea “padrón”. 


Esto me recuerda a lo del coñac y el brandy, el champán y el cava, el queso manchego y el curado, etc., cuestiones todas que, por supuesto, puedo comprender y explicarme desde un punto de vista jurídico, pero que en el fondo no dejan de ser fronteras intangibles, marcas de agua que señalan quién manda. De igual forma, nos quedamos tranquilos si al comprar boquerones nos informa el pescadero de que son del caladero patrio, como si los peces no se movieran de un lado para otro, poniendo huevos que las corrientes marinas llevan a saber dónde. Lo mismo pensamos que viene de Algeciras y resulta que nacieron cerca de Agadir. 


Otra noticia de estos días es la posibilidad de que dos municipios de la provincia de Badajoz, Villanueva de la Serena y Don Benito, se fusionen en uno que sería el tercero más importante de Extremadura. La cuestión se llevará a referéndum, como en su día también votaron los vecinos de La Moraleja para separarse de Alcobendas. La verdad es que me parece mucho más sensato escuchar a los  habitantes acerca de qué futuro quieren para su territorio que adjudicarse partes del mapa por la fuerza, como los conquistadores de antaño y Hitler hace menos de un siglo, o repartirse los países como quien juega al monopoly, tal como hicieron en la Conferencia de Yalta, sin ir más lejos. 


A mi casa llegó la semana pasada María Curie y ha montado un revuelo extraño entre algunos de mis ocupas. Me dicen que yo no puedo verlo, pero que entre las dos  y las tres de la madrugada, cuando la científica atraviesa un muro para salir de paseo, deja un halo entre blanco y azul que algunos de ellos diagnostican como radiactivo. ¡Imagínense a Voltaire y los suyos cuando escucharon esa palabra que no habían oído jamás en su vida terrenal! Ya la tienen anotada en su nueva enciclopedia y andan tras la señora Curie para que les cuente pormenores de sus experimentos. Esto ha provocado que ella trajera ayer una serie de manuscritos e instrumental de los que la Biblioteca Nacional de París guarda en cajas forradas de plomo y que no podremos ver con ojos mortales hasta dentro de mil quinientos años, aproximadamente, porque están contaminados y son altamente peligrosos. 


— Los documentos no tienen tanta importancia — me dice en sueco, idioma que se le pegó por las veces que fue a recoger su premios Nobel— porque ya me he encargado yo, desde que fallecí, de soplarles muchas de las reflexiones y preguntas que quedaron sin responder a otros investigadores que me sucedieron.


Lo de soplar es literal, pues al parecer ella suele comunicarse con sus colegas vivos a través de soplidos en la frente. Una forma como otra cualquiera de que les llegue la inspiración.


Para mí es un placer que Madame Curie esté cerca, porque entre mapa y mapa de los que coloreaba de pequeña, se me iba el ojo hacia su persona y su legado gracias a una película que vi en aquella televisión española en blanco y negro. 


Tengo que decir que la polaca es muy curiosa y, como me abre todos los cajones, ha dado con una fotografía que hice hace muchos años cuando visité su casa en Varsovia, hoy convertida en museo. 


— Ahí estaba yo en ese preciso instante, señora Quintana, como lo estoy ahora mismo; como también estoy en París y en Nagasaki, en Teherán o en el desierto de Nevada. Nuestros átomos vuelan por encima de nuestras capacidades, ya lo descubrirá usted algún día, cuando cruce la frontera del tiempo. 


— ¿Y dónde han llegado sus átomos anoche?, me atrevo a preguntarle.


— A los anillos de Saturno, un lugar que me recuerda que nací polaca bajo el Imperio Ruso, pero viví y morí como francesa. He hablado con su amiga Sissi y tenemos en común que ella apoyó la causa griega y yo la polaca. Ella, una bávara asentada en una corte vienesa que le resultó siempre extraña, y yo, una varsoviana feliz de ser francesa.


A continuación me pregunta de dónde soy yo y, sintiendo una ráfaga sutil de aire en el flequillo, le digo que soy madrileña de Groenlandia, donde las auroras boreales recuerdan a sus habitantes que el reino de Dinamarca, al que políticamente pertenecen, está en otro continente. 


— Mi sueño patriótico se juntó al sueño humanitario de mi marido Pierre Curie y pudimos compaginarlo por encontrar aquello que nos unía, la ciencia y las ansias de hallar soluciones a las neoplasias — comenta mientras me ofrece un poco de sopa que se ha hecho ella misma hace un instante (por cierto, está riquísima). 


Por los demás, el chef del restaurante Davies and Brook, situado en un hotel londinense de mucho porte no seguirá al frente del local, porque la dirección se niega a cambiar su menú, prácticamente carnívoro,  por otro totalmente vegano. Tras su despido, el cocinero estrella Michelín ha manifestado que el futuro está basado en las plantas, esa es su misión y es lo que defiende en su empresa. Me parece que Daniel Humm, que es el nombre de este caballero, también viaja por Groenlandia o los anillos de Saturno buscando pimientos de Padrón. 


NOTAS: Este artículo forma parte de la secci´pn “En paralelo", dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado el 21 de noviembre de 2021 y que puede escucharse aquí: https://go.ivoox.com/rf/79308820

MÚSICA PARA ACOMPAÑAR: “Groenlandia”, de  Bernardo Bonezzi, interpretada por  “Zombies”. 

Fotografía ©️Amparo Quintana. Madrid, 5 de agosto de 2021 (“Barco-flor”, de Younes Rahmoun y Markib Zahra) Esta obra pudo verse en la exposición “Trilogía marroquí, 1950-2020”, del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Representa, con papel y luces led, noventa y nueve barcos que son también noventa y nueve personas meditando. Todas miran hacia el mismo punto central vacío. Por un lado, plasma la migración de África a Europa a través del Mediterráneo y, por otro, hace referencia a la alquibla y la actividad espiritual conjunta para mejorar el mundo. 

2 de mayo de 2021

Quimeras

 


Este mundo paralelo desde el que me asomo y al que les invito a ustedes de vez en cuando ya no es solo un recurso estilístico para explicar lo que quizá carezca de lógica y dar forma a mis sentimientos fuera de las coordenadas espacio-tiempo, sino que varias empresas tecnológicas están desarrollando proyectos de multiversos y metaversos que, sucintamente hablando, posibilitarán que la gente pueda relacionarse en los mundos virtuales como si fuera el mundo real. Lo hemos visto en películas y leído en novelas, pero ya está aquí e, incluso, alguna de esas empresas ha creado el omniverso, que ya es el epítome de todo, pues consiste nada más y nada menos en que las grandes multinacionales industriales usen otro universo paralelo vedado al resto de los mortales. La compañía impulsora de este club exclusivo se llama Nvidia y en él se han inscrito ya BMW y el estudio de arquitectura de Norman Foster. De momento es una especie de laboratorio virtual donde pueden probar y ensayar sus prototipos e ingenios como si estuvieran en la realidad, pero mi imaginación me dicta que dentro de poco se utilizará para otras cuestiones y, por qué no, hasta para gobernar el planeta Tierra o lo que quede de él.


Junto con esto, hemos conocido cómo Marte vuelve a estar en el centro del interés científico, hablándose ya de expediciones hasta allí para colonizarlo. Me resulta curioso comprobar que, en lugar de restañar las heridas que hemos ocasionado en la base terrícola desde el Big Bang hasta hoy, la esperanza radique en hacer las maletas y marcharse a otro planeta, desconozco por ahora si solo al alcance de una élite o a través del IMSERSO, pero opinen ustedes mismos. 


Ahora bien, pienso que para entonces la vida, tan como la conocemos hoy, habrá cambiado, a tenor de diversas noticias que vienen salpimentando  nuestra primavera. Por ejemplo, la robótica avanza a pasos agigantados; ayer mismo leí que se ha presentado en sociedad un ser mecánico que hace unas paellas a la altura del mejor cocinero y ya sabemos que quien apacigua los paladares goza siempre de la simpatía de la mayoría. Le auguro, por tanto, mucho éxito. Supongo que, junto al robochef valenciano, surgirán sus primos japos, franceses e italianos. 


Otro hito de lo que se llama avance científico es lo acaecido en China de la mano de investigadores españoles que, jugando a las casitas, han cruzado humanos con monos, dando origen a unos embriones bautizados por ellos con el nombre de “quimera”, como esos monstruos mitológicos que vomitaban llamas y tenían cabeza de león, vientre de cabra y cola de dragón. Dicen que sus fines serán terapéuticos y en beneficio de la civilización, pues apuntan a que quieren tener con esos seres un banco de tejidos para posibles transplantes. Teniendo en cuenta cómo se las gastan las industrias sanitaria y farmacéutica, cómo aprovechan para sí cualquier patente y convierten en dividendos el derecho fundamental a la salud, se me hace difícil apreciar tanta filantropía. Además, históricamente hemos asistido a inventos y descubrimientos que, concebidos con unos objetivos, se transforman en otra cosa.


Por si esto fuera poco, hay hombres embarazados. Como suena. Al principio creí que era una broma, pero nada de eso. A quienes no fueron mujeres en años anteriores se les implanta un útero y en él anida el germen de la nueva vida. Hay casos en España y fuera de aquí. De momento es un proceso caro y dificultoso, pero quién sabe si para cuando las quimeras hagan la compra para que los robochef preparen la comida de una familia en Marte, el catálogo de los vientres de alquiler cuente con varones subrogados. 


Mientras me tropiezo con estas noticias, la campaña electoral de la Comunidad de Madrid tiene muy revuelta a la pléyade de huéspedes que conviven conmigo. Como lo suyo es pensar y darle a lengua, decidieron repartirse por todos los actos políticos, asistiendo a mítines, presentaciones, concentraciones y demás algarabías. Los pobres llegan destrozados, pues aunque son espíritus del más allá, sus estómagos no digieren según qué cosas y sus mentes no comprenden algunos discursos. Hemos de tener en cuenta que, como vienen del pasado, en realidad viven en un presente continuo y por eso no se explican cómo la gente olvida las palabras y los hechos de tanto político malintencionado. 


Una tarde, volviendo de un rifirrafe a pedradas en Vallecas, mi querida Sissi se encontró con Zygmunt Bauman, a quien su alteza no conocía, pero como el polaco le resultó muy agradable (me dice en un aparte que es un anarquista utópico como ella, pero que ni él mismo lo sabe), lo llevó a merendar chocolate con churros y luego lo trajo a casa, para presentarlo a sus colegas espectrales. 


Fue muy bien recibido por todos, aprovechando Voltaire para ficharlo como autor de la Nueva Enciclopedia que están redactando, porque eso de la sociedad líquida le ha conmovido hasta el punto de que lo trata con tanto respeto como a los pensadores griegos. 


Bauman nos recuerda que se ha creado un clima de desconfianza mutua, recelo y competencia a degüello y que los miedos personales de las gentes  son bien aprovechados por los políticos, especialmente por aquellos que, bajo la capa de buenos y solidarios protectores, esconden la tiranía. 


— Efectivamente, interviene Hypatia. No olvidemos las sabias palabras de Platón  cuando dijo que “la dictadura surge naturalmente de la democracia”. Así que andémonos con mucho ojo, que he visto de todo desde la desaparición de la biblioteca de Alejandría. 


— ¿Andémonos?, pregunta un Kant asombrado. Le recuerdo, ilustre señora, que excepto nuestra casera Amparo a ninguno de nosotros nos atañe del presente más que asistir al declive de la civilización. Aunque nos presentemos con miles de votos y los introduzcamos en las urnas, serán invisibles para el sistema.


— Andémonos, andémonos, le insiste la egipcia neoplatónica. Si gobiernan quienes parecen corderos que, en lugar de dejar pensar libremente a la gente, se sirven de una pedagogía falsa y bastarda para educar y reeducar dentro de unos parámetros determinados, tenga usted por cierto que nos echarán de todas partes.


Entre dimes y diretes, eslóganes, panfletos y demás parafernalia electoral, algunos empiezan a considerarse madrileños aunque hayan nacido hace siglos en las antípodas de la Puerta del Sol y andan a vueltas con las parpusas, los vestidos chinés, las goyescas y el 2 de mayo. 

Los dejo entonando algunas zarzuelas y madrigales y, cuando me disponía a salir a la calle, aparece un teniente con hermosa casaca decimonónica. 


— Señora, buenos días. Soy Jacinto Ruiz y Mendoza, el teniente Ruiz del cuartel de Monteleón. Seguro que ha oído hablar de mí. 


— ¿Y a qué debo el honor?, le pregunto bastante temerosa de que la emprenda con los franceses que tengo alojados en mi casa. 


— Estaba aburrido, como siempre me ocurre cuando se acerca el gran día y me he acercado hasta la colina de Príncipe Pío y, bajando hacia el río, he aprovechado para visitar el cementerio de la Florida, donde están la lápidas de algunos de aquellos héroes. Ellos no están allí, pues vuelan como yo de un lugar a otro, pero quienes vivimos aquel tiempo acudimos a los lugares emblemáticos de esa guerra cuando nos asalta la melancolía. 


Tras esas palabras, lo invité a entrar y ahí lo tengo desde entonces explicando su vida y sus razones a sus hermanos de éter. Como buen militar de su época, siente la necesidad constante de agradecerme el alojamiento, para lo que se ha nombrado él mismo mi guardaespaldas.  Me acompaña a comprar, a trabajar, a pasear, al teatro, a las exposiciones… El metro le chifla, un poco porque eso de transitar por el subsuelo de Madrid le ilusiona y otro poco porque en sus vagones descubre a muchos héroes anónimos que trabajan, aman, estudian y tratan de divertirse en paz y libertad. 


Hoy, 2 de mayo, me ha acompañado hasta los estudios de la calle Monteleón, a grabar el podcast. Está aquí conmigo y, aunque no le guste que lo diga, sepan todos que a la altura de lo que para él sigue siendo la calle Ancha de San Bernardo, ha recordado al doctor Rivas que lo salvó de morir junto a otros oficiales y soldados, así como a María Paula Variano, que le dio cobijo para evitar que las tropas de Murat lo apresaran. 


— Y es que, en cuestión de refugiar y albergar, ustedes las mujeres suelen hacerlo de manera natural, mientras otros andan con la mente dormida intentando arreglar el mundo.


Al oír esto, mi corazón me aconseja alejarme de votar a quienes experimentan con quimeras y alimentan monstruos. 


NOTA: Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo", dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado el 2 de mayo de 2021 y que puede es escucharse aquí



Música para acompañar: “Oliver’s Army”, Elvis Costello & The Attractions https://www.youtube.com/watch?v=LrjHz5hrupA


Fotografía ©️Amparo Quintana. Madrid, 2 de mayo de 2021


5 de noviembre de 2019

Planetas vagabundos





Hay planetas que no giran alrededor de ninguna estrella, que no se valen de la luz de otro astro para seguir su ruta. Dicen los astrónomos que muchos de ellos vagan por el universo porque fueron expulsados del sistema planetario en el que nacieron y andan por ahí orbitando a su aire, independientes y ajenos al devenir de quienes fueron sus planetas hermanos. 

Las leyes de la física explican clarísimamente las causas de la expulsión, porque las constelaciones, galaxias y nebulosas en absoluto son tranquilitas y, entre tanto movimiento, explosiones, fusiones y expansiones, acaban dejando a un planeta en la gasolinera de turno, abandonado y olvidado. Parece ser, además, que como esos astros repudiados no cuentan con luz ni propia ni ajena, no pueden verse con un telescopio usual. Se los percibe cuando, al pasar por delante de un objeto brillante, se distorsiona la luz que ese objeto emite. Entiéndase que “pasar por delante” en terminología cosmogónica no es lo mismo que cuando aquí en la Tierra pasamos por delante de algo. Allá en la bóveda celeste puede ser una distancia de miles de años luz. 

Imagino que a esos planetas vagabundos les importan poco las leyes de Keppler, los ensayos de Copérnico y la manzana de Newton. Ellos van por ahí a lo suyo y supongo que el espacio no sería lo mismo si no existieran, dado que la Naturaleza es conservadora y hasta el mismo caos encuentra su orden. 

Estos días he intentado entrevistarme con un planeta de estos, pero ninguno se ha puesto al teléfono. Quería preguntarles sobre las ventajas o desventajas de no pertenecer a ninguna tribu y que me contaran a qué dedican el tiempo. A falta de interlocutor, soñé que eran como ermitaños, viviendo para adentro, interactuando con ellos mismos y sus pensamientos. También me vino la idea de que, cuando nacen las personas, además de la constelación reinante en el cielo, en su horóscopo deberían plasmarse los mundos nómadas que se cruzaron en el firmamento ese día. Quizá esto explicaría  por qué unos son más gregarios que otros. 

Me declaro fan de los planetas apátridas. 

Y estando en estas, se me presentan en plena siesta Maruja Mallo y Fernando Haro Tecglen. Venían hablando de cosas muy raras y, como ambos son bastante apasionados, me dio la impresión de que discutían. Ella sacó del bolsillo una foto que le hice en Santander en 1981 y él me puso delante de las narices un libro que me dedicó allá por los noventa. A mí eso de que anden hurgando en mis cosas no me gusta nada, pero a esos dos no hay quien los detenga y, como pude comprobar después, antes de aparecerse en mi dormitorio, revolvieron cuanto les vino en gana. 

La Mallo, blandiendo esa foto, me recriminó de que hubiera olvidado lo que me dijo ese día: que me cuidara de la casta craneal porque siempre acaba embistiendo a la clase cerebral. Y antes de que yo pudiera defenderme, Haro Tecglen ya estaba también examinándome de cuanto conversamos un día de junio acerca de España, su transición y el valor del perdón. 

Me cogieron de la mano y me llevaron a una sala de cine donde proyectaban imágenes de un cortejo fúnebre y un entierro presidido por un príncipe. A pesar de la temática, la película no era triste, aunque sí inquietante. Salía la hija del muerto sacando un documento de su bolso y entregándoselo a ese príncipe; era un papel mecanografiado por ella misma, al dictado de su padre. Gracias a esa página doblada, que la hija había ocultado a propios y extraños, el delfín del fallecido podría reinar y ser respetado por todos los estamentos del Estado. Días después y en prueba de agradecimiento, el nuevo rey le otorga sendos títulos nobiliarios a esa hija y a la viuda de su antecesor en la jefatura. También sella con ellas y su estirpe un pacto indefinido de tolerancia y no agresión. 

La película terminaba con la estampa de ese rey, cuatro décadas después, callando mientras veía que su antecesor resucitaba en un moderno helicóptero. 

Cuando se encendieron las luces del cine, en la butaca de al lado Maruja y Eduardo me habían dejado esta frase de Maquiavelo: “la política no tiene relación con la moral”. 

Ante esto,  empecé a girar como un planeta errante y a cruzar el universo en silencio, que quizá sea el más elocuente de los sonidos. 

Fotografía ©️A. Quintana. Madrid, 14 de octubre de 2015

NOTA: Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo, una gota de...", dentro del programa radiofónico “Te cuento a gotas” del mes de noviembre de 2019 y que puede escucharse aquí: https://www.ivoox.com/arte-como-arma-revolucionaria-suenos-surrealistas-planetas-audios-mp3_rf_43866223_1.html