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7 de febrero de 2024

La memoria del agua

 


Sabemos que la memoria es una función del cerebro que nos permite codificar, almacenar y recuperar la información del pasado. Me atrevo a decir que todos los seres vivos poseen memoria, incluyendo aquellos que se manifiestan en forma mineral. Como no quiero soliviantar a la comunidad científica, me veo nuevamente obligada a aclarar que suelo expresarme con licencias poéticas y que para mí el agua, el mercurio o una roca palpitan igual que lo hace mi corazón. Por eso ansío  que llegue el día de la total reconciliación entre los elementos y seamos capaces de darnos cuenta de que todo forma parte de ese todo absoluto y, por ende,  nada está fuera de él.


Masaru Emoto fue un intelectual japonés que pasó su vida difundiendo que el pensamiento humano, las palabras y la música influyen sobre el agua, así como las etiquetas en los envases que la contienen. Son famosos sus documentales en que podemos apreciar que, dependiendo de las influencias a que son sometidos vasos, tarros o botellas con agua, esta cristaliza, cuando se la congela, de una forma u otra. Emoto también ha soliviantado a no pocos cartesianos, como si estos tuvieran la fórmula de la certeza, empeñados en separar el cuerpo del espíritu y ser aún antropocéntricos supremacistas. 


Recogiendo las teorías de Masaru, como los seres humanos estamos compuestos   de agua en una proporción muy alta (aproximadamente el 80%), deberíamos ser más conscientes de las palabras y pensamientos que nos permitimos crear, dado que influyen en la estructura del abundante elemento que nos conforma. Por tanto, propongo que, a partir de ahora, miremos nuestra fuente interior y tratemos con más cuidado lo que somos. En cierta forma, se trata de reconectarnos con mundos antiguos, con esas culturas pasadas en las que se realizaban ritos de sanación a través del sonido. Los primeros ejemplos escritos que aluden a la influencia de la música sobre el cuerpo, la mente y el alma se hallan en los papiros de Lahun, en Egipto, datados en el año 1800 a. C.


Volviendo a la memoria, a través de ella se aprende, consolidamos experiencias, aposentamos nuestro bagaje consuetudinario, cultural, social… Antes dije que todo ser vivo la tiene y, así, los árboles también están tocados por la retentiva que les ayuda a vivir, perpetuarse y comunicarse. Lo hacen mediante una red de hongos que crecen alrededor de sus raíces; el hongo proporciona nutrientes al árbol y este le paga con moneda de azúcares, que son la medicina que trasladarán a través de esa red subterránea de raigones y cepas hasta los retoños que necesitan robustecerse o aquellos que reciben poca luz solar. Es más, los árboles moribundos suelen verter todos sus azúcares a ese internet de mantillo para que los aprovechen los ejemplares sanos.


En la mitología griega, la memoria se personificaba en Mnemósine, que era ni más ni menos que una titánide hija de Gea y Urano. Su sobrino Zeus, disfrazado de pastor, la cortejó y de esos amoríos nacieron las musas. ¡Hay que ver cómo era el jefe del Olimpo! No se le ponía nada por delante: en sus ansias de procrear, lo mismo se convertía en toro, que en cisne, lluvia dorada o lo que fuera, con tal de cumplir su destino de ser el padre de los dioses. Me recuerda un poco al Drácula de Stoker, siempre cambiando de apariencia.  


Mnemósine llamaron a un río del Hades, opuesto al Lete. Quien bebía el agua de este último olvidaba lo que la corriente del primero le había enseñado. Y así es la vida, recordar y olvidar, escribir y borrar.  


— Con permiso, mademoiselle, ¿me permite ver lo que teclea en esa pantalla? — Quien así me habla es Jeanne Baret, una mujer educada y ceremoniosa que lleva semanas alborotando el cotarro de los espectros que ocupan mi casa. Mi amiga Sissi se la encontró mirando unas obras por la periferia de Madrid y, viéndola sola y un poco perdida, le dio cobijo aquí. 


— Entré en un agujero de gusano y di a parar a un hoyo profundo, seco y lleno de costales de tierra.  En ese lugar permanecí no sé cuánto tiempo, sin nada que hacer, solo miraba gente que iba y venía, animales mecánicos que bramaban estrepitosamente y cuyos ojos se encendían. 


Fue llegar Jeanne y la sección de enciclopedistas la sometieron a un riguroso interrogatorio, por ver si era la auténtica, su paisana y coetánea. Pasado el examen con nota, andan todos muy contentos entrevistándola para el capítulo que le dedicarán en su obra, que como ya saben ustedes, es la misma Encyclopédie del siglo XVIII, pero puesta al día y ampliada con incorporaciones que en su tiempo no tuvieron en cuenta. La señora Baret se ha convertido en una heroína y ha entablado bastante amistad con Clara Campoamor, con quien anda redactando un reglamento de régimen interno porque, con Montesquieu que sigue en huelga de hambre, la Pardo Bazán enfadada con media humanidad y Greta Garbo más divina que nunca, necesitan repartirse algunas tareas.  


Me cuentan que, en 1766, mi nueva huésped se embarcó como asistente del botánico Filiberto Commerson, convirtiéndose en la primera mujer que dio la vuelta al mundo. Tuvo que disfrazarse de hombre y, eso sí, aprovechó el crucero para catalogar especies de los lugares por donde pasaba la travesía, no vayan a creer que se dedicó a abanicarse. 


— ¿Y cómo se le presentó esa oportunidad? — pregunto — No creo que fuera sencillo ni muy usual para la época. 


Apenas termino la frase, percibo un mohín pícaro en el rostro de Darwin, que al principio achaco a celillos profesionales, pero que el bueno de Dirac me aclara cuando estamos solos en la cocina, tomando un té a media tarde.  


— Baret y Commerson eran amantes, viviendo juntos bajo la apariencia de que ella era el ama de llaves y además, para despistar, se cambió el apellido por Bonnefoy. Llegaron a tener un hijo en común. Resulta muy curioso que la ley francesa requería en aquella época que las futuras madres solteras obtuvieran un ‘certificado de embarazo’ en el que reseñaban quién era el padre del nasciturus.  Aunque Jeanne cumplió con ese trámite burocrático, su talante libérrimo la llevó a depositarlo en una parroquia muy alejada de su domicilio y, además, se negó a facilitar el nombre del otro progenitor. 


Se une a la conversación Juana de Castilla, a quien le gusta un amorío más que el chocolate de las Américas y, con voz baja, porque una reina como ella sabe que no debe alzar el habla, pues lleva toda la eternidad intentando demostrar que no fue la loca del bulo que su padre y su marido aventaron a beneficio propio, nos informa de que Jeanne le ha comentado que, cuando falleció, preguntó en el registro celestial por Commerson, informándola de que llevaba tiempo establecido con su familia, adherido a su esposa legal y otros parientes cercanos. 


— ¿Y el hijo?, ¿llegó a nacer? — pregunta una Rosa Luxemburgo que ha venido buscando a Josep Pla, para echar su partida diaria de dominó. La reina de los comuneros nos relata que, efectivamente, el niño nació y le pusieron el nombre de Jean-Pierre Baret. Eso sí, su tocaya lo dejó en el hospicio de París, donde fue dado en adopción. Se ve que no había sitio para el chiquillo en la casa de su querido. 


Cuando me separo de la tertulia, me acerco a Jeanne Baret. Leo en sus ojos que los organizadores de la travesía permitieron a Commerson llevar un ayudante, debido a su precaria salud. Como el barco pertenecía a la armada francesa y las mujeres tenían prohibida su presencia, ella tuvo que disfrazarse de varón. Antes de zarpar, su amante redactó un testamento en el que le dejaba la suma de 600 libras, más los salarios adeudados y el mobiliario de su apartamento en París.


La vida es memoria y sin esta no hay vida, pues el agua de nuestros cuerpos está compuesta de recuerdos, los nuestros, no los que se empeñan en inocularnos quienes mueven los hilos de este mundo feliz narcotizado. 


Dedicado a Fernando Savater, Félix de Azúa y otras personas libres que, dotadas de memoria, cada vez más se aproximan a los hombres libro de Farenheith 451.  


NOTAS: 

  • Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo, noticias de estos tiempos y de otros”, dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado el 3 de febrero de 2024.
  • Fotografía ©️Amparo Quintana. Madrid, 15 de abril de 2023. 
  • Música para acompañar: "First We Take Manhattan", de Leonard Cohen.


8 de mayo de 2023

Palabras, pensamientos y acciones o los fuelles de la historia

 


Luis Rojas Marcos suele decir que es bueno hablar consigo mismo porque, lejos de cuanto algunos sostenían hace tiempo, hablar solos no es sinónimo de locura, sino que puede librarnos de ella. Si bien casi todos reconocemos haber hablado con nuestro yo invisible durante la infancia, son pocos los que dicen hacerlo a la edad adulta y, sinceramente, reflexionando de cara a escribir esto, por un instante pensé que esta servidora no hablaba sola, salvo algunas regañinas que de vez en cuando me dedico. Ahora bien, ¿qué entendemos por hablar solos? Si lo circunscribimos a una especie de mesa redonda o tertulia con nosotros desdoblados, va a ser difícil llevarlo a cabo, pero si en esa ecuación tiene cabida lo que pensamos, lo que escribimos, lo que bailamos cuando estamos a solas o los gestos que hacemos frente al espejo, entonces resulta que, yo al menos, no paro de parlotear con mi entidad personal. 


Quizá la comunicación sea de aquellas cosas que nos mantienen cuerdos. Si no tenemos interlocutores físicos, nuestra voz interior se proyecta hacia el infinito y entra en diálogo con la mente que la alberga, rebotando a veces en animales, plantas u objetos, con quienes somos capaces de mantener charlas circulares,. Ríanse si quieren, pero yo he llegado a saber que un cuadro me pedía un cambio de lugar y muchas noches, cuando apago la cocina, el exuberante pothos que vive en ella me da un beso lanzándome el agüilla de sus hojas. Estoy segura de que muchos de ustedes, al oír esto, pensarán que he perdido el oremus y encontrarán más de una respuesta lógica o bienpensada a estas cosas. No importa; son libres de seguir creyendo en la dicotomía entre cuerpo y espíritu, día y noche, ciencia y religión. Yo lo respeto. 


Con apenas diez años vi la película “El niño salvaje”, de François Truffaut, que me provocó una tremenda fascinación por la historia que contaba y sembró para siempre mi curiosidad por las vías a través de las cuales somos capaces de aprender. Soy de un tiempo en el que aún circulaba la frase “la letra con sangre entra”, aunque ni en el colegio ni en la familia me dedicaron castigos físicos o humillaciones si fallaba en algo; es justo reconocerlo. Ese refrán, junto al de “quien bien te quiere te hará llorar”, me permití arrumbarlos en el foso de las mentiras, donde todavía siguen.


Esas letras que entraron en mí sin sufrimiento alguno me acompañan desde que tengo memoria. Nebrija escribió en su ‘Gramática’ que “entre todas las cosas que por experiencia los ombres hallaron o por revelación divina nos fueron demostradas para polir e adornar la vida umana, ninguna otra fue tan necessaria ni que mayores provechos nos acarreasse que la invención de las letras”. Me pregunto cómo serían los primeros humanos a quienes se les ocurrió trasladar a grafemas conceptos concretos y abstractos. Tampoco sé si eso surgió como pasatiempo o fue buscado por necesidad, pero con ello facilitaron la transmisión del conocimiento y estoy segura de que, sin letras, el mundo sería mucho peor.


Los romanos escribían y leían en casi todas las clases sociales, sin distinción de sexos.  La Alta Edad Media supuso un retroceso en este punto, recluyéndose las letras en el clero y otros estamentos. La historia de la humanidad es un fuelle que a veces se hincha para absorber aire y otras lo expulsa para avivar el fuego; si vivimos en fase de expulsión, es probable que coincidamos con una etapa de prosperidad en el más amplio sentido de la palabra; pero si nos toca lo otro, el pensamiento se sumirá en una larga noche. En la actualidad, creo que estamos sin fuelle, pues ni absorbe suficiente aire ni lo expulsa como debe. Seguramente será una etapa de transición, como cuando cayó el Imperio romano o desapareció el austrohúngaro. 


Con la llegada de la primavera, la sección cinéfila de mis compañeros de piso está programando un cinefórum diseñado a partir de las ideas contenidas en las páginas número 3 de un centenar de libros elegidos al azar. Para San Isidro pondrán “El vientre del arquitecto” y al coloquio han invitado al mismísimo Marco Vitruvio Polión, que llegó a los Madriles el pasado día 2, en medio de un rifirrafe protocolario que animó y sonrojó a la Puerta del Sol, que vivió algo así como una carga de los mamelucos, pero en cañí. 


Desde su llegada, Vitruvio pasa revista a cada una de las obras que siembran nuestra ciudad, incluidos los arreglos de fachadas. No podemos negar que es un profesional como la copa de un pino, pues cualquier otro, a su edad y siendo la primera vez que sale de la Península Itálica, estaría abanicándose en una hamaca. Sin embargo, él prefiere tomar el pulso arquitectónico a la ciudad y debo decir que lo encuentro más rejuvenecido que en las representaciones que existen de él en museos y palacios.  


A todo esto, los del cinefórum han convencido a Zoroastro para que haga de proyector y andan entretenidos haciendo pruebas. Por la noche los oigo quejarse de que, cuando nuestro Zaratustra se desdobla, las imágenes aparecen con rayas doradas y el sonido, en lugar de ser los diálogos de los personajes, son los pensamientos del persa. En este caldo de cultivo, Clara Campoamor y María Estuardo han abierto una casa de apuestas con el temita de a quién le va a tocar sustituir a Zoroastro. De momento por quien más pujan es por Vladimir Lenin, a quien no le hace gracia alguna permanecer flotando durante casi dos horas y permitir que de sus ojos salgan rayos con imágenes de alto contenido burgués.  Por eso ha dicho que tiene una cita importante en la estrella Canopo, aunque todos sabemos que eso no es cierto. Yo, para tranquilizarlo, le digo que acabarán dando con la fórmula para que todo salga perfecto con Zoroastro, pues a este le hace mucha ilusión proyectar la película y no sé si estaría dispuesto a que lo sustituyeran. 


Mientras estas cosas pasan, en el mundo ordinario cada vez se confunde más lo real con lo imaginario, no solo porque raro es el día que no surge una noticia acerca de la inteligencia artificial y sus hipotéticos peligros para la especie humana, sino porque suceden cosas como la coronación de Carlos III, cuya ceremonia me parece haberla visto en algunos libros de Lewis Carroll, o porque la esposa del presidente Petro me parece desobediente al discurso anticapitalista y antiimperialista de su marido, porque alterna con la reina de España tan pichi. 


Mientras ordeno unas carpetas, una corriente de aire me anuncia que Vitruvio me  observa en silencio. 

— ¿Qué tal está, Marco? Verá que esta casa es muy entretenida, si bien es cierto que no abundan personajes de su época — me atrevo a decirle. 

— La vida es igual en todas épocas. Las mismas pasiones, los mismos sentimientos… Cambia el envoltorio. Hablando de envoltorio, la arquitectura es una imitación de la naturaleza. De igual manera que los pájaros y las abejas construyen sus nidos y panales, los seres humanos edifican. Mis antepasados los griegos inventaron los órdenes arquitectónicos dando un sentido de la proporción en búsqueda constante de la chispa primigenia o de la geometría sagrada. Todo en la naturaleza participa de las mismas secuencias aritméticas y los números que las encarnan terminan fundiéndose en el uno. 

— Para mí el uno es el comienzo de algo, el loco del tarot, un arquetipo — intervengo.

— A esa unidad se llega por la conjunción del círculo y el cuadrado, que son los patrones geométricos que fundamentan el orden cósmico. Por tanto, domina Quintana, si aspira a transitar libre por este mundo y el que la espera, dibuje con su mente un cuadrado y un círculo y métase dentro. Un tal Da Vinci me lo copió; puede inspirarse en él. Eso será su isla, su zona en comunión con lo que a usted más le guste. 

— A mí me gusta el polvo de las estrellas — me apresuro a decirle.

— Pues polvo de estrella será porque todo cuanto existe, visible o invisible, forman las plantillas fundamentales para la vida en el universo.


Y yo, que soy obediente, me guarecí en el espacio que forman el círculo y el cuadrado de mi imaginación. Llegué a una isla;  en la de enfrente estaba Guilligan con el resto de náufragos. Y en mi ínsula comencé a danzar como los giróvagos y a hablar conmigo misma, desdoblada como Zoroastro. 


Por lo demás, desde la última vez que me dirigí a ustedes, la NASA nos ha deleitado estos días con imágenes de un agujero negro esparciendo un chorro de energía, cual fuelle de los que antes referí. Asimismo, se confirma que hay agua surcando las profundidades del globo terráqueo, la guerra sigue, los políticos también… ¿Y nosotros, cuándo expulsaremos el aire de nuestro fuelle? Mientras esto llega, les deseo que los pensamientos, palabras y acciones sean buenas, porque así hablaba Zaratustra. 


NOTAS: 

  • Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo, noticias de estos tiempos y de otros”, dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado el 7 de mayo de 2023.
  • Fotografía ©️Amparo Quintana. “La cuna” (c. 1949). José Horna diseñó y ensambló la pieza (madera tallada, red, cordón y argollas de metal) y Leonora Carrington la pintó al óleo. En el detalle que aparece en esta aquí, la artista muestra a Zoroastro dialogando con otras especies. Exposición “Leonora Carrington. Revelación”, Fundación Mapfre, Madrid, 24 de febrero de 2023.  
  • Música para acompañar: Tema principal de la serie “La isla de Guilligan, compuesta por Morton Stevens.

8 de marzo de 2023

Ocho de marzo

 


En Karlovy Vary sigue en pie la única estatua que recuerda que la antigua Checoslovaquia fue un país satélite de la Unión Soviética. Demolidas por su propia ley de memoria democrática aquellas imágenes que ensalzaban a los padres del socialismo y el comunismo, en esa apacible ciudad balnearia permanece la efigie de Carlos Marx. Se encuentra ubicada en un hermoso parque, junto al consulado ruso. Cuentan que la han respetado para homenajear su faceta de filósofo y economista, a la vez que supone un reconocimiento por haber sido uno de sus visitantes más ilustres, pues allí acudió varias veces a tomar aguas termales y, entre traguito y traguito del líquido elemento, redactó El Capital. 


Como es bien sabido, tuvo siete hijos reconocidos, seis con su mujer y otro con una criada a la que solo quiso para limpiar, encender la lumbre o hacer los guisos. Tampoco es desconocida su faceta conservadora y puritana que le llevó a prohibir la entrada en su casa a la mujer de Federico Engels, porque no estaban casados. 


Por su parte, Fidel Castro alardeó en vida de haber tenido unas 35.000 amantes. Millar arriba, millar abajo, lo cierto es que existen numerosos testimonios de mujeres afirmando haber pasado por el tálamo del barbudo de Sierra Maestra,  no siempre de manera voluntaria. En fin, igual que su compañero el Che u otros revolucionarios y libertadores, sean de izquierdas o de derechas, de los cinco continentes. 


Elena Poniatowska ha escrito mucho sobre las adelitas y soldaderas, esas mujeres que participaron en la revolución mexicana aunque los libros en los que hemos estudiado solo enmarcan los rostros de Pancho Villa o Emiliano Zapata, a pesar de que ellas desempeñaron un importante papel luchando, financiando y alimentando a los ejércitos, haciendo de espías, de enfermeras y de lo que se terciara durante la guerra.


Vivimos unos tiempos donde, a fuerza de simplificar, vemos solo la paja en el ojo ajeno y cierta opinión pública tiende a asociar la emancipación e igualdad de la mujer con las huestes llamadas progresistas, lo que en sí mismo no es del todo cierto. Lidia Falcón fundó el Partido Feminista de España a finales de los años setenta y en 2020 esta formación fue expulsada de Izquierda Unida por estar en desacuerdo con la llamada ‘ley trans’ que preparaba el gobierno. No comparto la opinión de la Sra. Falcón, pero tampoco soporto que se castigue la libertad de pensamiento y de expresión. Y eso fue lo que sucedió, según mi parecer. Por cierto, mi corazón está con las Alicias, Dianas, Pepas o Manolis que acuden al Registro Civil sin necesidad de dar explicaciones.  


— Toc, toc, toc — Golpean el armario y tras la puerta atisbo a Leonora Carrington con una joven. 

— Le presento a mi tocaya Eleanor Marx, que anda buscando a su padre por toda la galaxia. ¿Sabe usted si está aquí? 

— La tertulia de los filósofos es a las ocho, en la cocina; pero la de los economistas   no se hace hasta el mes que viene, porque andan de excursión por Bruselas. Ahora bien, su señor padre también frecuenta la de políticos y estadistas. Esos no tienen fecha ni hora fija, pues últimamente andan muy ajetreados con las entrevistas que les hace Diderot para la Nueva Enciclopedia. Pero tome asiento, por favor, que voy a echar un vistazo.  


Eleanor ha tenido la gentileza de hacerse visible ante mí con el rostro de Romola Garai, la actriz que encarnó su vida hace poco en el cine, lo que contribuye a hablarnos con familiaridad. Abre un bolsillo de su vestido y saca de él un ejemplar de Madame Bovary en inglés, la obra que tradujo ella. 


— Suelo viajar con este libro, porque de toda mi obra intelectual creo que es la que más huella ha dejado. 


La encuentro un poco triste y me aclara que muchos suicidas arrastran la melancolía eternamente. Mientras la Carrington nos lee el tarot, me va desgranando los pasajes más importantes de su vida terrenal. Fue una mujer fuerte que, según me dice, aguantó las infidelidades de su pareja en la creencia de que los revolucionarios no podían ser sentimentales ni celosos, esas flaquezas burguesas. Sus ideas la llevaron muy pronto a militar en organizaciones socialistas, ayudando a refugiados de la Comuna de París o interesándose por la cuestión irlandesa. Escritora, editora, pensadora, activista sindical y política, entre ella y El Capitán, como llama afectuosamente a Engels, ordenaron y clasificaron los escritos de Carlos Marx tras la muerte de este, para preservar su legado. También me habla de Helene Demuth, la doméstica cuyo hijo fue el secreto a voces de la familia.  


— A pesar de que El Capitán quiso darle su apellido, para proteger el matrimonio de mis padres, finalmente fue adoptado por una familia obrera de Londres. Eso sí, siempre tuvimos contacto y fuimos muy amigos. 


Sus manos se vuelven azuladas cada vez que las mueve, tal vez por el veneno que tomó para morir. Eligió esa salida cuando descubrió que su vida sentimental era una farsa al servicio de su compañero. Desarmada por los acontecimientos, enfrentada a sus propias ideas de libertad, cargó con una culpa que no era suya e hizo mutis. 


— Me vine abajo al verme apresada por aquellas cosas contra las que estaba luchando en la calle, en las asambleas, en las instituciones. Aborrecí la doble vida que llevaba mi pareja, lo sucio que jugó conmigo casándose a escondidas con otra.  De repente me dieron asco mis años junto a él, pero también me avergoncé de ser tan frágil ante el amor y pensé que el destino me trataba como mi padre había tratado a Helene. Por eso busco a mi progenitor; tememos que hablar largamente, pero me rehúye.  


Una duda me asalta mientras me habla y me pregunto cómo se han conocido Eleanor Marx y Leonora Carrington y esta, que es una verdadera maga, capaz de leer el pensamiento antes de que se forme en mis entrañas, me informa de que en los Pirineos, cerca del Baztán, hay un camino oculto a las personas vivas por el que transitan y se reúnen las almas de las mujeres indómitas, aquellas cuya patria es la libertad de pensamiento, lejos de etiquetas y clasificaciones, las que se ríen y cantan porque sí. 


Dedicado a las niñas iraníes en envenenadas por ir a la escuela.  Ellas también son protagonistas del 8M. 



NOTAS: 

  • Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo, noticias de estos tiempos y de otros”, dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado el 5 de marzo de 2023 y que puede escucharse aquí: https://www.ivoox.com/ellas-locas-un-homenaje-a-mujeres-atrevidas-audios-mp3_rf_104198797_1.html
  • Fotografía ©️Amparo Quintana. Metro de Madrid, 19 de febrero de 2023.  
  • Música para acompañar: “Dancing in the Dark”, versión de Downtown Boys, sobre el tema de Bruce Springsteen, para la banda sonora de la película “Miss Marx”. 

7 de febrero de 2023

Animal es quien tiene alma

 



Los cuernos de los rinocerontes se encogen. Y no es comer pasto en mal estado o por falta de calcio, sino porque la caza desmedida de estos animales desde principios del siglo XX, para hacerse con sus preciados apéndices, conlleva una presión ecológica en la especie, que ya está modificando su cuerpo. Investigadores de la Universidad de Cambridge han informado de este asunto, tras observar que los cuernos de rinoceronte han disminuido en tamaño década tras década desde hace cien años aproximadamente y apuntan que es una manera de evolución forzada que la especie está tomando para protegerse a sí misma. 


Por su parte, los cangrejos ermitaños demuestran unas dotes para la compra inmobiliaria muy superiores a las de algunos humanos. Como tienen que elegir bien la concha que van a habitar, que la puedan transportar todo el rato encima y, a la par, los proteja de corrientes marinas, depredadores, desecaciones si son cangrejos terrestres, etc. no adquieren lo primero que se encuentran o se tiran a una oferta sin más, no. Deben elegir la mejor casa posible, lo que les ha proporcionado unas capacidades cognitivas bastante apreciables. Por ejemplo, cuando estos animales encuentran una caracola interesante, lo primero que hacen es evaluarla con la vista, informándose de qué tipo es, su tamaño y color, que para eso los ermitaños son muy cuidadosos. Si al cangrejo le gusta lo que ve, se aproxima para hacer un mejor análisis. Con las patas explora su posible guarida por todos lados y la mide usando sus pinzas a modo de regla o compás.


Por si esto fuera poco, antes de mudarse a su nuevo hotel, lo limpian bien, dándole a la caracola todas las vueltas que sean necesarias hasta que salga la arena que pueda haber en el interior. Pero no crean que esas vueltas las dan a tontas y a locas, no. La tarea doméstica la desempeñan con metodología punta: si la caracola está boca arriba, las hacen girar en el sentido de las agujas del reloj, pues si las girasen en el otro sentido, la arena se iría al fondo de la espiral.


Como una de las tareas fundamentales de los científicos es ponerlo todo en duda, no hace mucho que decidieron chinchar un poco a estos animales tan simpáticos.  Para ello buscaron conchas cuya helicoide girara en sentido contrario (no hacia la derecha, como casi todas, sino hacia la izquierda). No tuvieron mas remedio que reconocer que los cangrejos ermitaños son inteligentes, porque les daban vueltas

en el sentido contrario a las agujas del reloj, sacando así la arena con éxito. 


Pero ahí no para la cosa, una vez impoluto el cascarón, nuestro cangrejo decide si el cambio merece la pena; es posible que, una vez dentro, no termine de convencerlos y regresen a su anterior domicilio. Y llegado a este punto, los investigadores han descubierto que los ermitaño poseen una buena memoria, pues recuerdan las conchas que ya han habitado o inspeccionado anteriormente, dado que pasan menos tiempo analizándolas en comparación con las nuevas.


Como casi todos saben, la palabra animal procede del latín animal-animalis, es decir, el ser dotado de soplo vital o respiración. Las civilizaciones antiguas (desde la griega a la hitita, pasando por la nipona) asociaban ese hálito vital al alma que dota de movimiento al cuerpo; de ahí que seamos seres animados.


Ser animal es algo que nos caracteriza a las personas, por lo que no comprendo cómo algunos de mis congéneres usan el maravilloso vocablo “animalista” para despreciar a quienes abogamos por los derechos de los animales. 


A principios de los años noventa subscribí una petición al Parlamento Europeo  para que se reconocieran legalmente diversos derechos a los grandes primates, esos primos casi hermanos nuestros. Era la primera vez que ‘algunos utópicos’ (así nos llamaban medios de comunicación de todo el espectro ideológico) hacíamos algo parecido. Gracias a este pequeño paso, poco a poco las legislaciones han ido incorporando normas de defensa de los animales, mayormente centradas en lo que algunos llaman mascotas y así, por ejemplo, en España ya es posible tener en cuenta a los hijos o hermanos de otra especie en caso de ruptura, separación o divorcio. 


Hace poco que hemos celebrado san Antón, como cada año. Es un gozo ver a perros, gatos, loros, tortugas, ovejas, peces, etc. asistir a misa o recibir en la calle una bendición bien merecida, pues los animales no solo hacen compañía, sino que enseñan a vivir.


— Ya tenia yo ganas de venir por aquí. 

Se me aparece a horcajadas en el sillón un señor con pinta de cuadro de Goya, a juzgar por su casaca y sus pantalones. 

— Me llamo Félix de Azara y estoy en su morada por invitación expresa del rey Carlos IV. 

— ¿Carlos IV? Aparte de Sissi y que yo sepa, en mi casa no se ha manifestado ningún espectro de la realeza. Pero la emperatriz de Austria lleva conmigo muchísimos años, desde que nos encontramos en Villaricos comprando tomates y nos tratamos como amigas. 

— El rey no ha venido nunca, pero me ha indicado que tiene usted aquí alojado a un buen número de personalidades y estoy buscando a un tal Darwin. 

— El tal Darwin desayuna y cena de lunes a viernes, porque anda ahora muy atareado midiendo las huevas de los centollos. Algunos domingos expone en el salón sus descubrimientos a otros colegas naturalistas.  

— Perfecto. Me alojaré aquí, pues ardo en deseos de hablar con él. 


Pronto se arremolinaron junto al nuevo huésped otros fantasmitas curiosos, incluidos Benito, mi querido hámster, lo que fue aprovechado por Voltaire para deshacerse elegantemente del acoso al que le somete una Mata-Hari más desbocada que de costumbre.


Mientras llega Darwin, Carolina Coronado obsequia al nuevo con uno de sus poemas, que es la forma indirecta de pedirme que le ofrezca algo de beber o comer a tan apuesto caballero. Pero resulta que don Félix pertenece a una clase de espíritus que se toman muy en serio su naturaleza etérea y se jactan de haber superado los deseos y necesidades mortales. 


Terminados los juegos florales, nos enteramos que este brigadier de la Armada no fue un militar cualquiera, sino que, aprovechando su estancia de veintiún años en Sudamérica, realizó el primer estudio de la flora y de la fauna de lo que hoy lamamos Paraguay y Uruguay. Sus trabajos científicos los publicaría a principios del siglo XIX en Madrid y París. En ellos corrigió las clasificaciones naturalistas del conde de  Buffon y se adelantó en medio siglo a las observaciones que llevaron a Darwin a elaborar su teorías sobre el origen de las especies.


— Quiero por tanto, abrazar a mi colega inglés y ponerme a su disposición para colaborar en cuanto sea menester. No he venido en son de reivindicación, sino de paz. 


Hermosas palabras que me sirven para recordarles a mis afectuosas apariciones que acabamos de celebrar juntos el Día Europeo de la Mediación y agradecerles que se hayan acercado a rendir homenaje al gigante guipuzcoano, que en vida fue cosificado como todavía algunos cosifican a los animales. Sus intervenciones en el cinefórum de conflictos salieron por mi boca. 


Por lo demás, en mi país siguen sin rectificar ni dimitir quienes deberían. Y mientras tanto, no puedo ni llamarles animales, porque no estoy muy segura de que tengan alma. 



NOTAS: 

  • Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo, noticias de estos tiempos y de otros”, dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado el 22 de enero de 2023 y que puede escucharse aquí: https://www.ivoox.com/ermitanos-metaversos-barqueros-no-van-a-audios-mp3_rf_102718715_1.html
  • Fotografía ©️Amparo Quintana. Quinta de la Fuente del Berro. Madrid, 17 de septiembre de 2021. 
  • Música para acompañar: “El hombre puso nombre a los animales”, versión de Javier Krahe, Joaquin Sabina, Alberto Perez y Antonio Sánchez sobre la celebérrima “Man Gave Names to All the Animals”, de Bob Dylan. 

28 de septiembre de 2022

Mi reina no es de este mundo o cómo avanza el tiempo

 



Sabido es por todos que el tiempo avanza y, aunque a algunas nos encantaría poseer una manivela para detenerlo o hacerlo retroceder a nuestro antojo, lo cierto es que la flecha del tiempo va hacia delante desde que sale del arco universal. A veces me imagino que hay un dios común que suelta una saeta que viaja eternamente y jamás hace diana. Algunos científicos nos han explicado que esto deriva directamente de una de la segunda ley de la termodinámica, es decir aquella que mantiene que las partículas de los sistemas físicos tienden a aumentar su aleatoriedad, pasando del orden al desorden. Y es en este caos donde surge el ansia del tiempo por avanzar, porque cuanto más desordenado se vuelve un sistema, más difícil le resulta encontrar el camino de vuelta a un estado ordenado, como mucha gente en una noche de farra, que a veces no recuerda cómo han llegado a ciertos lugares ni dónde dejó el coche; o yo misma por la calle Preciados en época navideña, que voy caminando en una sola dirección ansiando salir de la muchedumbre. 


Por su parte, otros investigadores acaban de decirnos que, efectivamente, ahora los días son más cortos, el eje de la Tierra ha cambiado ligeramente y nuestro reloj  común va un poco adelantado respecto a la pauta que había hasta este momento.  Lo cierto es que ya lo sospechábamos, por lo poco que nos cunde a veces y lo rápido que pasan las semanas y los años; pero aquellos que necesitan el refrendo científico para todo cuanto les circunda se habrán quedado mucho más tranquilos.


Ahora bien, si pongo las dos noticias en relación, ¿podemos concluir que vivimos acelerados porque hay mucho más caos y tenemos una necesidad imperiosa de salir de allí a toda costa? Parece la maldición de Dios a Caín: “errante y vagabundo serás en la tierra” (Gn. 4, 12).


Hablando de otra cosa, pero que también tiene que ver con el tiempo, no eñe si se han enterado de que la reina Isabel II del Reino Unido e Irlanda del Norte ha fallecido hace unos días. Tras ella también se nos han ido Jean Luc Godard e Irene Papas, nivel internacional, y Javier Marías en la piel de toro. Mis amigos espectrales han hecho una porra para averiguar quién de ellos será el primero en venir a mi casa. Hasta el momento, van empatadas la monarca y la actriz, hasta el punto de que mi buena Sissi volará un día de estos hacia su tocaya para invitarla a tomar el té cualquier tarde. Así que voy a ensayar bien cómo hacer unos ricos emparedados de pepino, para agasajarla convenientemente el día que le dé por venir.


— Ejem, ejem, ejem… — carraspea alguien a mi espalda. Me vuelvo y aparece ante mí Oliver Cromwell. Lo reconozco porque se ha puesto la careta de Richard Harris, cuya interpretación del político inglés me subyugó tanto en la infancia, cuando vi la película, que desde entonces asocio al republicano con el actor; no lo puedo remediar. 

— Cuánto honor, señor Cromwell. Jamás imaginé que acabara usted paseándose por aquí. 

— Mire, entre permanecer como un pasmarote en la esquina del Parlamento y darme una vuelta por el mundo, prefiero esto último. Además, en los últimos días las palomas andan muy revueltas en Londres y me ensucian sin parar. Por favor, si pudiera presentarme a la colonia británica que alberga usted en su casa, se lo agradecería.  


Y le llevo a un rincón donde ahora conversan dos físicos cuánticos con Guillermo de Ochkam y Francis Bacon. Le explico al recién llegado que Hobbes no está porque anda por el Camino de Santiago con Rousseau y María de Molina, lo que no parece hacerle mucha gracia, pues me da la impresión de que en realidad ha venido buscándolo a él. 


— Tenga en cuenta, don Oliverio, que en el estado etéreo en que se encuentran ustedes  yo no puedo retener a nadie. Seguro que regresa pronto.

— ¿Admite usted a gente de la realeza? — me espeta de repente. 

— Yo no prohíbo la entrada a nadie y, de hecho, una de mis mejores amigas fue emperatriz de Austria. Libertaria, pero emperatriz. Y ahora soy fan de la reina Camila, pero esta vive aún, así que no la verá por aquí.  

— La emperatriz es encantadora, amigo. Hasta yo he caído rendido ante ella; lástima que no soy su tipo y no me quiere ni para jugar al ajedrez. Me presento,  me llamo Leon Trostki, pero puedes llamarme Leo, como hacen casi todos.  


Poco a poco, Cromwell se va integrando y abriendo; hasta cuenta chistes sobre pastores protestantes que, salvo Valle Inclán, nadie entiende. Me gusta tenerlo entre mis fantasmas, porque en cierta forma encarna el espíritu contradictorio de la humanidad. Alabado por unos, denostado por otros, disolvió un parlamento que desde el siglo XIX cuenta con su estatua en lugar prominente, frente al busto del rey Carlos I, que fue ejecutado bajo su mandato. Abolió la monarquía y esa misma monarquía lo asume como parte integrante de su propia historia, sin rechistar ni tapar la memoria; sin escandalizarse ni mirar para otro lado, porque quien no asume sus derrotas está abocado a no saber ganar.


A Isabel II le ha sucedido su hijo Carlos, que a priori no cuenta con los mismos piropos dedicados a su madre. La ceremonia de proclamación del nuevo rey tuvo para mí una importancia capital, llena de trascendencia jurídica a través de los símbolos y las fórmulas de aceptación y juramento. El monarca asume un compromiso directo con los ciudadanos, las instituciones y los territorios del Reino Unido. Se trata de un pacto no solo político, sino casi espiritual y es probable que, por eso mismo, hasta  los republicanos británicos sientan la corona como un emblema de su país, la vitola que envuelve su Estado, el bizcocho que esconden las capas de chantilly de una tarta. 


Y sin salir de Inglaterra, pienso en las abejas que habitan los jardines de Buckingham, a quienes el apicultor real (un señor de setenta y nueve años) les ha explicado que su ama ha muerto y que deben producir miel para el nuevo rey, a quien han de respetar. Va de colmena en colmena susurrándoles el nombre del nuevo soberano, para que estén informadas y evitar sorpresas y sustos; para que no hinquen su aguijón en la carne de los nuevos inquilinos del palacio de su pensil.  


Por lo demás, vivimos tiempos de avances y hallazgos porque acaba de descubrirse en Pontevedra un nuevo mineral. Lo han bautizado con el nombre de ermenoíta y se trata de un fosfato de aluminio de color casi blanco cuyas utilidades están aún por desarrollar. También los astrofísicos andan a vueltas con cambios raros en ciertas órbitas de cuerpos celestes, lo que demuestra que nada es tan inamovible y estable como aparece en los tratados y nos dictan las aulas. 


Mientras tanto, una nueva investigación nos avisa de que las ballenas jorobadas del Pacífico Sur están conectadas entre sí a través de una misma canción. Como lo oyen: cetáceos cantantes. En una distancia de más de 14.000 kilómetros, los investigadores han escuchado a las ballenas jorobadas intercambiando los mismos hits parades. Esto es así porque, durante la temporada de reproducción, los machos de esta especie entonan canciones de apareamiento tan complejas como el jazz, a juicio de los observadores. Cada colonia de ellas tiene un coro de vocalizaciones ligeramente diferente, lo que las distingue y caracteriza como a nosotros nos puede definir un acento o un dialecto. Sin embargo, de vez en cuando, una población de jorobadas experimenta una revolución musical y todos los temas que cantan se reemplazan por otros nuevos, aprendidos durante sus viajes migratorios. 


Como vemos, la flecha del tiempo va hacia adelante, tanto en el océano como en tierra firme y en los jardines de Buckingham. Tal vez por eso, en el caos de Windsor ha surgido la reina Camila, la prudente. Vaya para ella, para las abejas reales y para las ballenas cantantes mi más sincera admiración.



NOTAS: 

  • Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo, noticias de estos tiempos y de otros”, dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado el 25 de septiembre de 2022.
  • Fotografía ©️Amparo Quintana. Madrid, 12 de agosto de 2022. 
  • Música para acompañar: “Killer Queen”, de Freddie Mercury, interpretada por Queen. 

7 de abril de 2022

Las magdalenas no van a la guerra

 


No sé si son ustedes nostálgicos y ni siquiera sé si hoy es tiempo de andar con nostalgias, dada la vertiginosa velocidad con que cambia el mundo de un día para otro. Puedo imaginarme a un maestro, una doctora, varios estudiantes o al lechero de cualquier localidad realizando sus rutinas en una mañana fresca de finales de invierno y adentrarse en la primavera siete u ocho días después con la casa derruida, la escuela hecha añicos, su café favorito entre escombros o en la más absoluta soledad por haber perdido a quien lo cuidaba. Me pregunto si esas personas, sabedoras de que son el rompeolas donde azotan las aguas del mal en estado puro, añoran su vida de antes o solo pueden ir sorteando los desperfectos que las bombas, los disparos, los cortes de suministro y docenas de fechorías más van intoxicando sus entrañas a medida que el paisaje cambia y la vida se vuelve para ellas un páramo cuyo horizonte está muy lejos. Tal vez solo les queda vivir al día sin poder plantearse siquiera un ápice de morriña por sus animales, sus fotos, sus trofeos, esos recuerdos que, aunque habiten en algún lóbulo de nuestro cerebro, acaban yéndose cuando el corazón sangra de dolor. 


La última vez que sentí nostalgia fue en el invierno de 1969, echando en falta la familia que éramos pocos meses antes. Recuerdo que a través de mis gafas infantiles buscaba espacios seguros, imágenes afines al tiempo que fue y ya no volvería. Me empeñaba en tararear las felices canciones del verano y en conjurar la tristeza, esa invisible tristeza de los niños, dedicándome con ahínco a las cosas que me hacían sentir mejor, que me permitían conectar con mi mundo. Creo que ahí nació mi fascinación consciente por el cosmos. Desde entonces no he vuelto a tener nostalgia de nada y por eso me imagino que quienes sufren por algo que no han decidido ellos, como son las víctimas de una guerra, de cualquier guerra, en algún momento se deshacen de ese estado de soledad que es la añoranza, para poder tirar hacia adelante, pase lo que pase.  


Sin embargo, lo que sí experimento a menudo es la alegría contenida por un aroma, una melodía o un objeto remoto que aparece cuando menos lo esperas. 


— Eso es mi magdalena, señora mía — me dice un Marcel Proust que emerge de debajo de la mesa, donde permanece en huelga de hambre desde que Putin invadió Ucrania. 

— ¿Qué hace usted espiando lo que escribo?

— Los creadores no espiamos, Quintana; los creadores nos nutrimos de cuanto se extiende a nuestro alrededor para imaginar eso que usted llama “mundos paralelos”.

— No me negará que usted y sus colegas viven en un mundo paralelo al mío…

— ¡Calle, señora, por el amor de Dios! ¿Acaso piensa usted que está tocada de la gracia divina de habitar donde quiera? Su mundo es el mismo que el mío, poblado de sentimientos e ideas, donde los unos embisten a las otras y ganan y pierden alternativamente. 


Como usa un tono alterado, enfadado, cambio de tercio y le pregunto cómo lleva la huelga de hambre… 


— Haciendo honor a mi quinto nombre, podemos decir que la llevo marcialmente, sin aspavientos. Y no será porque sus amigos del siglo XVIII, la mayoría compatriotas míos, me tocan las narices de vez en cuando asando manjares y cociendo bizcochos…


Hablar con Proust es siempre un ejercicio de esgrima en el que él quiere ganar a toda costa. Desde que llegó a mi casa, el negociado de matemáticos anda engatusándolo para llevarlo a su terreno, tratando de aliviar un poco su mal genio. Ayer, sin ir más lejos, le prepararon una conferencia ilustrativa para demostrarle que las magdalenas por él añoradas (y tan frecuentes hoy como metáfora) beben de la mismas leyes que configuran los poliedros flexibles. Tendrían que haber visto a Raoul Bricard sacando de la nada sus octaedros y mostrando cómo algunas de sus caras se cortan entre sí, lo que permite que sean figuras articuladas formadas solo por aristas, que no se deforman, siendo este el principio que une sus poliedros con las esponjosas magdalenas que se mojan en café con leche.  


Esto me lleva a otra noticia de impacto, como es que en la Bienal de Venecia de este año presentará sus obras la primera artista humanoide. Se llama Ai-Da y compone poemas, realiza pinturas, esculturas, concede entrevistas y, además, se inspira en los más altos referentes culturales. Su propio nombre es un homenaje a Ada Lovelace, una matemática considerada la primera programadora de ordenadores, única hija legítima de Lord Byron. 


— Byron no está hoy; se ha enamorado de una camarera que conoció el día del baile en la calle con la señora Carrà — me avisa Kavafis —. ¡¡Pero a mí me interesa saber qué tipo de poesía hace ese artefacto!! Iré a Venecia, iremos todos allá y nos sentaremos a su alrededor — masculla entornando los ojos, como si quisiera ahogar su entusiasmo. 


Le explico a él que en unas declaraciones a la prensa, Ai-Da afirmó no tener sentimientos, pero reconoció la paradoja de que sean estos los que impulsan su arte, aunque sean los sentimientos ajenos.  


Diderot y los suyos escriben sin cesar para su Nueva Enciclopedia y se apuntan a ese viaje a la Bienal. La existencia de la androide les plantea importantes interrogantes filosóficos, como qué caracteriza la creatividad y el lenguaje humano, o si puede un robot crear arte por sí mismo. 


Reconozco que mi casa, esta primavera, está muy animada, sobre todo porque no paran de suceder cosas que pueden cambiar las leyes humanas y hasta las naturales. Así, por ejemplo, se acaba de descubrir una bacteria que puede observarse a simple vista y que ha sido identificada en el Caribe por un equipo internacional de investigadores. Se trata de una auténtica superbacteria de casi un centímetro de longitud, lo que contradice la definición clásica de los microbios, cuando nos decían que solo eran visibles al microscopio. La han bautizado con el nombre de “Thiomargarita magnifica” y su hallazgo, para mí, demuestra que nada hay más inseguro que esa seguridad científica a la que recurren algunos cuando carecen de argumentos sólidos para fundamentar por qué se cierra un hospital homeopático o por qué desaparece la filosofía en la enseñanza secundaria. El mundo nunca fue cartesiano, por más que se empeñara Descartes, y ni siquiera el alma está separada del cuerpo. Ciencias y letras van de la mano, como siempre demostraron los verdaderos sabios, desde el mundo clásico hasta la Ilustración, pasando por el Renacimiento. 


Esta idea global y holística de las cosas entronca, en cierta forma, con el pampsiquismo, una teoría que sostiene que la conciencia no es exclusiva de los seres humanos, pues impregna todo el universo y es un rasgo fundamental de la realidad. En esta corriente se zambulleron Platón, Aristóteles, Giordano Bruno, Spinoza o Leibniz, por citar solo unos cuantos.  


Según el pampsiquismo, la conciencia está en todo el universo y es una característica fundamental del mismo. Pero eso no significa que todo sea ‘consciente', sino que los elementos de construcción esenciales del universo, como pueden ser los quarks y los electrones, tienen formas de experiencia. No es que un plato o un armario sean conscientes, sino que las diminutas partículas elementales de las que están hechos tienen algún tipo de experiencia aunque sea rudimentaria. 


Por eso, en un mundo en que los androides pueden ser artistas y un algoritmo danés ya traduce el significado de los gruñidos de los cerdos, es fácil entender que mis electrones experimenten la misma desolación, repulsa y rechazo que las partículas que conforman una antena de radio en Kiev. 


En 1205, un joven llamado Giovanni di Pietro Bernardone desertaba del ejército al no querer combatir contra las tropas germanas. Camino de la Puglia  para luchar en nombre del Papa, desertó cuando oyó un eco que le empujaba a regresar a su ciudad natal, Asís. 


Con el deseo de que muchas personas escuchen ese eco y cese la guerra a la que son enviadas, mis pensamientos están con quienes sufren los desmanes de unos conflictos que no han ocasionado ellos, estén en un bando u otro.  


NOTAS: 

  • Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo, noticias de estos tiempos y de otros”, dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado el 6 de abril de 2022 y correspondiente a este mismo mes.
  • Fotografía ©️Amparo Quintana. Sdei Trumot, Beit She'an (Israel), 11 de agosto de 2019.
  • Música para acompañar: “Ill follow him”, de Marcel Pourcell y Paul Mauriat. Arreglos: Pedro Vilarroig. Interpretada por la orquesta y coro de “Voces para la Paz”, dirigidos por Félix Redondo.