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8 de mayo de 2023

Palabras, pensamientos y acciones o los fuelles de la historia

 


Luis Rojas Marcos suele decir que es bueno hablar consigo mismo porque, lejos de cuanto algunos sostenían hace tiempo, hablar solos no es sinónimo de locura, sino que puede librarnos de ella. Si bien casi todos reconocemos haber hablado con nuestro yo invisible durante la infancia, son pocos los que dicen hacerlo a la edad adulta y, sinceramente, reflexionando de cara a escribir esto, por un instante pensé que esta servidora no hablaba sola, salvo algunas regañinas que de vez en cuando me dedico. Ahora bien, ¿qué entendemos por hablar solos? Si lo circunscribimos a una especie de mesa redonda o tertulia con nosotros desdoblados, va a ser difícil llevarlo a cabo, pero si en esa ecuación tiene cabida lo que pensamos, lo que escribimos, lo que bailamos cuando estamos a solas o los gestos que hacemos frente al espejo, entonces resulta que, yo al menos, no paro de parlotear con mi entidad personal. 


Quizá la comunicación sea de aquellas cosas que nos mantienen cuerdos. Si no tenemos interlocutores físicos, nuestra voz interior se proyecta hacia el infinito y entra en diálogo con la mente que la alberga, rebotando a veces en animales, plantas u objetos, con quienes somos capaces de mantener charlas circulares,. Ríanse si quieren, pero yo he llegado a saber que un cuadro me pedía un cambio de lugar y muchas noches, cuando apago la cocina, el exuberante pothos que vive en ella me da un beso lanzándome el agüilla de sus hojas. Estoy segura de que muchos de ustedes, al oír esto, pensarán que he perdido el oremus y encontrarán más de una respuesta lógica o bienpensada a estas cosas. No importa; son libres de seguir creyendo en la dicotomía entre cuerpo y espíritu, día y noche, ciencia y religión. Yo lo respeto. 


Con apenas diez años vi la película “El niño salvaje”, de François Truffaut, que me provocó una tremenda fascinación por la historia que contaba y sembró para siempre mi curiosidad por las vías a través de las cuales somos capaces de aprender. Soy de un tiempo en el que aún circulaba la frase “la letra con sangre entra”, aunque ni en el colegio ni en la familia me dedicaron castigos físicos o humillaciones si fallaba en algo; es justo reconocerlo. Ese refrán, junto al de “quien bien te quiere te hará llorar”, me permití arrumbarlos en el foso de las mentiras, donde todavía siguen.


Esas letras que entraron en mí sin sufrimiento alguno me acompañan desde que tengo memoria. Nebrija escribió en su ‘Gramática’ que “entre todas las cosas que por experiencia los ombres hallaron o por revelación divina nos fueron demostradas para polir e adornar la vida umana, ninguna otra fue tan necessaria ni que mayores provechos nos acarreasse que la invención de las letras”. Me pregunto cómo serían los primeros humanos a quienes se les ocurrió trasladar a grafemas conceptos concretos y abstractos. Tampoco sé si eso surgió como pasatiempo o fue buscado por necesidad, pero con ello facilitaron la transmisión del conocimiento y estoy segura de que, sin letras, el mundo sería mucho peor.


Los romanos escribían y leían en casi todas las clases sociales, sin distinción de sexos.  La Alta Edad Media supuso un retroceso en este punto, recluyéndose las letras en el clero y otros estamentos. La historia de la humanidad es un fuelle que a veces se hincha para absorber aire y otras lo expulsa para avivar el fuego; si vivimos en fase de expulsión, es probable que coincidamos con una etapa de prosperidad en el más amplio sentido de la palabra; pero si nos toca lo otro, el pensamiento se sumirá en una larga noche. En la actualidad, creo que estamos sin fuelle, pues ni absorbe suficiente aire ni lo expulsa como debe. Seguramente será una etapa de transición, como cuando cayó el Imperio romano o desapareció el austrohúngaro. 


Con la llegada de la primavera, la sección cinéfila de mis compañeros de piso está programando un cinefórum diseñado a partir de las ideas contenidas en las páginas número 3 de un centenar de libros elegidos al azar. Para San Isidro pondrán “El vientre del arquitecto” y al coloquio han invitado al mismísimo Marco Vitruvio Polión, que llegó a los Madriles el pasado día 2, en medio de un rifirrafe protocolario que animó y sonrojó a la Puerta del Sol, que vivió algo así como una carga de los mamelucos, pero en cañí. 


Desde su llegada, Vitruvio pasa revista a cada una de las obras que siembran nuestra ciudad, incluidos los arreglos de fachadas. No podemos negar que es un profesional como la copa de un pino, pues cualquier otro, a su edad y siendo la primera vez que sale de la Península Itálica, estaría abanicándose en una hamaca. Sin embargo, él prefiere tomar el pulso arquitectónico a la ciudad y debo decir que lo encuentro más rejuvenecido que en las representaciones que existen de él en museos y palacios.  


A todo esto, los del cinefórum han convencido a Zoroastro para que haga de proyector y andan entretenidos haciendo pruebas. Por la noche los oigo quejarse de que, cuando nuestro Zaratustra se desdobla, las imágenes aparecen con rayas doradas y el sonido, en lugar de ser los diálogos de los personajes, son los pensamientos del persa. En este caldo de cultivo, Clara Campoamor y María Estuardo han abierto una casa de apuestas con el temita de a quién le va a tocar sustituir a Zoroastro. De momento por quien más pujan es por Vladimir Lenin, a quien no le hace gracia alguna permanecer flotando durante casi dos horas y permitir que de sus ojos salgan rayos con imágenes de alto contenido burgués.  Por eso ha dicho que tiene una cita importante en la estrella Canopo, aunque todos sabemos que eso no es cierto. Yo, para tranquilizarlo, le digo que acabarán dando con la fórmula para que todo salga perfecto con Zoroastro, pues a este le hace mucha ilusión proyectar la película y no sé si estaría dispuesto a que lo sustituyeran. 


Mientras estas cosas pasan, en el mundo ordinario cada vez se confunde más lo real con lo imaginario, no solo porque raro es el día que no surge una noticia acerca de la inteligencia artificial y sus hipotéticos peligros para la especie humana, sino porque suceden cosas como la coronación de Carlos III, cuya ceremonia me parece haberla visto en algunos libros de Lewis Carroll, o porque la esposa del presidente Petro me parece desobediente al discurso anticapitalista y antiimperialista de su marido, porque alterna con la reina de España tan pichi. 


Mientras ordeno unas carpetas, una corriente de aire me anuncia que Vitruvio me  observa en silencio. 

— ¿Qué tal está, Marco? Verá que esta casa es muy entretenida, si bien es cierto que no abundan personajes de su época — me atrevo a decirle. 

— La vida es igual en todas épocas. Las mismas pasiones, los mismos sentimientos… Cambia el envoltorio. Hablando de envoltorio, la arquitectura es una imitación de la naturaleza. De igual manera que los pájaros y las abejas construyen sus nidos y panales, los seres humanos edifican. Mis antepasados los griegos inventaron los órdenes arquitectónicos dando un sentido de la proporción en búsqueda constante de la chispa primigenia o de la geometría sagrada. Todo en la naturaleza participa de las mismas secuencias aritméticas y los números que las encarnan terminan fundiéndose en el uno. 

— Para mí el uno es el comienzo de algo, el loco del tarot, un arquetipo — intervengo.

— A esa unidad se llega por la conjunción del círculo y el cuadrado, que son los patrones geométricos que fundamentan el orden cósmico. Por tanto, domina Quintana, si aspira a transitar libre por este mundo y el que la espera, dibuje con su mente un cuadrado y un círculo y métase dentro. Un tal Da Vinci me lo copió; puede inspirarse en él. Eso será su isla, su zona en comunión con lo que a usted más le guste. 

— A mí me gusta el polvo de las estrellas — me apresuro a decirle.

— Pues polvo de estrella será porque todo cuanto existe, visible o invisible, forman las plantillas fundamentales para la vida en el universo.


Y yo, que soy obediente, me guarecí en el espacio que forman el círculo y el cuadrado de mi imaginación. Llegué a una isla;  en la de enfrente estaba Guilligan con el resto de náufragos. Y en mi ínsula comencé a danzar como los giróvagos y a hablar conmigo misma, desdoblada como Zoroastro. 


Por lo demás, desde la última vez que me dirigí a ustedes, la NASA nos ha deleitado estos días con imágenes de un agujero negro esparciendo un chorro de energía, cual fuelle de los que antes referí. Asimismo, se confirma que hay agua surcando las profundidades del globo terráqueo, la guerra sigue, los políticos también… ¿Y nosotros, cuándo expulsaremos el aire de nuestro fuelle? Mientras esto llega, les deseo que los pensamientos, palabras y acciones sean buenas, porque así hablaba Zaratustra. 


NOTAS: 

  • Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo, noticias de estos tiempos y de otros”, dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado el 7 de mayo de 2023.
  • Fotografía ©️Amparo Quintana. “La cuna” (c. 1949). José Horna diseñó y ensambló la pieza (madera tallada, red, cordón y argollas de metal) y Leonora Carrington la pintó al óleo. En el detalle que aparece en esta aquí, la artista muestra a Zoroastro dialogando con otras especies. Exposición “Leonora Carrington. Revelación”, Fundación Mapfre, Madrid, 24 de febrero de 2023.  
  • Música para acompañar: Tema principal de la serie “La isla de Guilligan, compuesta por Morton Stevens.

28 de septiembre de 2022

Mi reina no es de este mundo o cómo avanza el tiempo

 



Sabido es por todos que el tiempo avanza y, aunque a algunas nos encantaría poseer una manivela para detenerlo o hacerlo retroceder a nuestro antojo, lo cierto es que la flecha del tiempo va hacia delante desde que sale del arco universal. A veces me imagino que hay un dios común que suelta una saeta que viaja eternamente y jamás hace diana. Algunos científicos nos han explicado que esto deriva directamente de una de la segunda ley de la termodinámica, es decir aquella que mantiene que las partículas de los sistemas físicos tienden a aumentar su aleatoriedad, pasando del orden al desorden. Y es en este caos donde surge el ansia del tiempo por avanzar, porque cuanto más desordenado se vuelve un sistema, más difícil le resulta encontrar el camino de vuelta a un estado ordenado, como mucha gente en una noche de farra, que a veces no recuerda cómo han llegado a ciertos lugares ni dónde dejó el coche; o yo misma por la calle Preciados en época navideña, que voy caminando en una sola dirección ansiando salir de la muchedumbre. 


Por su parte, otros investigadores acaban de decirnos que, efectivamente, ahora los días son más cortos, el eje de la Tierra ha cambiado ligeramente y nuestro reloj  común va un poco adelantado respecto a la pauta que había hasta este momento.  Lo cierto es que ya lo sospechábamos, por lo poco que nos cunde a veces y lo rápido que pasan las semanas y los años; pero aquellos que necesitan el refrendo científico para todo cuanto les circunda se habrán quedado mucho más tranquilos.


Ahora bien, si pongo las dos noticias en relación, ¿podemos concluir que vivimos acelerados porque hay mucho más caos y tenemos una necesidad imperiosa de salir de allí a toda costa? Parece la maldición de Dios a Caín: “errante y vagabundo serás en la tierra” (Gn. 4, 12).


Hablando de otra cosa, pero que también tiene que ver con el tiempo, no eñe si se han enterado de que la reina Isabel II del Reino Unido e Irlanda del Norte ha fallecido hace unos días. Tras ella también se nos han ido Jean Luc Godard e Irene Papas, nivel internacional, y Javier Marías en la piel de toro. Mis amigos espectrales han hecho una porra para averiguar quién de ellos será el primero en venir a mi casa. Hasta el momento, van empatadas la monarca y la actriz, hasta el punto de que mi buena Sissi volará un día de estos hacia su tocaya para invitarla a tomar el té cualquier tarde. Así que voy a ensayar bien cómo hacer unos ricos emparedados de pepino, para agasajarla convenientemente el día que le dé por venir.


— Ejem, ejem, ejem… — carraspea alguien a mi espalda. Me vuelvo y aparece ante mí Oliver Cromwell. Lo reconozco porque se ha puesto la careta de Richard Harris, cuya interpretación del político inglés me subyugó tanto en la infancia, cuando vi la película, que desde entonces asocio al republicano con el actor; no lo puedo remediar. 

— Cuánto honor, señor Cromwell. Jamás imaginé que acabara usted paseándose por aquí. 

— Mire, entre permanecer como un pasmarote en la esquina del Parlamento y darme una vuelta por el mundo, prefiero esto último. Además, en los últimos días las palomas andan muy revueltas en Londres y me ensucian sin parar. Por favor, si pudiera presentarme a la colonia británica que alberga usted en su casa, se lo agradecería.  


Y le llevo a un rincón donde ahora conversan dos físicos cuánticos con Guillermo de Ochkam y Francis Bacon. Le explico al recién llegado que Hobbes no está porque anda por el Camino de Santiago con Rousseau y María de Molina, lo que no parece hacerle mucha gracia, pues me da la impresión de que en realidad ha venido buscándolo a él. 


— Tenga en cuenta, don Oliverio, que en el estado etéreo en que se encuentran ustedes  yo no puedo retener a nadie. Seguro que regresa pronto.

— ¿Admite usted a gente de la realeza? — me espeta de repente. 

— Yo no prohíbo la entrada a nadie y, de hecho, una de mis mejores amigas fue emperatriz de Austria. Libertaria, pero emperatriz. Y ahora soy fan de la reina Camila, pero esta vive aún, así que no la verá por aquí.  

— La emperatriz es encantadora, amigo. Hasta yo he caído rendido ante ella; lástima que no soy su tipo y no me quiere ni para jugar al ajedrez. Me presento,  me llamo Leon Trostki, pero puedes llamarme Leo, como hacen casi todos.  


Poco a poco, Cromwell se va integrando y abriendo; hasta cuenta chistes sobre pastores protestantes que, salvo Valle Inclán, nadie entiende. Me gusta tenerlo entre mis fantasmas, porque en cierta forma encarna el espíritu contradictorio de la humanidad. Alabado por unos, denostado por otros, disolvió un parlamento que desde el siglo XIX cuenta con su estatua en lugar prominente, frente al busto del rey Carlos I, que fue ejecutado bajo su mandato. Abolió la monarquía y esa misma monarquía lo asume como parte integrante de su propia historia, sin rechistar ni tapar la memoria; sin escandalizarse ni mirar para otro lado, porque quien no asume sus derrotas está abocado a no saber ganar.


A Isabel II le ha sucedido su hijo Carlos, que a priori no cuenta con los mismos piropos dedicados a su madre. La ceremonia de proclamación del nuevo rey tuvo para mí una importancia capital, llena de trascendencia jurídica a través de los símbolos y las fórmulas de aceptación y juramento. El monarca asume un compromiso directo con los ciudadanos, las instituciones y los territorios del Reino Unido. Se trata de un pacto no solo político, sino casi espiritual y es probable que, por eso mismo, hasta  los republicanos británicos sientan la corona como un emblema de su país, la vitola que envuelve su Estado, el bizcocho que esconden las capas de chantilly de una tarta. 


Y sin salir de Inglaterra, pienso en las abejas que habitan los jardines de Buckingham, a quienes el apicultor real (un señor de setenta y nueve años) les ha explicado que su ama ha muerto y que deben producir miel para el nuevo rey, a quien han de respetar. Va de colmena en colmena susurrándoles el nombre del nuevo soberano, para que estén informadas y evitar sorpresas y sustos; para que no hinquen su aguijón en la carne de los nuevos inquilinos del palacio de su pensil.  


Por lo demás, vivimos tiempos de avances y hallazgos porque acaba de descubrirse en Pontevedra un nuevo mineral. Lo han bautizado con el nombre de ermenoíta y se trata de un fosfato de aluminio de color casi blanco cuyas utilidades están aún por desarrollar. También los astrofísicos andan a vueltas con cambios raros en ciertas órbitas de cuerpos celestes, lo que demuestra que nada es tan inamovible y estable como aparece en los tratados y nos dictan las aulas. 


Mientras tanto, una nueva investigación nos avisa de que las ballenas jorobadas del Pacífico Sur están conectadas entre sí a través de una misma canción. Como lo oyen: cetáceos cantantes. En una distancia de más de 14.000 kilómetros, los investigadores han escuchado a las ballenas jorobadas intercambiando los mismos hits parades. Esto es así porque, durante la temporada de reproducción, los machos de esta especie entonan canciones de apareamiento tan complejas como el jazz, a juicio de los observadores. Cada colonia de ellas tiene un coro de vocalizaciones ligeramente diferente, lo que las distingue y caracteriza como a nosotros nos puede definir un acento o un dialecto. Sin embargo, de vez en cuando, una población de jorobadas experimenta una revolución musical y todos los temas que cantan se reemplazan por otros nuevos, aprendidos durante sus viajes migratorios. 


Como vemos, la flecha del tiempo va hacia adelante, tanto en el océano como en tierra firme y en los jardines de Buckingham. Tal vez por eso, en el caos de Windsor ha surgido la reina Camila, la prudente. Vaya para ella, para las abejas reales y para las ballenas cantantes mi más sincera admiración.



NOTAS: 

  • Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo, noticias de estos tiempos y de otros”, dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado el 25 de septiembre de 2022.
  • Fotografía ©️Amparo Quintana. Madrid, 12 de agosto de 2022. 
  • Música para acompañar: “Killer Queen”, de Freddie Mercury, interpretada por Queen. 

11 de febrero de 2022

Raffaella o el optimismo de cada día



El pensamiento optimista es aquel que nos invita a vislumbrar la primavera cuando son las cinco de la mañana y fuera está cayendo una invernal helada. El pensamiento optimista no es aquel que ve el vaso medio lleno, sino el que, sabiendo que falta líquido, se pone a pensar sobre las posibles cosas que pueden hacerse con el agua que queda. El pensamiento optimista es, en definitiva, un pensamiento realista y activo. Por eso cada vez me gustan menos los pesimistas, porque solo se quejan, solo anuncian catástrofes o nos advierten de peligros, pero no actúan (seguramente para que la realidad no estropee sus vaticinios). 


Traigo esto a colación porque la junta escolar del condado de McMinn, en  Tennessee, ha prohibido que los alumnos accedan a la novela gráfica “Maus”, que como casi todo el mundo sabe es una obra que denuncia el genocidio judío y el nazismo de una forma tan magistral que fue premiada con el Premio Pulitzer  en 1992, siendo así el primer cómic que se alzaba con tan preciado galardón. Los integrantes de esa junta rectora ven peligroso que haya viñetas con mujeres desnudas y, sobre todo, porque "les parece” que el ilustrador también ha sido dibujante de la revista Playboy. El 27 de enero se ha celebrado en todo el mundo el Día del Recuerdo del Holocausto y Edith Bruck, superviviente de Auschwitz, tuvo una audiencia con el papa Francisco. Las cámaras recogieron el sentido abrazo de ambos. Al ver la foto que ha salido en prensa y sabiendo que ella fue llevada al campo de concentración cuando era una niña y que sus padres murieron allí, he imaginado a su madre desnuda en alguna de las cámaras de gas que con tanta frecuencia usaron los nazis y doblemente desnuda en las carretillas con que llevaban los cuerpos a los crematorios. ¿Puede alguien atisbar alguna coincidencia con el Playboy en ello?  Supongo que, entre bourbon y bourbon, la junta escolar del condado de McMinn quizá pretende evitar que alguien escriba y dibuje otra novela ilustrada basada en su memoria pasada, la de ese sur en la que algunos blancos vestidos con capirotes sembraron el terror entre los habitantes de piel más oscura. Hablamos de esa triple ka violenta, racista y prima hermana del nazismo. 


Si la publicación de “Maus” me pareció optimista porque su autor, Art Spiegelman, daba a conocer la experiencia de su familia, su prohibición en las aulas me resulta de un pesimismo palpable porque entronca con la censura, con esa idea de que nadie es capaz de pensar por sí mismo. Me recuerda a lo que Michel Ofray expone en sus obras filosóficas, es decir, que nada escapa al dominio de la negatividad y que este factor entronca con el odio hacia uno mismo. Un pesimista, por tanto, no se ama. 


Ese pesimismo también se aprecia hoy con eso que llaman “guerra inminente” entre Rusia y buena parte de Occidente por el deseo de invadir Ucrania. Parece como si el conflicto armado fuera la única salida y así nos lo están contando cada  día, como quien relata el final de la liga de baloncesto, con una naturalidad que  me deja la sangre helada. Los de mi generación, aunque no hayamos vivido las guerras mundiales y la de España del siglo XX, en realidad hemos asistido a demasiadas guerras diseminadas por todos los continentes: Vietnam, Israel, Colombia, Libia, Somalia, Iraq, Congo, Chechenia, Yugoslavia… y podemos afirmar que ninguna ha resuelto nada a nivel global, abriendo heridas que supuran de vez en cuando. La guerra es un fracaso para la especie humana. 


Por contra, el optimismo se ha instalado en mi casa últimamente. Una Raffaella Carrà enfundada en un mono luminiscente se coló la otra tarde, atraída por la lamentable lasaña que estaban cocinando un Wagner hambriento y una Sissi siempre inapetente. ¡Qué bronca les echó! Pero la Carrà, muy suya, chascó los dedos y al momento aparecieron los ingredientes correctos. Yo no daba crédito a cuando veía: cazuelas, sartenes y bandejas de horno volando y trabajando solas, bechamel borboteando sin ninguna mano que la removiese, tomates friéndose mientras las verduras y hierbas se picaban a sí mismas silbando melodías napolitanas. En fin, es lo que tiene habitar otros mundos, que te cambia la perspectiva.


Le pregunté a Raffaella que, aparte de enseñarles a guisar a esos dos, por qué se había presentado de repente y ella, con ese movimiento de cuello tan característico, me dijo que, como el Ayuntamiento de Madrid le ha dedicado una plaza en la calle Fuencarral, estaba aquí para verlo y celebrarlo, aprovechando que anda próximo el 14 de febrero. Dice conocer muy bien el barrio que la homenajea y por él se pasea a todas horas. Uno de sus lugares favoritos es la iglesia de San Antón, por la que se acerca a menudo para ayudar en lo que puede. Siente debilidad por los sordos que acuden a confesarse sirviéndose de una tableta, porque, según me dice, a veces hablan y hablan y se olvidan de escribir en ella sus preocupaciones. Ella les lleva la mano para que no pierdan el hilo y puedan comprenderse entre el sacerdote y ellos. 


La llegada de la italiana ha revolucionado a mis fantasmas hasta tal punto que andan ensayando una coreografía, pierna arriba, brazos al frente, para estrenarla en la plaza el día que ordene la Carrà. Bueno, a todos los fantasmas no, porque doña Emilia Pardo Bazán se ha ido al pazo sin entender nada de nada. Se negó a participar, yo creo que por ciertos celillos al ver a sus compañeros centrados en recoger a la italiana y elevarla por el aire dando piruetas. 


— Vaya cuerpo de baile vas a tener — le digo a una Raffaella radiante. 

— Jamás lo hubiera sospechado cuando habitaba en la Tierra. Ninguna pitonisa me lo aventuró ¡¡y mira que me gustaban todas las mancias!! 


Mientras ellos mueven las caderas y cantan que les explota el corazón, me entero de que en el metaverso, del que he hablado en algunas ocasiones, podemos comprar ropa de lujo para nuestros avatares. Las mejores y más caras marcas a este lado del mundo ya ofrecen sus creaciones para que en la realidad virtual podamos lucir de Gucci, Dior, Chanel o lo que queramos, eso sí, previo desembolso del monedero digital.


Me da la impresión de que los artífices de este metaverso de cartón piedra no son tan creativos ni audaces como ellos creen y que están reproduciendo allí las mismas flaquezas de aquí. Puestos a pedir, yo me pondría las gafas mágicas de la evasión, esas que te dan acceso a la realidad virtual, si pudiera hacer la revolución silenciosa, hablar con los monos, ser astronauta, cantar ópera o graduarme en lenguas semíticas estudiando solo un mes, pero mirar escaparates y probarme los mismos modelos que encuentro en cualquier acera, la verdad es que no solo no me subyuga, sino que me reafirma en la idea que ya he manifestado tantas veces desde aquí: nuestra matrix es consumista, infantil, corta de inteligencia y esclavizadora, capaz de mantener a la humanidad en ese nihilismo pesimista que la deshumaniza. 


Y a propósito, China amenaza con no estrenar en su territorio la última secuela de “Matrix” porque Keanu Reaves ha hablado a favor de la causa tibetana. Exigen que el actor se retracte, cuando para mí lo normal sería que fueran ellos quienes devolvieran el Tíbet a sus gentes y que los monjes regresaran del exilio para ver de nuevo el cielo de su país. 


Parece que el gobierno chino también milita en el pensamiento pesimista. ¡Viva el Tíbet y viva Ucrania!



NOTAS: Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo", dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado el 1 de febrero de 2022, correspondiente a este mismo mes y que puede escucharse aquí https://www.ivoox.com/optimismo-a-ritmo-raffaella-carra-mamas-mamas-audios-mp3_rf_82167090_1.html


Música para acompañar: “El cielo del Tíbet”, de  Mara Elvia Gutierrez Gutierrez, interpretada por  Ana Cirré. 


Fotografía ©️Amparo Quintana. Objetos tibetanos. Madrid, febrero de 2022.

4 de septiembre de 2020

La vida debe continuar (constant craving)

 


Poco a poco van abriendo los teatros y las salas cinematográficas. Algunas personas, como supervivientes de un naufragio, nos acercamos con ilusión, conjurando miedos, tristezas y los malos augurios que vaticinan que 2020 terminará como empezó, es decir, lleno de virus, mascarillas y gente enferma. 

Hace días estuve en los Teatros del Canal viendo la última obra del Colectivo Armadillo. Bajo el título de “Todas las cosas del mundo”, los actores desgranan la vida misma desde sus albores, el nacimiento de las palabras y esa identidad universal que todos llevamos impresa en nuestro ADN, pues el delfín es también el hidrógeno que expulsa al respirar, la muralla alberga al obrero que ayudó a construirla y cuando en Astorga un bailarín folclórico levanta la pierna en mitad de la plaza, en Adelaida una niña quizá esté a punto de levantarse para ir al colegio. Ninguna estrella nos es ajena, del mismo modo que ninguna de nuestras acciones quedan borradas del todo por muchos años que transcurran. Siempre hay algo que ayuda a aflorar recuerdos, como en esos cuadros cuyos lienzos han sido aprovechados varias veces para pintar distintas cosas y, con el tiempo, se trasluce un ojo en mitad de un camino o una bandurria entre el cielo de un atardecer. 

Por eso hoy me siento un poco la viga quemada de la catedral de Nantes, testigo mudo de un fuego capaz de transformar la realidad en cuestión de  pocas horas. Y esto, que el mundo sea capaz de ponerse patas arriba de un día para otro, es lo que al parecer no hemos asumido como humanos, a pesar de que la Historia está repleta de claros ejemplos. 

Cuando bajamos de los árboles y aprendimos a caminar erguidos, a manipular la piedra y los metales, a crear sistemas de creencias, a idear utopías o a fabricar naves, quizá no fuimos conscientes de que cuanto íbamos perdiendo en favor de nuestras conquistas y nuestra evolución no se destruía del todo, porque la energía y la materia solo se transforman. Así pues, aunque en el aquí y ahora seamos incapaces de concebir toda la acumulación de experiencias que nos han colocado en el siglo XXI, nuestras entrañas nos dicen que el éter está plagado de los eslabones que componen la infinita cadena que conforma la vida, desde el caldo pimigenio de Oparin hasta el último bebé nacido en este mismo momento. 

He leído la entrevista que le han hecho recientemente a un tataranieto de la emperatriz Sissi que, como todos ustedes saben, es mi amiga. Se trata de Leopoldo Altenburg, un actor que, entre otras cosas, colabora con una red internacional de payasos que ha llevado la sonrisa y la esperanza a cientos de personas durante los meses más duros de la pandemia por COVID-19. Parece que solo ha usado una vez su parentesco para conseguir dos entradas del musical que, sobre su famosa tatarabuela, se hizo en el país del vals. A él siempre le ha gustado el anonimato, pero ahora no lo dejan ni a sol ni a sombra porque alguna productora quiere hacer una serie sobre los Habsburgo actuales y necesitan documentarse. 

Le enseño a Sissi esa entrevista y, lejos de espantarla, parece que le agrada mucho que en la ya fantasmal corte vienesa solo quede un príncipe que también es bufón. Ella, que alentó algunos movimientos revolucionarios del siglo diecinueve y que fue consciente en aquellos convulsos años de que, en cuestión de reyes y reinas, los más estables son los de la baraja de naipes, dice que hablará con su descendiente para que en esa serie no la saquen como una flor alpina meliflua y sin color, sino que se atrevan a hablar de su anorexia producida por la sinrazón de un matrimonio que a ella le impusieron, de su amante húngaro, de su adusta tía-suegra que le arrebató a su hijo Rodolfo para aniquilarle la niñez y abocarlo a un suicidio en un valle del Danubio, lo que para Sissi, según me dice, fue de lo más doloroso que le tocó vivir. 

— Mire, frau Quintana, lo que sucede con las monarquías es que, por un lado repelen y por otro atraen mucho. Son vestigios que recuerdan el mundo que fue y ya no volverá a ser. Usted que lee tanto a Zweig, según he podido apreciar en su biblioteca y en los rimeros de libros que tiene sobre ese arcón, entenderá bien que la Historia cambia no cuando desaparecen las personas y las castas sociales que la conforman en un momento determinado, sino cuando los valores que las sustentan se esfuman. Abres un día la ventana y el paisaje ha cambiado. Cuando Luigi Lucheni atentó contra mi vida, no era a mí a quien mataba, de hecho yo no entraba en sus planes. Quiso la desgracia que la prensa se hiciera eco de que estaba pasando una días en Ginebra y, a falta del noble tras el que ese italiano iba para cazarlo, me tuvo a mí más a mano. Necesitaba una presa que simbolizara un sistema para él caduco y opresor. 

— Faltaban pocos años para el desvanecimiento del imperio — le digo a Sissi. 

— Y para el nacimiento de otra Europa — me contesta. Lo malo es que nada nace sin dolor; hasta una brizna de hierba hiere la tierra que la cobija. Por eso compadezco Felipe VI, porque le toca ser diana de unos dardos que, en realidad, no van contra él. 

Para Elisabeth de Baviera, que es en realidad como quiere que la llamen, los movimientos sociales van y vienen, como las modas, por eso es inútil abrazarse a uno ciegamente, pues cada vez cambia todo más deprisa. 

La Alemania surgida tras la II Guerra Mundial barrió de su parlamento tanto al partido nacional socialista como al comunista. Asimismo, cualquiera que haya viajado tras la caída del Muro de Berlín por los países que en su día conformaron el Pacto de Varsovia, habrá visto que en ningún lugar conservan las estatuas de Lenin, Stalin y otros próceres que antaño jalonaban calles y avenidas. Tampoco placas o inscripciones que recuerden ese pasado tejido tras el Telón de Acero. Los dirigentes que sucedieron a los de antaño quisieron barrer todos los vestigios que consideraban incompatibles con la nueva era que se proponían establecer. Sin embargo, las aguas del río siempre buscan el cauce y los ideales políticos su momento propicio. 

En 1982 se fundó en el Estado de Renania el Partido Marxista Leninista de Alemania, que sigue postulando la dictadura del proletariado y que se encuentra bajo vigilancia permanente de la Oficina de Protección de la Constitución por su “orientación maoísta estalinista” y su incompatibilidad con la Carta Magna germana. Este partido minúsculo, que apenas consiguió 2000 votos en las últimas elecciones, ha obtenido recientemente una victoria política y jurídica que ha puesto en alerta a las autoridades. Tras una larga batalla judicial, los tribunales autorizan a esta formación a erigir una estatua de Lenin de más de dos metros de altura ante su sede.

Esto puede extrapolarse a cualquier otro país, con cualquier otro pasado, pero con unos dirigentes parecidos que, a fuerza de imponer una realidad, olvidan que nada es exacto y que, cuando menos lo esperas, mamá Historia nos pega un susto. 

Por lo demás, el verano continúa tranquilo, asistiendo al descubrimiento de un nuevo estado de la materia (el condensado de Bose-Einstein) y un nuevo insecto de aspecto tan excéntrico que los científicos le han puesto el nombre de Kaikaia gaga, en honor a la cantante de pintorescos trajes. 

Y es que la vida, como el show, debe continuar. 


NOTA: Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo", dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado en agosto de 2020 y que puede escucharse pinchando aquí 

Fotografía ©️Amparo Quintana. Madrid, 20 de julio de 2020


23 de mayo de 2020

A las ocho, asamblea general





El mes pasado les comenté que había recibido la visita de un Voltaire cocinero y a fecha de hoy debo indicarles que continúa en mi casa, no solo  entre sartenes y cacerolas, sino entretenido con la televisión. Cuando me levanto o me acuesto, me encuentro a François-Marie atento a la pantalla y tomando notas en un cuaderno de páginas azuladas que parece no terminarse nunca, aunque él insiste en que cada tres o cuatro días estrena uno, solo que los mortales como yo somos incapaces de ver las tres montañas de libretas que, al parecer, se apilan junto a uno de mis armarios. 

Le he pedido permiso para contar desde aquí cómo es el confinamiento de este filósofo estelar y su contestación ha sido rotunda: 

— Madame, no entiendo a las gentes de este tiempo, más preocupadas por lo superfluo que por la sustancia. Están ustedes tan liados con eso de las autorizaciones, las dobles firmas y la intromisión en la vida privada, que se olvidan de preservar lo verdaderamente íntimo. Si yo no quiero que se conozca de mí tal o cual cosa, descuide, que no se lo mostraré a usted.  Eso sí, le ruego ponga negro sobre blanco mi estupor por el retroceso social que percibo y el destrozo que han hecho con la libertad por la que algunos de mis contemporáneos y yo mismo luchamos con tesón. Ya sabe que mis obras combatían el fanatismo y la intolerancia. 

Al poco de instalarse aquí, cambió sus ricas ropas clásicas por un vaquero y una camisa, que al parecer “se encontró” en uno de sus paseos por las tiendas cerradas de Madrid. Ese día también apareció con una camiseta enorme para dormir, calcetines de colores, unos zapatos de cordones y ropa interior que no quiso enseñarme. Dice que lo pagó todo con varias monedas de oro, pues alguien de su posición tiene el deber moral de hacer lo correcto incluso cuando no lo ven. 

— En general, no tienen mucho gusto para vestir, Madame. Me doy cuenta de que hombres y mujeres se acicalan prácticamente igual, con ropajes plebeyos de sencilla manufactura. Creo que ese es el germen de los males que les aquejan, que no son exigentes, que se acomodan.

Y continúa con improperios hacia los gobernantes y toda persona pública que se asoma por esa televisión que tantas horas le quita. Los tacos los suelta en francés, lo que convierte en chic lo que sonaría a macarra y barriobajero  en gargantas castellanas.

Cada día, a las ocho de la tarde, convoca una asamblea en el salón de mi casa, aprovechando que yo estoy trabajando o escribiendo en otro cuarto. Además de invitar a cuantos ilustres habitan el mundo paralelo de mi cabaña, ha llamado a varias de sus amantes, señoras de muy buen ver, a las que les dirige miradas más paternales que lascivas, todo hay que decirlo (será que los años no pasan en balde). Suele someter a votación diversas iniciativas legislativas contrarias a los decretos y órdenes ministeriales que, desde mediados de marzo, inundan el Boletín Oficial del Estado. Hay una comisión, presidida por Cesare Beccaria e integrada por Cicerón, Ulpiano, Francisco de Vitoria, Montesquieu, Savigny y un simpático Ihering, que prepara recursos y enmiendas al desatino jurídico que, les oigo decir, inunda este rincón de Europa. 

También, como ha resultado ser bastante burlón y travieso, los domingos organiza citas a ciegas de filósofos y pensadores. La más sonada y divertida ha sido la de Carlos Marx y Adam Smith, que acabaron cantando “La Internacional” en inglés y a ritmo de samba.

Ayer, la asamblea de las ocho aprobó por mayoría absoluta y con el único voto en contra de la emperatriz Sissi, empadronarse todos en mi casa para pedirle al gobierno de España una pensión de esas llamadas de “mínimo vital”. Quieren demostrar que vivimos instalados en el absurdo profundo. También votaron por unanimidad, incluida la emperatriz, que, en caso de conseguir sus objetivos y como son gente de bien, emplearán las pensiones en fundar una organización que, para caso de confinamientos futuros, faciliten a las personas teletransportarse hacia el tiempo o los lugares  donde quieran vivir. 

Esta mañana, mientras miraba desde mi ventana hacia calle Bailén y veía un Madrid sacudido por esta oscura noche infinita del alma, he pensado que en el fondo esa asamblea de espectros debería gobernar el mundo porque, como anhelaba Confucio, quizá sean ellos los individuos mejor preparados, los más honrados, los más fiables y competentes; en definitiva, los que mejor pueden servir al pueblo.

También creo que no está mal lo de la teletransportación esa de la que hablan mis queridos okupas. Probablemente sea yo de las primeras en reclamar sus servicios, para poder alejarme hacia el lugar donde “todas las mañanas del mundo” pueda estar a salvo de esos espantapájaros y fantoches desdentados que tanto miedo me dan. 



NOTA 1: Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo", dentro del podcast “Te cuento a gotas” del mes de mayo de 2020 y que puede escucharse pinchando aquí

NOTA 2: “Todas las mañanas del mundo” es un homenaje a la novela de Pascal Quignard, donde se aborda la relación entre Marin Marais, violista y compositor de la corte de Luis XIV, y su enigmático maestro Sainte-Colombe. Fue llevada al cine en los años noventa por Alain Corneau y su banda sonora recoge la “Marche pour la cérémonie des turcs”, de Lully, que ameniza el corte radiofónico. 

Fotografía ©️Amparo Quintana, Madrid, 2 de mayo de 2020

27 de enero de 2020

Estoicos










De un tiempo a esta parte, leer y escuchar noticias en periódicos, radios  y televisión se convierte en un esfuerzo titánico por no vomitar. Como en la canción de Aute, “parece que anda suelto Satanás”, a juzgar por las tropelías que nos cuentan y los sucesos que describen. Se diría que asistimos a una época cochambrosa donde todo vale y nada es mejor o peor, porque lo que importa es nuestra subjetiva relación con las cosas, no las cosas en sí. 

Revolviendo en la biblioteca de mi casa, se me cayó al suelo un libro de Marco Aurelio y hete aquí que se abrió por una página doblada en la que pude leer lo siguiente: “Si no es correcto, no lo hagas. Si no es verdad, no lo digas”. En ese aforismo se esconde la esencia de la vida y nos demuestra que ser persona conlleva un compromiso ético con nuestro entorno. 

A este emperador romano se le asocia con el estoicismo, esa corriente filosófica que, sucintamente hablando, intenta eliminar lo más posible las emociones destructivas y cultivar las positivas. Para los seguidores de Zenón  de Citio, si mejoramos como personas estaremos mejorando la sociedad, y si trabajamos para mejorar la sociedad nos estaremos mejorando a nosotros mismos. Es como la pescadilla que se muerde la cola; nada se desperdicia; todo es circular. 

Por eso me pregunto qué puedo hacer para mejorar la sociedad. El otro día, ante un auditorio de registradores y empresarios, mencioné que una sociedad mejor será aquella que, fortaleciendo la autorresponsabilidad de sus individuos, busque fórmulas pacíficas para resolver los problemas. Porque donde no hay paz, no hay justicia.  

De ahí que he empezado un ejercicio que les comento por si a alguien le sirve. Se trata de que, ante una noticia fea, ante una aberración, echo mano de la memoria para recrearme en algo positivo. Si, por ejemplo, en el desayuno escucho que una manada de energúmenos ha violado a dos chicas, pienso en la cantidad de hombres que quieren a las mujeres y las quieren libres. Porque no nos engañemos, si solo vemos la fachada horrible  de los noticiarios, acabaremos viendo al mundo como un lugar inhóspito en el que tendremos que estar permanentemente defendiéndonos de lobos reales e imaginarios. 

Michael Moore, en su película sobre la matanza del instituto Columbine de Colorado, en 1999, donde decenas de estudiantes fueron asesinados por dos de sus compañeros, realiza un estudio sobre la violencia ocasionada por las armas de fuego en Estados Unidos. Compara esa situación con la de su vecina Canadá y llega a la conclusión de que en el país de las barras y estrellas lo que empuja a la gente a armarse es el miedo y esa necesidad de estar alerta porque cualquier acontecimiento malo puede suceder cuando menos lo esperen. 

Yo no quiero vivir con miedo; me niego a caminar mirando hacia atrás cada dos por tres. Creo que, al igual que quedó demostrado hace décadas que la pena de muerte tiene efectos crimonógemos, sumir a la población en una espiral de noticias acerca de estafas, homicidios, peleas, explosiones, atentados, sin dejarle a esa población ni un centímetro cúbico de esperanza, es sumirla en un camino hacia su propio cadalso. 

¡¡Ojo, no quiero que se me malinterprete!! No estoy diciendo que no se deba informar. Lo que mantengo es que llenar un telediario con noticias escabrosas termina alimentando el morbo y, a la postre, eliminando nuestra capacidad de comprender que eso es solo patología social, no la regla general. 

En la puerta de la nevera tengo un imán que reproduce una singular fotografía. Se trata de veinticuatro personas que, durante la I Guerra Mundial y en las dependencias del Palacio Real de Madrid, contribuyeron a que el mundo fuera un poco mejor. Son ujieres, mecanógrafas, archiveros, botones,  traductores, oficinistas que ayudaron a llevar a cabo una acción benefactora, prácticamente desconocida, pero que tuvo una enorme importancia a nivel humano y diplomático. 

A pesar del papel neutral de España en la Guerra del 14 y debido a que la familia política del rey Alfonso XIII era británica, el monarca estaba al corriente de los horrores de la contienda. Pero quiso el dios de los justos que llegara a él la carta de una chica francesa pidiendo que hiciera algo por averiguar el paradero de su hermano desaparecido en el frente. Vi la misiva el año pasado, en la exposición que se hizo al respecto, y me enternecieron las palabras de esa joven justificando por qué acudía al rey de España: porque sus padres estaban muy tristes sin saber nada de su hijo y habían perdido las ganas de vivir. 

El encargo pudo haberse traspapelado o haber caído a la chimenea, pero el bisabuelo de Felipe VI puso su empeño en dar respuesta a esa chiquilla y, tras las pesquisas necesarias, le pudieron contestar dando noticia del paradero de su hermano. 

Esa carta dio origen a otra y luego otra y luego otra… y así nació la Oficina de la Guerra Europea, que generó 200.000 expedientes de mediación  humanitaria. Es decir, en mitad del apocalipsis, fue posible diseminar miguitas de paz.

Por eso, y aunque Alfonso XIII sabe que no caeré jamás rendida ante él, de cuando en cuando, al vernos en ese metro que inauguró hace cien años,  me agasaja con las pastitas que de niño le daban en las reuniones del Consejo de Estado, para que no se aburriera. Así que, cuando esto ocurre, me permito llamarle partisano porque en cierta medida él también resistió a la inercia de no hacer nada, poniendo en práctica la virtud que preconizaron los estoicos.

Por tanto, enfrentémonos a los holocaustos y guerras diarias buscando el sol en los pentagramas de las cosas bien hechas. 

Fotografía ©️A. Quintana. Pienza (Italia), 11 de agosto de 2017


NOTA: Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo", dentro del programa radiofónico “Te cuento a gotas” del mes de enero de 2020 y que puede escucharse pinchando aquí

23 de octubre de 2017

La estrella de los recuerdos




Para Julián, Marisa y familia


A mi amigo Julián le ha salido una estrella en el tuétano, dentro de sí, en lo más profundo de su sentir. Se trata de un astro comodón, que lo mismo chilla si su dueño pasa largas horas sentado, que si está de pie, pues sus rayos necesitan ser el centro de atención continuamente. Además de cómodo, por tanto, es un divo. 

Sin embargo, ayer la estrella estuvo aplacada durante un buen rato, escuchando historias de cuando éramos más jóvenes, esos tiempos en que nadie pensaba en nietos porque Julián aún criaba a sus niños y una servidora tejía un ajuar con las piedras doradas y azules que un fauno trajo de Guinea. Me di cuenta de que los relatos aplacan a las fieras mejor que el agua de lluvia, porque la vida son instantes y estos se forman en la médula de los recuerdos. Cuatro amigos, ayer, recorrimos a la inversa el camino de la melancolía y de repente, al pasar por la Puerta del Sol y leer algunas pancartas, caímos en que éramos más jóvenes que los chicos que izaban las banderas de la intolerancia. 

A mi amigo Julián le ha salido una estrella en el tuétano portadora de magia y buenas revelaciones que ahuyentarán, sin duda,  las nubes que ahora se ciñen al firmamento. 


NOTA: Fotografía tomada en Madrid, octubre de 2017 

30 de agosto de 2015

Juego limpio



Nos hemos infantilizado tanto que caminamos por la vida creyendo que nada de cuanto hagamos, digamos o callemos va a tener repercusión en quienes nos rodean. Nos asiste una suerte de estado de gracia, que nos hemos otorgado a nosotros mismos, según el cual la culpa es siempre de los demás. Refranes como “no hay palabra mal dicha, sino mal interpretada”, abonarían esta idea de irresponsabilidad absoluta y no digamos novísimas teorías como la de asumir que son las expectativas que cada cual pone en las cosas las que desembocan en la decepción, ofensa o humillación. En este sentido, yo podría emplear continuamente el sarcasmo con alguien y, si se le sienta mal, que se aguante porque soy así y seguramente es ese alguien quien tiene el problema de no aceptarme tal cual. Estén ustedes tranquilos, porque todavía no he perdido el norte y acostumbro a comportarme con las personas como a mí me gustaría que me trataran.
Estoy de acuerdo con que nuestros pensamientos conforman un universo que muchas veces no coincide con la realidad de quienes nos rodean, pero esto no puede servirnos de pauta para establecer y mantener relaciones personales del tipo que sea, incluido el amoroso. Hay reacciones capaces de echar por tierra las experiencias mejores y más positivas, ensombreciendo el ánimo de una persona.
Somos causantes de muchas tristezas a fuerza de empeñarnos en cumplir nuestros caprichos y lo malo de esto es que, cumplido el antojo, casi nunca nos damos por satisfechos. No recuerdo cuándo se puso de moda el egoísmo y se abandonó la costumbre de pensar en los demás. Juguemos limpio, pues no siempre la suciedad se encuentra en la mente ni en la mirada de los demás.



NOTA sobre la fotografía: Estación de servicio en Foggia (autostrada A14), 26-8-2015