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16 de julio de 2021

El dominó de Montesquieu

 


Desde la última vez que me asomé al mundo exterior a través de esta tribuna, han sucedido miles de cosas, a tenor de lo que cuentan radios,  diarios y televisiones. Sin embargo, me da la impresión de que lo mejor se queda siempre de puertas para adentro. Es decir, lo más sustancioso sería aquello que no se comparte con el gran público ni individualmente con las humildes personas que lo formamos. ¡Lo que daría yo por colarme en los consejos de ministros, cumbres políticas, deliberaciones de algunos tribunales y negociaciones de altos vuelos, para así hacerme una cuenta cabal de la realidad, sin tamizarla  con los cedazos de otros y sin que me la interpreten! 

Tengo la impresión de que mi mundo paralelo no es tal  y que en realidad es el BOE el que establece un lugar artificioso e irreal que acaba constriñéndonos como una bota estrecha. Lo mismo cabe decir con el que otrora se llamó “cuarto poder” y hoy no es más que un juguete en manos de intereses comerciales y ansias de percibir o seguir percibiendo favores y prebendas. 

El Tribunal Constitucional ha declarado inconstitucional el primer estado de alarma que nos regaló este gobierno pinturero (me refiero el español). Y yo me pregunto, si esa norma primigenia conculcó todo lo conculcable (como venían advirtiendo muchos, incluidos mis fantasmales compañeros de piso), las decenas de decretos y más decretos que han fundido las meninges de quienes debían leerlos para aplicarlos, en buena lógica también están viciados.  

Sin embargo, me temo que todo vaya a seguir igual y que la mayoría de la gente se quede tan contenta sin ser conscientes de la gravedad de las cosas, no por su culpa, sino porque cada tiempo tiene sus censores y cada época sus tiranos. Esa censura siempre obedece a dos cuestiones:  

  1. O salvaguardar las esencias del poder dominante ya instalado, como sucede en las dictaduras y gobiernos que, sin serlo oficialmente, son absolutistas o, como se dice ahora, totalitarios). 
  2. O defender las esencias del pensamiento dominante que aspira a instalarse y que casi siempre se instala en democracias, imponiéndonos la idea de que debemos ser políticamente correctos. 

En fin, que hagamos lo que hagamos siempre estamos al borde el precipicio, como cuando de pequeños descubrimos que se puede pecar de palabra, obra y omisión, por activa o por pasiva, pensamientos inclusive. 

Para esa forma de doblegación que en definitiva son la censura y la autocensura, desde arriba se utilizan dos armas fundamentales: el pan y el circo, juntos o por separado. Estos elementos de alivio y regocijo vienen a ser como el poli bueno que anima al detenido a colaborar y no percatarse de que las paredes que lo circundan son igual de feas, sombrías e inseguras que con el poli malo. Si en la antigua Roma se trataba de apaciguar a las poblaciones potencialmente levantiscas con juegos y gladiadores, ante la retahíla de infortunios que nos van cayendo a los ciudadanos de a pie, los mandatarios nos tiran desde arriba panes en forma de licencia para quitarnos las mascarillas al aire libre, fomento de los viajes turísticos y frases extremadamente cursis que invitan a que veamos la vida en technicolor y pasemos por alto la crisis sanitaria, económica y moral que padecemos. Me viene a la memoria, mientras escribo esto, la opereta “La Corte de Faraón”, donde el coro alaba a un Putifar pagado de sí mismo y ajeno a la realidad; un Putifar que en la tradición judeocristiana ordena encerrar a José porque prefiere caer en una mentira acomodada que respaldar una verdad incómoda.

— Usted también se censura — me indica una Pardo Bazán que cotillea por encima de mi hombro lo que voy anotando. — Haga el favor de ser valiente  y decir que he emigrado a Madrid porque ya no hay quien esté en el Pazo de Meirás. ¡Mire que llevaba un siglo tan tranquilita allí disfrutando desde la orilla espectral de la que fue mi casa! Apenas me molestaba nadie; tampoco  los inquilinos que acaban de desahuciar, pues en realidad solo correteaban y dormitaban algunas semanas en verano. El resto del tiempo era para mí y para los amigos que me visitaban — me dice con coquetería —. Pero ahora, abierto al público, me siento como si estuviera en un escaparate con las enaguas expuestas. ¡No aguanto a los visitantes y turistas que acuden a museos y lugares históricos como quien engulle queso!  

— Tengo entendido que de momento solo se puede transitar por los jardines, doña Emilia.  

— ¿Pero usted sabe la sarta de estupideces que cuentan sobre mí algunos guías? ¿Y las bobadas que pregunta el personal? Ahora resulta que solo soy un paladín del feminismo porque me separé de mi marido, que dejé a mis hijos al cuidado de su abuela para dedicarme a viajar y frecuentar tertulias, y que simultaneé los brazos de Benito con los de Lázaro Galdiano.  

— ¿Y no es verdad nada de eso?  

— Es cierto, pero a medias, como todas las verdades que se establecen en cada época. Pretendiendo hacerle un favor a mi persona, destacan unas cosas que solo pueden ser aplaudidas por títeres y corifeos, de esos que se tragan lo que les cuentan sin atisbo no ya de cuestionamiento, sino de curiosidad por profundizar e ir descubriendo por ellos mismos qué hay tras una fachada construida a mayor gloria del pensamiento dominante. Cuando oigo decir cosas de mí, lloro de impotencia por no poder revelarme presencialmente y aclarar que nunca fui una casquivana, que amé a mi familia y a mis hijos por encima de todo, que fui católica hasta el final de mis días, que viví las guerras carlistas desde la orilla carca o que Concepción Arenal se enfadó muchísimo conmigo a costa de un ensayo que escribí sobre el Padre Feijoo y resultó premiado, o que apoyé públicamente a la segunda mujer de Rubén Darío, Francisca Sánchez del Pozo,  cuando académicos y ateneístas le daban la espalda no tanto por convivir en adulterio, sino porque era campesina, de familia humilde y analfabeta.  

— A propósito, — cambia de tema — he visto que tiene usted en su biblioteca casi todo lo que Benito publicó. 

— Me gustan más unas obras que otras, doña Emilia, pero en efecto tengo muchas cosas suyas.  

— Pues no lo espere mientras yo esté en su casa. Lo abdujo el alma de un gato santanderino y a partir de entonces solo recibí de él bufidos, arañazos y tarascadas. Es curioso que los tres hombres que amé apasionadamente estudiaran, con mejor o peor resultado cada uno, la carrera de Derecho.  

Y mientras evoca esta circunstancia, la Pardo Bazán se integra en la tertulia de los filósofos juristas, que andan muy alborotados últimamente a costa del BOE.  

El 25 de junio entró en vigor en España la ley de la eutanasia. Según algunos, hoy somos un país más moderno y acorde con los tiempos. Fíjense que yo pensaba que uno de los parámetros que indicaba nuestro progreso social era la esperanza de vida y resulta que no, que no éramos del todo una sociedad avanzada porque lo económicamente plausible es no invertir en cuidados paliativos y ahorrar en investigación de tratamientos que contribuyan a que la gente pueda vivir cada vez más y en mejores condiciones. Imagino que quienes deciden todo esto deben de verse a sí mismos jóvenes y sanos per secula seculorum, pues de lo contrario no se entiende. El asunto no es estar a favor o en contra de la eutanasia, pues las cuestiones complejas no deben abordarse con un pueril sí o no, sino legislar de una manera holística, teniendo en cuenta a todo el sustrato humano que habita en un Estado, reconociendo distintas realidades, diferentes necesidades. Hablar de diversidad y proponer un solo modelo de pensamiento es estafar, es presentarse como salvavidas en un naufragio causado por ellos mismos, es abrazar el totalitarismo más palpable, aunque lo llamen de otra manera.  

No hay peor censura que la autocensura y es probable que doña Emilia tenga razón cuando me regaña por medir las palabras y no atreverme a llamar nazis a estos progres de verbena que han tocado el cielo por una carambola del destino, jugando con los dados que les prestó el diablo.  

Pero también se autocensuraron mujeres y hombres con nombre propio en la Historia, como Hildegarda de Bingen, obligada por sí misma a aplacar su sabiduría para que no la tildaran de bruja o poseída. Hubo de llegar a abadesa para atreverse a hablar del deseo sexual de la mujer y del orgasmo femenino (siglo XII) en sus libros de ciencias naturales, o reinterpretar el Génesis para liberar a Eva de la expulsión del Paraíso y del pecado original.  

Mientras tanto, vayan al teatro, acudan al cine, lean, visiten museos… En un mundo donde la mentira sale gratis y hasta los periódicos han dejado de ser medios de noticias para convertirse en órganos de propaganda, contemplar un cuadro, escuchar música o releer un poema es lo que más nos acerca a la esencia del ser humano, a la mística de Hildegarda o al Espíritu de las Leyes de un Montesquieu que se cree herido de muerte y, para evadirse, juega al dominó con quien se le acerca. Ahora está con Emilia Pardo Bazán, que con parsimonia gallega nos dice: “el mundo es un conjunto de ojos, oídos y bocas que se cierran para lo bueno y se abren para lo malo”.  

NOTAS: Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo", dentro del podcast “Te cuento a gotas” correspondiente al mes de julio de 2021 y que puede escucharse aquí 

Música para acompañar: “Romanzo”, de Ennio Morricone.  

Fotografía ©️Amparo Quintana. Madrid, 3 de julio de 2021 (Exposición de Pep Agut, “Meridiano de Madrid: sueño y mentira”. MNCARS, Palacio de Cristal). 

17 de octubre de 2020

Cuestión de lealtades

 


El erudito no considera el oro como un preciado tesoro, 
sino la lealtad y la buena fe. 
(Confucio)


Hay poetas insignes que escribieron para niños. De las primeras cosas que aprendí a recitar fue eso de que una lagarta y un lagarto estaban llorando porque habían perdido sus anillos de desposados, pero también ha crecido conmigo ese reino del revés en el que nadie baila con los pies y dos más dos son tres. Lorca, María Elena Walsh y tantos otros forman parte de mi educación, tejida con ovillos de lanas de mil colores y cosida con telas de texturas diferentes.

Hay otros poemas, otros autores, pero quizá estos a los que me he referido sean los que salen de mis entrañas cuando menos lo espero, en mitad del sueño o mientras pago la compra. Esos lagartos tristes, sumergidos en llanto y vestidos con delantalitos blancos me recuerdan que pocas cosas hay más importantes que ser leales, porque la lealtad implica honestidad, confianza, autenticidad. 

La historia del mundo está jalonada de episodios desleales y aun hoy, en este día y a esta hora, cerca de donde ustedes viven estará sucediendo algo con trasfondo de deslealtad absoluta, es decir, algo regado con las aguas sulfurosas de la traición y, por cierto, cuando hablamos de esto no hace falta referirnos a Lady Macbeth o a Bruto, basta simplemente, para traicionar a alguien, con emboscar la realidad y nublar la memoria con fuegos artificiales y voces huecas.

Hace unos días, los ilustrados okupas que habitan mi casa invitaron a desayunar a Lev Davidovich Bronstein, más conocido por Trotsky, con el fin de debatir algunas cuestiones de la nueva enciclopedia que están escribiendo. Cuando terminaron su reunión, el revolucionario de octubre quiso conocerme y agradecerme la vista que le hice en 2004 a la isla Príncipe. 

— ¿Cómo sabe que estuve por allá?

— Los seres nómadas permanecemos en los lugares donde el azar nos ha llevado — me contestó bajando la voz como hacen quienes se creen espiados — Las circunstancias nos impiden anclar, echar raíces, pero las ramas de nuestro árbol suelen ser grandes y robustas. Por eso la vi en esas tierras del Mármara, en la que fue mi calle, ante el que fue mi refugio. Y por eso también puedo hablar con los duendes de Coyoacán o los hielos noruegos. 

Saca un puñado de papeles de uno de su bolsillos y me enseña fotos, reseñas y artículos de antes de su depuración. En esos documentos es reconocido con múltiples méritos; aparece al lado de sus correligionarios o en actos oficiales. Sabemos que sus críticas al estalinismo le valieron el presidio, ser borrado de la historia oficialista, ser perseguido por medio mundo y acabar asesinado a manos de un cancerbero fiel a las órdenes de un sistema tirano, desleal y traidor con todo aquello que no casara con la “nueva normalidad” impuesta por un dictador disfrazado de otra cosa; un sátrapa de los que, sabiéndose inferiores, quieren a toda costa poner la guinda del pastel para que se hable de ellos y de sus obras, que por cierto normalmente van marcadas de ignominia, abuso y mezquindad. 

— A veces he pensado que todo comenzó cuando me rebelé y censuré la forma en que acabaron con el zar y su familia. No hacía falta tanto ensañamiento, tanta tierra quemada alrededor de Nicolás II. ¿Qué responsabilidad tuvieron sus hijos, parientes o lacayos acerca de lo que hizo el último emperador de Rusia? Pero siempre es así. También sucedió con mi familia y mis amigos; incluso inventaron un nuevo vocablo, “trotskista”, para señalar a todo aquel que era contrario a Stalin y al relato maquillado que, contra viento y marea, iba a imponerse hasta su muerte. Algunas personas, cuando se saben no aceptadas o puestas en tela de juicio, sobre todo si tienen poder o dirigen una nación, son proclives a trasladar el problema hacia otra parte y, así, elaboran la diabólica ecuación en la que la equis somos cualquiera y la equis siempre es igual a “reaccionario" y “enemigo del progreso”. Por eso tratan de reescribir la Historia. 

Seguimos hablando de su revolución permanente, que incuestionablemente pasa por señalar los defectos y grietas del poder gobernante, y de los días mexicanos en que plantaba cactus mientras canturreaba en español o escribía con Breton su manifiesto “Por un arte revolucionario independiente”, texto que aboga por la libertad ilimitada del arte respecto al Estado y los aparatos políticos. También me habla de Frida y del mirlo que cruzaba su frente, de aquel amor furtivo que resuena en su cabeza con la impronta de una voz grave. Y todo esto me lo cuenta en un castellano que huele a nopal, aluxes y rebozo. 

Al irse, me estrecha la mano advirtiéndome de que algunos querrán hacernos creer que el fin justifica los medios, — pero no se olvide, querida Amparo, de que no siempre hay algo que justifique ese fin. Manténgase alerta y guarde fotos, recortes, reseñas que, en tiempos de flojera, le demuestren que las cosas no fueron como las quieran pintar. 

La intensidad de esta visita me empuja a salir y dar un paseo por el parque del Retiro. Siempre he pensado que, a falta de espíritu nacionalista, el madrileñismo consiste en amar ese parque. De ahí que haya madrileños de  Lima, Nueva York, Huelva o Linares. Paso al lado del llamado Ahuehuete del Parterre, un árbol de más de veinte metros que la tradición dice estar ahí plantado desde el siglo diecisiete. Alguien lo trajo de las Américas y su tronco y su copa corroboran, a priori, que tiene muchos años y que sus ojos han visto muchas cosas. Como está protegido con una verja, no puedo abrazarlo ni buscar refugio bajo alguna de sus ramas. He de conformarme con interpretar su lenguaje y descifrar las palabras que me llegan a través del aire. 

Madrid es una cuidad amada y odiada a partes iguales. Cuando en los ochenta decíamos aquello de “Madrid me mata”, en realidad queríamos  decir que morimos por ella, por su resistencia cuajada de defectos, su desorden cargado de lógica, la luz magenta que tiñe fachadas y avenidas. Es una pena que, por estar en el centro de todo, por ser capital administrativa de un Estado dividido, sea la diana de todos los dardos. Por cuestión de lealtad al suelo que pisé cuando aprendí a andar, quiero a Madrid y me duele la ligereza con que disponen del destino de quienes la habitamos. Es más, este cariño a mi ciudad no me impide amar a Barcelona, San Sebastián, Málaga o Alicante y desear para todas ellas que no sean jamás víctimas de gobernantes, autonómicos o centrales, miopes y malhadados. 

Por eso, por cuestión de lealtad y aunque haya momentos de vértigo y vacío, estaré contigo, sí, contigo que ahora me escuchas o lees, cuando veas que la versión oficial te humilla.


NOTA: Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo", dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado en septiembre de 2020 y que puede escucharse pinchando aquí 

Fotografía ©️Amparo Quintana. Ahuehuete del Parterre. Madrid, 25 de agosto de 2020


5 de noviembre de 2019

Planetas vagabundos





Hay planetas que no giran alrededor de ninguna estrella, que no se valen de la luz de otro astro para seguir su ruta. Dicen los astrónomos que muchos de ellos vagan por el universo porque fueron expulsados del sistema planetario en el que nacieron y andan por ahí orbitando a su aire, independientes y ajenos al devenir de quienes fueron sus planetas hermanos. 

Las leyes de la física explican clarísimamente las causas de la expulsión, porque las constelaciones, galaxias y nebulosas en absoluto son tranquilitas y, entre tanto movimiento, explosiones, fusiones y expansiones, acaban dejando a un planeta en la gasolinera de turno, abandonado y olvidado. Parece ser, además, que como esos astros repudiados no cuentan con luz ni propia ni ajena, no pueden verse con un telescopio usual. Se los percibe cuando, al pasar por delante de un objeto brillante, se distorsiona la luz que ese objeto emite. Entiéndase que “pasar por delante” en terminología cosmogónica no es lo mismo que cuando aquí en la Tierra pasamos por delante de algo. Allá en la bóveda celeste puede ser una distancia de miles de años luz. 

Imagino que a esos planetas vagabundos les importan poco las leyes de Keppler, los ensayos de Copérnico y la manzana de Newton. Ellos van por ahí a lo suyo y supongo que el espacio no sería lo mismo si no existieran, dado que la Naturaleza es conservadora y hasta el mismo caos encuentra su orden. 

Estos días he intentado entrevistarme con un planeta de estos, pero ninguno se ha puesto al teléfono. Quería preguntarles sobre las ventajas o desventajas de no pertenecer a ninguna tribu y que me contaran a qué dedican el tiempo. A falta de interlocutor, soñé que eran como ermitaños, viviendo para adentro, interactuando con ellos mismos y sus pensamientos. También me vino la idea de que, cuando nacen las personas, además de la constelación reinante en el cielo, en su horóscopo deberían plasmarse los mundos nómadas que se cruzaron en el firmamento ese día. Quizá esto explicaría  por qué unos son más gregarios que otros. 

Me declaro fan de los planetas apátridas. 

Y estando en estas, se me presentan en plena siesta Maruja Mallo y Fernando Haro Tecglen. Venían hablando de cosas muy raras y, como ambos son bastante apasionados, me dio la impresión de que discutían. Ella sacó del bolsillo una foto que le hice en Santander en 1981 y él me puso delante de las narices un libro que me dedicó allá por los noventa. A mí eso de que anden hurgando en mis cosas no me gusta nada, pero a esos dos no hay quien los detenga y, como pude comprobar después, antes de aparecerse en mi dormitorio, revolvieron cuanto les vino en gana. 

La Mallo, blandiendo esa foto, me recriminó de que hubiera olvidado lo que me dijo ese día: que me cuidara de la casta craneal porque siempre acaba embistiendo a la clase cerebral. Y antes de que yo pudiera defenderme, Haro Tecglen ya estaba también examinándome de cuanto conversamos un día de junio acerca de España, su transición y el valor del perdón. 

Me cogieron de la mano y me llevaron a una sala de cine donde proyectaban imágenes de un cortejo fúnebre y un entierro presidido por un príncipe. A pesar de la temática, la película no era triste, aunque sí inquietante. Salía la hija del muerto sacando un documento de su bolso y entregándoselo a ese príncipe; era un papel mecanografiado por ella misma, al dictado de su padre. Gracias a esa página doblada, que la hija había ocultado a propios y extraños, el delfín del fallecido podría reinar y ser respetado por todos los estamentos del Estado. Días después y en prueba de agradecimiento, el nuevo rey le otorga sendos títulos nobiliarios a esa hija y a la viuda de su antecesor en la jefatura. También sella con ellas y su estirpe un pacto indefinido de tolerancia y no agresión. 

La película terminaba con la estampa de ese rey, cuatro décadas después, callando mientras veía que su antecesor resucitaba en un moderno helicóptero. 

Cuando se encendieron las luces del cine, en la butaca de al lado Maruja y Eduardo me habían dejado esta frase de Maquiavelo: “la política no tiene relación con la moral”. 

Ante esto,  empecé a girar como un planeta errante y a cruzar el universo en silencio, que quizá sea el más elocuente de los sonidos. 

Fotografía ©️A. Quintana. Madrid, 14 de octubre de 2015

NOTA: Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo, una gota de...", dentro del programa radiofónico “Te cuento a gotas” del mes de noviembre de 2019 y que puede escucharse aquí: https://www.ivoox.com/arte-como-arma-revolucionaria-suenos-surrealistas-planetas-audios-mp3_rf_43866223_1.html






7 de septiembre de 2019

Lo importante







He terminado mis vacaciones, miro a mi alrededor y caigo en la cuenta de que todo sigue igual. El país no ha cambiado, el gobierno sigue en funciones, me esperan decenas de correos electrónicos por responder, al rey emérito lo operan y acude su familia a verlo mientras por las redes dos mujeres piden que los gallos no violen a las gallinas. Todo en orden, por tanto, para una vuelta a la rutina sin aspavientos ni sobresaltos. 

Hubo una canción interpretada por Alberto Pérez, en los setenta-ochenta, que me gustó siempre (“Nos ocupamos del mar”). Trataba de una pareja que se repartía las tareas de acuerdo a su talante, de tal forma que él hacia todo “lo que tiene importancia” y ella “todo lo importante”. En una estrofa de apenas cuatro versos se contenía buena parte de la esencia de la vida, como es la diferencia entre la importancia y lo importante. La primera no deja de ser algo artificial, de puertas afuera, pagado con el reconocimiento de los demás, mientras que lo importante muchas veces está oculto o velado; pertenece al reducto íntimo de nuestras entretelas, al remoto arcano que corona nuestras acciones, al fundamento mismo de una existencia plena. 

En este sentido, he visitado dos veces una exposición pequeña que apenas ha tenido repercusión en los medios. Trata sobre las lenguas del mundo a través de la Biblia y pudo verse en Caixa Fórum. Gracias a la "Colección Pere Roquet" he sabido que algunos idiomas no han desaparecido porque existe una biblia escrita en él que leen un racimo de personas, a falta de otros textos. Hoy en día perviven 7.111 lenguas diferentes, de las que 3.116 son ágrafas. Dentro de cien años, ¿cuántas quedarán? Por poner un ejemplo, en Tierra del Fuego hay un idioma, el yagán, que llegó a tener un vocabulario de cuarenta mil palabras. Actualmente solo cuenta con una hablante nativa, Cristina Calderón, de 91 años. 

Si pensamos en lo que tiene importancia, abrazaremos la idea de que tenemos que hablar inglés porque supuestamente nos abre las puertas laborales, nos ayuda a viajar y a navegar por Internet y nos quieren hacer creer que no saber inglés es ser semianalfabeto. Ahora bien, si nos ocupamos de lo importante, emplearemos los medios que tengamos a nuestro alcance para evitar que desaparezca un idioma, pues no se trata solamente de una forma de expresión oral o escrita, sino que el lenguaje configura y moldea nuestra estructura cerebral y social y, por tanto, nos define como personas. 

Estando enzarzada en estos y otros pensamientos, se me presentó la emperatriz Isabel de Austria, Sissi para los parientes y amigos. Como sabe que la aprecio y entre nosotras no hay más protocolo que el usted con que me dirijo a ella, pues es mayor que yo, fue directa al grano para comentarme que lo más importante que hizo en su vida fue aprender húngaro y griego, para apoyar a ambos países y acercarse a sus gentes. Mientras cepillaban su larga melena y la coronaban con horquillas y pasadores, ella repasaba verbos, declinaciones y palabras muy alejadas de su alemán nativo. Con la lengua magiar aprendió también a amar y en Corfú, hablando griego, se sintió libre. 

Hay pueblos que conservan su identidad gracias a la lengua de sus habitantes y, así, los amish y los menonitas son capaces de apartarse de cuanto les rodea porque pervive en ellos la lengua de sus antepasados. Al igual que muchos de los hebreos con los que he hablado en Israel este verano, que conservan el español de Sefarat aunque no hayan venido nunca a España y esto, lejos de hacerles vulnerables, les da la fuerza necesaria para agruparse el 10 de agosto a orar, cantar y conmemorar su expulsión de España. 

Siguiendo con lo que es importante y a propósito de esos bebés aquejados con el llamado síndrome del hombre lobo por tomar un omeprazol adulterado, más allá de declaraciones, sanciones e indemnizaciones, deberíamos preguntarnos por qué se prescribe a niños pequeños un medicamento que, sin adulterar, se sabe que puede provocar demencia senil y otras dolencias en adultos que lo toman habitualmente. 

Parece que el omeprazol se ha convertido en el inglés de las farmacéuticas, eso que se extiende y expande, arrollando a otros remedios más antiguos, más experimentados y menos rentables, pero eficaces. Así, rara es la persona a la que no le prescriben omeprazol antes o después,  a pesar de que no es tan inocuo como se dijo ni tan beneficioso a la larga. 

Así que doy todo mi apoyo a las madres y padres de esos bebés a los que, por el interés de algunos, les ha crecido un vello hirsuto donde no debería haber ni un pelo. Ojalá no se convierta en un nuevo episodio de aquella talidomida y respondan eficazmente quienes deban responder, se repare el daño causado y pidan perdón, porque pedir perdón es lo menos que alguien puede hacer. Pero si no es así, los ciudadanos de a pie tendremos que levantar otra piedra en el muro que cantaban los Pink Floyd, para que nos aislemos de tanta importancia que desatiende lo importante. 


NOTA: Este articulo forma parte de mi intervención “En paralelo”, dentro del programa radiofónico “Te cuento a gotas”, que puede escucharse aquí: https://www.ivoox.com/como-nace-musico-autodidacta-lenguas-agrafas-lenguas-audios-mp3_rf_41012576_1.html

Fotografía ©️A. Quintana. Jerusalén (Israel), 9 de agosto de 2019 

13 de junio de 2019

Cordones








Desde la última vez que charlamos en este mundo paralelo y a propósito de unos cordones para zapatos que me han regalado, no dejo de darle vueltas a las ataduras mentales y sociales que nos asaltan casi a diario. A veces nos las imponemos nosotros mismos, pero en muchas ocasiones es el propio sistema o las costumbres lo que nos amarra a multitud de cosas o ideas. 

En abril y mayo de este año, ha habido elecciones en España y, en dos jornadas electorales, se ha renovado prácticamente la totalidad de las instituciones elegibles  que tenemos aquí. Tras los resultados, no han faltado voces llamando a tender cordones sanitarios para evitar que algún partido contrario a ellos pueda tener alguna parcela de poder o decida el color de un municipio, comunidad autónoma o altere el aspecto de algún grupo parlamentario. Se diría que todos somos demócratas hasta que la libertad de las urnas nos es desfavorable y, cuando esto pasa, salen a pasear las cinchas de los manejos y las maniobras, que algunos llaman madurez democrática. 

En el tarot de Marsella, la carta del diablo nos presenta a dos acólitos sujetos por sendas cuerdas atadas a sus cuellos. Lejos de rebelarse, esos esclavos aparecen sonrientes y ajenos al demonio que maneja sus cordeles. Se creen libres y especiales, ignoran que están atados a la voluntad y deseos de otro, igual que ocurre con el ciudadano medio. 

Cada cita electoral abre la puerta a combinaciones y pactos que quizá jamás quisieron los votantes, por más que se empeñen los políticos de todos los partidos en decir lo contrario. El día después de las urnas,  esos votantes son borrados de un plumazo y pasan a ser sustituidos por los verdaderos intereses de tales políticos, que abjurando del principio de soberanía popular, se vuelven prestidigitadores de cartón piedra y secuestran durante cuatro años la ilusión de quienes votaron y creyeron en su voto, de la misma forma que Zeus raptó a Europa mientras esta jugaba alegre, confiada y despreocupada en un prado. 

Hablando de confianza, estos días ha saltado a los medios la noticia de que varios deportistas de élite están siendo investigados por amañar partidos de fútbol en comandita con casas de apuestas. Como el asunto se encuentra en trámite judicial, no voy a tocar el tema legal. Lo traigo aquí por el asunto este de los cordones y cuerdas que me quita el sueño, pues para mí que quienes han participado en estos engaños, lejos de ser libres, se han echado la soga al cuello. Y explico esto: en toda estafa se encuentra la semilla del sometimiento al espejismo del éxito y el estafador, lejos de ser amo, es un cautivo del ansia de dinero. Su poderío no es más que una pistola con la que juega cada noche a la ruleta rusa, hasta que el ¡pum! de la última bala da al traste con su castillo de naipes. 

Y ahora le toca el turno a una noticia que me encanta: en Japón han reunido 19.000 firmas para pedir al gobierno que legisle contra la obligación que imponen ciertas empresas de llevar zapatos de tacón a sus trabajadoras. Hartas de terminar su jornada laboral con los pies, la espalda y el ánimo maltrechos, esta iniciativa, que empezó con un simple mensaje en internet, se encuentra ahora en la mesa de los ministros y ha dado origen al movimiento #Kutoo, que insta a las féminas a calzarse como ellas quieran y se sientan mejor. Por las redes circulan numerosas fotografías de camareras, profesoras, oficinistas, dependientas, etc. en sus respectivos puestos de trabajo con deportivas, bailarinas, alpargatas, zuecos, etc. 

Al hilo de esta noticia, me ha saltado a la cara otra procedente de Rusia. Allí, la empresa metalúrgica Tatprof ha emprendido lo que llama “maratón de feminidad” anunciando incentivos para aquellas empleadas que se pongan vestido y acudan a trabajar bien maquilladas. Sus directivos lo fundamentan en que quieren “embellecer” los días de trabajo y crear buen ambiente en una plantilla donde el 70% de los asalariados son hombres. Se quejan de que la mayoría de las mujeres usan pantalones. 

Si yo trabajara en esa empresa, aprovecharía para pedir que incentivaran a los hombres que, durante un mes, acudieran a trabajar vestidos con falda y zapatos de tacón, en un maratón de sofisticación que, por supuesto, incluiría unas uñas y unos dientes impolutos. 

Seguro que habrá mujeres que, por unos rublos más, se presten gustosamente a enseñar las rodillas y el carmín, porque no echemos en el olvido la carta del tarot que antes les comenté, esa de las cuerdas que los esclavos no notan en sus cuellos. 

Y para terminar, ha venido a visitarme Joseph Carey Merrick. Quizá por su nombre no les suene (eso le dije yo, cuando me habló por el portero automático), pero si les digo que fue conocido como"El Hombre Elefante”, seguramente que sí saben quién es. Este inglés decimonónico me pide que les anime a cortar los cordones que nos atan a lo establecido y a lo políticamente correcto, que para él no son más que prejuicios y estereotipos. 

Le tocó vivir en la Tierra aquejado del síndrome de Proteus, lo que le originó enormes malformaciones en su cuerpo y rostro que empezaron a manifestarse al año y medio de edad. 

Como consecuencia de esto, fue rechazado por su familia y por la sociedad en general, pasando varios años en ferias. Era exhibido como un fenómeno de la naturaleza hasta que una actriz llamada señora Kendall le ayudó a cortar con esa situación, reuniendo fondos para ayudarle. De esta forma, nuestro Ganehsa victoriano emprendió una vida dentro de toda la normalidad que podía tener; sobresalió por su carácter amable y dulce, aprendió a leer y escribir, compuso poemas y algunos de ellos se cantan como himnos aún hoy en las iglesias baptistas, como las estrofas que escribió junto al pastor protestante Isaac Watts y que quiero leerles a modo de despedida. Los cuatro primeros versos son de Merrick y los cuatro siguientes,  de Watts: 

“Es vierto que mi forma es muy extraña,
pero culparme por ello es culpar a Dios; 
si yo pudiese crearme a mí mismo de nuevo
procuraría no fallar en complacerte. 

Si yo pudiese alcanzar de polo a polo 
o abarcar el océano con mis brazos, 
pediría que se me midiese por mi alma. 
La mente es la medida del hombre”

Muchas gracias por su atención. Saque las tijeras y corte sus cordones. hágase el favor de ser usted mismo. No lo piense más. 

NOTA: Este articulo forma parte de mis intervención “En paralelo”, dentro del programa radiofónico “Te cuento a gotas”, que puede escucharse aquí: https://www.ivoox.com/ataduras-invisibles-libertad-hombres-nombre-de-audios-mp3_rf_37062149_1.html


Fotografía ©️A. Quintana. Madrid, 17 de agosto de 2018 

28 de mayo de 2019

Cuestión de lenguaje






Hace años oí a alguien decir que las palabras, en lugar de transmitir ideas, las enturbian y lo cierto es que cada uno de nosotros seguro que tenemos decenas de anécdotas donde o nos han malinterpretado los mensajes o, incluso, hemos malinterpretado las palabras o los gestos de alguna persona. Y esa es una carga, cual pecado original, que arrastramos las personas desde que nacemos; quizá por eso se utilizan cada vez menos palabras. Algunos estudios afirman que un ciudadano medio español no utiliza más allá de 1000 y solo los muy cultos alcanzan los 5000 vocablos. Es más, algunos jóvenes utilizan solamente 240 palabras.

El artista chino Xu Bing ha escrito la novela ‘Libro desde el suelo' con ocho mil emoticonos y ni una sola palabra. El autor ha explicado que, cuando tenía once años de edad, le causó un gran impacto el cambio de alfabeto con la Revolución Cultural China, lo que generó una especie de trauma social colectivo, pues todo el mundo tuvo que volver a aprender a leer y escribir y a reconocer los nuevos pictogramas alumbrados por el pensamiento maoísta. Muchas personas se convirtieron en prácticamente analfabetas, unas por sus dificultades para “reeducarse” y otras por su negativa consciente a ser “reeducadas”, lo que determinó en ocasiones su deportación a campos de trabajo por rebelarse. 

Esta tarea de hacer comprensible para todos las andanzas de unos personajes a base de símbolos universales y sencillos dibujos, como si fuera otra encarnación del esperanto escrito, contrasta con la utilización críptica del lenguaje, es decir, el empeño que a veces se pone en que aquello que se plasma o se dice solo lo entienda un grupo reducido de gente. No quiero referirme a quienes lo hacen con fines ilícitos, llamando zapatos, por ejemplo, a lo que no es sino fardos de droga, sino a quienes recurren a esa comunicación cifrada para protegerse o proteger a otros. Pensemos en las muchas resistencias que surgieron y aún surgen a causa de las guerras y pensemos también en aquellos que ven en la metáfora y la clave el único remedio para no acabar en la hoguera del pensamiento establecido a causa de su lenguaje. 

En este sentido, el otro día me encontré con Anne Lister en mi mundo paralelo del siglo diecinueve. Pues bien, la Sra. Lister o Mister Black, como la apodaban en el York de su época, utilizó una mezcla de álgebra y griego clásico para relatar en sus diarios los encuentros amorosos y sexuales que tenía, relatados con gran realismo. Esa jerga propia, inventada por ella, no se descifró hasta 1980, queriendo el destino que su vida quedara al descubierto en un tiempo probablemente más tolerante no solo para las lesbianas, sino para las personas que enarbolan la bandera de la libertad personal. De hecho, sus diarios se encuentran bajo la custodia de la UNESCO desde 2011. 

Hablando de banderas, la iglesia de la Santísima Trinidad de York luce desde el verano de 2018 una con los colores del arcoíris para celebrar que Anne Lister selló en ese templo, allá por 1834, su compromiso con otra mujer. 

Curiosamente, a la bandera le acompañaba un cartel de homenaje que literalmente decía: ”Emprendedora de género inconformista. Celebró su compromiso marital, sin reconocimiento legal, con Ann Walker en esta iglesia”. Ante las protestas de miles de ingleses por los eufemismos empleados, se sustituyeron esas frases por estas otras: “Lesbiana y autora de su diario. Tomó el sacramento aquí para sellar su compromiso con Ann Walker”.

Siguiendo con los eufemismos y aprovechando que hoy es 1 de mayo, recordemos que se festeja el Día de los Trabajadores en casi todo el mundo, fecha consagrada en homenaje a los Mártires de Chicago. Se llama así a los sindicalistas anarquistas fueron ejecutados en Estados Unidos por participar en las jornadas de lucha por la consecución de la jornada laboral de ocho horas. Dichas reivindicaciones se iniciaron con una huelga el 1 de mayo de 1886, fecha a la que le siguieron jornadas de algaradas, protestas, detenciones,  muertos y heridos. 

La conmemoración del Primero de Mayo como fiesta clave del movimiento obrero tuvo un gran impulso por parte de la Segunda Internacional hasta el punto que, para guardar las distancias con los postulados marxistas y anarquistas, en 1954 Pío XII consagró ese día a san José Obrero, que es como los niños de mi generación conocimos la susodicha fecha hasta que  la oficialidad del término se fue mezclando con generalísimas trombosis y el pobre san José tuvo que conformarse con tener solo el 19 de marzo, como si su estrella se empeñara en señalarle que su esencia es la de padre putativo por encima de abnegado artesano que saca adelante a su familia.

Pero no crean ustedes que esta mixtificación se circunscribe a la Iglesia católica; países como Estados Unidos o Canadá no celebran el Primero de Mayo por temor a que esta fecha reforzara el movimiento socialista. En su lugar se festeja el Labor Day el primer lunes de septiembre, realizando un desfile, y parecen no haberse percatado de que, a fuerza de nombrarla, la festividad de mayo se encuentra tan sobada y vacía de contenido que en el lenguaje de la gente se ha apagado el halo de luz rojiza que otrora tuvo.

Palabras, símbolos o gestos, no olvidemos que tras ellos se acurrucan los pensamientos, emociones y deseos de quien los verbaliza, escribe o dibuja, de ahí que, como a menudo nos recuerda Luis Rojas Marcos, deberíamos hablar continuamente con nosotros mismos para permanecer cuerdos y, si esto les da vergüenza, al menos sean conscientes de que la línea que nos une y separa de los otros seres vivos es una mera cuestión de lenguaje. 

Fotografía ©️ A. Quintana. Madrid (Moncloa, 4 de uno de 2018). 

Esta entrada sirve de base al espacio "En paralelo" del podcasts "Te cuento a gotas" del mes de mayo de 2019 y que puede escucharse aquí: https://www.ivoox.com/por-no-empezar-nuevo-entre-amores-audios-mp3_rf_35291630_1.html

3 de marzo de 2019

Yo y las pseudociencias




Eso, en esencia, es el fascismo: la propiedad del Estado por parte de un individuo, de un grupo, o de cualquier otro que controle el poder privado” 
(Franklin D. Roosevelt)


Las mentes preclaras de quienes gobiernan mi país llaman pseudociencias a ciertos tratamientos terapéuticos que, según ellos, se encuentran más cerca de la charlatanería y el fraude que de verdaderos métodos curativos. Utilizan ese vocablo en tono despectivo, humillante, ufanándose de que solo hay un dios y ellos son su profeta. 

No contento con el varapalo que hace unos meses le dio la Unión Europea, cuando esta supranacionalidad se negó a prohibir la homeopatía y la acupuntura, y sabedor de que una mentira repetida hasta la saciedad se “convierte” en una verdad, el Gobierno de España sigue con su matraca presuntamente racionalista, moderna y avanzada y ha elaborado una lista con cien materias de las que él denomina pseudociencias, plasmado su mensaje en un vídeo que, además de ridículo y feo, resulta engañoso. El objetivo no es otro que mezclar churras con merinas, confundir a los ciudadanos y maquillar la realidad, no sé si a sabiendas o por pura ignorancia, porque vergüenza me da pensar que una ministra de sanidad y  un ministro de ciencia estén tan verdes en estas cosas.

Utilizo la homeopatía desde 1985 y la acupuntura desde un poco más tarde, a principios de los noventa. En ambas modalidades he acudido a profesionales de la medicina que llamaremos “ortodoxa”, es decir, titulados en universidades españolas y con posgrados realizados en países no sospechosos de brujería. Siempre me han recibido en consultas médicas al uso y los homeópatas me han extendido recetas con remedios que los farmacéuticos de mi ciudad me han vendido sin problema. Los acupuntores han manipulado las agujas y la moxa con una pulcritud que a veces no he encontrado en las batas y las cabelleras de algunos de atención primaria. Y hasta ahora me ha ido muy bien con mis gránulos y mis punciones, al igual que a millones de personas. 

Me extraña mucho que estos políticos no sepan que los conocimientos homeopáticos vienen utilizándose oficialmente desde principios del siglo XIX gracias a Hahnemann, que no era ningún hechicero, sino un médico e investigador químico. No puedo creerme que tampoco sepan que existe un museo dedicado a este científico en la localidad de Sibiu, ni que en las boticas alemanas, francesas, austriacas, checas, italianas y rumanas (por citar solo las que he frecuentado más cuando he caído pachucha en algún viaje), al solicitar un remedio para el mal de turno y si no llevas receta, lo primero que te preguntan es si lo quieres homeopático o alopático. 

Igualmente me sonroja creer que los gobernantes no han leído u oído jamás que la acupuntura se viene usando desde aproximadamente el siglo VI a.C.  con resultados contrastados. Así que, como no puedo imaginármelos tan iletrados, quizá tengan razón quienes arguyen razones menos claras, como haber sucumbido al lobby de la industria farmacéutica, nada inocente y muy  poco noble cuando regala viajes y otras prebendas a médicos que prescriben sus últimos productos o cuando lanzan al mercado medicamentos cada vez más caros que acaban desterrando de las oficinas de farmacia otros mucho menos costosos e igual o más efectivos, pues suele tratarse de específicos antiguos y utilizados hasta la saciedad. 

Me gustaría que este gobierno pomposo y paternalista ejerciera la libertad que pregona y dejara que cada cual se cure como quiera. Llevan su ideología de fuegos artificiales hasta la paradoja de plantearse legalizar la eutanasia y la asistencia al suicidio y querer enderezarnos a quienes queremos estar sanos con terapias sin efectos secundarios. En lo que a mí concierne, seguiré usando los remedios que me dé la gana, en uso de mi libertad. No soy quién para criticar a quien acude a cromoterapia, flores de Bach o se tira de un puente. Detesto el paternalismo, el pensamiento único y el paso de la oca, con lo que también respetaré que esos ministros se traten con omeprazol la acidez de estómago que el bicarbonato quizá pueda calmarles, conscientes de que la OMS ya nos ha dicho que el primero, a la larga, causa demencia. 


©️Fotografía A. Quintana. Las Palmas de Gran Canaria, 25 de octubre de 2018.



31 de marzo de 2018

Mao no es Mao






A estas alturas, las sorpresas que me puedo encontrar en una exposición de Warhol me las proporcionan las personas que acuden a ver sus obras. Ni que decir tiene que aún concita a un buen número de jóvenes ávidos de fotografiarse con sus vacas multicolores y los retratos serigrafiados. Ahora bien, echo en falta una interpretación certera de su obra porque, si para Magrittte una pipa no era una pipa, para el bueno de Andy muchas de sus cosas no se entienden desde la interpretación lineal y absurda que lo relegan al capacho de los diseñadores publicitarios. Quiero decir que sus producciones están llenas de crítica y humor ácido, como el aparentemente inofensivo plátano de la Velvet, cuya piel, sin embargo, te hace resbalar si no pisas con destreza. 

El otro día,  ante el retrato de Mao, escuché en la boca de una veinteañera lo que, para Arrabal o cualquier ácrata de pro sería el culmen del retruécano. Dirigiéndose a quien me pareció era su madre (una mujer de mi edad, aproximadamente, pero más enseñorada yo, a juzgar por el aspecto), le espeta sin pestañear lo siguiente: “aquí está el coreano otra vez; lo vemos en todas partes”. La supuesta progenitora no corrigió el error, pero si lo comento aquí es porque me marché a mi casa pensando en el vuelco que ha dado el mundo y en que lo que creíamos importante hace dos o tres décadas,  ha perdido interés. 

No me sorprende tanto que alguien confunda a Mao con Kim Jong-un, cuando la vestimenta, las facciones y lo que transmiten son casi lo mismo: un régimen dictatorial y represivo. Lo que me sorprende es que esa criatura (y seguramente algunos más de quienes hayan visto o vayan a ver la exposición) no sea capaz de deducir que, habiendo fallecido Warhol en los años ochenta (como ponía en los carteles que se supone debía leer a la entrada), resulta imposible que hubiera inmortalizado al actual presidente norcoreano. 

Con independencia de que me duela que la gente consuma cultura como quien engulle bollos o se compra camisetas, es decir, sin pensar y sin sentir, lo cierto es que, en mi reflexión postrera, llegué a la conclusión de que Mao dejó de serlo cuando una mañana vimos su apellido escrito en piyin, y el Tse-Tung con que crecimos se disolvió en el agua de un Zedong posmoderno que, tras estrechar la mano de Nixon en 1972, empezó a sentar las bases de lo que sería su imagen para las generaciones venideras: nadie. 


©️ Fotografía A. Quintana. Madrid, marzo de 2018. Exposición “Warhol, el arte mecánico”. 

17 de mayo de 2016

Arquetipos vitales (IV): El mundo no es un lugar



Dejó la rosa en agua y, al sujetarla al vaso donde la puso, se percató de que le habían quitado las espinas, seguramente en la floristería. Quedaban las hendiduras de los aguijones y ella pudo contar hasta siete muescas. Inmediatamente se echó la mano al costado, recordando la herida que se le abrió aquella tarde del mes de marzo, y palpó la cicatriz que le quedó desde entonces, una huella invisible a los ojos, pero muy presente en su memoria y del todo perceptible para sus dedos.

Fotografió la flor y la guardó con mucho celo en su teléfono, no sin antes enviarle a su  Romeo la instantánea, para que viera que, contrariamente a lo que él le sugirió, no la tiró a la basura. Acto seguido empezó a bailar una danza a caballo entre el cadereo africano y la sensualidad hindú, dando vueltas por todo el jardín y al mismo tiempo mirando de reojo a su perro, que andaba merodeando la mesa del porche e intentaba acercarse a la rosa. Mientras giraba y giraba, vibró el teléfono en el bolsillo de su falda, pero ella no se dio cuenta, pues de sobra es conocido que la plenitud y la dicha, cuando aparecen de la mano, acallan los ruidos externos. Saltó el contestador y una voz grabó lo siguiente: “Hola, Flaca. Marcos se representa con un león porque su evangelio comienza con el Bautista predicando en el desierto, donde se pensaba que había animales salvajes. Además, su escrito sirvió de catecismo para aquellos que, abrazando la nueva religión, se disponían a recibir las aguas bautismales. El hombre alado es Mateo y el toro, Lucas. Estaré fuera hasta el domingo. Hace un tiempo atroz, un calor inaguantable y se me rompió el reloj nada más aterrizar, por ir jugando con él y pensando en una boba que se ha quedado en Madrid. Supongo que estarás haciendo alguna de esas cosas raras que te gustan. No ligues con el más tonto”. Cuando escuchó el mensaje, pasada al menos media hora, recordó parte de la primera conversación que mantuvieron y cómo se enzarzaron en agotadoras disquisiciones artísticas, para acabar criticando, por parte de aquel seductor, la pintura religiosa. ¿Por qué llamaba ahora, contándole a ella la interpretación simbólica de los evangelistas? ¿Y por qué ha viajado hasta Israel en esta época veraniega, para estar allí tan solo seis días?

Pasó casi toda la noche recordando el tono del recado, analizando de memoria la inflexión de la voz, rebuscando en los rincones de las palabras cualquier matiz o sombra que introdujera otro significado en el discurso. Hubiera preferido una despedida distinta, no lo del ligue tonto, un adiós más afectivo habría estado mejor, más acorde con lo que ella se merecía. Pero, cuidado, la luna hizo saltar la alarma en un boquete de su mente y empezaron a aflorar pensamientos oscuros que la llevaban a divagar acerca de ideas que anteriormente no había concebido. Pensó que, a lo peor, la flor no quería decir nada y que pudiera ser que eso de obsequiar rosas sin espinas fuese la pauta con que semejante pavo real agasaja y conquista a las mujeres.

Se acercó a la biblioteca y, aunque le costó encontrarlo, al fin dio con el Tenorio, aquel librito subrayado en algunas partes, las mismas que tuvo que aprenderse cuando representó a  doña Inés en quinto o sexto de bachillerato.  Lo releyó entero y, mientras avanzaba en la lectura, notó que una gota de hiel inundaba su paladar, que dos lágrimas corrían por su rostro y que la tristeza se instalaba entre sus pechos. Sintió pena de sí misma, por no haber medido bien sus fuerzas. Estaba acostumbrada a relacionarse con personas que la admiraban, que se rendían ante su personalidad, pero ahora era ella quien se fascinaba ante alguien distinto, diferente a los hombres a los que había amado, dirigido o simplemente tolerado. Estaba convencida de que les unía un pacto antiguo no escrito, de esos que se firman en el éter cuando la luna crece y los sueños se disparan.  En su fuero interno sabía que ambos habían cruzado las miradas cientos de veces sin reconocerse, que probablemente alguna vez habían observado a la par el mismo cuadro en una exposición o franqueado juntos el portalón de algún palacio europeo, en cualquier viaje de trabajo o placer. Y siguió reflexionando sobre lo extraña que es la vida cuando, de manera abrupta e inesperada, da un golpe de timón sin aparente sentido. Llevaba años remando en aguas tranquilas y, de repente, su barcaza se precipitaba por cascadas y torrentes...

A la mañana siguiente, tras la tormenta de sus entrañas, cogió la correa del perro y salió con este a dar una vuelta. En el parque, mientras el can perseguía a unas palomas, volvió a escuchar el mensaje, destacando ahora que iba pensando en ella cuando se le rompió el reloj. ¡Qué hermosa metáfora le pareció contemplar: se para el tiempo y la vida es eterna a partir de ese instante! Esto le hizo pensar en las fotografías, en cómo congelan  para siempre la vida. Se acordó de la rosa del vaso y fantaseó sobre la idea de que siempre permanecería fresca gracias a la instantánea que le sacó con el móvil, por más que en el mundo real se marchitara y terminara secándose. ¿Qué haría ella si perdiera la memoria? ¿A quién llamaría en sueños? ¿Con quién se reiría? ¿Dónde buscaría sus recuerdos?

"No deje que su perro se acerque mucho a las palomas, que están enfermas". Una voz metálica la sacó de su ensimismamiento, levantó los ojos y vio un hombre mayor de piel bronceada que hablaba ayudado por un laringófono. "Disculpe que me entrometa, pero son muy dañinas y además trasmiten enfermedades. No querrá que su perro coja algo..." Le dio las gracias, el señor siguió su camino y ella permaneció en el parque hasta la hora de comer.

No volvió a tener noticias de su amante hasta la noche, en que le mandó un guasap. Era la imagen de un águila tallada en piedra. Debajo, le escribía: "Este es tu escudo, Flaca. Cuídalo, porque en él llevas a san Juan evangelista, el discípulo más amado." Estuvieron un rato intercambiándose misivas, hasta que llegó un "me voy a dormir, que mañana quiero acercarme a Tel Aviv. El sábado regresaré a Jerusalén.  Mil besos".

La víspera del regreso de su amor, las noticias informaron de que, cerca del Huerto de Getsemaní, un terrorista suicida había hecho estallar las cargas que llevaba alojadas en su chaleco. Como consecuencia del atentado, murieron ocho personas y otras diez resultaron heridas, además de producirse cuantiosos destrozos materiales. Todas las víctimas eran extranjeras y se encontraban con un guía turístico local, que salió ileso, al haberse resbalado y caído al suelo en el mismo instante de las detonaciones, queriendo la suerte que varios cuerpos  cayeran sobre él, protegiéndolo. Inmediatamente un gélido rayo le pasó por las vértebras, cuando la locutora comunicó que en el grupo se encontraba un español de mediana edad.

De esto hace casi dos años. Ella acude cada semana a la residencia donde vive él. Suele llevarle chocolate y papel de colores. Le habla con la voz, con las manos, con la mirada y hasta con el pelo. Sobre todo, a él le gusta que le acaricie el rostro y que le bese el cuello. Sonríe cuando cuando siente el paso de las yemas por las patillas o de los labios en la nuca y, como rey agradecido, responde siempre dándole una pajarita de las que va haciendo con los pliegos que su fiel amiga le trae.

Cuando fue repatriado, lo llevaron directamente a un hospital. Se repuso de las lesiones físicas, es decir, de la rotura de tímpanos y de la clavícula fracturada. Pasaban las semanas y los facultativos, que al principio pensaban que sería temporal, empezaron a entender que su paciente había elegido la mudez como forma de estar en el mundo. Atendía a todo, no estaba ausente de nada. Su familia se desesperaba, no conseguía acertar con el modo de relacionarse con él de manera adecuada. No lo dejaban solo en ningún momento. Cuando salía a la calle, siempre iba con él algún guardián que observaba cuanto hacía, para luego ponerlo en común con el resto de sus parientes.

Una noche, cuando los demás dormían, escribió en la puerta de la nevera, con un rotulador rojo de tinta indeleble, "quiero irme de esta casa, tengo dinero suficiente para pagarme otro hogar, dejadme en paz". Como no le hicieron caso, se tomó un tubo de tranquilizantes y apareció en el suelo con la boca llena de espuma.

Los incidentes se fueron haciendo cada vez más frecuentes y, reunido el sanedrín familiar,  decidieron llevarlo a una residencia frente al mar. Cierta mañana, paseando por la playa, observó cómo unos niños recibían su clase de vela, advirtiendo en el chaleco del profesor  la imagen de un águila con las alas abiertas. Se acordó de ella, de su última amante, del aroma a lirios de su colonia, de los postres que compartieron y las calles que pasearon. Por primera vez sintió nostalgia y regresó al asilo con la esperanza de encontrarla... Tres o cuatro días después, se armó de valor y sacó el teléfono del armario donde lo había metido con el firme propósito de olvidarlo para siempre. Afortunadamente no había perdido la memoria, por lo que fue fácil atinar con la contraseña y dar con el contacto que buscaba. ¡Maldición! No tenía línea, era un dispositivo enmudecido como él mismo.

Acudió a recepción y escribió en el reverso de un folleto publicitario de la residencia que, por favor, llamaran a ese teléfono y, si atendía una voz femenina respondiendo al apelativo de Flaca, le dijeran que él vivía en esa institución, que había optado por no hablar y que, si quería, podía venir a verlo.

Desde esa llamada, ella tiene la impresión de que la vida la premió de nuevo, pues nada le gusta más a una verdadera dama que poder dedicarse en cuerpo y alma, pero sobre todo en alma, a hacer feliz a quien ha elegido.

La vida transcurre plácida. Por primera vez, ambos se relacionan como quieren, sin  atender a las normas de los demás. Quienes los ven, perciben que son cómplices en un  mundo que solo ellos conocen, que solo ellos cuidan, que solo a ellos pertenece. Un mundo sellado con las alas de piedra que un día él le mandó por guasap y que, gracias a la papiroflexia, revolotean a su alrededor.


NOTAS: 
1.- Este relato es la continuación del arquetipo vital III de esta serie.
2.- Sobre la fotografía: Fue tomada en Étrétat (Bretaña), 14-8-15