Visitas

21 de septiembre de 2011

Tomar decisiones


¿Cuántas decisiones tomamos al cabo del día? ¿Y del mes? ¿Cuántas veces lo hacemos sin percatarnos de ello? ¿Cuáles nos llevan más tiempo tomar? Está claro que no es lo mismo decantarse entre tomar café o té, que aceptar un trabajo u otro, por ejemplo, y ni les cuento si, en mi caso, se trata de escoger entre una falda o un vestido (en fin...). Pero he observado que, muchas veces, lo que termina siendo uno de los acontecimientos más decisivos e importantes en nuestra vida, al principio no fue más que el chispazo del momento, algo así como el irresistible impulso por coger un camino cuya senda no distinguimos claramente, pero la intuimos.
¿Será que cualquier camino conduce hacia nuestros fines, como los indicadores de WC que encontré en Wroclaw el mes pasado?

Universo



Venus y Marte son distintos, pero comparten el mismo Universo. 
De Venus a Marte: Feliz cumpleaños.

12 de septiembre de 2011

Viajeros en tránsito y el cielo de Flandes



Cada vez es más fácil trasladarnos de un lugar a otro y sentirnos Philieas Fogg o Passpartout (depende del momento). Lo que hace unas décadas era casi un sueño, hoy se ha convertido en una realidad al alcance de mucha gente. De Buenos Aires a Toronto, de Estambul a Yakarta, de Tokio a Oslo, de Barcelona a Tel Aviv, de Niza a Ciudad del Cabo, de Lisboa a La Habana, de Kiev a Munich, de Río de Janeiro a Milán, de Malabo a Las Palmas, existen miles de caminos que surcan los cielos, las aguas y las tierras de este planeta.
Si hay suerte con los enlaces y no surgen huelgas, averías o catástrofes naturales, la vuelta al mundo ha dejado de ser la aventura de ochenta días que propuso Verne en su novela. Gracias al avión, hoy podemos tragarnos seis husos horarios pasando las páginas del mismo libro, o durmiendo plácidamente. Reconozco que volar me gusta mucho, así que normalmente encaro estos acontecimientos con satisfacción.
Pero también podemos transitar por cuatro o cinco países en un mismo día, mudando de aeronave y sin cambiar de aires. Los viajeros en tránsito se mueven dentro de una burbuja con ventilación artificial que, como normalmente está a muy baja temperatura, obliga a llevar chaqueta continuamente, aunque sea verano, vengan de Miami y se dirijan a Jerez. Además, atisban un pedacito de la cuidad en la que están de paso a través de cristales herméticamente cerrados y lo que ven coincide normalmente con lo que han visto en otra parte: hormigón, hangares y alguna torre de control. Después, cuando acceden nuevamente al siguiente aeroplano, la mayoría de las veces lo hacen a través de fingers con la misma atmósfera prestada que les acompaña desde que pusieron el pie en el aeropuerto de salida.
Salvo pequeños aeródromos de exóticos o lejanos destinos, el mundo occidentalizado se unifica también en esto. Damos vueltas por las zonas se tránsito y embarque contemplando las mismas tiendas, oliendo los mismos aromas, picoteando las mismas chucherías, dándonos los mismos caprichos. Son tiempos de uniformidad y globalización. Por eso, tras casi cinco horas esperando en Bélgica el enlace con mi vuelo, ahíta de tés con limón, con dos bolsas repletas de chocolates que el médico no me dejará probar y un montón de galletas con las que culminé un día de peregrinación, caí en la cuenta de que me desplazaba a través del cielo de Flandes. Hasta entonces, Bruselas solo fue un nombre impreso en alguna parte de mi documentación de viaje.

NOTA: Gracias a Maribel, a Ana y a la familia Ballesteros, por tantas risas.

31 de agosto de 2011

Varsovia




En mi imaginario particular, hay ciudades que siempre he guardado en el cajón de los tesoros. Varsovia es una de ellas. En general, los lugares devastados, invadidos y asfixiados me merecen respeto y admiración. Me recuerdan también que casi todo es efímero y que, al menor descuido, la dignidad humana, la soberanía popular y los peldaños de civilización conquistados pueden desaparecer. Basta recordar lo que ocurrió con los nazis, en 1939, y luego, en 1945, lo que hicieron los soviéticos en territorio polaco.
A mi regreso de vacaciones, me he encontrado con un país (el mío) completamente invadido ya por la dictadura de la Europa de los mercaderes. Se modifica la Constitución por las bravas, de espaldas al sentir de la gente, para calmar el fuego del dragón que nos amenaza. Vayamos olvidándonos del Estado social de Derecho y preparémonos para cualquier cosa. Pero no perdamos la esperanza: tras muchos años de vivir bajo la suela del oprobio, en Varsovia sale música de los bancos callejeros y los peatones tocan el piano cuando cruzan las calles.



6 de agosto de 2011

Cortar amarras



Cuando cojo vacaciones, durante unos días me encuentro en el limbo, como esos espíritus que no han abandonado del todo el mundo carnal y dan vueltas por allí y por allá intentando encontrarse a sí mismos. Necesito un tiempo para acomodarme a mi nuevo estado, olvidar los tics del invierno y perdonarme las ganas de no hacer nada. Es una carrera con una meta bien definida: no saber en qué día vivo.
Creo, amigos, que a esa meta he llegado hoy mismo... Al fin estoy libre. 

28 de julio de 2011

Ejem...



Esto a mí no me ofende: pincha aquí

Lo que dicen estos personajes, sí:  pincha aquí

Pecados capitales: la pereza



Me cuesta mucho escribir sobre la pereza como algo maligno, cuando en ocasiones puede resultar liberador y hasta positivo. Para ser sincera, un poco de inactividad nos viene bien a todos. A menudo hay que parar, tomar aire y dedicarnos a vagar por las estructuras del no-hacer. Para Lafargue esto era revolucionario. Para la mujer y el hombre modernos, puede incluso ser cuestión de salud mental. Para mí, a finales de julio, ni les cuento.
Por eso creo que debemos rechazar el concepto de pereza que nos inculcaron desde la cuna, es decir, la simple holganza de la cigarra, y avanzar un poco más en el concepto, expandiéndolo a esa actitud de total desgana por lo externo o ajeno. Así y a título de ejemplo, tal vez Dante arrojara hoy a los infiernos a estas personas:
  1. Quienes no se mueven sin recompensa o contraprestación, aquellos que miden todo en términos de interés y les resulta una pérdida de energía y tiempo dedicar su esfuerzo a acciones aparentemente inútiles.
  2. Quienes optan por no ser flexibles, si esto les descoloca la agenda, sus reglas o sus costumbres.
  3. Quienes copian las ideas ajenas y las muestran como propias. 
  4. Quienes no contestan llamadas, mensajes o correos.
  5. Quienes hablan entre dientes.
  6. Quienes dan floja la mano. 
  7. Quienes tienen prejuicios y lo dan todo por supuesto, con tal de no escuchar.
  8. Quienes ya no aprenden.
Estas conductas (y otras, pues la lista está abierta) denotan una clara dejadez, esa abulia vital y ausencia de espíritu que, sin duda, conforman la pereza.
Podemos ser cigarras, pero jamás seres anodinos incapaces de movilizarse por nada ni por nadie, incapaces de amar.

NOTA: A propósito de la explotación por el trabajo, tal vez pueda interesarles lo que el año pasado escribí en este mismo blog, pinchando aquí

27 de julio de 2011

Global system

En esta época de marcas y logos, ¿se atreverá el cocodrilo con el mantón de Manila?

26 de julio de 2011

Amy y José




Se atribuye a James Dean la frase “vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver”. Jamás estuve de acuerdo con su sentencia, ni tan siquiera cuando, por edad, veinticuatro horas me parecían un periodo de tiempo demasiado largo y vivir era sinónimo de calzarse las botas de siete leguas y pretender llegar muy lejos.
Para las cosas del morir, siempre he preferido ir despacio o, si se prefiere, disfruto tanto viviendo que me he cuidado mucho de exponer mi cuerpo y mi mente a conductas arriesgadas. No me refiero solamente a las drogas (e incluyo el alcohol en este apartado), sino a cualquier actividad temeraria que ponga en riesgo lo más preciado que cada uno tiene: su propia existencia. Y dentro de este cajón englobo a las personas que alimentan la imprudencia, bien sacando partido de ello, o bien asistiendo como meros espectadores.
Me pregunto estos días qué empujó a algunos a colgar en la red el vídeo del último concierto de Amy Winehouse, es decir, el que ofreció en Belgrado el pasado mes de junio. No lo he visto porque no he querido, pero ha sido tan comentado por todo tipo de prensa, que me hago una idea del declive que lució aquel día la cantante ante miles de fans.
También me pregunto si, asistiendo a determinados espectáculos, lo que la gente busca en realidad es toparse con la degradación de quien actúa, con su muerte en directo, con ese cadáver “bonito” que, encima, es mentira, pues la juventud, cuando muere en determinadas circunstancias, lleva muchos años marchitándose.
Y una última pregunta: quienes pagan dos y tres mil euros por una entrada para ver torear a José Tomás, ¿acaso no están apostando a la ruleta rusa del diestro? Su cogida de estos días también está siendo muy cliqueada en Internet y me han dicho que el caché del matador ha subido más todavía.
Hagan juego, suene la caja registradora y disfruten, que estamos locos.

20 de julio de 2011

Pecados capitales: la ira


Si existe una imperfección extravagante es esta de la ira. Creo que, de los siete pecados capitales, es el único que posee efectos claramente contagiosos, porque el acto producido en un momento furibundo y violento, muchas veces provoca la cólera de los demás. Por ejemplo, si alguien lleno de rabia asesta un golpe a un semejante y lo mata, casi de inmediato hace que broten sentimientos de ira en otros sujetos que, curiosamente, no dudarían en aplicarle al agresor su misma medicina, como antaño pasaba en los territorios de Lynch. Raro es quien no haya experimentado alguna vez esa emoción y extraña es también la persona que, paralelamente a su furia, no la censure en los demás. Por eso veo la ira como si fuera una rueda que gira sobre su eje continuamente: hoy puedes ser objeto del furor ajeno, mañana puedes ser tú quien se encolerice.
La guerra incivil que padeció España hace setenta y cinco años sembró el país de ataques y agresiones no siempre provenientes de las tropas enfrentadas. Las salvajadas que sufrió mucha gente las causó el fanático impulso de “dar su merecido” a quienes eran considerados simpatizantes o representantes de alguna otra barbaridad. Llegada la victoria, siguió aplicándose la saña del bando ganador y creciendo de puertas adentro la ira de quienes perdieron la contienda, en una retroalimentación que ha llegado hasta nuestros días, a pesar de que la mayoría de los españoles nada tenemos que ver con aquello.
Ayer, camino de casa, pasé delante de un muro donde aún permanecen las huellas de los proyectiles usados durante esa conflagración y vino a mí la imagen de ciertas calles de Berlín donde el paso del tiempo todavía no ha borrado las señales del horror. Pensé también en Iraq, el 11-S, Ruanda, Afganistán, la otrora Yugoslavia, Ucrania y un larguísimo etcétera confeccionado de odios, rencores y, sobre todo, mucha ira.
¿Nos bajamos de la rueda?