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23 de febrero de 2011

23-F



Durante la Edad Media, Guillermo de Ockham sentó el principio según el cual, si coexisten varias teorías para explicar lo mismo, debemos decantarnos por la tesis más simple. Sin embargo, que levante la mano quien no ha optado alguna vez por mirar el mundo a través del catalejo de lo complicado. Quienes ven a Elvis por ahí, o están seguros de que Walt Disney se encuentra hibernando pacíficamente a la espera de que la ciencia lo devuelva al mundo mortal, se apartan por propia voluntad del principio de economía al que me refería al comienzo de este post. Y es que una novela de misterio da más juego que la evidencia. 
Supongo que en estas cosas pesan mucho los intereses de cada cual, sus aficiones, sus mitos y hasta sus miedos. Por eso, somos capaces de alistarnos a una de esas suposiciones extraviadas, pero desechar otras que resultan igual de sinuosas, cuando no absurdas. Suele llamarse a todo eso teoría de la conspiración, frase ambivalente que sirve lo mismo para ver la larga mano de los servicios secretos en la muerte de Marilyn, que para intentar ahora convencernos de que el fallido golpe de Estado del 23-F era en realidad una maniobra democrática. 
A mí también me cuesta creer siempre en las versiones oficiales, de hecho me encanta lo oficioso. Pero cuando escuché por la radio, en directo, aquello de “quieto todo el mundo”, los disparos y lo que vino después, pensé en una maniobra involucionista. Aún hoy, a treinta años vista y en mi cortedad de miras, no asocio los tanques por Valencia con un acto libertario. Ni tan siquiera liberal.