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4 de febrero de 2011

Profeta Bradbury



Llevo dos días entregada a la relectura de "Farenheit 451". Reconozco que, cuando buceé en sus páginas por primera vez, era una jovencísima estudiante de primero de carrera, que había visto ya la película en un cine-fórum de colegio mayor. Los comentarios y análisis hechos en aquel evento marcaron la lectura de entonces, como era natural, por lo que en mi fuero interno siempre había algo que igualaba las peripecias de aquellos personajes con el nazismo y las inquisiciones más oscuras (si es que alguna clarea).
Lo curioso de la novela es que hoy no me hace falta remontarme a otras épocas para reconocer que el reaccionario, controlado y asfixiante mundo que describió Ray Bradbury en 1953 concuerda demasiado bien con lo que nos toca vivir aquí y ahora. Me inquieta comprobar que aquello que ese escritor situó en un futuro lejano, en apenas medio siglo ya se va haciendo visible, como por ejemplo limitar la vida de los seres humanos a permanecer horas delante de las pantallas planas de televisores que expelen voces, canciones absurdas, consignas para hacerte creer que vives en el mejor de los mundos y eres más feliz que nadie, sobre todo si te comparas con quienes te precedieron.
En el imaginario país de Bradbury, se prohibieron los libros para no molestar a las minorías, para no salirse de la corrección política, para no perturbar el pensamiento único. En ese mundo, se reducían los años de universidad, la historia se manipulaba, el lenguaje se pervertía continuamente sin importarle nada a nadie. Como llega a decir Beatty, el capitán de los bomberos, exaltando el sistema que los envuelve, "la vida es inmediata, el empleo cuenta, el placer lo domina todo después del trabajo. ¿Por qué aprender algo, excepto apretar botones, enchufar conmutadores, encajar tornillos y tuercas?".
Llevo dos días entusiasmada con la lectura de un relato tan atrayente, pero al mismo tiempo se me hiela la sangre al comprobar que muchas cosas que para mí eran reflejo del autoritarismo más acérrimo y cruel allá por mis diecisiete años, hoy me circundan y me las envuelven en celofán democrático.
Lean "Farenheit 451", antes de que la quemen.