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12 de julio de 2010

Gazpacho, macedonia y derecho de gentes

Ha tenido su gracia ver celebrar los goles de la selección española de fútbol al chino que vive en el edificio de enfrente. Cada vez que La Roja apuntaba un tanto en el marcador, salía al balcón con singular alegría y gritaba y se movía como lo habrían hecho un gaditano o un aragonés. Pero hay más: estos días hemos podido contemplar a centenares de inmigrantes envueltos en la bandera roji-amarilla, llevando de la mano a sus niños con el mismo atuendo y coreando hasta la afonía su orgullo por sentirse de aquí. También he visto turistas ingleses o italianos hacer lo propio y no he podido por menos que sonreír con ellos y, de paso, reírme de tanto mentecato que aún cree en fronteras, alambradas, murallas y guetos.
Parece que el deporte ha ganado una hermosa batalla: aunar personas, reconocerles un patrón común por encima de orígenes, lenguas y documentos administrativos. Algo parecido al ius gentium de los jurisconsultos romanos, es decir, aquel que se aplicaba  a todos los seres humanos, con independencia de su procedencia. Porque, si poner puertas al mar es tarea imposible, reconozcamos que cada individuo puede ir y venir donde le plazca, sentirse de un grupo u otro según el momento y vincularse a lo que quiera sin abdicar de lo que es. Se dice que “pan con pan, comida de tontos”, así que mezclemos vegetales y saboreemos un gazpacho o una macedonia. El paladar saldrá ganando.

Recuerdo

Hoy, doce de julio, hace años que mi abuelo paterno cerró sus ojos. Quienes me conocen saben de sobra lo que sentía por él y el montón de cosas que aprendí a su lado. Para quienes no me conozcan, este minúsculo poema que le escribí en 1985:

Me asomo al mar por tus ojos
y a los huesos del saurio. Leyenda.
Cabalgata de amatistas


9 de julio de 2010

Apartheid

Ahora que no segregamos a la población en virtud de sus rasgos étnicos, que se nos llena la boca de hablar de integración social, escolar, laboral, etc. Ahora que está mal visto hacer chistes a costa de las diferencias ajenas. Ahora que hablamos tanto de la libertad de religión, pensamiento y expresión, hasta el punto de tener consagradísimos esos derechos. Ahora que nos creemos lo más de lo más en cuanto a ideología liberal y tolerante, no comprendo cómo en Austria puede haber plazas de aparcamiento diferenciadas, según el culto del conductor. Además, ¿quién lo controla? Miedo me da, aun en el supuesto de que hayan caído en desuso y la gente estacione el vehículo sin mirar la señal. Porque, si es así, díganme qué pintan esas marcas en el pavimento. Pero, si aún cumplen su finalidad, peor aún.

Nueve del siete

Ella madrugó mucho más que otros días. Al abrir los ojos, lo primero que sintió fue vértigo y agobio ante la jornada que la esperaba. Iba a estar expuesta a todos sin contemplaciones de ningún tipo y se imaginaba saltando al vacío sin red. Hubiera preferido en ese momento no ser la protagonista o, mejor, aparecer en mitad de todo, como ocurre con muchos personajes principales en las viejas películas americanas. Sí, eso mismo, llegar de la mano de su pareja y soltar de sopetón un “aquí estamos y os presento a...”, como la audaz Joanna de “Adivina quién viene esta noche”. Pero la realidad era otra y, al fin y al cabo, ella lo había querido así. Además, el premio no sería otro que lo que más deseaba del mundo: empezar una nueva etapa con su amor.

Hoy también ha madrugado y lo primero que ha sentido es alegría por reconocer en la almohada al mismo rostro que la acompaña desde ese nueve de julio de hace veintidós años. Solamente por eso, la vida merece la pena.

Felicidades, cariño. Esto es para ti.






8 de julio de 2010

Caracoles, polipéptidos y un pulpo

En nuestro imaginario infantil, casi todos guardábamos algún que otro brujo que se servía de patas de arañas, uñas de antílope o pelos de mandril para elaborar sus pócimas. Al ir creciendo, supimos de remedios milenarios que compuestos a base de bichejos de todo tipo para curar, alejar el mal de ojo o atraer la buena suerte. La sociedad del libre cambio también se aprovecha de ellos, pues comercializa muchos productos jugando con la procedencia exótica, natural o supuestamente antigua del remedio en cuestión. En los últimos años nos han vendido la baba de caracol como D. Quijote fomentaba el uso del bálsamo de Fierabrás, es decir, para todo lo que se nos ocurra. ¡Vivan los moluscos!

Desde hace unos meses, escucho anuncios radiofónicos que ofrecen cremas con veneno de serpiente para alisar el cutis, frenar la vejez, rellenar arrugas y no sé cuántas excelencias más. Dicen que es un polipéptido (así lo denominan; será para darle mayor empaque científico) que actúa como un verdadero liffting y que, en cuanto te lo aplicas, notas claramente que tu piel se estira. En fin, menos mal que no tienes al reptil cerca porque, si no, pensarías que te ha mordido e inoculado su veneno de verdad. ¡Vivan los ofidios!

Ahora ha surgido en nuestras vidas el pulpo Paul. Con sus dotes adivinatorias, está dejando boquiabierto a los mundialistas futboleros. Reconozco que, cuando me contaron su método, no he podido por menos que alegrarme, porque no es como esos otros videntes que mandan a la gente fumarse un puro para interpretar el destino según las volutas del humo, ni tampoco de los que empachan al público con agua de dudosa procedencia. A diferencia de éstos, el octópodo mismo es quien se zampa unos mejillones que, subrayen esto, se prestan al sacrificio bajo el pabellón de las selecciones deportivas, es decir, que los colocan con banderas y todo. Parece que Paul, hasta ahora, se ha decantado siempre por quienes lucen los colores que después, en el terreno de juego, ganan el partido. ¡Vivan otra vez los moluscos, sobre todo los pacientes mejillones!

7 de julio de 2010

Para cambiar


Me gustan las personas, me considero un animal sociable y, entre Hobbes y Rousseau, desde mi adolescencia me decanté siempre por este último, a pesar de que, con el paso del tiempo, he conocido un poco de todo y hasta he tenido que protegerme de algunos seres dañinos.

Pero lo cierto es que continúo apostando por el ser humano. En concreto, por quien ha sido capaz de inventar la rueda, descubrir rutas marítimas, sacar música de la nada, hacer reír a sus semejantes, atravesar kilómetros para llevar agua y comida a quienes carecen ello, concebir artilugios que nos facilitan la vida, imaginar historias, recrear el arte, originar la escritura, llorar de emoción, elegir la belleza, nombrar a los astros... Por eso me duele esa otra faceta que, desde el comienzo de los tiempos, le ha llevado a idear todo tipo de artilugios para castigar a sus adversarios. Es la triste historia del alma humana, encerrada en esa extraña dualidad que la empuja a evolucionar, crecer y avanzar, aunque con los pies tan lastrados que parece desandar cada noche lo que camina durante el día.

He visitado algún museo dedicado a la tortura y lo que a priori podría parecer morboso o desagradable, en realidad ha sido toda una lección de filosofía y antropología que me inclina a pensar que, a través de los siglos, han podido variar los utensilios utilizados para mortificar y sancionar, más toscos y evidentes en tiempos pasados, ahora mucho más sofisticados, sutiles y refinados.

De vez en cuando es bueno bucear en esa arqueología de la ignominia, no para creernos mejores que nuestros antepasados, sino para comprender que aún queda mucho trecho que caminar o, si no, asomémonos a Guantánamo, a bastantes cárceles del mundo entero, a los métodos terroristas... Pero tampoco nos olvidemos de esos miles de escuelas y hogares donde el bofetón, la burla y el chantaje emocional sustituyen la razón y la palabra sosegada.

Cambiemos, cambiemos pues. Está en nuestra mano.

Nota: La foto obecede a una silla de castigo de la Baja Edad Media. Se exhibe en un museo de Rottembug Ober Tauer.

5 de julio de 2010

Tiempo de viajar


Soy usuaria del metro y, además, se diría que me tocan todas las horas punta  del día. Sí, sí, ya sé que, en teoría, horas punta son dos o tres, pero como todo es relativo en la vida, yo debo de hacer las mías y las de ustedes. El caso es que no recuerdo cuándo salí sin arrugas (en la ropa) de un vagón, sin engancharme  el pendiente en el bolso de una adolescente o sin escuchar la música machacona y ratonera de siete u ocho viajeros que, para más inri, llevan el ritmo con cabeza y pies, moviéndolos en los pocos milímetros que distan de los nuestros.

De todas formas, los hay que lo pasan peor, pues, al fin y al cabo, yo ya estoy acostumbrada. Así, esta mañana, observé en el andén de Nuevos Ministerios cómo arrastraban maletas y bolsos al menos media docena de turistas. Supuse que iban o venían del aeropuerto y que, optimistas ellos, pensaron que, como el metro de Madrid vuela, ¡hala, al túnel de la risa... ¡  

La mía se me congeló cuando observé que les era imposible entrar en los vagones, por más que empujaran. Ninguno era capaz de hacerse hueco. Si metían las ruedas del equipaje, dos de ellos se quedaban fuera, si entraban todos, sus bultos no.... Y así durante casi diez minutos, es decir, todo el tiempo que nos ha tenido parados el ilustre maquinista, sin explicación alguna, y a pesar de que hoy no es día de huelga... oficial.

La gente resoplaba y miraba el reloj. Yo pensé que ya estamos en julio, que es época viajera, y recordé un título de película: “El extraño viaje”.

PD: Aunque hay días señalados de huelga y con independencia de que  se respeten o no los servicios mínimos, quienes cogemos el metro estamos habituados a parones intempestivos, demoras en la marcha, retraso en cerrar las puertas y un sinfín de monerías más que nos dedican, con muchisima solidaridad, a quienes nos damos calor humano en las horas punta.

29 de junio de 2010

Huelgas



HUELGA VOLUNTARIA

HUELGA INVOLUNTARIA

HUELGA LA HUELGA

ELLOS  HUELGAN

...... Y LOS DEMÁS EN EL RINCÓN DE LA PACIENCIA....

24 de junio de 2010

Corazas

Una amiga me ha mandado estas fotos de un erizo. Las imágenes iban acompañadas de una fábula con moraleja, que nada tiene que ver con lo que a mí me suscitan: hay muchas personas que se envuelven en duras corazas, no para hacer daño, sino para protegerse de lo que ellas perciben como hostil.

Escúchame


He leído en la prensa que un australiano lleva años impidiendo que la gente se suicide. A mí esto me parece una buena noticia, de las que deberían llenarse diarios, tertulias radiofónicas y telediarios. Pues bien, está comprobado que más de ciento sesenta personas continúan vivas gracias a este hombre, que lleva dedicado a dicha actividad más de cincuenta años. Él ahora tiene ochenta y cuatro y ha sido recientemente nombrado Ciudadano del Año en Sidney. Cuando trabajaba lo hacía en el ramo de los seguros (no me nieguen que no resulta curioso, ¿eh?).

Leyendo esa noticia me he acordado de los ángeles berlineses de Wenders, que en ocasiones se acercaban a los suicidas, susurrándoles razones para que desistieran de su atormentado impulso. Pero para librarse de la muerte había que escuchar, no bastaba con oír.

Supongo que algo parecido ocurrirá con Donald Ritchie, quien normalmente se acerca a los supuestos suicidas ofreciéndoles un café y un rato para charlar. Él también reconoce que trata de no inmiscuirse en sus vidas y que intenta salvarlos planteándoles una alternativa, como los guardianes de Berlín. Estoy segura de que aquellos que se han salvado lo han hecho porque lo escucharon y, a la vez, se sintieron escuchados. Y es que escuchar consiste en llegar al corazón.