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23 de febrero de 2011

Cuestión de elegir


Me pregunto dónde beberán estas plantas cuando tengan sed: ¿en el lavabo o en el bidé? Vaso ya les han puesto...

23-F



Durante la Edad Media, Guillermo de Ockham sentó el principio según el cual, si coexisten varias teorías para explicar lo mismo, debemos decantarnos por la tesis más simple. Sin embargo, que levante la mano quien no ha optado alguna vez por mirar el mundo a través del catalejo de lo complicado. Quienes ven a Elvis por ahí, o están seguros de que Walt Disney se encuentra hibernando pacíficamente a la espera de que la ciencia lo devuelva al mundo mortal, se apartan por propia voluntad del principio de economía al que me refería al comienzo de este post. Y es que una novela de misterio da más juego que la evidencia. 
Supongo que en estas cosas pesan mucho los intereses de cada cual, sus aficiones, sus mitos y hasta sus miedos. Por eso, somos capaces de alistarnos a una de esas suposiciones extraviadas, pero desechar otras que resultan igual de sinuosas, cuando no absurdas. Suele llamarse a todo eso teoría de la conspiración, frase ambivalente que sirve lo mismo para ver la larga mano de los servicios secretos en la muerte de Marilyn, que para intentar ahora convencernos de que el fallido golpe de Estado del 23-F era en realidad una maniobra democrática. 
A mí también me cuesta creer siempre en las versiones oficiales, de hecho me encanta lo oficioso. Pero cuando escuché por la radio, en directo, aquello de “quieto todo el mundo”, los disparos y lo que vino después, pensé en una maniobra involucionista. Aún hoy, a treinta años vista y en mi cortedad de miras, no asocio los tanques por Valencia con un acto libertario. Ni tan siquiera liberal.     

20 de febrero de 2011

Lo cursi


En 1864, Francisco Silvela publicó un opúsculo sobre la cursilería.  Merece la pena leerlo, pues lejos de adoctrinar, va lanzando sus dardos con tal elegancia, maestría y humor que nadie puede sentirse molesto por lo que allí escribe.  Al comienzo de sus páginas , nos apercibe de que todo el mundo aprecia como insulto si se le califica de cursi, cosa que no ocurre con otros epítetos más groseros o con acusaciones más graves. Se diría, por tanto, que ninguno lo queremos ser. ¿Por qué?, es un misterio.
Bien mirado, la cursilería depende mucho de la propia sensibilidad; yo misma pareceré cursi a algunos. No es cuestión de lazos ni rizos, sino de afectación. Por eso, para mí lo cursi tiene que ver con lo que se imita sin sentido, lo que se hace sin saber, lo que se dice por repetición.  Tampoco tiene que ver con el mal o buen gusto de nadie, pues hay cursis muy correctos y elegantes.
Lo cursi es mediocre, porque, a fuerza de simular y copiar lo que nos deslumbra de fuera, ahogamos nuestra capacidad de ser auténticos.

NOTA: El libro al que me he referido se titula “La Filocalia o Arte de distinguir a los cursis de los que no lo son”. 

19 de febrero de 2011

Las siete y media


 Es conocida la cita de Buda relativa al punto medio de las cosas, a propósito de un músico que o dejaba muy flojas las cuerdas de su instrumento o, por el contrario, las tensaba demasiado; en ninguna de las dos situaciones sacaba notas armoniosas, de ahí que el maestro se sirviera de ese episodio para mostrar a sus seguidores que el equilibrio y la virtud se encuentran en ese punto medio, tan difícil de alcanzar.
Les cuento esto porque en Barcelona se está representando el musical “Hair” y, como los protagonistas son hippies en plena década de los sesenta, salen fumando. Quienes ya tuvimos ocasión de ver hace años tanto la obra de teatro como la película de Milos Forman, sabemos que la marihuana tenía su minuto glorioso, al igual que los chalecos de flecos, los pantalones, las flores, el pacifismo y, cómo no, el pelo largo.
La nueva función se ha topado de lleno con la actual ley antitabaco, porque un ciudadano de pro, en legítimo uso de sus derechos, ha denunciado a los artífices del musical, pues está prohibido fumar en todo espacio público y, claro, el teatro lo es. Su director, actores y productores han alegado que no se fuma tabaco, sino una mezcla de hierbas balsámicas o medicinales que no dañan la salud y cuyo consumo en forma de humo no está sancionado.
Cuando se promulgó la anterior ley antitabaco (endurecida ahora por la actual), en algunas representaciones colgaban carteles avisando de que, por exigencias del autor, alguno de los personajes salía cigarro en ristre. La cuestión se fue relajando y los espectadores y autoridades también, porque tampoco hay tantas obras con fumadores. Pero ahora reaparece el fantasma de lo correcto, lo reglamentario, atizado (no lo neguemos) por la propia ministra de Sanidad y varias asociaciones. Se trata del mismo espectro ridículo que en Francia llevó, no hace tanto, a eliminar la pipa de los carteles de la película “Monsieur Hulot”, de Jacques Tati, o el cigarrillo de entre los dedos de Jean Paul Sartre, en una conocida fotografía del filósofo (menos mal que las aguas volvieron a su cauce).
Tabaco, hierbas aromáticas, vapor de agua  o lo que sea, el caso es que unos personajes tienen que salir fumando porque, si no, seguramente serían otros caracteres, otro contexto, otra trama. Desde pequeños hemos sabido que, cuando en el teatro o en un film alguien salía ebrio, en realidad no estaba bebiendo alcohol, sino que lo parecía. Lo mismo cabe decir de los tiros de pistola y tantos otros trucos.
Me parece peligroso percibir la vida tan solo en dos colores: negro o blanco, sin matices. El “o todo o nada”, sin contextualizar ni relativizar, llevó a la amantísima mamá de la peli de John Waters a convertirse en una asesina en serie. Recordemos cómo ella (interpretada por una maravillosa Kathleen  Turner) se ponía enferma si observaba que el vecino no reciclaba la basura o un miembro del jurado que la estaba juzgando llevaba zapatos blancos en un día que era incorrecto ponérselos. La intransigencia la llevó a limpiar la ciudad de indeseables.
En España hay un juego de cartas aparentemente fácil y anodino que se llama “Las siete y media”, pero quienes lo han probado saben que resulta complicado acertar con la suma de los naipes, para no pasarse del límite. ¿Jugamos?

NOTA: Tengo que aclarar, a quienes no me conocen, que no he fumado nunca y que siempre me molestó oler a tabaco, pero hay cosas que se pasan de castaño oscuro.

6 de febrero de 2011

Domingos



Los domingos siempre han sido para mí como una calle adoquinada donde resuenan los tacones de la única paseante que la transita. Son páginas en blanco para escribir o dibujar el contrapunto de la semana, con el trazo que queramos, con la tinta que nos venga bien. 
De niña, el domingo era sinónimo de "ir con papá"y escaparme de la rutina materna. Anclarme al que salió de casa y recargar la batería de mi corazón compartiendo unos momentos que yo atisbaba como únicos y fuera de serie.
Después vinieron los domingos de codos y concentración, los de trabajo y también los de salir con amigos y los de ir con mi amor, los de hacer mudanzas o limpiar la nevera, los de arroparme con una siesta larga y hasta los de salir corriendo por una urgencia. 
Pero todos los domingos me han regalado, hasta ahora, la oportunidad de estar de otra manera, de mirar afuera y emprender la ruta que marca esa calle vacía.

4 de febrero de 2011

Fin de jornada


Tocado de muerte
ya está el día.
El autobús llega
y mi sombra ya no existe.
Es la hora de reconocernos
en nosotros mismos.
(A.Q. "Electuario", 1984)

Profeta Bradbury



Llevo dos días entregada a la relectura de "Farenheit 451". Reconozco que, cuando buceé en sus páginas por primera vez, era una jovencísima estudiante de primero de carrera, que había visto ya la película en un cine-fórum de colegio mayor. Los comentarios y análisis hechos en aquel evento marcaron la lectura de entonces, como era natural, por lo que en mi fuero interno siempre había algo que igualaba las peripecias de aquellos personajes con el nazismo y las inquisiciones más oscuras (si es que alguna clarea).
Lo curioso de la novela es que hoy no me hace falta remontarme a otras épocas para reconocer que el reaccionario, controlado y asfixiante mundo que describió Ray Bradbury en 1953 concuerda demasiado bien con lo que nos toca vivir aquí y ahora. Me inquieta comprobar que aquello que ese escritor situó en un futuro lejano, en apenas medio siglo ya se va haciendo visible, como por ejemplo limitar la vida de los seres humanos a permanecer horas delante de las pantallas planas de televisores que expelen voces, canciones absurdas, consignas para hacerte creer que vives en el mejor de los mundos y eres más feliz que nadie, sobre todo si te comparas con quienes te precedieron.
En el imaginario país de Bradbury, se prohibieron los libros para no molestar a las minorías, para no salirse de la corrección política, para no perturbar el pensamiento único. En ese mundo, se reducían los años de universidad, la historia se manipulaba, el lenguaje se pervertía continuamente sin importarle nada a nadie. Como llega a decir Beatty, el capitán de los bomberos, exaltando el sistema que los envuelve, "la vida es inmediata, el empleo cuenta, el placer lo domina todo después del trabajo. ¿Por qué aprender algo, excepto apretar botones, enchufar conmutadores, encajar tornillos y tuercas?".
Llevo dos días entusiasmada con la lectura de un relato tan atrayente, pero al mismo tiempo se me hiela la sangre al comprobar que muchas cosas que para mí eran reflejo del autoritarismo más acérrimo y cruel allá por mis diecisiete años, hoy me circundan y me las envuelven en celofán democrático.
Lean "Farenheit 451", antes de que la quemen.

Aislados



Cada vez hay más personas que caminan, corren, se trasladan en autobús, trabajan o miran el infinito con unos auriculares puestos. En ocasiones escucho los sonidos que acceden a través de sus orejas y van a depositarse en sus cerebros. Y pienso que, si yo lo oigo, las paredes de su cráneo deben retumbar como una discoteca. ¿Verán también luces destellantes?.
Se cruzan dos chicos al final de la adolescencia. Diríamos que se conocen, pero ninguno tira del cable para desprenderse del prematuro audífono. Se saludan con un movimiento de cabeza y cada cual sigue su camino.

19 de enero de 2011

Feligreses especiales

"Antón, Antón, Antón Pirulero, cada cual, cada cual que aprenda su juego
 y el que no lo aprenda pagará una prenda." 
(Canción popular infantil)

El día 17, al borde de las ocho y media de la tarde, me pasé por delante de la iglesia de san Antonio Abad, en la calle Hortaleza de Madrid. Todavía llegaba gente con sus animales de compañía, buscando la bendición para esos seres que, a veces, dan más alegrías a sus dueños que las propias personas. Me sorprendió que algunos entraran con la mascota en el recinto eclesiástico y, por ver qué pasaba, ni corta ni perezosa franqueé la puerta.
Un sacerdote oficiaba la misa y, con los bancos y pasillos abarrotados, como si se tratara de una boda real, pude observar a decenas de animales escuchando al cura. Sí, sí, como lo cuento. Allí no se movía ni un chucho, ni un minino, ni un pájaro; en el suelo o en brazos de sus amos, callaban y dejaban que el oficiante cumpliera con el rito, pero ninguno de ellos osaba gruñir, bufar, maullar o ladrar. Me sorprendieron el silencio y los buenos modales de todos ellos.
En seguida se me presentaron imágenes de dibujos animados, historietas en las que los protagonistas son animales con costumbres y sentimientos antropomórficos, es decir, esa gata alocada que se enamora de quien no debe, el perro policía que patrulla por callejuelas, el ratón que vuela con capa de superhéroe, la tortuga que se entrena en un gimnasio, etc.
Afuera era de noche, seguían llegando mascotas para la última bendición de la jornada y me fui cantando para adentro la canción del Antón Pirulero, porque dentro de la iglesia cada cual aprendió el juego.

 

10 de enero de 2011

Voces martilleantes


A propósito de los incidentes de Tucson, algunos ven en el Tea Party la sombra ideológica que arrastró al joven Jared Lee Loughner a disparar, en un acto público, contra una congresista y la multitud que allí se encontraba, dejando varios muertos y heridos. Hay quien señala a la señora Palin como el dedo instigador de todo ello, por cuanto ha dicho, dice y tal vez dirá en torno a la política de inmigración y otras cuestiones. Tampoco faltan quienes tachan esta teoría de absurda y hablan de lo fácil que es acceder a un arma en Estados Unidos, recordándonos que acciones parecidas se han llevado a cabo en muchas ocasiones, sin que necesariamente medie ninguna doctrina o pensamiento político (pensemos en el atentado contra Lennon o la matanza de Columbine).
Hace muchos años, vi en televisión una película antigua, en blanco y negro, que no recuerdo cómo se titula ni quién la interpretaba. Tampoco estoy segura de haberla visto entera, pero hay una escena que no he olvidado y que, a menudo, la comento con los más próximos: entra en un establecimiento, mezcla de cafetería y colmado, un forastero que entabla conversación con el dependiente, un hombre mayor, enjuto y de aspecto frágil. El recién llegado se interesa por la vida en el pueblo y las aficiones de sus moradores, a lo que el señor de detrás del mostrador le comenta que ya no escuchan la radio como antes, que ahora solo oyen música, “para no ponerse nerviosos”.
Raro es el día que no me acuerdo de ese diálogo, porque lamento mucho decir que algunos políticos, periodistas y comunicadores son especialistas en caldear el ambiente. Hoy todo el mundo presume de demócrata y enarbola la bandera de la libertad de expresión (bendita sea), pero bajo esos postulados a menudo se insulta, se ridiculiza, se exagera, se manipula y hasta se miente... y todo por servir a determinados intereses (el partido, el lobby, la organización, la empresa que nos contrata, etc.). Aunque no interese la política, siempre hay un resquicio para pensar que nuestros representantes y mandatarios hacen algo que nos perjudica a nosotros o a los nuestros. Si, encima, nos lo recuerdan machaconamente a diario en actos, comparecencias, mítines, tertulias radiofónicas, debates televisivos, artículos de prensa, etc., la bilis se va acumulando y el nivel de enfado crece. Es decir, que nos ponemos nerviosos, como en la peli. ¿Y sabemos todos manejar nuestros nervios?
No debemos dejar de lado que la mayoría de la gente no es ni escéptica ni cínica y que se nutre de lo que escucha a quienes se presentan como más preparados o informados. Si se discute apasionadamente por un equipo de fútbol, ¿cómo no va a decantarse la gente, con igual ardor, por unos u otros en según qué temas?
Sin ir más lejos, el mismo día que entró en vigor en España la llamada ley anti-tabaco (el pasado 2 de enero), a un hostelero le tuvieron que dar varios puntos de sutura en la frente, por indicar a un parroquiano que no fumara dentro de su negocio, y en un hospital un hombre acabó detenido, porque su negativa a apagar el pitillo desembocó en una agresión al personal sanitario.
Ejemplos hay a cientos, tanto en este como en otros temas, en nuestro país y fuera de él. ¿A qué viene tanto coraje desaforado, que normalmente coincide con largas y profundas “campañas de opinión”? Estoy de acuerdo con quienes mantienen que cada cual es responsable de sus actos, pero ciertos individuos hacen cosas incorrectas e inadmisibles creyéndose legitimados por lo que han escuchado a terceros, sintiéndose arropados por estos y animados, inconsciente e involuntariamente, por el continuo martillero de sus palabras.
Moraleja: ni todo el mundo es de piedra, ni todo cae en saco roto.