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17 de marzo de 2011

Aldecoa, Josefina


Adoptó el apellido de su marido y no lo empañó ni comerció con él. Al contrario, lo dotó de luz y cualidades propias, impregnándolo de la naturalidad con la que hablaba de su profesión-pasión: la enseñanza. De esta faceta yo resaltaría lo que la oí decir una vez:  "no queremos (en el colegio que dirigía) que los niños sean los mejores, sino poder sacar lo mejor de cada niño".
¡Cuántos problemas nos evitaríamos si hubiera mucha gente que pensara así!


11 de marzo de 2011

4 de marzo de 2011

A media luz


Quienes hayan brujuleado alguna vez por mi perfil en la red habrán visto que, entre mis preferencias librescas, enumero en primer lugar “El elogio de la Sombra”, de Junichiro Tanizaki. Nos cuenta este autor que, para el gusto estético japonés más ancestral o tradicional, las sombras son lo importante. Captar su misterio y desentrañar sus entresijos forman parte del ideal de belleza en sentido amplio, es decir, el que abarca a seres, lugares, objetos y conceptos.
Para que pueda surgir esa sombra, debemos estar en penumbra, es decir, asentados en esa tenue línea suspendida entre la luz y la oscuridad. Todo un ejercicio de equilibrio, si bien se mira.
No basta lo que vemos, sino lo que entrevemos, sospechamos o imaginamos. Así, envuelta en penumbras, una moneda que se desliza puede volverse un ratón huidizo e incluso podremos confundir el sonido del frigorífico con alguien que hurga en la puerta, en nuestra puerta. Supongo que percibir unas cosas u otras dependerá mucho de nuestros anhelos, emociones o sentimientos más íntimos, así como de la experiencia, pues a mí me resultaría muy difícil proyectar en las sombras todo aquello que desconozco.
Lo que me atrae de todo esto es que cualquier crepúsculo puede convertir la realidad en algo onírico y, por ende, sacar a flote un mundo donde las cosas sucedan porque sí, sin necesidad de buscar razones.
El pasado domingo asistí a la representación de “Penumbra”, de la compañía teatral Animalario. Miré y observé casi sin pestañear, analicé cada palabra de los diálogos, al final aplaudí y más tarde reflexioné, desmenucé y volví a reflexionar... casi igual a como me ocurre cuando despierto de un sueño.

25 de febrero de 2011

Mensajes cifrados



No es necesario pronunciar palabra para decir muchas cosas. Hay personas que van levantando muros con su postura o su actitud. Cerrar la puerta que siempre permaneció entornada, declinar invitaciones, hablar con hueca sonrisa... En definitiva, van retirando la mano que un día tendieron y quizá también, sin pretenderlo, se van quitando la máscara.
Mi principal problema es que, a veces, no termino de enterarme bien de qué narices pasa y, desde mi desinformación, provoco sin querer más y más testimonios mudos de diques distanciadores. El resultado suele ser que, cuando me caigo del guindo, me siento ridícula y tonta, muy tonta.
Por eso pido que, por favor, conmigo utilicen las palabras. Muchas gracias.

23 de febrero de 2011

Flor de pasión


Si pudiera llevarme a una isla desierta  un programa de radio, ese podría ser “Flor de pasión”,  de Juan de Pablos.  Hace tiempo que no lo sintonizo, pues en los últimos cuatro años mis horarios coinciden poco con mis deseos.  A falta de su compañía, me conformo fotografiando flores de la pasión…. Pero no es lo mismo.

Cuestión de elegir


Me pregunto dónde beberán estas plantas cuando tengan sed: ¿en el lavabo o en el bidé? Vaso ya les han puesto...

23-F



Durante la Edad Media, Guillermo de Ockham sentó el principio según el cual, si coexisten varias teorías para explicar lo mismo, debemos decantarnos por la tesis más simple. Sin embargo, que levante la mano quien no ha optado alguna vez por mirar el mundo a través del catalejo de lo complicado. Quienes ven a Elvis por ahí, o están seguros de que Walt Disney se encuentra hibernando pacíficamente a la espera de que la ciencia lo devuelva al mundo mortal, se apartan por propia voluntad del principio de economía al que me refería al comienzo de este post. Y es que una novela de misterio da más juego que la evidencia. 
Supongo que en estas cosas pesan mucho los intereses de cada cual, sus aficiones, sus mitos y hasta sus miedos. Por eso, somos capaces de alistarnos a una de esas suposiciones extraviadas, pero desechar otras que resultan igual de sinuosas, cuando no absurdas. Suele llamarse a todo eso teoría de la conspiración, frase ambivalente que sirve lo mismo para ver la larga mano de los servicios secretos en la muerte de Marilyn, que para intentar ahora convencernos de que el fallido golpe de Estado del 23-F era en realidad una maniobra democrática. 
A mí también me cuesta creer siempre en las versiones oficiales, de hecho me encanta lo oficioso. Pero cuando escuché por la radio, en directo, aquello de “quieto todo el mundo”, los disparos y lo que vino después, pensé en una maniobra involucionista. Aún hoy, a treinta años vista y en mi cortedad de miras, no asocio los tanques por Valencia con un acto libertario. Ni tan siquiera liberal.     

20 de febrero de 2011

Lo cursi


En 1864, Francisco Silvela publicó un opúsculo sobre la cursilería.  Merece la pena leerlo, pues lejos de adoctrinar, va lanzando sus dardos con tal elegancia, maestría y humor que nadie puede sentirse molesto por lo que allí escribe.  Al comienzo de sus páginas , nos apercibe de que todo el mundo aprecia como insulto si se le califica de cursi, cosa que no ocurre con otros epítetos más groseros o con acusaciones más graves. Se diría, por tanto, que ninguno lo queremos ser. ¿Por qué?, es un misterio.
Bien mirado, la cursilería depende mucho de la propia sensibilidad; yo misma pareceré cursi a algunos. No es cuestión de lazos ni rizos, sino de afectación. Por eso, para mí lo cursi tiene que ver con lo que se imita sin sentido, lo que se hace sin saber, lo que se dice por repetición.  Tampoco tiene que ver con el mal o buen gusto de nadie, pues hay cursis muy correctos y elegantes.
Lo cursi es mediocre, porque, a fuerza de simular y copiar lo que nos deslumbra de fuera, ahogamos nuestra capacidad de ser auténticos.

NOTA: El libro al que me he referido se titula “La Filocalia o Arte de distinguir a los cursis de los que no lo son”. 

19 de febrero de 2011

Las siete y media


 Es conocida la cita de Buda relativa al punto medio de las cosas, a propósito de un músico que o dejaba muy flojas las cuerdas de su instrumento o, por el contrario, las tensaba demasiado; en ninguna de las dos situaciones sacaba notas armoniosas, de ahí que el maestro se sirviera de ese episodio para mostrar a sus seguidores que el equilibrio y la virtud se encuentran en ese punto medio, tan difícil de alcanzar.
Les cuento esto porque en Barcelona se está representando el musical “Hair” y, como los protagonistas son hippies en plena década de los sesenta, salen fumando. Quienes ya tuvimos ocasión de ver hace años tanto la obra de teatro como la película de Milos Forman, sabemos que la marihuana tenía su minuto glorioso, al igual que los chalecos de flecos, los pantalones, las flores, el pacifismo y, cómo no, el pelo largo.
La nueva función se ha topado de lleno con la actual ley antitabaco, porque un ciudadano de pro, en legítimo uso de sus derechos, ha denunciado a los artífices del musical, pues está prohibido fumar en todo espacio público y, claro, el teatro lo es. Su director, actores y productores han alegado que no se fuma tabaco, sino una mezcla de hierbas balsámicas o medicinales que no dañan la salud y cuyo consumo en forma de humo no está sancionado.
Cuando se promulgó la anterior ley antitabaco (endurecida ahora por la actual), en algunas representaciones colgaban carteles avisando de que, por exigencias del autor, alguno de los personajes salía cigarro en ristre. La cuestión se fue relajando y los espectadores y autoridades también, porque tampoco hay tantas obras con fumadores. Pero ahora reaparece el fantasma de lo correcto, lo reglamentario, atizado (no lo neguemos) por la propia ministra de Sanidad y varias asociaciones. Se trata del mismo espectro ridículo que en Francia llevó, no hace tanto, a eliminar la pipa de los carteles de la película “Monsieur Hulot”, de Jacques Tati, o el cigarrillo de entre los dedos de Jean Paul Sartre, en una conocida fotografía del filósofo (menos mal que las aguas volvieron a su cauce).
Tabaco, hierbas aromáticas, vapor de agua  o lo que sea, el caso es que unos personajes tienen que salir fumando porque, si no, seguramente serían otros caracteres, otro contexto, otra trama. Desde pequeños hemos sabido que, cuando en el teatro o en un film alguien salía ebrio, en realidad no estaba bebiendo alcohol, sino que lo parecía. Lo mismo cabe decir de los tiros de pistola y tantos otros trucos.
Me parece peligroso percibir la vida tan solo en dos colores: negro o blanco, sin matices. El “o todo o nada”, sin contextualizar ni relativizar, llevó a la amantísima mamá de la peli de John Waters a convertirse en una asesina en serie. Recordemos cómo ella (interpretada por una maravillosa Kathleen  Turner) se ponía enferma si observaba que el vecino no reciclaba la basura o un miembro del jurado que la estaba juzgando llevaba zapatos blancos en un día que era incorrecto ponérselos. La intransigencia la llevó a limpiar la ciudad de indeseables.
En España hay un juego de cartas aparentemente fácil y anodino que se llama “Las siete y media”, pero quienes lo han probado saben que resulta complicado acertar con la suma de los naipes, para no pasarse del límite. ¿Jugamos?

NOTA: Tengo que aclarar, a quienes no me conocen, que no he fumado nunca y que siempre me molestó oler a tabaco, pero hay cosas que se pasan de castaño oscuro.

6 de febrero de 2011

Domingos



Los domingos siempre han sido para mí como una calle adoquinada donde resuenan los tacones de la única paseante que la transita. Son páginas en blanco para escribir o dibujar el contrapunto de la semana, con el trazo que queramos, con la tinta que nos venga bien. 
De niña, el domingo era sinónimo de "ir con papá"y escaparme de la rutina materna. Anclarme al que salió de casa y recargar la batería de mi corazón compartiendo unos momentos que yo atisbaba como únicos y fuera de serie.
Después vinieron los domingos de codos y concentración, los de trabajo y también los de salir con amigos y los de ir con mi amor, los de hacer mudanzas o limpiar la nevera, los de arroparme con una siesta larga y hasta los de salir corriendo por una urgencia. 
Pero todos los domingos me han regalado, hasta ahora, la oportunidad de estar de otra manera, de mirar afuera y emprender la ruta que marca esa calle vacía.