Visitas

3 de mayo de 2011

Confucio in USA


Tras el espanto del 11-S, el por entonces presidente de los Estados Unidos lanzó un “wanted, dead or alive” que se cumplió ayer, diez años más tarde y bajo el gobierno de un mandatario distinto, supuestamente opuesto al anterior. Por televisión sacaron la algarabía de muchos norteamericanos que celebraban la muerte del alma mater de los atentados de Nueva York, Bali, Casablanca, Londres o Madrid. Mostraban su orgullo por pertenecer a una nación que, desde su origen, no ha temblado a la hora de aplicar su ley y su orden. A uno y otro lado del Atlántico, los políticos empezaron a declarar, con una sola voz, que el mundo era, ahora, un lugar más seguro. Simultáneamente a esto, aumentaron el nivel de alarma y reforzaron las medidas de seguridad en varios países, pues sin duda comparten lo que hace más de dos mil años dijo Confucio: “Antes de iniciar un viaje de venganza, es mejor que caves dos tumbas”.


28 de abril de 2011

Pecados capitales: La envidia


“La envidia es mil veces más terrible que el hambre,
porque es hambre espiritual”
(Miguel de Unamuno)

Recuerdo que, a los pocos meses de acabar la carrera, una compañera me confesó que siempre me había tenido mucha envidia. Me explicó sus razones y comprendí que no hablaba en sentido figurado. La noticia me sorprendió, pues hasta entonces no había considerado la posibilidad de que alguien pudiese codiciar algo mío y menos que lo ansiado fuera la imagen que ella percibía de mí, imaginándome libre y etérea como el aire, como si yo no tuviera problemas.
Esta anécdota me sirvió para darme cuenta de que, la mayoría de las veces,  alguien siente envidia por la interpretación que hace de las cosas, no por esas cosas en sí mismas. Al envidiar, por ejemplo, la popularidad de alguien, nos da por pensar que a ese o a esa los consideran mejores que a nosotros, cuando lo cierto es que seguramente seamos igual de queridos y respetados. Sin embargo, gastamos la energía en amargarnos, agrandando el resquemor y la oscuridad de nuestros pensamientos.
Dicen que el pecado nacional de los españoles es la envidia, que nos volvemos verdes cuando al vecino le toca un premio o a nuestro compañero le dedican un halago. Será por eso, es decir, porque se trata de algo generalizado, por lo que hemos llegado incluso a ser indulgentes con los envidiosos, responsabilizando muchas veces de su defecto a quienes son objeto de sus dardos. Seguro que a usted le han dicho alguna vez algo parecido a esto: “lo tuyo es suerte”, “qué feliz eres, con la que está cayendo”, “ya sabes cómo es, procura no ir por delante”, “conociéndolo, tenías que haber cedido tú”, etc.
Los hay, incluso, que se ufanan proclamando que sienten “sana envidia” por esto o por aquello, como si la pelusilla que padecen pudiera ser benéfica. No nos engañemos, la envidia nunca es sana, porque no incita a mejorar ni a superar los obstáculos, sino que se convierte en odio y en desearle todo lo peor a la persona envidiada, a ridiculizarla y, en casos extremos, a acosarla o maltratarla.
La envidia son celos, es inseguridad, incapacidad de disfrutar con lo que se tiene y, en definitiva, un trastorno del alma. Compadezcamos a los envidiosos, porque seguro que sufren, pero guardémonos de ellos, porque pueden hacernos la vida imposible.

14 de abril de 2011

La república de los pantalones


 14 de abril. 

Dürrenmatt y el Coliseo


Siempre ha habido mecenas y promotores que ponen su dinero para que una empresa artística, cultural o deportiva salga adelante y no se extinga. En el pasado y en el mejor de los casos, se colocaba una placa o un busto en su honor, para que las generaciones venideras pudieran saber quién fue el prócer que contribuyó con su patrimonio a tan grandiosa tarea. Otras muchas veces ese benefactor quedaba en el anonimato.
De un tiempo a esta parte, asistimos a una curiosa variante del género bienhechor o protector. ¿Se han dado cuenta de que muchos teatros llevan el nombre de una marca comercial? Me refiero a locales señeros, con casi un siglo de antigüedad, que han contribuido a la historia de su ciudad. Por ejemplo y sin salir de Madrid, el Calderón se llama como unos helados y el Rialto como una compañía telefónica. No me imagino a las musas dándole a la stracciatella ni mandando mensajes a móviles, así que siempre me pareció que sobraban esos apellidos comerciales. Discúlpenme, pero aún soy romántica.
De los equipos de baloncesto o balonmano, mejor no hablamos, porque a los nombres que conocemos desde niños les han salido unos apéndices que los emparentan con jabones, cementos, bancos, lácteos y mil cosas más. Y no estoy hablando en sentido figurado, porque habrán oído alguna vez lo de Jabones Pardo-Fuenlabrada, Metrovacesa-DKV Joventut o CAI Zaragoza.
Ahora bien, el premio al mecenas más interesado se lo lleva la firma Tod´s, que, a cambio de poner dinero para unas obras que van a realizarse en el Coliseo de Roma y con las bendiciones de Berlusconi, podrá gestionar la explotación turística de ese monumento (patrimonio de la Humanidad), sembrarlo de publicidad propia, poner un córner para vender sus zapatos y accesorios y estampar su firma en los tickets de entrada. ¿Hay quien dé menos por más?
El viejo aforismo “lo que no está prohibido está permitido”, a base de aplicarse a todo tipo de cosas, de naturaleza variada y con fines diversos, se aleja cada vez más del soplo de libertad que en su día lo inspiró y, aunque algunas de esas cosas no sean en sí mismas ilegales, pisan el campo de lo feo. En “La avería”, Friedrich Dürrenmatt  disecciona esta idea a través de unos personajes que, ya jubilados, juegan a hacer la justicia que en su momento no pudieron hacer. Me pregunto cómo encauzarían el caso Tod’s-Coliseo, donde ética y estética no salen bien paradas. 

8 de abril de 2011

Cuestión de tiempo



Los griegos idearon al dios Chronos como el dueño de los días, los meses, los años, las etapas, las edades.... Se trataba de una deidad creada a sí misma, lo que nos avisa de su poderosa naturaleza, de su indómita razón, de su superioridad en suma. Por eso se permitía vagar alrededor de todas las cosas, envolverlo todo. Se diría que, hagamos lo que hagamos, el tiempo siempre está allí, inexorable e imperturbable.
Será por eso que el cambio de horario primaveral me sienta tal mal. Por más que se empeñen las autoridades y cambie las manecillas del reloj a la hora indicada, mi mente y mis entrañas se aferran al camino que le señala Chronos. Cuando me levanto, no son las 6:45, por más que me engañe. En realidad son las 4:45, porque vivimos con dos horas de adelanto en relación con el Sol. Comprendrán que me sienta gallina que se pregunta por qué este baile absurdo de cambiar las horas dos veces al año. En esta Yenka particular que nos imponen desde hace varias décadas y que se justifica por la necesidad de gastar menos energía, me pregunto cada mañana qué clase de ahorro de es este, cuando lo primero que hago es encender las luces de mi casa, para alumbrarme y no llevarme por delante la esquina de la cama o el canto de una puerta, por ejemplo.
Sé que el tiempo se concibe como una convención más; son las siete o las diez porque todos estamos de acuerdo en que así sea. Es la victoria pírrica de los mortales: jugar a cambiar la apariencia de las cosas. Por eso no me extrañaría que, en unos años, decretaran que debemos contar el tiempo al revés, so pretexto de eficiencia laboral o aprovechamiento de los recursos.
Hagamos lo que hagamos, ese dios firme e impasible, señor de las horas, que nos lleva la cuenta exacta de los minutos vividos, nos seguirá acompañando invisible cada día y nos recordará que a él no lo creó nadie y, por lo tanto, nada lo cambia, nadie lo amolda.... ni tan siquiera el meridiano de Greenwich.



31 de marzo de 2011

Bancos y bancos


Hay muchas formas de aprender historia: leyendo, escuchando, visitando lugares, frecuentando museos, etc. Reconozco que las que más me gustan son las dos últimas, porque me permiten interpretar lo que veo, pensar por mí misma y sacar conclusiones, zambulléndome, así, en una de las facetas de la libertad por la que siempre he sentido especial predilección: la libertad de pensamiento.
Paseando por Frankfurt, ciudad que aparece en la foto que ilustra este post, me vino la idea de que las instituciones financieras son las modernas catedrales. Quien haya pasado por delante del Fondo Monetario Europeo sabrá por qué lo digo, pues el edificio y explanada donde se ubica se asemejan a esos santuarios donde acuden los peregrinos a reconciliarse con sus santos, vírgenes y dioses.  En vez de cruz, se levanta ante nuestros ojos el símbolo del euro rodeado de estrellas que, cuando les da el sol, refulgen como la corona de la Inmaculada Concepción. Tras esa "e" gigante, se elevan pisos y más pisos de oficinas, agrupadas en un rascacielos tan esbelto como las agujas de una iglesia. Ese edificio mira al cielo y lo desafía, imponiendo aquí abajo su ley y su orden.
Si nos damos una vuelta por las sedes bancarias erigidas entre finales del siglo XIX y principios del XX,  podremos observar cómo en las fachadas suelen colocar estatuas o bajorrelieves de deidades clásicas. La más común es la de Mercurio, tanto en figura antropomórfica, como a través de sus símbolos. Además, en su interior suele haber tesoros artísticos en forma de lámparas, sillas, mostradores, paneles claramente decó, estilo imperio, Luis XV, chipendale u otros.
Pero no solo se trata de templos, sino también de oficiantes. Tal y como ocurría en el pasado con curas y obispos, hoy nada se mueve o se aquieta si no es con el beneplácito de banqueros y financieros. A ellos se les consulta, cual oráculo, hasta la sucesión de candidato a la presidencia gubernamental. Ellos deciden cuándo y cómo podemos  endeudarnos, cuánto vale nuestra felicidad y en qué índice cotiza la esperanza. Ejercen el verdadero poder terrenal y ante ellos nos confesamos a diario, cada vez que introducimos una tarjeta por la ranura del cajero automático. Lo saben todo de nosotros y, como aún no han inventado el modo de perseguirnos hasta la otra vida, perseguirán a nuestros herederos y los castigarán por las faltas cometidas por quienes les precedimos.
Es la moderna religión, tan alejada de esos bancos de madera en que los prestamistas y cambistas de la Edad Media aguardaban a los mercaderes en día de feria. En la Lonja de Valencia todavía pueden verse esas bancadas primigenias, al igual que las primeras cajas donde guardaban el dinero y otros efectos. De esa actividad mercantil quedan solamente dos palabras: "banco" y "caja de ahorros". El resto ya es historia o, como acabo de decir, religión del trágala y a callar. Yo, respecto a ella, me declaro atea.

29 de marzo de 2011

Cuadernos


Me apuntalaré al espacio / 
que recortan tus cuadernos, / 
te cubriré de espuma perfumada, / 
tañiré los laúdes de la sonrisa, / 
crecerá mi sombra / 
por entre tus cabellos ... / 
y serás como mis ojos, / 
similar a mis venas, / 
carcajada de agua / 
en mi garganta, / 
espasmo jubiloso /  
sobre mi piel.
(A.Q. 1984)

Grullas zen


Hace un año que comencé a escribir estas entradas. Desde entonces han pasado muchas cosas, pero siento como si la tierra hubiese estado quieta, sin tan siquiera girar sobre sí misma. Al fin y al cabo, me azuzan hoy los mismos anhelos que hace doce meses. Será que a partir de cierta edad los cambios resultan imperceptibles.... epur si muove, que dijo Galileo.
Tras la desgracia que se cierne sobre Japón, se ha abierto una ventana de esperanza a través de la iniciativa de las mil grullas. Para quienes aún no sepan de qué se trata, les dejo este enlace donde informarse: http://las1000grullas.wordpress.com/. En el fondo, se trata de un ejercicio de paciencia, un mantra papirofléxico de buenos augurios, un acto de desapego. Cada vez que alguien pliega el papel hasta darle la forma requerida, eleva su voz en silencio, pidiendo clemencia a los dioses con un pueblo nipón tanta veces castigado. 

NOTA: Hoy también mando una grulla a Guerrero Zen del Té Rojo. Espero que se recupere pronto de una delicada operación a la que se sometió ayer.

18 de marzo de 2011

Silicon shield


Hasta ahora sabía que la utilización de prótesis mamarias suele obedecer a fines estéticos, reparadores o de reasignación de género. Es decir, lo he venido ligando al deseo de aumentar o levantar lo que se tiene, reconstruir lo que una enfermedad o accidente se ha llevado, o revelar la verdadera condición sexual. Sin embargo, entre las utilidades de portar grupúsculos de silicona, reconoceré a partir de ahora la de defensa o salvavidas.
Hace unos días escuché que una serpiente venenosa murió tras morder en un pecho a una actriz que jugueteaba con ella e intentaba darle un beso (yo no soy capaz de hacer esto ni por todo el oro del mundo). Las malas lenguas dicen que el animal falleció intoxicado por la silicona; otras lenguas avisan de que el óbito se debió seguramente a la asfixia, al obstruir algún trocito de silicona ciertos conductos del reptil.
Por si esto fuera poco, la empleada de una consulta odontológica de Berbely Hills vio peligrar su existencia cuando el marido de una compañera, a la que ella sustituía en ese momento, irrumpió en la clínica tan cegado por la ira, los celos o la rabia, que apretó el gatillo del rifle que esgrimía antes de percatarse de que aquella señora no era “la suya”. Menos mal que el proyectil quedó alojado en el pegajoso relleno de sus senos artificiales.
Tiempo atrás, los niños de este país se entretenían con unos dibujos animados donde uno de los personajes expulsaba misiles de sus pechos. Como nunca me congracié con la “habilidad” de esa heroína mecánica y me pareció un recurso pobre, chusco y hasta ordinario, opto por quedarme con la función protectora que puede tener un busto, en un momento dado.

17 de marzo de 2011

Aldecoa, Josefina


Adoptó el apellido de su marido y no lo empañó ni comerció con él. Al contrario, lo dotó de luz y cualidades propias, impregnándolo de la naturalidad con la que hablaba de su profesión-pasión: la enseñanza. De esta faceta yo resaltaría lo que la oí decir una vez:  "no queremos (en el colegio que dirigía) que los niños sean los mejores, sino poder sacar lo mejor de cada niño".
¡Cuántos problemas nos evitaríamos si hubiera mucha gente que pensara así!