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4 de noviembre de 2012

Extrema miopía





Hace días leí en un diario que algunos judíos integristas de Israel se graduaban mal las gafas para ver borrosas las imágenes de las féminas que, en aquel país mediterráneo, pasean luciendo piernas, brazos y escote. De esta forma ponen una barrera a la tentación, no provocan la ira furibunda del dios del Sinaí y se aseguran un lugar en el reino de los justos, cuando dejen de ser mortales.
Aunque la noticia no deja de tener su miga y se presta a incontables comentarios y chistes, lo cierto es que yo prefiero que se repriman ellos, en vez de que salgan a la calle reprimiéndolas a ellas.
Tal vez la moraleja estribe en que lo sucio suele estar en nuestros ojos, no en lo que aparece ante los mismos. Si otros hombres hubieran optado por convertirse en topos miopes, seguramente que Malala no estaría pasando su calvario, ni nadie hubiera hecho creer a la comunidad que una niña prácticamente analfabeta había quemado adrede un libro sagrado, ni tampoco se habría dictado, por estos pagos españoles, aquella sentencia de la minifalda.
Cuando las razones y los valores parecen irreconciliables, tal vez lo más honorable sea nublarse la vista y no entrar en confrontación.  Quienes padecen de miopía mental pueden dejar de sufrir (y hacer sufrir) calándose unas lentes cegadoras.

21 de octubre de 2012

La ventana indiscreta, o váyase, señor…



  
Hay días que, al asomarte a la ventana, además de las nubes que vaticinan lluvias, la soledad del anciano que maquinalmente recoge su alcoba y los colores del televisor de algún vecino, percibes que un hombre fisga los contenedores de basura. Con medio cuerpo dentro, revuelve las bolsas, abre algunas, rebusca entre sus desperdicios y las vuelve a dejar donde estaban. Así hasta cuatro contenedores distintos.
Hoy no ha habido suerte; nada que aprovechar. Nadie ha tirado yogures a medio comer, ni peras pochas, ni el trozo de filete que desecha el niño melindres.
Al cuarto de hora aparecen dos jóvenes. Idéntico ejercicio. Parece que les acomoda un cubo viejo de fregona y desaparecen con su tesoro calle arriba.
Lo que hasta ahora solo había visto de noche, pasando por algún centro comercial recién cerrado, o en reportajes de la prensa, resulta que ya lo tengo debajo de mi ventana.
Mientras la congoja se me expande por dentro, maldigo esa publicidad de Contrarreforma que pretende hacer creer por ahí fuera lo felices que son los españoles cuando les quitan la esperanza de mejorar. Denigro a los corifeos que se echan las manos a la cabeza cuando las personas decentes imprecan a los políticos y a los que la emprenden a palos con los soñadores.
Lo que a mí me asombra es que nadie en las Cortes pida la dimisión de quien preside el banco azul.

9 de agosto de 2012

Los bárbaros y sus invasiones




Dicen los historiadores que las invasiones bárbaras trajeron a Occidente la paralización de la industria y el retroceso en el comercio, significando el fin de una civilización antigua avanzada.
¿Estamos condenados a repetir?

8 de agosto de 2012

Anhelos





Ha llegado a Marte un nuevo artefacto robotizado. La noticia me llena de alegría, pues soy de naturaleza estratosférica y muy aficionada a la aventura sideral. Crecí imaginando que en el año 2000 viajaríamos en platillos volantes a otros mundos y que por esas fechas ya tendría varios amigos de Ganímedes o de cualquier otro rincón del cosmos. Sin embargo, estamos en 2012 y seguimos prácticamente igual, cogiendo el autobús, recorriendo autopistas en vehículos mayoritariamente dependientes del petróleo, pasando el tiempo en las esperas cada vez más tediosas de los aeropuertos o montándonos en la alta velocidad, que por estos pagos se llama AVE y va sobre raíles bien pegaditos a la corteza terrestre. Salvo algún millonario con suerte y, por supuesto, los astronautas profesionales, casi nadie ha estado en órbita.
Quienes seguimos creyendo que los americanos patearon la Luna en julio de 1969, ansiamos volver a ver a seres humanos pisando nuevamente el polvo galáctico y, por qué no, explorando nuevas formas de adaptación a la vida extraterrícola. Ahora bien, me gustaría que, si ese día llega, quienes habitamos este planeta hayamos aprendido de nuestros errores y no traslademos a otros orbes la inmundicia y la degradación que hemos ido acumulando desde que empezamos a creernos los reyes del universo.
Mientras ese día llega, potenciemos lo que de bueno y mejor hemos sido capaces de construir y olvidémonos del reality que algunos tullidos de escrúpulos dicen preparar con las primeras mujeres y hombres que se decidan a asentarse en el planeta rojo.

7 de agosto de 2012

El reino del revés




De pequeña cantaba una canción según la cual en un lugar remoto los pájaros nadaban y los peces surcaban los aires, los gatos decían “yes” y nadie era capaz de ver a mil quinientos chimpancés juntos. Gracias a mi curiosidad, supe luego que se trataba de un poema de la escritora bonaerense María Elena Walsh, que también le regaló otras letras memorables a chicos y mayores.
Últimamente pienso a menudo que el mundo está del revés, pues hace tiempo perdimos el hilo conductor que le daba sentido a las cosas. De un tiempo a esta parte, es como si hubieran tocado a rebato y se pugnara por ver quién suelta la tontería más grande, quién hace lo más absurdo o quién se contradice con más desparpajo. No me extraña que la mayoría de la gente no entienda nada. A modo de ejemplo, traigo aquí a colación la entrevista que hace un par de semanas le hicieron a Gunilla Von Bismarck en el suplemento semanal de un periódico español. Entre otras lindezas, la que fue década tras década imagen de la Marbella más hortera, ociosa, bullanguera y monstruosa, suelta la siguiente perla: “los españoles tienen que gastar menos, no tanta fiestas y trabajar más”.
Para  tranquilidad de esta señora, diremos que llevamos tiempo en ese camino: gastar, lo que se dice gastar, cada vez se puede menos, dados los recortes salariales, la subida de impuestos y el límite asignado a subsidios y otras ayudas públicas. En cuanto a fiestas, no sé si se refiere a las suyas, donde creo que el pueblo llano jamás ha entrado, o a las celebraciones de cumpleaños, finales de curso, bodas de plata y bautizos, mucho más modestas y menos pomposas que las de la jet-set. Y por lo que a trabajar más se refiere, con las reformas legislativas en marcha, acabaremos siendo esclavos y desempeñando nuestro cometido a cambio de comida y agua, tal y como sueñan algunos que andan parapetados tras un gráfico de líneas quebradas que dibujan ellos mismos.
Ante tan desoladora situación, ¿recuerdan la película “El Dormilón”, de Woody Allen? Cuando el espectador descubre que el dictador que rige los destinos de ese mundo futurista es una nariz, suele soltar una carcajada, pues en principio no cabe en cabeza humana que esa napia controle la vida de la población. Sin embargo, tras ese recurso cinematográfico y cómico se esconde la metáfora que hoy aflora nuevamente en España, Europa, Occidente, tal vez el mundo entero: quienes han cambiado el orden natural de las cosas no son más que un despojo. Ahora bien, como vivimos en el reino del revés, esos desechos opinan, aconsejan, deciden y amenazan… a veces a través de gente de rancio, muy rancio, abolengo.

NOTA: Acompaño a esta entrada la foto de una de mis últimas consumiciones festeras, que asciende a 3,90 euros, consistente en un refresco que me tomé con L., acompañado de alguna chuchería. Por cierto, que este mes de agosto estoy yendo a trabajar.

4 de julio de 2012

El valor de las cosas




Si tuviera que escaparme de madrugada, huir del país atropelladamente o, en definitiva, abandonar mi casa sin tiempo para hacer maletas, creo que me llevaría un cuadro. Eso sí, desmontando el marco, quitando el cristal y doblando el objeto que preserva, para facilitar su transporte. Probablemente en mis paredes haya otros que costaron más y que siguen siendo más cotizables, pero estas cosas poco o nada importan, cuando las valoramos con las entrañas.
Se trata de una carta muy antigua, escrita en chino tradicional. Me la regaló L. cuando cumplí una de esas fechas redondas que, según los psicólogos, marcan nuestra existencia evolutiva (aunque a mí me han marcado más algunos eventos sin edad precisa). Está dirigida a una muchacha que va a casarse y se la remite su abuela (probablemente con la ayuda de un escriba, a juzgar por la pulcritud de los ideogramas y porque es probable que no todas las mujeres –ni hombres- supieran escribir en la China del siglo XVII). De su autenticidad no me cabe duda, ni de su contenido tampoco, porque en su momento encontré una persona que la pudo más o menos traducir.
Aquella abuela, previendo que no podía asistir a la boda de su nieta, de alguna manera quiso acompañarla y, por supuesto, desearle la mejor ventura y felicidad. Es la misiva de alguien con experiencia que, lejos de dar consejos, anima a su ser querido (a lo mejor el más querido) a ser feliz y encarar el futuro con esperanza y alegría.
Pienso que los objetos quizá carecen de alma propia, pero sin duda albergan la de quienes los hicieron. Esa carta transporta en sus poros todo un universo doméstico de emociones contenidas, gestos mínimos, palabras exactas y destila el amor suave de las margaritas silvestres, es decir, ese afecto que no necesita vocablos ni gestos ampulosos para estar presente. Sospecho, además, que abuela y nieta compartían el mismo sentimiento.
Agradezco a la providencia que este papel de textura rugosa y color indefinido, pero hermoso, haya sobrevivido a los acontecimientos y avatares que, sin duda, han ido sucediéndose alrededor de esa carta. Además, como no creo en la casualidad, me gusta pensar que llegó hasta mí para recordarme que mi abuela A., a pesar de ser polvo de estrellas, sigue alegrándose conmigo.

21 de junio de 2012

De soles y paradojas




El solsticio de verano supone que los días comienzan a menguar y, por el contrario, el de invierno agranda la brecha por donde se cuela la luz. Nada es obvio y yo me alegro.

19 de junio de 2012

Rebobinando




Una de las más grandes conquistas humanas ha sido la facultad desarrollada durante siglos para mejorar la herencia de los antepasados y, en consecuencia, dejar un futuro más prometedor a los descendientes. Esto ha sido así generación tras generación, en unas épocas más rápidamente que en otras, pero siempre de la misma manera. En términos generales y sin ahondar mucho, podemos afirmar que el siglo veinte fue mejor que el quince y que este último adelantó en progreso al nueve o siete. No me refiero solamente a los avances técnicos, sino a ese conjunto de valores y principios que hacen que las cosas sean de una determinada manera y que, respecto a ellas, la sociedad conviene que no hay marcha atrás, porque se trata de un paso más hacia el ideal común de felicidad y prosperidad. 
El Derecho, que siempre ha ido e irá detrás de los cambios sociales, acaba consagrando las normas que apuntalan esos principios y, de esta forma, penaliza o promueve las conductas que respectivamente atentan contra ellos o los desarrollan. Cuando la facultad legislativa de los países se adelanta a dichos cambios sociales, se producen desajustes, malestar entre los destinatarios de las leyes y, a menudo, involución. 
Recuerdo que mi profesor de Hacienda Pública hacía siempre en sus exámenes una pregunta “creativa”. Entre el sistema de tasas, el valor añadido, las exacciones parafiscales y demás jerigonzas,  se descolgaba con cuestiones de este tenor: “Mencione la persona o el personaje que más le ha llamado la atención durante sus vacaciones navideñas y explique las razones”. ¡Y ojo con no responder, porque todas las preguntas se computaban! Si bien entonces no comprendí su método docente (y creo que mis compañeros tampoco, aunque nos hacía gracia), ahora daría la mitad de mi hucha por que su espíritu acompañara a tanto mandatario, tanto ministro de economía, tanto G-20 y tanto brujo financiero. Porque me parece a mí que se han olvidado de lo principal: las personas. 
Me pregunto, al hilo de todo esto, si con tanto reajuste y tanta medida draconiana para alargar la agonía de un sistema que se desmorona, no estarán nuestros próceres legislando por delante de lo que la sociedad reclama y, por ende, de espaldas a ella e imponiendo unas pautas en contra de la voluntad del pueblo soberano. Siendo capaces de hacer repetir elecciones hasta que salga un resultado partidario de las teorías dominantes, aboliendo alguno de esos hitos históricos que significaron progreso y bienestar, la involución está servida. Para ir haciendo boca, les planto a ustedes una fotografía del barrio donde me crié. Está tomada unos años antes de nacer yo. Pero no desesperen, que con el tiempo volverán a ver Arturo Soria así. Es cuestión de rebobinar la casete.

16 de mayo de 2012

Serás libre si te dejan





Cuando la gente vota, deposita su confianza en unas siglas o unas personas determinadas. Nadie es infalible, desde luego, y muchas veces los votantes acuden a las urnas guiados por las vísceras, la emoción o el más puro romanticismo. De los pocos actos realmente libres que nos quedan, está el del elegir una u otra papeleta, optar por la abstención e, incluso, anular una candidatura con tinta indeleble, si nos da la gana. Y esto es así porque creemos en la democracia, esa forma de organización social que, cuando no se tiene, se anhela y reivindica, hasta el punto de que han sido, son y serán muchísimas las personas que den su vida por implantarla o restaurarla.  
Como tengo memoria, recuerdo las primeras elecciones en España, tras la dictadura franquista. Yo no voté en ellas, porque era menor de edad, pero eso no me impidió asistir con los ojos como platos a cuanto estaba aconteciendo en mi país. Me acuerdo de la profusión de partidos y coaliciones, el escaso complejo de mis compatriotas a la hora de decantarse por unas siglas. Fuera una agrupación pacifista, cualquiera de los pecés que entonces existían, los socialistas de Tierno o el viejo búnker, casi todos votaron con la conciencia de estar haciendo lo que les pedía el alma. Lo del bipartidismo y el llamado voto útil quedaba muy lejos, a un avión de Londres, París o Washington y poco más. 
Con el transcurso del tiempo, la sociedad se ha hecho adulta y, a fuerza de creer que solo hay una o, a lo sumo, dos formas de hacer las cosas, ha perdido la imaginación y las ganas de asomarse más allá de las teletiendas. Paralelamente a esto, los políticos han capitulado frente a los mercaderes, que también es una forma de no responsabilizarse por nada. Los Estados han claudicado ante organizaciones de pomposo nombre y muy dudosa legitimidad, pues, que yo sepa, los ciudadanos no han elegido a los miembros que las integran. 
Todo esto ha desembocado en que los guardianes de esas “esencias democráticas” se pongan muy nerviosos cuando la gente reivindica y muestra su indignación fuera de los cauces reconocidos. Tampoco les gusta que votemos lo que queramos y, de esta forma, salirse del redil  se interpreta como declaración formal de guerra, hasta el punto de amenazar con todas las plagas de esta biblia moderna que es la eurozona. 
Por eso yo pido que empecemos a llamar a las cosas por su nombre. Esto dejó de ser democracia hace mucho tiempo, pues el pueblo carece de poder. Cuando lo único soberano que ya existe es esa deuda que nos atenaza, propongo modificar el artículo 1 de la Constitución española, suprimiendo el apartado segundo, pues la soberanía nacional ya no reside en nosotros. 
A nivel internacional, tampoco estaría mal abrir una consulta para cambiar  la denominación de la forma de Estado. Yo propongo trelocracia, ¿y usted?
  
NOTA: Del griego τρελό: loco.