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21 de enero de 2013

Días más largos



  
La cara amable del invierno es esa luz que profana el aire dulce y soñoliento del salón de mi casa. Las paredes se tornasolan y el verde ya no es tal, sino la esencia ambarina del optimismo que me sacude, como el big bang agitó aquella vez, y para siempre, la calma del silencio y la espera.

Algo eclosiona en mí siempre en enero, recordándome que se desvanecen las legañas del trimestre más oscuro. Por si fuera poco, caminando por las calles de Lorca,  la semana pasada fui a darme de bruces con un naranjo que exhibía, humilde y digno, los frutos que el letargo incubó en sus ramas.

Los días son más largos. Hay más horas que vivir.



27 de diciembre de 2012

Para seguir en pie




Finaliza el año y la vida se nos sigue escapando entre los dedos. Quienes vaticinaron el fin del mundo hace unos días, tendrán que postergarlo a otro momento, porque por ahora los hados se empeñan en que sigamos siendo pasto de esta época tan agria.  A mi alrededor se suceden las huelgas y las protestas, la línea ascendente del desempleo sigue a la deriva, el Estado no hace nada por sus pobres y, como si se tratara de un servicio público más, los ha transferido a organizaciones de voluntarios para que alimenten y vistan a quienes hace tiempo perdieron hasta la esperanza.
Mientras tanto, el monarca nos exhorta a que arrimemos el hombro, muchos jóvenes emigran a tierras aparentemente más prósperas y otros jetas ponen su dinero rumbo a paraísos opacos, donde no imperan ni leyes ni tratados, ni por supuesto la vergüenza.
Un poco más allá, la Antártida sigue derritiéndose como si fuera un helado de vainilla, quienes usted y yo sabemos la emprenden con los monumentos de Tombuctú, aflora el hecho de que en la India se suceden las violaciones de mujeres, alcanzando cifras alarmantes, en Italia hay quien se ofrece para gobernar sin presentarse a las elecciones y montones de civiles siguen muriendo en los territorios falsamente liberados de Oriente Medio.
Ante tal panorama y mientras reflexiono sobre lo que nos deparó el siglo pasado y lo que nos puede deparar la presente centuria, caigo en la cuenta de que, para seguir en pie, lo mejor es no dejarse tumbar.

Felices fiestas a todos.  

18 de noviembre de 2012

I love payaso



Hacer reír conlleva amar profundamente al género humano. Pocas profesiones son tan generosas como la de payaso, porque quien transmite humor está regalando su alma entera. 
Cuando muere un payaso, el mundo es un poco más torpe y necesitaríamos cuatro vidas más para agradecerles suficientemente las risas que nos inspiraron.

Para Miliki, in memoriam



4 de noviembre de 2012

Extrema miopía





Hace días leí en un diario que algunos judíos integristas de Israel se graduaban mal las gafas para ver borrosas las imágenes de las féminas que, en aquel país mediterráneo, pasean luciendo piernas, brazos y escote. De esta forma ponen una barrera a la tentación, no provocan la ira furibunda del dios del Sinaí y se aseguran un lugar en el reino de los justos, cuando dejen de ser mortales.
Aunque la noticia no deja de tener su miga y se presta a incontables comentarios y chistes, lo cierto es que yo prefiero que se repriman ellos, en vez de que salgan a la calle reprimiéndolas a ellas.
Tal vez la moraleja estribe en que lo sucio suele estar en nuestros ojos, no en lo que aparece ante los mismos. Si otros hombres hubieran optado por convertirse en topos miopes, seguramente que Malala no estaría pasando su calvario, ni nadie hubiera hecho creer a la comunidad que una niña prácticamente analfabeta había quemado adrede un libro sagrado, ni tampoco se habría dictado, por estos pagos españoles, aquella sentencia de la minifalda.
Cuando las razones y los valores parecen irreconciliables, tal vez lo más honorable sea nublarse la vista y no entrar en confrontación.  Quienes padecen de miopía mental pueden dejar de sufrir (y hacer sufrir) calándose unas lentes cegadoras.

21 de octubre de 2012

La ventana indiscreta, o váyase, señor…



  
Hay días que, al asomarte a la ventana, además de las nubes que vaticinan lluvias, la soledad del anciano que maquinalmente recoge su alcoba y los colores del televisor de algún vecino, percibes que un hombre fisga los contenedores de basura. Con medio cuerpo dentro, revuelve las bolsas, abre algunas, rebusca entre sus desperdicios y las vuelve a dejar donde estaban. Así hasta cuatro contenedores distintos.
Hoy no ha habido suerte; nada que aprovechar. Nadie ha tirado yogures a medio comer, ni peras pochas, ni el trozo de filete que desecha el niño melindres.
Al cuarto de hora aparecen dos jóvenes. Idéntico ejercicio. Parece que les acomoda un cubo viejo de fregona y desaparecen con su tesoro calle arriba.
Lo que hasta ahora solo había visto de noche, pasando por algún centro comercial recién cerrado, o en reportajes de la prensa, resulta que ya lo tengo debajo de mi ventana.
Mientras la congoja se me expande por dentro, maldigo esa publicidad de Contrarreforma que pretende hacer creer por ahí fuera lo felices que son los españoles cuando les quitan la esperanza de mejorar. Denigro a los corifeos que se echan las manos a la cabeza cuando las personas decentes imprecan a los políticos y a los que la emprenden a palos con los soñadores.
Lo que a mí me asombra es que nadie en las Cortes pida la dimisión de quien preside el banco azul.

9 de agosto de 2012

Los bárbaros y sus invasiones




Dicen los historiadores que las invasiones bárbaras trajeron a Occidente la paralización de la industria y el retroceso en el comercio, significando el fin de una civilización antigua avanzada.
¿Estamos condenados a repetir?

8 de agosto de 2012

Anhelos





Ha llegado a Marte un nuevo artefacto robotizado. La noticia me llena de alegría, pues soy de naturaleza estratosférica y muy aficionada a la aventura sideral. Crecí imaginando que en el año 2000 viajaríamos en platillos volantes a otros mundos y que por esas fechas ya tendría varios amigos de Ganímedes o de cualquier otro rincón del cosmos. Sin embargo, estamos en 2012 y seguimos prácticamente igual, cogiendo el autobús, recorriendo autopistas en vehículos mayoritariamente dependientes del petróleo, pasando el tiempo en las esperas cada vez más tediosas de los aeropuertos o montándonos en la alta velocidad, que por estos pagos se llama AVE y va sobre raíles bien pegaditos a la corteza terrestre. Salvo algún millonario con suerte y, por supuesto, los astronautas profesionales, casi nadie ha estado en órbita.
Quienes seguimos creyendo que los americanos patearon la Luna en julio de 1969, ansiamos volver a ver a seres humanos pisando nuevamente el polvo galáctico y, por qué no, explorando nuevas formas de adaptación a la vida extraterrícola. Ahora bien, me gustaría que, si ese día llega, quienes habitamos este planeta hayamos aprendido de nuestros errores y no traslademos a otros orbes la inmundicia y la degradación que hemos ido acumulando desde que empezamos a creernos los reyes del universo.
Mientras ese día llega, potenciemos lo que de bueno y mejor hemos sido capaces de construir y olvidémonos del reality que algunos tullidos de escrúpulos dicen preparar con las primeras mujeres y hombres que se decidan a asentarse en el planeta rojo.

7 de agosto de 2012

El reino del revés




De pequeña cantaba una canción según la cual en un lugar remoto los pájaros nadaban y los peces surcaban los aires, los gatos decían “yes” y nadie era capaz de ver a mil quinientos chimpancés juntos. Gracias a mi curiosidad, supe luego que se trataba de un poema de la escritora bonaerense María Elena Walsh, que también le regaló otras letras memorables a chicos y mayores.
Últimamente pienso a menudo que el mundo está del revés, pues hace tiempo perdimos el hilo conductor que le daba sentido a las cosas. De un tiempo a esta parte, es como si hubieran tocado a rebato y se pugnara por ver quién suelta la tontería más grande, quién hace lo más absurdo o quién se contradice con más desparpajo. No me extraña que la mayoría de la gente no entienda nada. A modo de ejemplo, traigo aquí a colación la entrevista que hace un par de semanas le hicieron a Gunilla Von Bismarck en el suplemento semanal de un periódico español. Entre otras lindezas, la que fue década tras década imagen de la Marbella más hortera, ociosa, bullanguera y monstruosa, suelta la siguiente perla: “los españoles tienen que gastar menos, no tanta fiestas y trabajar más”.
Para  tranquilidad de esta señora, diremos que llevamos tiempo en ese camino: gastar, lo que se dice gastar, cada vez se puede menos, dados los recortes salariales, la subida de impuestos y el límite asignado a subsidios y otras ayudas públicas. En cuanto a fiestas, no sé si se refiere a las suyas, donde creo que el pueblo llano jamás ha entrado, o a las celebraciones de cumpleaños, finales de curso, bodas de plata y bautizos, mucho más modestas y menos pomposas que las de la jet-set. Y por lo que a trabajar más se refiere, con las reformas legislativas en marcha, acabaremos siendo esclavos y desempeñando nuestro cometido a cambio de comida y agua, tal y como sueñan algunos que andan parapetados tras un gráfico de líneas quebradas que dibujan ellos mismos.
Ante tan desoladora situación, ¿recuerdan la película “El Dormilón”, de Woody Allen? Cuando el espectador descubre que el dictador que rige los destinos de ese mundo futurista es una nariz, suele soltar una carcajada, pues en principio no cabe en cabeza humana que esa napia controle la vida de la población. Sin embargo, tras ese recurso cinematográfico y cómico se esconde la metáfora que hoy aflora nuevamente en España, Europa, Occidente, tal vez el mundo entero: quienes han cambiado el orden natural de las cosas no son más que un despojo. Ahora bien, como vivimos en el reino del revés, esos desechos opinan, aconsejan, deciden y amenazan… a veces a través de gente de rancio, muy rancio, abolengo.

NOTA: Acompaño a esta entrada la foto de una de mis últimas consumiciones festeras, que asciende a 3,90 euros, consistente en un refresco que me tomé con L., acompañado de alguna chuchería. Por cierto, que este mes de agosto estoy yendo a trabajar.

4 de julio de 2012

El valor de las cosas




Si tuviera que escaparme de madrugada, huir del país atropelladamente o, en definitiva, abandonar mi casa sin tiempo para hacer maletas, creo que me llevaría un cuadro. Eso sí, desmontando el marco, quitando el cristal y doblando el objeto que preserva, para facilitar su transporte. Probablemente en mis paredes haya otros que costaron más y que siguen siendo más cotizables, pero estas cosas poco o nada importan, cuando las valoramos con las entrañas.
Se trata de una carta muy antigua, escrita en chino tradicional. Me la regaló L. cuando cumplí una de esas fechas redondas que, según los psicólogos, marcan nuestra existencia evolutiva (aunque a mí me han marcado más algunos eventos sin edad precisa). Está dirigida a una muchacha que va a casarse y se la remite su abuela (probablemente con la ayuda de un escriba, a juzgar por la pulcritud de los ideogramas y porque es probable que no todas las mujeres –ni hombres- supieran escribir en la China del siglo XVII). De su autenticidad no me cabe duda, ni de su contenido tampoco, porque en su momento encontré una persona que la pudo más o menos traducir.
Aquella abuela, previendo que no podía asistir a la boda de su nieta, de alguna manera quiso acompañarla y, por supuesto, desearle la mejor ventura y felicidad. Es la misiva de alguien con experiencia que, lejos de dar consejos, anima a su ser querido (a lo mejor el más querido) a ser feliz y encarar el futuro con esperanza y alegría.
Pienso que los objetos quizá carecen de alma propia, pero sin duda albergan la de quienes los hicieron. Esa carta transporta en sus poros todo un universo doméstico de emociones contenidas, gestos mínimos, palabras exactas y destila el amor suave de las margaritas silvestres, es decir, ese afecto que no necesita vocablos ni gestos ampulosos para estar presente. Sospecho, además, que abuela y nieta compartían el mismo sentimiento.
Agradezco a la providencia que este papel de textura rugosa y color indefinido, pero hermoso, haya sobrevivido a los acontecimientos y avatares que, sin duda, han ido sucediéndose alrededor de esa carta. Además, como no creo en la casualidad, me gusta pensar que llegó hasta mí para recordarme que mi abuela A., a pesar de ser polvo de estrellas, sigue alegrándose conmigo.