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16 de septiembre de 2015

Dudas atemporales



¿En qué sistema vivimos?
¿Hay subsistemas dentro del sistema?
¿Por qué a un libertario se le considera antisistema y a un corrupto no?
¿Para qué se crearon los Estados?
¿Necesitamos permiso para ser libres?
¿Por qué los gobernantes y mandatarios nos consideran a todos potencialmente perversos?
¿Un empresario puede ser antisistema?
¿Todos los pobres están fuera del sistema?
¿Dónde está el peligro del sistema y de quedarse fuera de él?
¿Por qué pretenden acabar con el sistema introduciéndose en sus instituciones y quedándose en ellas?
¿Los sistemas caducan?
¿Por qué algunos me tratan tan autoritariamente, siendo antisistema?
¿Por qué los ácratas nunca han sido valorados?
¿Por qué nada cambia?
¿Por qué los antisistema abrazan el gatopardismo cuando gobiernan?
¿Por qué seguimos en un sistema decimonónico?
¿Por qué es más democrático votar que no hacerlo?
¿Por qué se me considera inmersa en el sistema si jamás cobré una beca, subvención, pensión o ayuda pública, ni alcancé cargo alguno?
¿Por qué nadie reconoce que es de derechas?
¿Qué es el centro en política?
¿Por qué la izquierda se tiñe de rosa palo?
¿Por qué cambian las sociedades y los problemas siguen siendo los mismos?
¿El sistema da la oportunidad de ser antisistema?
¿El cristianismo se fundó en teorías antisistema?
¿Por qué todos intentan manipular?
¿Son necesarias tantas leyes?
¿Por qué se niega lo obvio?

No se asusten, no fumo ni bebo ni tomo psicotrópicos. Estoy cuerda y, como tal, dudo de casi todo.


NOTA sobre la fotografía: Salerno, 20-8-2015

30 de agosto de 2015

Juego limpio



Nos hemos infantilizado tanto que caminamos por la vida creyendo que nada de cuanto hagamos, digamos o callemos va a tener repercusión en quienes nos rodean. Nos asiste una suerte de estado de gracia, que nos hemos otorgado a nosotros mismos, según el cual la culpa es siempre de los demás. Refranes como “no hay palabra mal dicha, sino mal interpretada”, abonarían esta idea de irresponsabilidad absoluta y no digamos novísimas teorías como la de asumir que son las expectativas que cada cual pone en las cosas las que desembocan en la decepción, ofensa o humillación. En este sentido, yo podría emplear continuamente el sarcasmo con alguien y, si se le sienta mal, que se aguante porque soy así y seguramente es ese alguien quien tiene el problema de no aceptarme tal cual. Estén ustedes tranquilos, porque todavía no he perdido el norte y acostumbro a comportarme con las personas como a mí me gustaría que me trataran.
Estoy de acuerdo con que nuestros pensamientos conforman un universo que muchas veces no coincide con la realidad de quienes nos rodean, pero esto no puede servirnos de pauta para establecer y mantener relaciones personales del tipo que sea, incluido el amoroso. Hay reacciones capaces de echar por tierra las experiencias mejores y más positivas, ensombreciendo el ánimo de una persona.
Somos causantes de muchas tristezas a fuerza de empeñarnos en cumplir nuestros caprichos y lo malo de esto es que, cumplido el antojo, casi nunca nos damos por satisfechos. No recuerdo cuándo se puso de moda el egoísmo y se abandonó la costumbre de pensar en los demás. Juguemos limpio, pues no siempre la suciedad se encuentra en la mente ni en la mirada de los demás.



NOTA sobre la fotografía: Estación de servicio en Foggia (autostrada A14), 26-8-2015

5 de agosto de 2015

Reflexiones, palomas y milagros



El otro día asistí al preestreno de la película “Ghadi”, un film libanés que recomiendo a quienes, como yo, creen en la magia de los pequeños actos diarios…. siempre que esa magia proceda de individuos ajenos a la multitud y sean capaces de tomar la delantera. Sin desvelar la trama, contaré que uno de sus hilos conductores me reafirmó lo que pienso: la masa necesita creencias comunes para sentirse felices.
Esto me llevó a recordar otra peli que vi en mayo “Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia”, de Roy Andersson. En ella, su director nos muestra en un tono menos mediterráneo cómo somos los humanos o, mejor aun, cómo aparentamos ser a los ojos de una paloma observadora. En este sentido, tal vez la sociedad no sea más que una cadena de mitos cuidadosamente engarzados, como la búsqueda ansiosa y desenfrenada de la felicidad, tarea a la que las personas dedican prácticamente la totalidad de su tiempo, descuidando quizás el sosiego que les traería caer en la cuenta de que la felicidad no es un fin ni un derecho, sino mucho más: la esencia misma de otras capacitaciones y cualidades que nos pueden hacer la vida más llevadera.
Cada cual tendrá una forma u otra de perseguir esa felicidad, pero en el fondo lo que todos anhelamos es el sosiego de sentirnos en paz con nosotros mismos. No hace mucho, una persona me confesó que rara vez estaba conforme con lo que hacía, pues siempre le asaltaba la idea de que las cosas podrían haber sido mejores. Culpa y arrepentimiento se dan la mano muchas veces para quitarnos el sueño, sobre todo porque no siempre se resuelve este binomio con un castigo, como cuando éramos pequeños. Hemos dejado la infancia para asumir responsabilidades y la mayor de todas es bailar con la música que elegimos, aunque nos equivoquemos de danza, hasta que podamos cambiar la coreografía.
La historia de la humanidad está repleta de actos infames, pero también de chispas aisladas que salvan del naufragio a quienes no se conforman con lo obvio, pues la vida es eso: nadar hasta alcanzar la orilla. Quítate el peso superfluo.

NOTA sobre la fotografía: provincia de Segovia, 2-8-2015





Verano




Desde que abandoné la infancia, el verano me sorprende cuando se encuentra bastante avanzado y los días empiezan a mermar. No me refiero a la estación, sino a la actitud y manera de estar, pues para mí “verano” es una condición, un estilo, casi un carácter. 


Percatarme de que estoy en verano me lleva a tomar la decisión de salir de mí y beberme todos los amaneceres, aprovechando la luz que me permite ver el alma de las cosas. Es urgente, porque septiembre está a la vuelta de la esquina. 

NOTA sobre la fotografía: AVE Madrid-Barcelona, 2014

30 de julio de 2015

Crónicas Rumanas (y VI): De repente un día o el éxtasis místico



Te levantas y haces lo que cada mañana vienes realizando de forma automática. Sales y te dedicas a las tareas que el día te tiene preparadas. Llamadas telefónicas, atender el correo, algún guasap simpático y otro molesto, trabajo, comida, quizá una siesta, más trabajo, un paseo… y de repente te das cuenta de que ya no lloras, no te martirizas, no te cuestionas nada porque ya sabes la respuesta y, aunque esta no te agrade, te has alejado del conflicto que otros mantienen con ellos mismos.


De repente un día eres capaz de tomarte la vida como un helado de tutti-frutti en el que se amalgaman trocitos de distintas frutas y no rechazas ninguna, pues la esencia de la golosina es esa, la mezcla.

De repente un día eres capaz de fluir como lo hace un río, hasta desembocar en el mar y comprender que no eres tan solo una ola, sino el océano mismo.

De repente un día te das cuenta de que nunca has apagado la luz de tu casa ni del camino que conduce a tu morada y que seguirá así porque no has dejado de ser tú mismo, solo que ahora eres consciente y estás abierto a todo sin esperar nada.


De repente un día se disipa la niebla.


NOTA: La fotografía del carro de helados está tomada en Sighisoara y la de la casa, en Brasov.