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19 de marzo de 2012

De ensaladas vitales



A veces veo mi vida como una ensalada donde se mezclan verduras y hortalizas por doquier. Unos días, la lechuga no me sienta bien del todo; en otras ocasiones, echaría más alcaparras; de cuando me excedo con el aguacate.
Siempre son los mismos ingredientes, en mayor o menor cantidad, combinados de una forma o de otra. Pero casi siempre es igual. Ahora bien, ¿qué hace que me guste tanto mi vida-ensalada? La forma de sazonar, que cambia a menudo y casi nunca depende directamente de mí. Por eso, cuando esta mañana se paró el arco iris en el techo de mi salón, descubrí una nueva manera de aliñar mi plato principal.
Mientras siga con fuerzas para maravillarme ante un efecto luminoso que hemos contemplado miles de veces, sabré que tengo ensalada para rato.
Que aproveche.



14 de marzo de 2012

Mario Gas y los signos de puntuación



Aprendí a escribir muy temprano. Ciertos pedagogos dirían que demasiado temprano. Como en mi familia nunca los hubo (los pedagogos titulados), me educaron por libre. En lo que a letras se refiere, el responsable de que con dos años y medio me entretuviera rellenando cuartillas con palabritas y frases cortas fue mi abuelo Miguel, que jamás escatimó tiempo y tesón en acercar a su nieta a la cultura y la ciencia (hola, yayo; sabes que pienso en ti a menudo).
Ya en el colegio, recuerdo los ratos que dedicábamos a hacer dictados y cómo mi mentalidad infantil se aliaba con unos signos de puntuación más que con otros. Por ejemplo, los dos puntos me recordaban a un gato que me arañó, así que me caían mal. Pero el punto y coma era como trazar una pincelada de tinta china y me parecía simpático. Ahora bien, mi favorito era el punto final. A medida que la profesora avanzaba en el dictado, yo notaba la intensidad dramática de lo que se nos estaba contando y preveía que llegaba ese rasgo redondo que rubricaba todo el texto. El lápiz temblaba de emoción y se preparaba para dibujarlo distinto a los otros puntos que jalonaban los párrafos anteriores. Un punto final es como una fanfarria, una guirnalda, el barquillo del helado.
El domingo pasado asistí a la representación de “Follies” en el Teatro Español. Me llevé una agradable sorpresa cuando vi aparecer en el escenario a su director, Mario Gas, que esa tarde interpretaba un personaje de la obra, Dimitri Weissmann. Adoro a Gas. Como normalmente es otro actor quien representa al señor Weissmann, presentí que aquella aparición no era casual, máxime cuando ya se sabía que la nueva corporación consistorial iba a prescindir de él al frente del buque insignia de los teatros municipales. Efectivamente, Weissmann-Gas daba carpetazo a una etapa de candilejas esplendorosas; sus diálogos lo remachaban y los espectadores aplaudíamos no exentos de complicidad.
Mi lápiz, esta vez imaginario, volvió a emocionarse atisbando el punto y final a la que, para mí, ha sido la mejor etapa del Teatro Español. Una programación interesante, arriesgada a veces; unos montajes sin carcoma ni olor a naftalina; un compromiso con la cultura de veras y, lo que no es menos importante, la demostración de que el teatro público no tiene por qué ser cutre, populachero  o vacío.
El punto final de Mario Gas es rotundo, elegante y de precisa grafía. Traza una línea clara sobre lo que, como ciudadana, pido a los políticos y gestores: no jueguen con la cultura.

NOTA: Y mi lápiz iba apuntando las palabras que me decía mi abuelo: “escribe claro, Pinoccio”.

8 de marzo de 2012

Películas




A veces la vida nos sorprende y deja que vivamos en primera persona cosas que, hasta ese momento, solo habíamos visto en pantalla. Y lo malo es que, en el mundo real, lejos de tratarse de producciones cuidadas e impecables, nos toca protagonizar, a nuestro pesar,  pelis de serie B, cuando no Z. Menos mal que, pasado el tiempo, nadie recuerda esas piezas tan malas. Pero, mientras dura la experiencia, pasamos del estupor  al enfado y de este a la tristeza.
Si en ciertas películas el asesino siempre es el mayordomo, quien manda un anónimo (o cuatro) siempre anda cerca.

5 de marzo de 2012

Dalla



Descubrí a Lucio Dalla a través de sus discos y no fue hasta el verano de 2008 cuando, por fin, pude verlo en directo.  Encima del escenario, cruzándolo micrófono en mano o bien sentado al piano, me di cuenta de que los seres como él no mueren nunca.
Y mientras escribo estas torpes líneas, en mi mac se escucha ..."leggiamo i giornali con dentro la novità, parliamo di debiti, mutui di soldi, rifuiti e pracarietà. Noi siemo i re della cività..." (*)

(*) Broadway, 2009.


4 de marzo de 2012

Virtudes cardinales: la fortaleza




Admiro a las personas que, cuando se les presenta alguna dificultad, se revisten de la flexibilidad que poseen los juncos para hacer frente a los vendavales. Valientes, que no temerarios, encaran los aprietos con la constancia que nace de sus propias convicciones y con la esperanza de ganarle la partida a los problemas. A menudo son tachados de bobalicones, pues vivimos en una sociedad que ensalza al descreído, pero ellos sobrevuelan los obstáculos con el vigor que les dicta su recta razón... y siempre triunfan, pues su naturaleza es paciente.

Me gustan esas personas que observan, callan y aguantan los reveses como esos muros centenarios que sobreviven a guerras, terremotos o incendios