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7 de febrero de 2024

La memoria del agua

 


Sabemos que la memoria es una función del cerebro que nos permite codificar, almacenar y recuperar la información del pasado. Me atrevo a decir que todos los seres vivos poseen memoria, incluyendo aquellos que se manifiestan en forma mineral. Como no quiero soliviantar a la comunidad científica, me veo nuevamente obligada a aclarar que suelo expresarme con licencias poéticas y que para mí el agua, el mercurio o una roca palpitan igual que lo hace mi corazón. Por eso ansío  que llegue el día de la total reconciliación entre los elementos y seamos capaces de darnos cuenta de que todo forma parte de ese todo absoluto y, por ende,  nada está fuera de él.


Masaru Emoto fue un intelectual japonés que pasó su vida difundiendo que el pensamiento humano, las palabras y la música influyen sobre el agua, así como las etiquetas en los envases que la contienen. Son famosos sus documentales en que podemos apreciar que, dependiendo de las influencias a que son sometidos vasos, tarros o botellas con agua, esta cristaliza, cuando se la congela, de una forma u otra. Emoto también ha soliviantado a no pocos cartesianos, como si estos tuvieran la fórmula de la certeza, empeñados en separar el cuerpo del espíritu y ser aún antropocéntricos supremacistas. 


Recogiendo las teorías de Masaru, como los seres humanos estamos compuestos   de agua en una proporción muy alta (aproximadamente el 80%), deberíamos ser más conscientes de las palabras y pensamientos que nos permitimos crear, dado que influyen en la estructura del abundante elemento que nos conforma. Por tanto, propongo que, a partir de ahora, miremos nuestra fuente interior y tratemos con más cuidado lo que somos. En cierta forma, se trata de reconectarnos con mundos antiguos, con esas culturas pasadas en las que se realizaban ritos de sanación a través del sonido. Los primeros ejemplos escritos que aluden a la influencia de la música sobre el cuerpo, la mente y el alma se hallan en los papiros de Lahun, en Egipto, datados en el año 1800 a. C.


Volviendo a la memoria, a través de ella se aprende, consolidamos experiencias, aposentamos nuestro bagaje consuetudinario, cultural, social… Antes dije que todo ser vivo la tiene y, así, los árboles también están tocados por la retentiva que les ayuda a vivir, perpetuarse y comunicarse. Lo hacen mediante una red de hongos que crecen alrededor de sus raíces; el hongo proporciona nutrientes al árbol y este le paga con moneda de azúcares, que son la medicina que trasladarán a través de esa red subterránea de raigones y cepas hasta los retoños que necesitan robustecerse o aquellos que reciben poca luz solar. Es más, los árboles moribundos suelen verter todos sus azúcares a ese internet de mantillo para que los aprovechen los ejemplares sanos.


En la mitología griega, la memoria se personificaba en Mnemósine, que era ni más ni menos que una titánide hija de Gea y Urano. Su sobrino Zeus, disfrazado de pastor, la cortejó y de esos amoríos nacieron las musas. ¡Hay que ver cómo era el jefe del Olimpo! No se le ponía nada por delante: en sus ansias de procrear, lo mismo se convertía en toro, que en cisne, lluvia dorada o lo que fuera, con tal de cumplir su destino de ser el padre de los dioses. Me recuerda un poco al Drácula de Stoker, siempre cambiando de apariencia.  


Mnemósine llamaron a un río del Hades, opuesto al Lete. Quien bebía el agua de este último olvidaba lo que la corriente del primero le había enseñado. Y así es la vida, recordar y olvidar, escribir y borrar.  


— Con permiso, mademoiselle, ¿me permite ver lo que teclea en esa pantalla? — Quien así me habla es Jeanne Baret, una mujer educada y ceremoniosa que lleva semanas alborotando el cotarro de los espectros que ocupan mi casa. Mi amiga Sissi se la encontró mirando unas obras por la periferia de Madrid y, viéndola sola y un poco perdida, le dio cobijo aquí. 


— Entré en un agujero de gusano y di a parar a un hoyo profundo, seco y lleno de costales de tierra.  En ese lugar permanecí no sé cuánto tiempo, sin nada que hacer, solo miraba gente que iba y venía, animales mecánicos que bramaban estrepitosamente y cuyos ojos se encendían. 


Fue llegar Jeanne y la sección de enciclopedistas la sometieron a un riguroso interrogatorio, por ver si era la auténtica, su paisana y coetánea. Pasado el examen con nota, andan todos muy contentos entrevistándola para el capítulo que le dedicarán en su obra, que como ya saben ustedes, es la misma Encyclopédie del siglo XVIII, pero puesta al día y ampliada con incorporaciones que en su tiempo no tuvieron en cuenta. La señora Baret se ha convertido en una heroína y ha entablado bastante amistad con Clara Campoamor, con quien anda redactando un reglamento de régimen interno porque, con Montesquieu que sigue en huelga de hambre, la Pardo Bazán enfadada con media humanidad y Greta Garbo más divina que nunca, necesitan repartirse algunas tareas.  


Me cuentan que, en 1766, mi nueva huésped se embarcó como asistente del botánico Filiberto Commerson, convirtiéndose en la primera mujer que dio la vuelta al mundo. Tuvo que disfrazarse de hombre y, eso sí, aprovechó el crucero para catalogar especies de los lugares por donde pasaba la travesía, no vayan a creer que se dedicó a abanicarse. 


— ¿Y cómo se le presentó esa oportunidad? — pregunto — No creo que fuera sencillo ni muy usual para la época. 


Apenas termino la frase, percibo un mohín pícaro en el rostro de Darwin, que al principio achaco a celillos profesionales, pero que el bueno de Dirac me aclara cuando estamos solos en la cocina, tomando un té a media tarde.  


— Baret y Commerson eran amantes, viviendo juntos bajo la apariencia de que ella era el ama de llaves y además, para despistar, se cambió el apellido por Bonnefoy. Llegaron a tener un hijo en común. Resulta muy curioso que la ley francesa requería en aquella época que las futuras madres solteras obtuvieran un ‘certificado de embarazo’ en el que reseñaban quién era el padre del nasciturus.  Aunque Jeanne cumplió con ese trámite burocrático, su talante libérrimo la llevó a depositarlo en una parroquia muy alejada de su domicilio y, además, se negó a facilitar el nombre del otro progenitor. 


Se une a la conversación Juana de Castilla, a quien le gusta un amorío más que el chocolate de las Américas y, con voz baja, porque una reina como ella sabe que no debe alzar el habla, pues lleva toda la eternidad intentando demostrar que no fue la loca del bulo que su padre y su marido aventaron a beneficio propio, nos informa de que Jeanne le ha comentado que, cuando falleció, preguntó en el registro celestial por Commerson, informándola de que llevaba tiempo establecido con su familia, adherido a su esposa legal y otros parientes cercanos. 


— ¿Y el hijo?, ¿llegó a nacer? — pregunta una Rosa Luxemburgo que ha venido buscando a Josep Pla, para echar su partida diaria de dominó. La reina de los comuneros nos relata que, efectivamente, el niño nació y le pusieron el nombre de Jean-Pierre Baret. Eso sí, su tocaya lo dejó en el hospicio de París, donde fue dado en adopción. Se ve que no había sitio para el chiquillo en la casa de su querido. 


Cuando me separo de la tertulia, me acerco a Jeanne Baret. Leo en sus ojos que los organizadores de la travesía permitieron a Commerson llevar un ayudante, debido a su precaria salud. Como el barco pertenecía a la armada francesa y las mujeres tenían prohibida su presencia, ella tuvo que disfrazarse de varón. Antes de zarpar, su amante redactó un testamento en el que le dejaba la suma de 600 libras, más los salarios adeudados y el mobiliario de su apartamento en París.


La vida es memoria y sin esta no hay vida, pues el agua de nuestros cuerpos está compuesta de recuerdos, los nuestros, no los que se empeñan en inocularnos quienes mueven los hilos de este mundo feliz narcotizado. 


Dedicado a Fernando Savater, Félix de Azúa y otras personas libres que, dotadas de memoria, cada vez más se aproximan a los hombres libro de Farenheith 451.  


NOTAS: 

  • Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo, noticias de estos tiempos y de otros”, dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado el 3 de febrero de 2024.
  • Fotografía ©️Amparo Quintana. Madrid, 15 de abril de 2023. 
  • Música para acompañar: "First We Take Manhattan", de Leonard Cohen.


23 de noviembre de 2021

Cuestión de territorio o el espejismo de los mapas

 


Recuerdo que en mi infancia me gustaba mucho dibujar mapas en un papel semitransparente que llamábamos calco, sobre todo mapas físicos, e ir señalando el cauce y desembocaduras de los ríos, los montes más elevados, los desiertos, etc. Usaba pinturas de cera y debo reconocer que el resultado era bastante personal, porque me gustaba marcar los márgenes con varias líneas de colores distintos y luego difuminarlas. Cuando ponía el papel sobre el mapa político del lugar o continente en cuestión, se producía el milagro: veía que una misma cordillera podría abarcar varios países, un mismo río se abastecía de afluentes de diversas nacionalidades y un mismo océano o mar tocaba playas y acantilados en lugares donde sus habitantes hablaban lenguas diferentes. 


De los mapas políticos aprendí el concepto de frontera y, como era una niña exploradora de libros, pronto me di cuenta de que en algunos planisferios que tenía mi abuelo, por ejemplo, había estados que ya no estudiábamos en el colegio o que, de repente, en mis mapas escolares habían surgido puestos fronterizos donde antes era un solo país. 


Esto me llevó a descubrir los atlas históricos, luego los geológicos y así sucesivamente, hasta comprender que las fronteras van y vienen sin atender a razones naturales y que son origen y consecuencia de muchas guerras y desencuentros, pues estar a un lado u otro puede determinar ser ciudadano de primera o de tercera, obtener prebendas o permanecer en el limbo, aunque se beba agua de las mismas cumbres y el suelo tenga los mismos minerales.


Hablando de otra cosa, aunque también guarda relación con esto de los territorios, todos conocemos los pimientos de Padrón, esos que no se sabe si pican o no hasta que te los metes en la boca. Como en las últimas décadas se vienen produciendo pimientos de esa variedad en Almería o Murcia, el municipio coruñés empezó a acuñar el calificativo de “auténticos” para los suyos y así se han  estado vendiendo.  Pero hete aquí que la Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea (EUIPO) ha dispuesto que esos pimientos no son de Padrón, sino que se cultivan desde hace siglos en una pedanía llamada Herbón. Por tanto, no pueden incluir el término “auténtico” porque eso puede inducir a error a los consumidores, ya que la denominación de origen protegida es “Pimiento de Herbón”, aunque la variedad de la hortaliza de sea “padrón”. 


Esto me recuerda a lo del coñac y el brandy, el champán y el cava, el queso manchego y el curado, etc., cuestiones todas que, por supuesto, puedo comprender y explicarme desde un punto de vista jurídico, pero que en el fondo no dejan de ser fronteras intangibles, marcas de agua que señalan quién manda. De igual forma, nos quedamos tranquilos si al comprar boquerones nos informa el pescadero de que son del caladero patrio, como si los peces no se movieran de un lado para otro, poniendo huevos que las corrientes marinas llevan a saber dónde. Lo mismo pensamos que viene de Algeciras y resulta que nacieron cerca de Agadir. 


Otra noticia de estos días es la posibilidad de que dos municipios de la provincia de Badajoz, Villanueva de la Serena y Don Benito, se fusionen en uno que sería el tercero más importante de Extremadura. La cuestión se llevará a referéndum, como en su día también votaron los vecinos de La Moraleja para separarse de Alcobendas. La verdad es que me parece mucho más sensato escuchar a los  habitantes acerca de qué futuro quieren para su territorio que adjudicarse partes del mapa por la fuerza, como los conquistadores de antaño y Hitler hace menos de un siglo, o repartirse los países como quien juega al monopoly, tal como hicieron en la Conferencia de Yalta, sin ir más lejos. 


A mi casa llegó la semana pasada María Curie y ha montado un revuelo extraño entre algunos de mis ocupas. Me dicen que yo no puedo verlo, pero que entre las dos  y las tres de la madrugada, cuando la científica atraviesa un muro para salir de paseo, deja un halo entre blanco y azul que algunos de ellos diagnostican como radiactivo. ¡Imagínense a Voltaire y los suyos cuando escucharon esa palabra que no habían oído jamás en su vida terrenal! Ya la tienen anotada en su nueva enciclopedia y andan tras la señora Curie para que les cuente pormenores de sus experimentos. Esto ha provocado que ella trajera ayer una serie de manuscritos e instrumental de los que la Biblioteca Nacional de París guarda en cajas forradas de plomo y que no podremos ver con ojos mortales hasta dentro de mil quinientos años, aproximadamente, porque están contaminados y son altamente peligrosos. 


— Los documentos no tienen tanta importancia — me dice en sueco, idioma que se le pegó por las veces que fue a recoger su premios Nobel— porque ya me he encargado yo, desde que fallecí, de soplarles muchas de las reflexiones y preguntas que quedaron sin responder a otros investigadores que me sucedieron.


Lo de soplar es literal, pues al parecer ella suele comunicarse con sus colegas vivos a través de soplidos en la frente. Una forma como otra cualquiera de que les llegue la inspiración.


Para mí es un placer que Madame Curie esté cerca, porque entre mapa y mapa de los que coloreaba de pequeña, se me iba el ojo hacia su persona y su legado gracias a una película que vi en aquella televisión española en blanco y negro. 


Tengo que decir que la polaca es muy curiosa y, como me abre todos los cajones, ha dado con una fotografía que hice hace muchos años cuando visité su casa en Varsovia, hoy convertida en museo. 


— Ahí estaba yo en ese preciso instante, señora Quintana, como lo estoy ahora mismo; como también estoy en París y en Nagasaki, en Teherán o en el desierto de Nevada. Nuestros átomos vuelan por encima de nuestras capacidades, ya lo descubrirá usted algún día, cuando cruce la frontera del tiempo. 


— ¿Y dónde han llegado sus átomos anoche?, me atrevo a preguntarle.


— A los anillos de Saturno, un lugar que me recuerda que nací polaca bajo el Imperio Ruso, pero viví y morí como francesa. He hablado con su amiga Sissi y tenemos en común que ella apoyó la causa griega y yo la polaca. Ella, una bávara asentada en una corte vienesa que le resultó siempre extraña, y yo, una varsoviana feliz de ser francesa.


A continuación me pregunta de dónde soy yo y, sintiendo una ráfaga sutil de aire en el flequillo, le digo que soy madrileña de Groenlandia, donde las auroras boreales recuerdan a sus habitantes que el reino de Dinamarca, al que políticamente pertenecen, está en otro continente. 


— Mi sueño patriótico se juntó al sueño humanitario de mi marido Pierre Curie y pudimos compaginarlo por encontrar aquello que nos unía, la ciencia y las ansias de hallar soluciones a las neoplasias — comenta mientras me ofrece un poco de sopa que se ha hecho ella misma hace un instante (por cierto, está riquísima). 


Por los demás, el chef del restaurante Davies and Brook, situado en un hotel londinense de mucho porte no seguirá al frente del local, porque la dirección se niega a cambiar su menú, prácticamente carnívoro,  por otro totalmente vegano. Tras su despido, el cocinero estrella Michelín ha manifestado que el futuro está basado en las plantas, esa es su misión y es lo que defiende en su empresa. Me parece que Daniel Humm, que es el nombre de este caballero, también viaja por Groenlandia o los anillos de Saturno buscando pimientos de Padrón. 


NOTAS: Este artículo forma parte de la secci´pn “En paralelo", dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado el 21 de noviembre de 2021 y que puede escucharse aquí: https://go.ivoox.com/rf/79308820

MÚSICA PARA ACOMPAÑAR: “Groenlandia”, de  Bernardo Bonezzi, interpretada por  “Zombies”. 

Fotografía ©️Amparo Quintana. Madrid, 5 de agosto de 2021 (“Barco-flor”, de Younes Rahmoun y Markib Zahra) Esta obra pudo verse en la exposición “Trilogía marroquí, 1950-2020”, del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Representa, con papel y luces led, noventa y nueve barcos que son también noventa y nueve personas meditando. Todas miran hacia el mismo punto central vacío. Por un lado, plasma la migración de África a Europa a través del Mediterráneo y, por otro, hace referencia a la alquibla y la actividad espiritual conjunta para mejorar el mundo. 

2 de mayo de 2021

Quimeras

 


Este mundo paralelo desde el que me asomo y al que les invito a ustedes de vez en cuando ya no es solo un recurso estilístico para explicar lo que quizá carezca de lógica y dar forma a mis sentimientos fuera de las coordenadas espacio-tiempo, sino que varias empresas tecnológicas están desarrollando proyectos de multiversos y metaversos que, sucintamente hablando, posibilitarán que la gente pueda relacionarse en los mundos virtuales como si fuera el mundo real. Lo hemos visto en películas y leído en novelas, pero ya está aquí e, incluso, alguna de esas empresas ha creado el omniverso, que ya es el epítome de todo, pues consiste nada más y nada menos en que las grandes multinacionales industriales usen otro universo paralelo vedado al resto de los mortales. La compañía impulsora de este club exclusivo se llama Nvidia y en él se han inscrito ya BMW y el estudio de arquitectura de Norman Foster. De momento es una especie de laboratorio virtual donde pueden probar y ensayar sus prototipos e ingenios como si estuvieran en la realidad, pero mi imaginación me dicta que dentro de poco se utilizará para otras cuestiones y, por qué no, hasta para gobernar el planeta Tierra o lo que quede de él.


Junto con esto, hemos conocido cómo Marte vuelve a estar en el centro del interés científico, hablándose ya de expediciones hasta allí para colonizarlo. Me resulta curioso comprobar que, en lugar de restañar las heridas que hemos ocasionado en la base terrícola desde el Big Bang hasta hoy, la esperanza radique en hacer las maletas y marcharse a otro planeta, desconozco por ahora si solo al alcance de una élite o a través del IMSERSO, pero opinen ustedes mismos. 


Ahora bien, pienso que para entonces la vida, tan como la conocemos hoy, habrá cambiado, a tenor de diversas noticias que vienen salpimentando  nuestra primavera. Por ejemplo, la robótica avanza a pasos agigantados; ayer mismo leí que se ha presentado en sociedad un ser mecánico que hace unas paellas a la altura del mejor cocinero y ya sabemos que quien apacigua los paladares goza siempre de la simpatía de la mayoría. Le auguro, por tanto, mucho éxito. Supongo que, junto al robochef valenciano, surgirán sus primos japos, franceses e italianos. 


Otro hito de lo que se llama avance científico es lo acaecido en China de la mano de investigadores españoles que, jugando a las casitas, han cruzado humanos con monos, dando origen a unos embriones bautizados por ellos con el nombre de “quimera”, como esos monstruos mitológicos que vomitaban llamas y tenían cabeza de león, vientre de cabra y cola de dragón. Dicen que sus fines serán terapéuticos y en beneficio de la civilización, pues apuntan a que quieren tener con esos seres un banco de tejidos para posibles transplantes. Teniendo en cuenta cómo se las gastan las industrias sanitaria y farmacéutica, cómo aprovechan para sí cualquier patente y convierten en dividendos el derecho fundamental a la salud, se me hace difícil apreciar tanta filantropía. Además, históricamente hemos asistido a inventos y descubrimientos que, concebidos con unos objetivos, se transforman en otra cosa.


Por si esto fuera poco, hay hombres embarazados. Como suena. Al principio creí que era una broma, pero nada de eso. A quienes no fueron mujeres en años anteriores se les implanta un útero y en él anida el germen de la nueva vida. Hay casos en España y fuera de aquí. De momento es un proceso caro y dificultoso, pero quién sabe si para cuando las quimeras hagan la compra para que los robochef preparen la comida de una familia en Marte, el catálogo de los vientres de alquiler cuente con varones subrogados. 


Mientras me tropiezo con estas noticias, la campaña electoral de la Comunidad de Madrid tiene muy revuelta a la pléyade de huéspedes que conviven conmigo. Como lo suyo es pensar y darle a lengua, decidieron repartirse por todos los actos políticos, asistiendo a mítines, presentaciones, concentraciones y demás algarabías. Los pobres llegan destrozados, pues aunque son espíritus del más allá, sus estómagos no digieren según qué cosas y sus mentes no comprenden algunos discursos. Hemos de tener en cuenta que, como vienen del pasado, en realidad viven en un presente continuo y por eso no se explican cómo la gente olvida las palabras y los hechos de tanto político malintencionado. 


Una tarde, volviendo de un rifirrafe a pedradas en Vallecas, mi querida Sissi se encontró con Zygmunt Bauman, a quien su alteza no conocía, pero como el polaco le resultó muy agradable (me dice en un aparte que es un anarquista utópico como ella, pero que ni él mismo lo sabe), lo llevó a merendar chocolate con churros y luego lo trajo a casa, para presentarlo a sus colegas espectrales. 


Fue muy bien recibido por todos, aprovechando Voltaire para ficharlo como autor de la Nueva Enciclopedia que están redactando, porque eso de la sociedad líquida le ha conmovido hasta el punto de que lo trata con tanto respeto como a los pensadores griegos. 


Bauman nos recuerda que se ha creado un clima de desconfianza mutua, recelo y competencia a degüello y que los miedos personales de las gentes  son bien aprovechados por los políticos, especialmente por aquellos que, bajo la capa de buenos y solidarios protectores, esconden la tiranía. 


— Efectivamente, interviene Hypatia. No olvidemos las sabias palabras de Platón  cuando dijo que “la dictadura surge naturalmente de la democracia”. Así que andémonos con mucho ojo, que he visto de todo desde la desaparición de la biblioteca de Alejandría. 


— ¿Andémonos?, pregunta un Kant asombrado. Le recuerdo, ilustre señora, que excepto nuestra casera Amparo a ninguno de nosotros nos atañe del presente más que asistir al declive de la civilización. Aunque nos presentemos con miles de votos y los introduzcamos en las urnas, serán invisibles para el sistema.


— Andémonos, andémonos, le insiste la egipcia neoplatónica. Si gobiernan quienes parecen corderos que, en lugar de dejar pensar libremente a la gente, se sirven de una pedagogía falsa y bastarda para educar y reeducar dentro de unos parámetros determinados, tenga usted por cierto que nos echarán de todas partes.


Entre dimes y diretes, eslóganes, panfletos y demás parafernalia electoral, algunos empiezan a considerarse madrileños aunque hayan nacido hace siglos en las antípodas de la Puerta del Sol y andan a vueltas con las parpusas, los vestidos chinés, las goyescas y el 2 de mayo. 

Los dejo entonando algunas zarzuelas y madrigales y, cuando me disponía a salir a la calle, aparece un teniente con hermosa casaca decimonónica. 


— Señora, buenos días. Soy Jacinto Ruiz y Mendoza, el teniente Ruiz del cuartel de Monteleón. Seguro que ha oído hablar de mí. 


— ¿Y a qué debo el honor?, le pregunto bastante temerosa de que la emprenda con los franceses que tengo alojados en mi casa. 


— Estaba aburrido, como siempre me ocurre cuando se acerca el gran día y me he acercado hasta la colina de Príncipe Pío y, bajando hacia el río, he aprovechado para visitar el cementerio de la Florida, donde están la lápidas de algunos de aquellos héroes. Ellos no están allí, pues vuelan como yo de un lugar a otro, pero quienes vivimos aquel tiempo acudimos a los lugares emblemáticos de esa guerra cuando nos asalta la melancolía. 


Tras esas palabras, lo invité a entrar y ahí lo tengo desde entonces explicando su vida y sus razones a sus hermanos de éter. Como buen militar de su época, siente la necesidad constante de agradecerme el alojamiento, para lo que se ha nombrado él mismo mi guardaespaldas.  Me acompaña a comprar, a trabajar, a pasear, al teatro, a las exposiciones… El metro le chifla, un poco porque eso de transitar por el subsuelo de Madrid le ilusiona y otro poco porque en sus vagones descubre a muchos héroes anónimos que trabajan, aman, estudian y tratan de divertirse en paz y libertad. 


Hoy, 2 de mayo, me ha acompañado hasta los estudios de la calle Monteleón, a grabar el podcast. Está aquí conmigo y, aunque no le guste que lo diga, sepan todos que a la altura de lo que para él sigue siendo la calle Ancha de San Bernardo, ha recordado al doctor Rivas que lo salvó de morir junto a otros oficiales y soldados, así como a María Paula Variano, que le dio cobijo para evitar que las tropas de Murat lo apresaran. 


— Y es que, en cuestión de refugiar y albergar, ustedes las mujeres suelen hacerlo de manera natural, mientras otros andan con la mente dormida intentando arreglar el mundo.


Al oír esto, mi corazón me aconseja alejarme de votar a quienes experimentan con quimeras y alimentan monstruos. 


NOTA: Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo", dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado el 2 de mayo de 2021 y que puede es escucharse aquí



Música para acompañar: “Oliver’s Army”, Elvis Costello & The Attractions https://www.youtube.com/watch?v=LrjHz5hrupA


Fotografía ©️Amparo Quintana. Madrid, 2 de mayo de 2021


23 de febrero de 2021

La Bastilla de la dignidad

 



El otro día leí la siguiente frase: “Una revolución solo es de fiar si arranca con un beso”. Pertenece al actor Juan Codina y la suelta a propósito de la obra teatral Marat-Sade, donde él interpreta al político de la bañera.  El texto de Peter Weiss plantea un dilema interesante: el pensamiento crítico e individual que defiende Sade, llevado al extremo, conduce al nihilismo, mientras que las razones sociales que defiende Marat, al fanatismo. Y en mitad de la horquilla de ambas posiciones, quizá nos encontremos cualquiera de nosotros, oscilando hacia un lado u otro, poniéndonos a salvo de quienes dicen querer salvarnos y buscando los besos que la vida nos regala de múltiples formas. Es probable que, cada vez que nos encontramos a gusto con nosotros mismos y somos capaces de mirarnos de frente sin disimulo, estemos emprendiendo una revolución contra el caos que nos circunda.


Cuando nacemos, al menos en mi época, a los neonatos no se nos besaba; lo primero que percibíamos era un cachete en las nalgas para hacernos llorar y despegar así unos pulmones chiquitos y tímidos. Salimos del agua y llegamos a tierra firme con lágrimas, como pequeños náufragos que el mar expulsa a la arena. Me pregunto si, en lugar de darnos un azote, alguien nos besara, nuestra relación con el prójimo pudiera ser más sana, más benigna y  afable, pues resulta que, en esa etapa primera de nuestra existencia, las neuronas del cerebro son tan maleables que podemos aprender prácticamente de todo.


En este sentido, el neurocientífico Xurxo Mariño, en su libro “La conquista del lenguaje”, mantiene que las tres características más importantes del género humano son, en conjunto, el lenguaje, el pensamiento simbólico y la autoconsciencia. Otros animales pueden tener, en menor o mayor medida, alguna de ellas, pero las tres capacidades juntas la tenemos exclusivamente nosotros. Afirma también este autor que durante el primer año de nuestra vida podemos reproducir todos los fonemas y que luego esta capacidad va muriendo, de ahí que, al aprender un idioma nuevo, a menudo se llega antes a la comprensión de lo que se escucha que a poder reproducir correctamente sus sonidos. Se diría que lo que llamamos aprendizaje sea en realidad una deconstrucción de nuestra naturaleza; menos mal que, en un mundo paralelo, existe alguien como nosotros que está a punto de nacer y puede enmendarlo todo (veo un bebé que pasa a mi lado y por su mirada comprendo que no es un ser incompleto, sino que en sí mismo recoge todo el potencial que la Historia y la evolución nos depara como especie). 


Hace un año, mirábamos la pandemia que nos asola como si fuera un espejismo, una mala gripe, un juego de chinos y murciélagos. Hoy, cuando algunos nos sentimos como en el día de la marmota, perdidos en un océano de dudas, leo a Ovidio para convencerme de que solo vencemos si cedemos  ante quien maneja el poder y reflexiono al respecto llegando a la conclusión de que esto es así porque el poder es ególatra y en el fondo débil, atonta a quien lo posee y le hace caer en sus propias trampas.


Sabido es que Sade pasó veintiséis años de su vida encerrado por diversas acusaciones que en el fondo eran una sola: pensar de forma libre e independiente. Estando en La Bastilla, poco antes de su toma por parte de  los revolucionarios de 1789, los carceleros irrumpen en su celda y, sin permitirle recoger sus pertenencias, lo trasladan al manicomio de Charenton.  Por este traslado y el posterior asalto a la fortaleza el 14 de julio, se pierden quince manuscritos que, según nuestro marqués, estaban listos para mandar al editor. Me es fácil escuchar a Sade cuando abro el armario de mi ropa; le oigo perfectamente decir que trabajó sin cesar en La Bastilla, pero destrozaron y quemaron todo cuanto había. Dice que por la pérdida de aquellos manuscritos lloró lágrimas de sangre y cayó en la desesperación. Las camas, las mesas o las cómodas pueden reemplazarse, pero las ideas no. 


Si Sade se esconde entre vestidos y jerséis, quien se ha acomodado en la cocina es Oliva Sabuco, una albaceteña que en el siglo XVI escribió "Nueva Filosofía de la naturaleza del hombre”, un tratado sobre la búsqueda de la felicidad y el cuidado de la salud basado en la buena conversación, el disfrute de la música y la naturaleza, así como en el control y armonía de las pasiones y emociones. Se me presenta como filósofa y, coquetea ella, me indica que el propio Lope de Vega le dedicó el más dulce de los piropos para una mujer de letras, pues  la denominó “la décima musa”. 

Parece que en su época fue una autora muy reputada y, por su estilo literario, sus contemporáneos llegaron a compararla con el mismísimo Cervantes. ¡Lástima que los conflictos familiares, derivados de que su padre se casó con una muchacha muy joven, quebraron para siempre la relación paterno filial!


— Y cuando digo para siempre — me indica Oliva — es para toda la eternidad, pues dejó escrito en su testamento que mi libro, tan alabado y bendecido por la sociedad de mi tiempo y que a él mismo le sirvió para presumir de hija, lo habíamos escrito juntos. ¡Imagínese cuánta ponzoña puede albergar el corazón de alguien cuando la envidia se apodera de sus bilis! Y esa es la razón por la que la comunidad científica ha estado y está aún dividida en cuando al nombre del autor de mi obra, cuando le puedo asegurar a usted que soy yo la artífice y por eso Felipe II me otorgó el privilegio de autoría. 


Yo la creo y no me hacen falta sesudos tratados o estudios en que basar mi convencimiento, toda vez que confiar en alguien siempre es cuestión de fe, de intuición y de esperanza, nunca de entendimiento. 


En fin, mi Sade llorando aún por sus manuscritos perdidos, la señora Sabuco clamando por su autoría puesta en entredicho y, como quien no quiere la cosa, escucho por la radio que ha de fomentarse el estudio de carreras científicas y técnicas por parte de las mujeres.  El aparente buenismo de esta idea se me antoja diabólico  y me recuerda aquellos tiempos en que las ciencias estaban tan desmesuradamente valoradas que, por ejemplo, en mi curso de COU de 1976-1977, de cuarenta niñas solo diez nos decantamos por carreras de letras. La mayoría de mis compañeras de aquel año engrosaron la nómina de médicas, arquitectas, químicas, biólogas, farmacéuticas, veterinarias, psicólogas, ingenieras de este país… Y era la España preconstitucional, por si no se habían dado cuenta. Sin embargo, somos muchas las mujeres que hemos elegido ser lingüistas, historiadoras, dibujantes, abogadas, violinistas, actrices o teólogas sin que ningún patriarcado nos lo haya impuesto, afortunadamente. Y también somos muchas las que pensamos que lo importante es estudiar y adquirir cultura para aprender a pensar por nosotras mismas, por si a papá Estado se le ocurre un día tomar La Bastilla de nuestra dignidad y sumirnos en una tarde azul y larga, donde el tren de los deseos vaya en sentido contrario a nuestros pensamientos, como en los versos de Paolo Conte. Y entonces nos preguntaremos si no era preferible que, al nacer, nos besaran con mucho mimo en lugar de darnos un azote.


NOTA: Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo", dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado en febrero de 2021 y que puede escucharse aquí

 Música para acompañar: “Azzurro”, Paolo Conte: pinche aquí

Fotografía ©️Amparo Quintana. Madrid, 5 de enero de 2021

3 de enero de 2021

Por una lógica cuántica o los silogismos del Universo

 



“Aquí estoy flotando alrededor de mi lata

muy por encima de la luna. 

El planeta Tierra es azul” 

(David Bowie - Space Oddity) 



Cuando hablamos de la Edad del Hierro o del Bronce e, incluso, del Siglo de Oro, nos referimos al hilo conductor que encadena los millones de chispas y partículas que conforman una parte de la Historia, una determinada época. El método científico es dado a definir, etiquetar y clasificar y, como desde hace siglos se intenta aplicar esta metodología prácticamente a todo, resulta que los seres humanos nos sentimos huérfanos cuando nos levantamos un día sin un rótulo que echarnos a la boca. El “yo Jane, tú Tarzán” de aquellas películas interpretadas por Johnny Weissmüller se me antojó siempre el epítome del cartesianismo más ortodoxo, como si todo se redujera a eso, a aplicar la lógica a lo que de por sí no es lógico ni puede serlo. Una relación entre Jane y Tarzán escapa de las leyes de la razón y, sin embargo, nuestros corazones han sabido siempre que dos y dos pueden ser tres si aplicamos otro tipo de pensamiento. De la misma manera que hoy somos capaces de hablar de física cuántica sin que nos llamen ignorantes, abogo desde ya mismo por ser valientes y profundizar en las raíces de otra lógica, la lógica cuántica o lógica a saltos, que viene a ser lo mismo. 


Franco Vazza y Alberto Feletti, de la La Universidad de Verona se han centrado en el estudio comparado de dos de los sistemas más complejos de la naturaleza: la red cósmica de galaxias y la red de células neuronales del cerebro humano y han llegado a la conclusión de que ambas tienen muchas similitudes tanto morfológicas como funcionales. Estos investigadores, astrofísico uno y neurocirujano el otro, han dado con la clave de la Ley de la Correspondencia del Kybalión, es decir, que "como es arriba, es abajo y  como es adentro, es afuera”. 


Leí tan apasionante noticia la misma semana que me topé con otra también preciosa para estos mundos paralelos. Resulta que un equipo de investigación de la Universidad John Moores de Liverpool ha descubierto una galaxia fósil escondida en las profundidades de la Vía Láctea. Parece que podría haber chocado hace 10.000 millones de años, cuando nuestra galaxia aún estaba en su infancia. Los astrónomos la han llamado Heracles, en honor al héroe griego cuya nodriza y madrastra, Hera, derramó su leche formando ese camino de estrellas donde se esconde la Tierra. 


Los astros que originalmente pertenecían a Heracles representan aproximadamente un tercio de la masa que tiene el halo de la Vía Láctea actualmente, lo que significa que esa antigua colisión debió de ser muy grande e importante, por lo que podemos concluir que nuestros orígenes como galaxia han sido muy moviditos. No es de extrañar que tengamos el mundo tan revuelto y nuestras mentes tan agitadas.  


Siguiendo con paralelismos, estos días también hemos tenido al hijo pródigo  cerca, pues un cohete usado en una misión espacial de 1966 se ha acercado a la órbita terrestre. Como los padres del mismo, es decir, la NASA, no esperaban tan inusual visita, durante todo el verano estuvieron temiendo que fuera un asteroide que chocara contra el planeta azul y, a falta de dinosaurios, desapareciera la especie humana. Pero, qué va, genéticamente es terrícola, propaga el aroma de las barras y estrellas que lo parieron y lleva una temporada asomándose al balcón para vislumbrarnos, acercándose y  alejándose el muy vergonzoso. Lo imagino sacando su dedito, señalando hacia Cabo Cañaveral diciendo “mi casa”. Parece que no comporta ninguna amenaza palpable, pero hay un dato que me inquieta, pues ese cohete es el símbolo de la soberbia con que los de nuestra especie contaminamos por tierra, mar y aire. Lanzamos artefactos fuera de órbita y los abandonamos pensando que somos los dueños del Universo, aplicando la lógica academicista de que seguramente se desintegrarán o que acabarán en el jardín del vecino, es decir, en otro astro por ahí perdido, lejos de nosotros. 


Y es aquí donde se cumple del séptimo axioma del Kybalión o ley de la causalidad, porque toda causa tiene su efecto y todo efecto tiene su causa, así que no nos extrañemos si un día vuelven a expulsarnos del Edén por no haber sabido utilizar adecuadamente nuestras facultades y fortalezas, que también las tenemos. 


Al salir del teatro hace unos días, se me pegó a la sisa Alan Turing, a quien le debemos muchas cosas en el mundo de las matemáticas y cuyo artefacto conocido como “máquina de Turing” descifró el llamado código Enigma de los nazis, por lo que, según cuentan los historiadores, la II Guerra Mundial  se acortó en meses o años. 


Parece que, con motivo de la representación de parte de su vida en los Teatros del Canal, se ha paseado entre bambalinas, sentado en el patio de butacas e, incluso, ha gastado bromas a los actores, soplándoles en las orejas o tocándoles el hombro. Y como yo asistí a la función el último día que se representaba, pues no ha tenido mejor ocurrencia que venirse a casa.  Ha fundado el grupo de trabajo “Algoritmos sin fronteras” y, mientras Voltaire y los suyos ponen al día los capítulos de la Enciclopedia, él se afana en producir máquinas de parchís para jugar sin fichas ni dados materiales, solo con la fuerza de nuestros pensamientos, dice. A él se le han unido Freud, André Breton y Magritte, muy interesados los tres en servirse del artefacto para jugar con el inconsciente y alterar las reglas de este pasatiempo tan castizo, aunque de origen indio. 


No niego que alguna trifulca tienen. El último rifirrafe fue a cuenta de los derechos de autor, lo que no alcanzo a entender, porque yo pensaba que en el más allá dejaban de tener importancia cuestiones como esas. Pero veo que no, que igual que en la infancia está el germen de nuestra vida de adultos, la experiencia mortal siembra nuestros genes inmortales. Así que, en mitad de esa discusión, se me acerca Turing y me pide que medie, arbitre o intervenga de alguna forma, porque a él le ha regresado la tartamudez y no puede expresarse adecuadamente. 


— ¿Y qué puedo hacer yo? — le digo, un tanto confundida 

— No tengo experiencia en mujeres, pero creo esos tres respetan mucho a su sexo.

— Hombre, que Freud respete a las de mi sexo está por ver. A él debemos que durante mucho tiempo mis contemporáneos hayan creído que la histeria es propia de mujeres y otras perlas más. 


De todos modos, dejé lo que estaba haciendo y me dirigí al rincón donde “Algoritmos sin fronteras” tiene su base. Les solté una frase de Lacan que no sé cómo me vino a la mente y que dice: “la verdad solo puede ser explicada en términos de ficción”. 


Ellos lo entendieron enseguida y, como la realidad es todo aquello que desconocemos y que no podemos reconocer ni expresar con el lenguaje, siendo nuestra percepción y expresión una ficción elaborada mediante el simbolismo, yo les cuento a ustedes, a través de mis palabras, historias que están fuera del espacio y del tiempo tal como lo conocemos hasta ahora. Sin embargo, la física cuántica nos advierte de que el tiempo y el espacio pueden ser una forma de expresar las cualidades de los objetos, una manera de percibir cuánta información comparten los objetos que forman el Universo. Y ya vemos que nada hay fuera del Todo, pues el universo es mental, según dicta el primer axioma del Kybalión. 


Así que, ahora que todos saben que llevan un universo dentro del cráneo,  que toda causa tiene su efecto y que somos parte del mismo conjunto de estrellas, hagan el favor de cuidar sus pensamientos, pues de ellos dependen su lugar en el espacio y cómo vivan su tiempo. 


Por lo demás, no se pierdan la exposición del ICO sobre la destrucción del bajo Manhattan en los años cincuenta, para construir el barrio donde antaño se alzaron las Torres Gemelas. Otro símbolo que acredita las leyes eternas del Universo. 



NOTA: Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo", dentro del podcast “Te cuento a gotas” que se grabó en noviembre de 2020. 


Música para acompañar: Space Oddity”, David Bowie. 


Fotografía ©️Amparo Quintana. Madrid, 31 de octubre de 2020


17 de octubre de 2020

Cuestión de lealtades

 


El erudito no considera el oro como un preciado tesoro, 
sino la lealtad y la buena fe. 
(Confucio)


Hay poetas insignes que escribieron para niños. De las primeras cosas que aprendí a recitar fue eso de que una lagarta y un lagarto estaban llorando porque habían perdido sus anillos de desposados, pero también ha crecido conmigo ese reino del revés en el que nadie baila con los pies y dos más dos son tres. Lorca, María Elena Walsh y tantos otros forman parte de mi educación, tejida con ovillos de lanas de mil colores y cosida con telas de texturas diferentes.

Hay otros poemas, otros autores, pero quizá estos a los que me he referido sean los que salen de mis entrañas cuando menos lo espero, en mitad del sueño o mientras pago la compra. Esos lagartos tristes, sumergidos en llanto y vestidos con delantalitos blancos me recuerdan que pocas cosas hay más importantes que ser leales, porque la lealtad implica honestidad, confianza, autenticidad. 

La historia del mundo está jalonada de episodios desleales y aun hoy, en este día y a esta hora, cerca de donde ustedes viven estará sucediendo algo con trasfondo de deslealtad absoluta, es decir, algo regado con las aguas sulfurosas de la traición y, por cierto, cuando hablamos de esto no hace falta referirnos a Lady Macbeth o a Bruto, basta simplemente, para traicionar a alguien, con emboscar la realidad y nublar la memoria con fuegos artificiales y voces huecas.

Hace unos días, los ilustrados okupas que habitan mi casa invitaron a desayunar a Lev Davidovich Bronstein, más conocido por Trotsky, con el fin de debatir algunas cuestiones de la nueva enciclopedia que están escribiendo. Cuando terminaron su reunión, el revolucionario de octubre quiso conocerme y agradecerme la vista que le hice en 2004 a la isla Príncipe. 

— ¿Cómo sabe que estuve por allá?

— Los seres nómadas permanecemos en los lugares donde el azar nos ha llevado — me contestó bajando la voz como hacen quienes se creen espiados — Las circunstancias nos impiden anclar, echar raíces, pero las ramas de nuestro árbol suelen ser grandes y robustas. Por eso la vi en esas tierras del Mármara, en la que fue mi calle, ante el que fue mi refugio. Y por eso también puedo hablar con los duendes de Coyoacán o los hielos noruegos. 

Saca un puñado de papeles de uno de su bolsillos y me enseña fotos, reseñas y artículos de antes de su depuración. En esos documentos es reconocido con múltiples méritos; aparece al lado de sus correligionarios o en actos oficiales. Sabemos que sus críticas al estalinismo le valieron el presidio, ser borrado de la historia oficialista, ser perseguido por medio mundo y acabar asesinado a manos de un cancerbero fiel a las órdenes de un sistema tirano, desleal y traidor con todo aquello que no casara con la “nueva normalidad” impuesta por un dictador disfrazado de otra cosa; un sátrapa de los que, sabiéndose inferiores, quieren a toda costa poner la guinda del pastel para que se hable de ellos y de sus obras, que por cierto normalmente van marcadas de ignominia, abuso y mezquindad. 

— A veces he pensado que todo comenzó cuando me rebelé y censuré la forma en que acabaron con el zar y su familia. No hacía falta tanto ensañamiento, tanta tierra quemada alrededor de Nicolás II. ¿Qué responsabilidad tuvieron sus hijos, parientes o lacayos acerca de lo que hizo el último emperador de Rusia? Pero siempre es así. También sucedió con mi familia y mis amigos; incluso inventaron un nuevo vocablo, “trotskista”, para señalar a todo aquel que era contrario a Stalin y al relato maquillado que, contra viento y marea, iba a imponerse hasta su muerte. Algunas personas, cuando se saben no aceptadas o puestas en tela de juicio, sobre todo si tienen poder o dirigen una nación, son proclives a trasladar el problema hacia otra parte y, así, elaboran la diabólica ecuación en la que la equis somos cualquiera y la equis siempre es igual a “reaccionario" y “enemigo del progreso”. Por eso tratan de reescribir la Historia. 

Seguimos hablando de su revolución permanente, que incuestionablemente pasa por señalar los defectos y grietas del poder gobernante, y de los días mexicanos en que plantaba cactus mientras canturreaba en español o escribía con Breton su manifiesto “Por un arte revolucionario independiente”, texto que aboga por la libertad ilimitada del arte respecto al Estado y los aparatos políticos. También me habla de Frida y del mirlo que cruzaba su frente, de aquel amor furtivo que resuena en su cabeza con la impronta de una voz grave. Y todo esto me lo cuenta en un castellano que huele a nopal, aluxes y rebozo. 

Al irse, me estrecha la mano advirtiéndome de que algunos querrán hacernos creer que el fin justifica los medios, — pero no se olvide, querida Amparo, de que no siempre hay algo que justifique ese fin. Manténgase alerta y guarde fotos, recortes, reseñas que, en tiempos de flojera, le demuestren que las cosas no fueron como las quieran pintar. 

La intensidad de esta visita me empuja a salir y dar un paseo por el parque del Retiro. Siempre he pensado que, a falta de espíritu nacionalista, el madrileñismo consiste en amar ese parque. De ahí que haya madrileños de  Lima, Nueva York, Huelva o Linares. Paso al lado del llamado Ahuehuete del Parterre, un árbol de más de veinte metros que la tradición dice estar ahí plantado desde el siglo diecisiete. Alguien lo trajo de las Américas y su tronco y su copa corroboran, a priori, que tiene muchos años y que sus ojos han visto muchas cosas. Como está protegido con una verja, no puedo abrazarlo ni buscar refugio bajo alguna de sus ramas. He de conformarme con interpretar su lenguaje y descifrar las palabras que me llegan a través del aire. 

Madrid es una cuidad amada y odiada a partes iguales. Cuando en los ochenta decíamos aquello de “Madrid me mata”, en realidad queríamos  decir que morimos por ella, por su resistencia cuajada de defectos, su desorden cargado de lógica, la luz magenta que tiñe fachadas y avenidas. Es una pena que, por estar en el centro de todo, por ser capital administrativa de un Estado dividido, sea la diana de todos los dardos. Por cuestión de lealtad al suelo que pisé cuando aprendí a andar, quiero a Madrid y me duele la ligereza con que disponen del destino de quienes la habitamos. Es más, este cariño a mi ciudad no me impide amar a Barcelona, San Sebastián, Málaga o Alicante y desear para todas ellas que no sean jamás víctimas de gobernantes, autonómicos o centrales, miopes y malhadados. 

Por eso, por cuestión de lealtad y aunque haya momentos de vértigo y vacío, estaré contigo, sí, contigo que ahora me escuchas o lees, cuando veas que la versión oficial te humilla.


NOTA: Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo", dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado en septiembre de 2020 y que puede escucharse pinchando aquí 

Fotografía ©️Amparo Quintana. Ahuehuete del Parterre. Madrid, 25 de agosto de 2020


4 de septiembre de 2020

La vida debe continuar (constant craving)

 


Poco a poco van abriendo los teatros y las salas cinematográficas. Algunas personas, como supervivientes de un naufragio, nos acercamos con ilusión, conjurando miedos, tristezas y los malos augurios que vaticinan que 2020 terminará como empezó, es decir, lleno de virus, mascarillas y gente enferma. 

Hace días estuve en los Teatros del Canal viendo la última obra del Colectivo Armadillo. Bajo el título de “Todas las cosas del mundo”, los actores desgranan la vida misma desde sus albores, el nacimiento de las palabras y esa identidad universal que todos llevamos impresa en nuestro ADN, pues el delfín es también el hidrógeno que expulsa al respirar, la muralla alberga al obrero que ayudó a construirla y cuando en Astorga un bailarín folclórico levanta la pierna en mitad de la plaza, en Adelaida una niña quizá esté a punto de levantarse para ir al colegio. Ninguna estrella nos es ajena, del mismo modo que ninguna de nuestras acciones quedan borradas del todo por muchos años que transcurran. Siempre hay algo que ayuda a aflorar recuerdos, como en esos cuadros cuyos lienzos han sido aprovechados varias veces para pintar distintas cosas y, con el tiempo, se trasluce un ojo en mitad de un camino o una bandurria entre el cielo de un atardecer. 

Por eso hoy me siento un poco la viga quemada de la catedral de Nantes, testigo mudo de un fuego capaz de transformar la realidad en cuestión de  pocas horas. Y esto, que el mundo sea capaz de ponerse patas arriba de un día para otro, es lo que al parecer no hemos asumido como humanos, a pesar de que la Historia está repleta de claros ejemplos. 

Cuando bajamos de los árboles y aprendimos a caminar erguidos, a manipular la piedra y los metales, a crear sistemas de creencias, a idear utopías o a fabricar naves, quizá no fuimos conscientes de que cuanto íbamos perdiendo en favor de nuestras conquistas y nuestra evolución no se destruía del todo, porque la energía y la materia solo se transforman. Así pues, aunque en el aquí y ahora seamos incapaces de concebir toda la acumulación de experiencias que nos han colocado en el siglo XXI, nuestras entrañas nos dicen que el éter está plagado de los eslabones que componen la infinita cadena que conforma la vida, desde el caldo pimigenio de Oparin hasta el último bebé nacido en este mismo momento. 

He leído la entrevista que le han hecho recientemente a un tataranieto de la emperatriz Sissi que, como todos ustedes saben, es mi amiga. Se trata de Leopoldo Altenburg, un actor que, entre otras cosas, colabora con una red internacional de payasos que ha llevado la sonrisa y la esperanza a cientos de personas durante los meses más duros de la pandemia por COVID-19. Parece que solo ha usado una vez su parentesco para conseguir dos entradas del musical que, sobre su famosa tatarabuela, se hizo en el país del vals. A él siempre le ha gustado el anonimato, pero ahora no lo dejan ni a sol ni a sombra porque alguna productora quiere hacer una serie sobre los Habsburgo actuales y necesitan documentarse. 

Le enseño a Sissi esa entrevista y, lejos de espantarla, parece que le agrada mucho que en la ya fantasmal corte vienesa solo quede un príncipe que también es bufón. Ella, que alentó algunos movimientos revolucionarios del siglo diecinueve y que fue consciente en aquellos convulsos años de que, en cuestión de reyes y reinas, los más estables son los de la baraja de naipes, dice que hablará con su descendiente para que en esa serie no la saquen como una flor alpina meliflua y sin color, sino que se atrevan a hablar de su anorexia producida por la sinrazón de un matrimonio que a ella le impusieron, de su amante húngaro, de su adusta tía-suegra que le arrebató a su hijo Rodolfo para aniquilarle la niñez y abocarlo a un suicidio en un valle del Danubio, lo que para Sissi, según me dice, fue de lo más doloroso que le tocó vivir. 

— Mire, frau Quintana, lo que sucede con las monarquías es que, por un lado repelen y por otro atraen mucho. Son vestigios que recuerdan el mundo que fue y ya no volverá a ser. Usted que lee tanto a Zweig, según he podido apreciar en su biblioteca y en los rimeros de libros que tiene sobre ese arcón, entenderá bien que la Historia cambia no cuando desaparecen las personas y las castas sociales que la conforman en un momento determinado, sino cuando los valores que las sustentan se esfuman. Abres un día la ventana y el paisaje ha cambiado. Cuando Luigi Lucheni atentó contra mi vida, no era a mí a quien mataba, de hecho yo no entraba en sus planes. Quiso la desgracia que la prensa se hiciera eco de que estaba pasando una días en Ginebra y, a falta del noble tras el que ese italiano iba para cazarlo, me tuvo a mí más a mano. Necesitaba una presa que simbolizara un sistema para él caduco y opresor. 

— Faltaban pocos años para el desvanecimiento del imperio — le digo a Sissi. 

— Y para el nacimiento de otra Europa — me contesta. Lo malo es que nada nace sin dolor; hasta una brizna de hierba hiere la tierra que la cobija. Por eso compadezco Felipe VI, porque le toca ser diana de unos dardos que, en realidad, no van contra él. 

Para Elisabeth de Baviera, que es en realidad como quiere que la llamen, los movimientos sociales van y vienen, como las modas, por eso es inútil abrazarse a uno ciegamente, pues cada vez cambia todo más deprisa. 

La Alemania surgida tras la II Guerra Mundial barrió de su parlamento tanto al partido nacional socialista como al comunista. Asimismo, cualquiera que haya viajado tras la caída del Muro de Berlín por los países que en su día conformaron el Pacto de Varsovia, habrá visto que en ningún lugar conservan las estatuas de Lenin, Stalin y otros próceres que antaño jalonaban calles y avenidas. Tampoco placas o inscripciones que recuerden ese pasado tejido tras el Telón de Acero. Los dirigentes que sucedieron a los de antaño quisieron barrer todos los vestigios que consideraban incompatibles con la nueva era que se proponían establecer. Sin embargo, las aguas del río siempre buscan el cauce y los ideales políticos su momento propicio. 

En 1982 se fundó en el Estado de Renania el Partido Marxista Leninista de Alemania, que sigue postulando la dictadura del proletariado y que se encuentra bajo vigilancia permanente de la Oficina de Protección de la Constitución por su “orientación maoísta estalinista” y su incompatibilidad con la Carta Magna germana. Este partido minúsculo, que apenas consiguió 2000 votos en las últimas elecciones, ha obtenido recientemente una victoria política y jurídica que ha puesto en alerta a las autoridades. Tras una larga batalla judicial, los tribunales autorizan a esta formación a erigir una estatua de Lenin de más de dos metros de altura ante su sede.

Esto puede extrapolarse a cualquier otro país, con cualquier otro pasado, pero con unos dirigentes parecidos que, a fuerza de imponer una realidad, olvidan que nada es exacto y que, cuando menos lo esperas, mamá Historia nos pega un susto. 

Por lo demás, el verano continúa tranquilo, asistiendo al descubrimiento de un nuevo estado de la materia (el condensado de Bose-Einstein) y un nuevo insecto de aspecto tan excéntrico que los científicos le han puesto el nombre de Kaikaia gaga, en honor a la cantante de pintorescos trajes. 

Y es que la vida, como el show, debe continuar. 


NOTA: Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo", dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado en agosto de 2020 y que puede escucharse pinchando aquí 

Fotografía ©️Amparo Quintana. Madrid, 20 de julio de 2020