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30 de abril de 2010

La prescripción o el deber de perdonar






En el llamado Siglo de las Luces, Cesare Beccaria nos alumbró con un tratado sobre delitos y penas, texto al que aún hoy se remiten las voces doctas del Derecho y que todo buen jurista conoce. Es mérito de nuestro filósofo haber sentado las bases de la reforma del sistema penal europeo (también llamado "del Antiguo Régimen"), hasta entonces caracterizado por su extremada crueldad y arbitrariedad.

Beccaria sostiene que, cuanto más pronta y más cercana al delito cometido sea la pena, ésta será mas justa y más útil. Lo primero, porque al reo no se le puede mantener indefinidamente en la incertidumbre, lo que sería equiparable a lo que hoy conocemos por tortura (el tratadista habla de "tormentos" y yo propongo acordarnos de Guantánamo para comprender esto) Y será más útil porque, cuanto menor sea el periodo de tiempo transcurrido entre el delito y la pena, tanto más fuerte y legítima es la asociación de tales conceptos y, por tanto, de que a toda pena es consecuencia de un delito.

También explica que, una vez conocidas las pruebas del delito, es necesario concederle al  reo un tiempo y la posibilidad de justificar su acción (lo que hoy equivaldría a la fase de instrucción), subrayando que ese tiempo debe ser breve, de modo que no perjudique a la prontitud de la pena y, por supuesto, introduce la idea de la prescripción de los delitos y de las penas, diferenciando entre los más graves y los más leves.

Parece, pues, que es consustancial a la razón dotar al tiempo de efectos curativos, en el sentido de considerar contrario a la naturaleza humana tener a alguien bajo sospecha toda su vida. Todas las religiones y buena parte de las corrientes filosóficas han sabido de esto y han elevado las ideas de clemencia, misericordia y absolución a la categoría de valores indiscutibles. Pero es que, además, dicen médicos y psicólogos que resulta beneficioso para la mente humana perdonar lo que nos hacen, no anclarse en un sufrimiento que muchas veces conlleva un desmesurado deseo de venganza, lo que agrava la amargura y el desconsuelo.

Por eso es necesario que el paso del tiempo siga siendo instrumento de perdón. Una sociedad que no dispensa, ni borra, ni olvida, no se alivia de sus propias rémoras, no se libera de viejas ataduras y no avanza, por más que lo pretendan disfrazar.

Y para finalizar, algo que dice Beccaria en el capítulo XII del tratado que aquí comento: Un cuerpo político, muy lejos de obrar por pasión, es el moderador tranquilo de las pasiones de cada uno. Al buen entendedor....