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7 de abril de 2010

Despedida


Aparece aquí un mini-relato que escribí en la década de los noventa, cuando acababa la guerra de Bosnia-Herzegovina. Nunca quise situarlo en un lugar concreto, ni dar pistas sobre la nacionalidad de los protagonistas. Puede ser cualquier país, porque los conflictos bélicos no acaban y los éxodos tampoco. La foto está tomada en Weimar, en 2008. No hay guerra, pero el ciclista podría ser perfectamente el protagonista del cuento:

He dejado pasar los días hasta decidirme a escribirte estas notas y parece, mira tú por dónde, que la climatología me acompaña: hoy dejó de llover bien temprano, haciéndose la luz en lo que, desde hace semanas, era un manto brumoso acorde con nuestro ánimo. Puede, por tanto, que las únicas gotas de agua que notes en las próximas horas sean las que salgan por tus ojos cuando leas lo que aquí expreso. Por mi parte, lo tengo todo llorado. De sobra he humedecido la almohada durante los últimos diez meses, esperando este día con una mezcla de ansia y miedo, lo primero por salir del infierno y lo segundo porque en él dejo parte de mí.

No es fácil despedirme, sé que lo comprenderás, al igual que se me ha hecho muy duro elegir qué cosas puedo llevarme de aquí. Curiosamente, "recoge tus cosas" fue tu frase favorita durante muchos años; todos los días de mi infancia se gestaron al calor de esas palabras y, ahora que en verdad debo recoger lo mío, en este preciso instante, nada dices, nada impones, a nada obligas: paradojas de la vida que advierten de que lo que más trabajo nos cuesta hacer a los seres humanos es aquello que no nos piden. ¿Estaremos tan acostumbrados a ser dirigidos? Incluso los actos en apariencia más libérrimos responden en el fondo todos ellos a razones exógenas que nos superan, a dictados ajenos que nos van envolviendo y nos hipnotizan, nos engañan haciéndonos creer que realizamos cuanto queremos. Siempre actuamos según nos permiten las circunstancias y por eso, papá, ahora tú te quedas y yo me marcho.

Te seguirás preguntando por qué me voy, tratarás durante bastante tiempo (quizá el resto de tu tiempo) de encontrar una justificación a mi partida, algo que dignifique mi postur... Mas te ruego que reflexiones poco sobre estas cosas y admitas los hechos como quien asiste al cambio estacional, sin plantearse nada, sólo aceptándolo como parte de la vida. Si de algo te sirven mis palabras, has de saber que no me voy porque hayan derribado mi escuela, ni porque ya no me permitan ser maestro en lo que nos queda de patria, ni tampoco por ser un traidor de los traidores. Me marcho sencillamente porque tengo miedo, mucho miedo.

Durante la guerra conviví con el horror y el espanto, como todos cuantos permanecimos en esta ciudad sitiada. A fuerza de asistir al drama diario, acabé acostumbrándome a sus manifestaciones, a las muecas de la muerte, a los gritos de locura, al dolor y al abandono que pesaban sobre la población entera, sobre los centenarios monumentos, las milenarias tierras... Pero hoy el peligro es invisible, no asoma a la cara de nadie ni te avisa. Se encuentra en el aire y, al respirarlo, nos vamos colmando de su veneno hasta vomitar pánico. Los que hemos aprendido a sobrevivir a los bombardeos y a los francotiradores intuimos, sin embargo, que los peores proyectiles están aún por llegar. No podrá preverse su trayectoria y lo más alarmante es que pudieran salir del fusil o metralleta de alguien cuya amistad nunca hubiéramos cuestionado.

El país al que viajo es soleado y, aparte de un vocabulario de emergencia, apenas tengo conocimiento de su idioma. ¿Seguirás creyendo que es de medrosos abandonar la tierra de tus padres en tales condiciones? ¿Cuántas mujeres y hombres estarían dispuestos empezar de cero, si no fuera porque se encuentran en peligro? Porque la integridad personal no sólo se arriesga cuando te apuntan con una pistola, sino también cuando te cierran las puertas que anteriormente tuviste abiertas. Es entonces cuando tus raíces, tus creencias, tus recuerdos, tu cultura, tu propia entidad, en suma, se subastan a cambio de nada en la lonja de la Historia, escrito así, con mayúscula, como casi todas aquellas cosas que en realidad no nos pertenecen y sobre las que los humanos de a pie poco o nada podemos decidir: Estado, Iglesia, Cumbre, Tratado...

Por eso te pido, ya no sólo como padre, sino como alguien también involucrado en la aventura de existir, que no califiques mi decisión como cobardía, sin antes pensar un poco sobre la situación que me espera hasta que pueda (si es que puedo) normalizar mi vida. Se trata de una huida hacia adelante, es haber depositado la esperanza fuera de aquí, soñando con un futuro que no alcanzaré en mi ciudad ni en mi región ni en otros territorios limítrofes. Cruzo la frontera porque han sembrado mi calle de fronteras invisibles, porque para muchos vecinos ya no volveré a ser el hijo del sastre, aquel chico al que vieron crecer al paso de tu viudez, que no dio a sus mayores más problemas que los habituales y cuya única pasión reconocida fueron los helados de crema. Nunca más seré a sus ojos el joven callado incapaz de negar a nadie un favor, ni el maestro de la mayoría de su prole. A partir de ahora soy un perdedor y sólo se me asociará con una ideología fracasada, a pesar de que jamás hablara con ellos expresamente acerca de mis convicciones. Tampoco de las ajenas.

Dejo mi país con más pesar del que creí en un principio que iba a padecer. Si he de ser sincero, mi dolor no nace tanto de las grandes cosas que abandono (¿o me abandonan?), como de esos otros pequeños detalles que, a fuerza de no concederles importancia y, por tanto, no prevenirme contra ellos, resultan ser los que finalmente han configurado mi moral, mis pasiones y mis intereses vitales. ¡No sabes cómo duele en estos momentos dejar que los recuerdos franqueen la puerta de tu memoria y afluyan los paisajes, calles o bullicios de los que has formado parte, para terminar aceptando que no puedes transportar en la mochilla un olor, una fiesta o un mercado!.

Te escribo estos renglones desde el comedor, con el ventanal abierto de par en par. A través de él entra una inmensa luz blanca de tonos metálicos que abraza y tiñe con su esencia todo el cuarto. Creo que es esta la imagen que deseo llevarme de cuanto ahora me rodea, un fulgor níveo que purifique lo que pronto serán evocaciones y que paralice la imagen de lo que se resistirá a ser pasto del olvido. De la misma manera que hasta hoy he sido capaz de constreñir mi primera infancia en el sabor a canela de las galletas que más me gustaban, mi vida en el país donde me nacieron probablemente irá atada a la claridad que presentan en estos momentos las paredes que me circundan y abrigan.

Voy poniendo fin a mis palabras, insistiendo en que no sufras por mi partida. Al fin y al cabo, muchos han sido los que, a través de los tiempos, han mudado su residencia por razones varias y, a la postre, ello ha contribuido a un mayor y mejor intercambio de costumbres, al avance de la especie. Somos, por así decirlo, producto de ese ir y venir de gentes, el denominador común de cuantas tribus habitaron un día el planeta.

Sabes que te he honrado como padre y te he querido como persona. Te seguiré honrando y queriendo, por más que se diluyan los detalles que hasta ahora han conformado mi vida. Abraza en mi nombre a los tíos y llévale a V. el paquete que dejo junto a esta carta; contiene objetos que sólo a ella incumben y los estará aguardando como símbolo de la libertad que estrena tras mi marcha.

Un beso para ti. Ya tendrás noticias mías.