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4 de julio de 2019

Distopías








Confieso que la mayoría de las historias que me atrajeron y entretuvieron de pequeña y jovencita eran distopías, es decir, lo contrario de utopía. Al igual que yo, son muchos quienes han incorporado a su vida simios que dirigen el mundo, personas que memorizan libros porque su gobierno los quema o sociedades en las que alfa, beta o épsilon no son letras griegas, sino las castas de su pluscuamperfecta organización. Pensábamos que aquellas narraciones en realidad eran moralejas destinadas a evitar la perdición de la Humanidad, porque nos avisaban de lo que no había que hacer y nos compelían a ser mejores en el más amplio sentido de la palabra. 

Sin embargo, con el paso del tiempo, lo que fue ficción se ha hecho realidad y vivimos abducidos por elementos distópicos. Quizá la búsqueda sin cuartel de un estado de felicidad continua nos ha llevado a caer en las trampas que nosotros mismos hemos creado, dando lugar a una existencia ajena a la realidad a fuerza de vivir en paraísos artificiales. 

Hace unos años, por motivos profesionales conocí a una pareja cuya causa de ruptura se desató por un juego virtual en el que cada uno tenía su propio avatar y ese avatar era libre para vivir, trabajar y amar como quisiera. Por supuesto, se jugaba en línea con otros participantes. Nuestra pareja fundó en el cielo de Internet una empresa dedicada a construir urbanizaciones en paraísos recónditos y, sin salir de casa, de la mano de sus avatares emprendieron una vida de ejecutivos exitosos, adinerados y famosos. Ahora bien, los celos anidaron en el corazón del marido, temeroso de que su mujer se hubiera enamorado de otro avatar hermoso y rubio, como la cerveza que cantaba la Piquer. Y los conocí así, deshechos por dentro, en trámites de divorcio y hablando de sus vidas virtuales con la trascendencia e importancia que adquieren las cosas que se viven y experimentan. 

Todos conocemos personas que viven en esa Matrix que han creado las redes sociales, que se enfadan si alguien no reacciona ante una foto en Instagram y que miden su éxito social en base a los seguidores que tengan. Algunos, incluso, osan presentarse a sí mismos como gente influyente, no por la profundidad de sus pensamientos, sino por difundir lo que el Gran Hermano fomenta, es decir, la vida gregaria, acrítica, superficial y aparentemente feliz. 

Al hilo de esto, dos 'influyentes' han iniciado una colecta en youtube para irse de vacaciones. Necesitan 10.000 euros para viajar por África. Catalin y Elena, que así se llaman los angelitos, han llegado a decir sin despeinarse ni sonrojarse que trabajar no es una opción porque tener el impacto que ellos tienen  en las redes no es compatible con doblar la espalda. Se ven a sí mismos como seres incuestionables y necesarios para el avance del género humano y, en el fondo, no los culpo, porque esa Matrix en que vivimos nos hace creer que cinco mil o cien mil personas siguiendo nuestras monerías son el mundo entero. Vamos, que somos tontos de remate y, además, cortos de vista. 

El filósofo Vattimo nos propone abrazarnos al pensamiento débil, esa especie de anarquía no sangrienta opuesta al pensamiento tradicional. Este profesor de hermenéutica nos recuerda el abandono de la violencia, el control sobre la destrucción de la naturaleza y, en definitiva, una interpretación menos neurótica de la existencia. Se trata de propiciar áreas de libertad para los sujetos débiles, de emancipar a las personas y, fortaleciendo esa autonomía, ir destruyendo el estado de cosas, ir desvelando la Matrix y que el Gran Hermano deje de tener poder sobre nosotros. 

Mientras pensaba sobre esto, me acordé de la orangutana Sandra, a quien la justicia bonaerense le ha reconocido que es persona no humana, sujeto de derechos. Veo una fotografía de ella entreteniéndose con una revista y en su mirada me reconozco con siete años, observando un mundo de simios que nos mostraban el futuro a través de las huellas del pasado. Quizá la década próxima, mientras las personas humanas sigan babeando ante quienes se autodenominan influyentes o desfilando al son que les marcan, otras personas no humanas humanicen la Tierra porque, como nos canta el coro en el cuarto movimiento de la 9ª de Beethoven, hemos de buscar la razón del mundo más allá de las estrellas.


NOTAS: 
Este texto sirvió de base al espacio “En Paralelo”, de la revista radiofónica “Te cuento a gotas” correspondiente a julio de 2019. Si quieres escucharlo entero: https://www.ivoox.com/37816920

Fotografía ©️Amparo Quintana - Calle Alameda (Madrid), 9 de febrero de 2019