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25 de octubre de 2023

Los platillos de la balanza o iuris et de iure




De todos los números, el que de niña más me costó trazar bien fue el ocho. Me recuerdo afanosa, intentando hacerlo perfecto y a ser posible rápidamente. Para mí, limitarse a poner un círculo encima del otro, como hacían otros para facilitarse la tarea, no era de recibo, era trampa, un muñeco de nieve en lugar de ese número exótico que, según la canción infantil, eran las gafas de un tal don Ramón. 


El arcano ocho es la Justicia, lo mental, lo racional, la equidad, también el aire que la roza y alivia del peso que soportan los platillos de su balanza. Representa el equilibrio universal y cósmico, algo así como un derecho u orden natural anterior a los humanos, los mismos que inventaron la idea de ‘lo justo’ para irla adecuando a sus no pocos vaivenes veleidosos.  


Allá por el siglo XVI, la Escuela de Salamanca puso fin a los conceptos medievales del derecho, formulando la primera reivindicación de la libertad, algo inusitado para el mundo de entonces, así como estableciendo que, si todas las personas comparten la misma naturaleza, también comparten los mismos derechos. Tales derechos naturales podían referirse a lo más tangible y corpóreo, como el derecho a la vida o a la propiedad, o bien a cuestiones más abstractas, como la igualdad o la libertad.


El citado caldo de cultivo sirvió para que los representantes de esa corriente de pensamiento manifestaran sin ambages que existe el deber de actuar con justicia y que dicha obligación procede de la ley natural, que está muy por encima de las leyes humanas. Con ellos se desarrolló el llamado derecho de gentes, que no era más ni menos que el antecedente del derecho internacional, así como el reconocimiento de los derechos humanos no solo a quienes residían en Europa, sino también a los habitantes nacidos en territorios ultramarinos. 


La Escuela de Salamanca formuló por vez primera el principio de separación de potestades, de tal forma que el ámbito civil y el espiritual no debían mezclarse.  Eso de ser rey o caudillo por la gracia de Dios fue para estos juristas, filósofos  y teólogos una idea desechable, sin base alguna.  Es más, incluso propugnaban que el poder del gobernante debía limitarse. En este sentido, Luis de Molina, en su obra De Iustitia et Iure, señaló que el poder no reside en quien ostenta la corona o el cetro, sino en la ciudadanía, adelantándose con ello a los postulados del Siglo de las Luces, mal que les pese a algunos de mis ilustres compañeros de piso.   


—  Ejem, ejem, ejem. Mucha Escuela de Salamanca y mucho derecho de gentes, pero el género humano está llevando al desastre todo cuanto toca. Y esto no es nuevo, pues ya durante mi encarcelamiento en La Bastilla pude constatar que estamos en permanente involución.  


Quien se asoma a la puerta es un Voltaire algo tristón porque lleva varios meses sin ver a Raffaella Carrá, que anda haciendo bolos por varias galaxias. Le invito a sentarse a mi lado y le extiendo mi mano para que la coja entre las suyas; cuánto cariño nos hemos cogido, a pesar de mis ‘devaneos rusonianos’, como a él le gusta decir.  


— Las tiene usted frías, Antoine, más frías que de costumbre. Debería escribir con mitones. 

— ¿Y cómo no voy a tener las extremidades frías, si el bueno de Montesquieu anda en huelga de hambre? Lo raro sería que anduviéramos tan panchos. 


Ya me he acostumbrado a que los fantasmas que me acompañan usen frases como si fueran aún de carne y hueso, pues si bien es cierto que algunos comen, beben y hasta le dan al rapé, hacerlo o dejar de hacerlo no redunda en una salud que dejó de ser importante para ellos el día que cerraron los ojos de su cuerpo material. 


— Madame, Carlos Luis no solo ha dejado de robarle a usted las alcachofas y los tomates, sino que ha pedido a Eolo que libere a los vientos, los mezcle y den al traste con el mundo actual, empezando por el país de usted, que lo tiene muy enfadado. 


Noto que, mientras Voltaire me cuenta esto, lanza la mirada hacia el infinito y asiente como si alguna presencia le estuviera hablando. 


— También nos gustaría decir que quienes tenemos espíritu ilustrado y gracias a nuestra omnipresencia, sabemos que, desde hace más de un siglo, lo que ustedes llaman democracia es una mona vestida de seda, un engendro maloliente capaz de parir regímenes absolutos y dictaduras con carita de bondad gracias a la manipulación que se hace de la historia, la descatalogación de libros y la poca vergüenza de quienes quieren mantenerse en el poder a toda costa, tergiversando hechos y negando la memoria de los demás.  


— A mí también me preocupan esas cosas, Antoine. Me preocupa mucho que, bajo la apariencia de libertad, quien dice lo que piensa es pronto descalificado y señalado. Los cadalsos actuales se llaman redes sociales, programas de radio o televisión y chiringuitos periodísticos subvencionados que hacen ver lo que no existe y ocultan la realidad. 


Me acerco a Montesquieu con una caja de bombones, como quien no quiere la cosa, y trato de escuchar sus quejas por el horrible corte de pelo que le están haciendo a la separación de poderes en el país que habito. También en otros lares, pero el señor de Brède le ha cogido cariño a España y le duele, como dolió a los del 98 y a tantos otros. Me alerta sobre el desastre que supone para los pueblos tener una justicia cautiva, esclava del poder ejecutivo como en su día estuvo en la Alemania nacionalsocialista o en la URSS, o como ahora sucede en los regímenes teocráticos, donde todo se mezcla, donde ya no llegan los ecos de la Escuela de Salamanca, por ejemplo. También me dice que un poder legislativo títere y maniatado por el gobierno denota que la soberanía popular que dicho poder representaba ha sido asesinada. 


Trato de calmarlo hablándole de un ave prehistórica que se creía extinguida y ha vuelto a corretear libre, salvaje y protegida por las laderas de Nueva Zelanda. 


— Mire, monsieur Montesquieu, el takahē fue oficialmente declarado extinto en 1898, a causa de que los colonos europeos se establecían con animales de compañía depredadores, como gatos, hurones o zarigüeyas. Estos, al ver unos pájaros redondeados, inofensivos y de bello plumaje azul, se los zampaban, diezmando así la población de takahēs, que ya era escasa. En 1948 redescubrieron que no se habían extinguido y ahora ya hay cerca de 500 ejemplares. Lo mismo puede suceder con el espíritu de las leyes. Algunos lo están devorando, pero mientras usted, querido amigo, habite fuerte en el corazón de otros, habrá esperanza de resistencia e insumisión. 


Todo habla, todo suena, hasta las fisuras de la corteza terrestre cuando se presiona o se tensa. Dice el geólogo Matej Pec que si escucháramos a las rocas, nos daríamos cuenta de que cantan en tonos cada vez más altos a medida que están más profundas. Y yo me pregunto ¿cuánto de profundo ha de ser todavía el dolor de Montesquieu para que se escuche a las gentes que ya no hablan?


Por cierto, en estos tiempos convulsos que vivimos, me despido deseando paz a todos, shalom aleijem.



NOTAS: 

  • Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo, noticias de estos tiempos y de otros”, dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado el 22 de octubre de 2023.
  • Fotografía ©️Amparo Quintana. “El cristal”, de Manolo Quejido. Exposición del MNCARS en el Palacio de Velázquez (El Retiro, Madrid), 15-4-2023. 
  • Música para acompañar: “Habla, pueblo, habla”, de Vino Tinto. 

13 de octubre de 2021

La circularidad del tiempo

 



Hemos cambiado de estación astronómica y, dependiendo del hemisferio que habitemos, es otoño o primavera, es decir, caerán las hojas y las castañas o renacerán nuevos brotes cargados de savia. El tiempo es circular, que es igual a decir que el tiempo no existe y que en realidad todos vivimos el mismo instante,  solo que interpretado de acuerdo a los cánones y convenciones, a esas circunstancias que nos tocan.


Llevamos unos meses en que parece que se han desatado las furias, esos personajes vengativos dispuestos a castigarnos seamos o no responsables de todo o de nada de lo que sucede. Sin salir de España, durante el verano hemos tenido devastadores incendios, temibles riadas, se han batido marcas en cuanto a las temperaturas altas y, para colmo, se ha despertado un volcán que, a juzgar por los días que lleva vomitando y la forma en que lo hace, sin duda es primo hermano de alguna de esas furias. Desde aquí mi respeto y afecto a las personas de La Palma que temen perderlo todo (o ya lo han perdido) bajo un torrente de mineral fundido. 


La Naturaleza, una vez más, nos recuerda que es soberana y que nosotros, los seres vivos, solo somos un esqueje liliputiense al lado de esas leyes que configuran la materia y la energía. ¿Nos ha quedado claro? Me temo que no. 


Dicho esto, las temibles furias no se conforman con agitar ríos, vientos y fuegos o estrujar las entrañas de la Tierra hasta reventar, ¡qué va! Están siempre ocupadas en atormentar a sus víctimas, sirviéndose de cualquier cosa para hacerles la vida imposible y, así, estos engendros demoniacos han hecho que la Edad Antigua regrese a Afganistán tras veinte años de intervención internacional que han resultado estériles. Igualmente y a nivel doméstico, han acelerado el contador del coste energético, abocando a muchos a no acosarse hasta pasada la medianoche   o levantarse de madrugada para planchar, poner lavadoras o apretar el botón del lavavajillas. 


Y cuando nos estábamos acostumbrado a desayunar cada día con un nuevo precio de electricidad (siempre al alza, por supuesto), el ministro del ramo de las pensiones y subsidios se disfraza de tarasca y nos asusta inaugurando la era de la esclavitud y la locura, del sálvese quien pueda y hazte a la idea de que polvo eres y en polvo te convertirás, mas no en polvo enamorado como dijo el poeta, sino polvo trabajado hasta los setenta y cinco años o más, si quieres coger alguna miguita de lo que hayas cotizado.


No hace falta que me expliquen eso de que hace tiempo se cascó la hucha de las pensiones y de su panza han ido saliendo más fondos que los que entran. Por supuesto, también habría que hablar de cómo se llegó a esa situación y les aseguro que, sin ánimo de ofender a nadie, los responsables son muchos y lo ven todo desde sus poltronas no solo de poder político, sino también del patronal o del sindical. 


Cuando se arrojó del Paraíso a esos Adán y Eva a golpe de espada flamígera y maldición, lo de “ganarás el pan con el sudor de tu frente” debería haber llevado la coletilla de “hasta que no tengas dientes para comer ese pan”. Para mí es un salto regresivo a otras épocas o tal vez, en esta circularidad del tiempo cósmico, llevemos miles de años dando vueltas sobre el mismo eje.


Hablando de miles de años, los primates superiores y, por supuesto los humanos, perdimos el rabo como consecuencia de un gen que los científicos llaman saltarín. Al parecer, la pérdida del apéndice trasero supuso uno de los pasos evolutivos más significativos que facilitó, entre tras cosas, la bipedestación. Investigadores de la Universidad de Nueva York mantienen que eso sucedió por azar, por un cambio simple en un cromosoma. Sin embargo, teniendo en cuenta que otros científicos (en este caso orientales) han descubierto que animales y humanos poseemos un cerebro cuántico y que el mismo es la fuente de los procesos cognitivos y de la propia consciencia, ¿por qué dejar al azar lo que pudo ser un hecho voluntario de nuestras neuronas?


Ya saben ustedes que estas cuestiones me apasionan, porque denota que aún podemos ensanchar más y más nuestras capacidades y, por qué no, modificar algún cromosoma en favor de la bondad, que buena falta hace. No está de moda hablar de esto, pero desde aquí reivindico la benignidad. 


Y al respecto, resulta que una galería danesa le entregó a un artista plástico 74.000 euros para hacer dos obras. Al cabo del tiempo, el pintor presentó dos lienzos vacíos, en blanco, titulados “Coge el dinero y corre”. Noticias así me repatean, no me parecen ni graciosas y si las traigo aquí es para señalar que estas acciones suponen verdaderas sinvergonzonerías y quienes las hacen, para mí, son unos bellacos. 


Mientras le doy vueltas a estos y otros pensamientos, aparece Voltaire para informarme de que, reunidos en asamblea general, sus colegas de eternidad han decidido dedicarse a montar juicios con jurado en los que, cada semana, un acontecimiento histórico será traído a sus estrados. 


— Madame, es una forma de restaurar el orden natural de las cosas, analizando el porqué y la razón de algunos hechos que han pasado a la Historia y su repercusión en la evolución social. Lo primero que sentaremos en el banquillo será el asesinato de Abel a manos de Caín. Hemos recuperado el arma del crimen, que andaba dando vueltas por la galaxia.  

— Se lo cuento yo, se lo cuento —  interrumpe un Nietzsche más saltarín que los genes esos que nos amputaron la cola — Resulta, Frau Quintana, que tendré el honor de llevar la acusación y es un tema que me motiva mucho.  

— No sabía de su interés por los hijos de Adán y Eva, don Federico. 

— Me interesa todo aquello que en definitiva refrenda la tesis de mi Zaratustra, la transmutación de valores a escala geométrica. En realidad, cuando aquel homínido que fue Caín coge un hueso y golpea a su hermano, se produce  una  metonimia en la que a quien verdaderamente ha matado es a su dios, a todos los dioses y a cuanto representan, alejando  con ello a todo el género humano de la posibilidad de superación  y evolución moral. Es ahí donde damos un paso atrás como especie y aún no nos hemos recuperado. 


Sigue el filósofo del caballo intentando convencerme de lo que ya estoy convencida de antemano: hay que transformar esas acciones y los pensamientos que las engendran para dar paso a un ser moralmente superior, acorde con la naturaleza de las cosas, como diría Voltarire. 


Y cuando Nietzsche se dirige a ocupar su sitio en esa sala de juicios que han montado en el salón de mi casa, aparece en el techo la sonrisa de un Richard Strauss sinfónico, a la manera del gato de Cheshire… Es ahí cuando veo, dando vueltas, el arma homicida de Caín. 


NOTAS: 

1. Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo", dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado el 3 de octubre de 2021, correspondiente a este mismo mes y que puede es echarse aquí https://go.ivoox.com/rf/76528197

2. Música para acompañar: “Así habló Zaratustra, de Richard Strauss. Orquesta Filarmónica de Berlín dirigida por Herbert Von Karajan. 

3. Fotografía ©️Amparo Quintana. París, 25 de agosto de 2017 (“Les premières funérailles”, de Ernest Barrias, Museo Nacional de Bellas Artes. En esta escultura se muestra a Adán y Eva portando el cuerpo yacente de su hijo Abel). 


23 de diciembre de 2019

Cantos rodados



"Like a complete unknown, like a rolling stone" (Bob  Dylan) 
En una antigua nave textil de la provincia de Córdoba, se esconde una litoteca que, bajo el cuidado de la Sociedad Geológica Española, atesora cientos de miles de muestras de nuestro subsuelo. En mi amor por las piedras, me encantaría ir alguna vez allí para ver, oler, tocar y tal vez escuchar lo que nos cuentan areniscas y silicatos. Es un monumento a la verdadera memoria, a las entrañas de la tierra que ya no pisamos, porque nuestros pies patean unos suelos modificados por la acción humana. Basta ver que, perforando y tunelando decenas de metros de profundidad, muchas veces encontramos restos de otras ciudades, con sus murallas, plazoletas y calles. 

Si volviera a nacer, sería mineral. Ya he transitado bastante por el reino animal y me estimula mucho pensar que puedo traspasar esa línea y percibir el mundo como un feldespato redentor, una turmalina juguetona, una molécula de agua o tal vez lava de un volcán sideral. Creo que nos equivocamos si nos limitamos a percibir esas rocas, conchas y cristales como la antítesis de lo viviente y me explico: si la auténtica vida va ligada a la memoria como hacedora de recuerdos, portadora de información y facilitadora de experiencia, ¡imagínense la vida que tiene el magma solidificado!

Este verano, subiendo al monte Tabor y vislumbrando el camino a Damasco desde lo que en tiempos fue la Puerta del Viento, me convertí en esa chinita de arena que a menudo se nos mete en el zapato y aparecí en la sandalia de Abraham cuando apretaba el paso para encontrase con Melquisedec, que lo ungió como el mago de Marsella unge a quienes caminan atentos a los latidos de la tierra.

Esos latidos de la tierra debió de escuchar Lavinia Fontana, cuya obra puede contemplarse estos días en el Museo del Prado, en una magnífica exposición que comparte con su contemporánea Sofonisba Anguissola. Nuestra Lavinia renacentista, que un buen día decidió pintar desnudos humanos, sorteó la censura social y la maledicencia de sus colegas recurriendo a la mitología clásica y, de este modo, hoy podemos contemplar a Marte agarrando las posaderas de Venus con arrebatada pasión, ambos, por supuesto, en cueros y sin más aditamentos que aquellos que sirven para identificar sus arquetipos como dios de la guerra y diosa del amor. También nos presenta a una Minerva mientras se despoja de su coraza y casco, saliendo a la luz la mujer que late dentro de ella. 

Pero hay más que desnudos. La señora Fontana vertió toda su sabiduría retratando a Antonietta Gonsalvus, una niña de once años con el rostro completamente cubierto de pelo, debido a una enfermedad heredada de su padre, Petrus Gonsalvus o Pedro González, también conocido como el Salvaje Gentilhombre de Tenerife. Esta pintura, lejos de mostrarnos a un monstruo o a un fenómeno de feria, nos devuelve la imagen de un ser humano bello, capaz de amar y de ser amado, que mira al espectador sosteniendo una hoja de papel que parece una carta y nos indica que no era analfabeta, que pensaba y, por tanto, merecía el mismo respeto que los nobles o el clero de la época. 

Creo que la obra de Lavinia Fontana es revolucionaria porque, al dibujar el alma de las personas, señala las diferencias que hay entre unas y otras, normalizando tanta disparidad. 

Siguiendo con exposiciones, en el Thyssen he visto un montaje a base de telas de araña y ópera. Partiendo de la idea de que esos animales oyen a través de sus patas y tejen sus lienzos para atrapar a otros seres, me di cuenta de que la música para mí también es una seda envolvente que me transporta a esos otros mundos que, por estar a centenares de años luz del nuestro, aún no han nacido. 

Contemplando la vida de las arañas me acordé de cuando, de pequeña, mi abuelo Miguel me llevaba al Museo de Ciencias Naturales y allí, de su mano, me extasiaba ante las vitrinas de los escarabajos y de los minerales. Para mí era un universo colorido y fantástico, capaz de emocionar a una niña oficialmente sin uso de razón y, por tanto, sin adulterar aún. Y esa niña todavía pervive en las piedras que hurto a los caminos o en la boca que abro ante los tonos anaranjados de ciertos amaneceres. 

Ya me lo dice Orión, sí, sí, la constelación. Hablo con ella casi a diario porque se vino a vivir muy cerca de mi casa; somos vecinos. Cuando menos lo espero, golpea la ventana y, con el pretexto de pedirme una galleta para su perro, me cuenta historias y cotilleos. Una vez me dijo que podía caminar sobre las aguas porque Poseidón le regaló ese don, a cambio de la ceguera que padece desde crío. Ahora bien, como de joven fue un poco engreído, fanfarroneó acerca de que podía vencer y matar a todos los animales. La Madre Tierra se enfadó muchísimo y le mandó un escorpión gigante que acabó son su vida. 

Pero todo tiene un lado amable, me dice Orión, pues las diosas a las que encandiló con sus encantos rogaron que Zeus lo convirtiera en constelación por los siglos de los siglos. Y el paterfamilias del Olimpo accedió a ello, pero también creó junto a él la constelación de Escorpio (¡toma karma!). 

Mi amigo Orión me aconseja que jamás dé nada por definitivo, pues lo que hoy es blanco mañana puede cambiar de color y me dice, como podría hacerlo mi abuelo, que la rueda de la fortuna nos convierte a muchos humanos en cantos rodados que inician su viaje hacia Itaca o Damasco sin más certeza que la arena que pisan. 

Fotografía ©️A. Quintana. Petra (Jordania), 11 de agosto de 2019

NOTA: Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo", dentro del programa radiofónico “Te cuento a gotas” del mes de diciembre de 2019 y que puede escucharse pinchando aquí

19 de octubre de 2019

Castañas locas








A las castañas de Indias se les llama también castañas locas. De pequeña me decían que no me las llevara a la boca, porque podía contraer no sé cuántos males y parece que es verdad, que son muy tóxicas… aunque bellas.

Tengo la costumbre de recoger cada año una o dos castañas de estas, aprovechando cuando caen de los árboles y he sabido que alguna gente las lleva encima como amuleto contra enfermedades. Sin ir más lejos, mi bisabuela tuvo siempre una cerca de sí, metida en una primorosa funda para que no se estropeara el fruto de tanto meterla en bolsillos y bolsos. Porque la abuela de mi madre solo tuvo una castaña, que yo vi y toqué por primera vez  a finales de los setenta y que, como como no podía ser de otra manera, pedí permiso para quedármela como recuerdo de quien solo he conocido en foto. Ahí la tengo desde entonces, junto a unas gafas doradas y un tubo art decó de aspirinas, todo de la misma bisabuela. 

Me gusta llamar locas a esas castañas, en homenaje a las personas inclasificables que, a menudo, se les tilda de orates por el mero hecho de llevar el paso cambiado y ser impermeables al pensamiento concurrente que quieren inocularnos los políticos y los poderes a los que sirven. Pero, ojo, que muchas veces lo que se nos muestra como algo nuevo, alternativo y avanzado no es más que la monserga de siempre, maquillada para salir a escena. 

Vivo en un país en el que, y perdonen si les molesto, los dos últimos presidentes de gobierno descubrieron las siete y media del poder, que no es más que habitar la Moncloa sin gobernar, yendo de un lado para otro fingiendo que hacen y echándole la culpa de su desatino a la población entera, porque para ellos ya no es suficiente que los ciudadanos voten, sino que lo hagan como ellos quieren. Por eso nos castigan repitiendo elecciones  (hemos sufrido tres elecciones generales en cuatro años y en noviembre pondrán otra vez las urnas) y, como la madrastra de Blancanieves, nos envenenan con manzanas de apariencia atractiva. 

Y lo malo es que toda la clase política está en las mismas, ocupando sus cargos como pasmarotes, sermoneándonos, regañándonos y dejándonos sin la paga de los domingos. Como en el juego de cartas, se han plantado para no pasarse de esas siete y media y, como cantaba Joan Báez, me temo que no los moverán, porque quienes llegaron y llegan para mover a los que estaban o están, se vuelven inmovilistas en cuanto tocan escaño. Como ET con su casa y su teléfono, aquí lo mismo: mi escaño, mi sillón, mi sueldo, mis dietas…

Hace unos días leí que este mes se les pagaba a los partidos políticos las subvenciones derivadas de las elecciones de abril. Ya sé que está en la ley, no soy tan obtusa, pero mi estupor y mi rabia surgen por una razón ética,  ya que ninguno merece cobrar dichas subvenciones. Según les dijo san Pablo a los habitantes de Tesalónica en una de sus cartas, “aquel que no trabaje no podrá comer”. Será por eso que, de un tiempo a esta parte, se habla más del turístico Camino Santiago que del apóstol converso. 

En mi mundo paralelo, estos días he hablado con Greta Garbo un par de veces, yendo y viniendo en el metro, mientras iba a Móstoles por temas profesionales. En un sueco que incomprensiblemente yo entendía a la perfección, no paraba de recordarme que no es antepasada de otra Greta que ahora sale mucho en la prensa. La Divina me ha enseñado un nuevo vocablo: pedofrastia, que al parecer es la argumentación en la que se utiliza a niños para atacar al oponente. Hay muchas modalidades de pedofrastia, me explica la Garbo, y me advierte de que ella, en su retiro voluntario, se ha dado cuenta de que el veneno siempre llega a nosotros dentro de manzanas hermosas, como hacía la bruja de Blancanieves. La actriz, que tiene mucho más tiempo que yo para investigar en Internet, ha constatado que la mayoría de quienes hoy lloran por la desertización, la escasez de recursos naturales y el cambio climático siguen contaminando comprando ropa producida en condiciones casi de esclavitud, siguen contaminando en despachos herméticos donde el frío y el calor salen continuamente de un aparato eléctrico, siguen contaminando con sus costumbres gastronómicas y siguen contaminando porque tienen vidas de plástico.

Si, como me cuenta Greta, tras muchas marchas, manifestaciones y panfletos se encuentran los intereses económicos de unas pocas entidades, puede que nos tiremos todos a recoger castañas locas, porque hasta ese momento nos habrán dado solo castañas pilongas. 

NOTA: Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo, una gota de Amparo Quintana”, dentro del programa radiofónico “Te cuento a gotas” del mes de octubre de 2019 y  que puede escucharse aquí: https://www.ivoox.com/manzanas-envenenadas-vidas-pequenas-besos-los-audios-mp3_rf_43037328_1.html


Fotografía ©️A. Quintana. Vicchio (Italia), 8 de agosto de 2017 

13 de junio de 2019

Cordones








Desde la última vez que charlamos en este mundo paralelo y a propósito de unos cordones para zapatos que me han regalado, no dejo de darle vueltas a las ataduras mentales y sociales que nos asaltan casi a diario. A veces nos las imponemos nosotros mismos, pero en muchas ocasiones es el propio sistema o las costumbres lo que nos amarra a multitud de cosas o ideas. 

En abril y mayo de este año, ha habido elecciones en España y, en dos jornadas electorales, se ha renovado prácticamente la totalidad de las instituciones elegibles  que tenemos aquí. Tras los resultados, no han faltado voces llamando a tender cordones sanitarios para evitar que algún partido contrario a ellos pueda tener alguna parcela de poder o decida el color de un municipio, comunidad autónoma o altere el aspecto de algún grupo parlamentario. Se diría que todos somos demócratas hasta que la libertad de las urnas nos es desfavorable y, cuando esto pasa, salen a pasear las cinchas de los manejos y las maniobras, que algunos llaman madurez democrática. 

En el tarot de Marsella, la carta del diablo nos presenta a dos acólitos sujetos por sendas cuerdas atadas a sus cuellos. Lejos de rebelarse, esos esclavos aparecen sonrientes y ajenos al demonio que maneja sus cordeles. Se creen libres y especiales, ignoran que están atados a la voluntad y deseos de otro, igual que ocurre con el ciudadano medio. 

Cada cita electoral abre la puerta a combinaciones y pactos que quizá jamás quisieron los votantes, por más que se empeñen los políticos de todos los partidos en decir lo contrario. El día después de las urnas,  esos votantes son borrados de un plumazo y pasan a ser sustituidos por los verdaderos intereses de tales políticos, que abjurando del principio de soberanía popular, se vuelven prestidigitadores de cartón piedra y secuestran durante cuatro años la ilusión de quienes votaron y creyeron en su voto, de la misma forma que Zeus raptó a Europa mientras esta jugaba alegre, confiada y despreocupada en un prado. 

Hablando de confianza, estos días ha saltado a los medios la noticia de que varios deportistas de élite están siendo investigados por amañar partidos de fútbol en comandita con casas de apuestas. Como el asunto se encuentra en trámite judicial, no voy a tocar el tema legal. Lo traigo aquí por el asunto este de los cordones y cuerdas que me quita el sueño, pues para mí que quienes han participado en estos engaños, lejos de ser libres, se han echado la soga al cuello. Y explico esto: en toda estafa se encuentra la semilla del sometimiento al espejismo del éxito y el estafador, lejos de ser amo, es un cautivo del ansia de dinero. Su poderío no es más que una pistola con la que juega cada noche a la ruleta rusa, hasta que el ¡pum! de la última bala da al traste con su castillo de naipes. 

Y ahora le toca el turno a una noticia que me encanta: en Japón han reunido 19.000 firmas para pedir al gobierno que legisle contra la obligación que imponen ciertas empresas de llevar zapatos de tacón a sus trabajadoras. Hartas de terminar su jornada laboral con los pies, la espalda y el ánimo maltrechos, esta iniciativa, que empezó con un simple mensaje en internet, se encuentra ahora en la mesa de los ministros y ha dado origen al movimiento #Kutoo, que insta a las féminas a calzarse como ellas quieran y se sientan mejor. Por las redes circulan numerosas fotografías de camareras, profesoras, oficinistas, dependientas, etc. en sus respectivos puestos de trabajo con deportivas, bailarinas, alpargatas, zuecos, etc. 

Al hilo de esta noticia, me ha saltado a la cara otra procedente de Rusia. Allí, la empresa metalúrgica Tatprof ha emprendido lo que llama “maratón de feminidad” anunciando incentivos para aquellas empleadas que se pongan vestido y acudan a trabajar bien maquilladas. Sus directivos lo fundamentan en que quieren “embellecer” los días de trabajo y crear buen ambiente en una plantilla donde el 70% de los asalariados son hombres. Se quejan de que la mayoría de las mujeres usan pantalones. 

Si yo trabajara en esa empresa, aprovecharía para pedir que incentivaran a los hombres que, durante un mes, acudieran a trabajar vestidos con falda y zapatos de tacón, en un maratón de sofisticación que, por supuesto, incluiría unas uñas y unos dientes impolutos. 

Seguro que habrá mujeres que, por unos rublos más, se presten gustosamente a enseñar las rodillas y el carmín, porque no echemos en el olvido la carta del tarot que antes les comenté, esa de las cuerdas que los esclavos no notan en sus cuellos. 

Y para terminar, ha venido a visitarme Joseph Carey Merrick. Quizá por su nombre no les suene (eso le dije yo, cuando me habló por el portero automático), pero si les digo que fue conocido como"El Hombre Elefante”, seguramente que sí saben quién es. Este inglés decimonónico me pide que les anime a cortar los cordones que nos atan a lo establecido y a lo políticamente correcto, que para él no son más que prejuicios y estereotipos. 

Le tocó vivir en la Tierra aquejado del síndrome de Proteus, lo que le originó enormes malformaciones en su cuerpo y rostro que empezaron a manifestarse al año y medio de edad. 

Como consecuencia de esto, fue rechazado por su familia y por la sociedad en general, pasando varios años en ferias. Era exhibido como un fenómeno de la naturaleza hasta que una actriz llamada señora Kendall le ayudó a cortar con esa situación, reuniendo fondos para ayudarle. De esta forma, nuestro Ganehsa victoriano emprendió una vida dentro de toda la normalidad que podía tener; sobresalió por su carácter amable y dulce, aprendió a leer y escribir, compuso poemas y algunos de ellos se cantan como himnos aún hoy en las iglesias baptistas, como las estrofas que escribió junto al pastor protestante Isaac Watts y que quiero leerles a modo de despedida. Los cuatro primeros versos son de Merrick y los cuatro siguientes,  de Watts: 

“Es vierto que mi forma es muy extraña,
pero culparme por ello es culpar a Dios; 
si yo pudiese crearme a mí mismo de nuevo
procuraría no fallar en complacerte. 

Si yo pudiese alcanzar de polo a polo 
o abarcar el océano con mis brazos, 
pediría que se me midiese por mi alma. 
La mente es la medida del hombre”

Muchas gracias por su atención. Saque las tijeras y corte sus cordones. hágase el favor de ser usted mismo. No lo piense más. 

NOTA: Este articulo forma parte de mis intervención “En paralelo”, dentro del programa radiofónico “Te cuento a gotas”, que puede escucharse aquí: https://www.ivoox.com/ataduras-invisibles-libertad-hombres-nombre-de-audios-mp3_rf_37062149_1.html


Fotografía ©️A. Quintana. Madrid, 17 de agosto de 2018 

9 de noviembre de 2015

Arquetipos vitales (I): El sinnúmero





Cerré os ojos y me vi atravesando una urbanización. Amplias avenidas parecidas al lugar donde viví durante muchos años. Los árboles de las aceras se inclinaban saludándome y mi perro caminaba al lado, cuidando de que no me extraviara. Ante mí se abría un camino ignoto y, aunque desconocía el tiempo que me llevaría concluirlo, tenía la impresión de que disponía de eras estelares completas… Nada me importaba más que caminar y caminar, hacer camino a medida que avanzaba paso tras paso, sin mirar atrás. Hatillo al hombro, iba tirando todo aquello que me pesaba y los cascabeles que adornaban mi cuello sonaban alegremente, fundiéndose su sonido con el de la brisa matutina.

No era consciente de abandonar nada, sino de seguir mi instinto. Carpe diem resonaba en mi corazón y le ordenaba al cerebro que se adecuara a esa orden, abandonando el canon cartesiano que siempre, en el fondo, me ha sido tan hostil. Zas, zas, zas, un pie adelante y luego el otro, confiando en el aire y en mi instinto, percibiendo con asombro pueril las tonalidades de la luz solar, los juegos de mi sombra en el asfalto, los ruiditos guturales de mi hermano canino…

En un salto cuántico llegué a Monte Sant’Angelo, concretamente al lugar donde habitan varios ermitaños. En este sitio se concitan personas de todas las creencias y así lo atestiguan los símbolos que jalonan muros y esquinas. Lo considero un punto energético a caballo entre el monte y el mar, crisol de incienso y aromas salados del Adriático, donde es posible sentir la intención pacífica de vocablos pronunciados en recónditos idiomas y dialectos. Sentí que estaba llegando a mi casa, no en sentido material, sino como una morada interna que me fortalecía a través de la inocencia y la sencillez. Noté de pronto que mi niña interior se hacía carne bailando danzas primitivas, nacidas de las entrañas de la tierra. Salió un eremita y, al verme, dejó que mis brazos y piernas danzaran girando como un derviche frente a la playa de Manfredonia.

¿Era un loco o un sabio quien me abducía? Hay que estar muy cuerdo para saber que todo llega a tiempo, unas veces a pie y otras en Vespa, y que nada nos perjudica más que nuestros propios pensamientos cuando estos se oxidan y corrompen.

Tras este viaje, continué con los ojos y los oídos abiertos, con el olfato agudo de mi hermano perro, con el tacto sensible de unos labios enamorados, con el gusto afinado de quien se deleita con aquello que no puede comer. Y érase que se era y que fue una semana en la que me encontré con dos locos más provenientes de la región de Puglia, allí donde se emplaza Monte Sant’Angelo, uno en la calle del Prado y otra en el patio de una red social. Como sé que no hay casualidad sino sincronicidad, el hatillo que vacié mientras emprendía mi viaje está ahora lleno de todo, porque el arcano sin número no cuenta ni pesa ni mide.



NOTA sobre la fotografía: Vietri Sul Mare, 20-8-2015