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11 de diciembre de 2011

Señas de identidad





La mayoría de las personas hacemos, decimos o tenemos algo que nos caracteriza. Puede ser el peinado, tal vez la forma de arrastrar las eses, quizá la manía de morderse las uñas, un refrán que repetimos o esa sonrisa al despertar.
Por eso me ha gustado siempre analizar los retratos pictóricos. Además de lo que el modelo quiere que se recoja en el lienzo, papel o tabla,  normalmente aparece la interpretación del artista, esa lupa que agranda un rasgo, flecha imaginaria que desvía nuestra mirada hacia el ángulo que el pintor desea que miremos.
La cuestión radica, por tanto, en cómo nos vemos y cómo nos ven los demás, teniendo en cuenta que la imagen interior nace de la clemencia con que nos tratamos a nosotros mismos.
Me ha llamado la atención el dibujo infantil que aparece más arriba. O a la tal Elena le gusta mucho ir en coche, o acaba de comprarse uno y no para de hablar del mismo, o tal vez lo utiliza para sacar a pasear al personaje menudo que ha inmortalizado su efigie con acuarelas. Sea cual fuere la razón de tan automovilístico retrato, parece que la máquina es su seña de identidad para alguno o algunos.
Estos días, además, han aparecido en prensa diversos artículos sobre la vida y milagros de la Sra. Merkel, algunos de los cuales confieso haber leído. Me ha llamado la atención que, según se recoge, en su despacho tiene un retrato de Catalina la Grande. ¿Se identificará la canciller con tan augusta dama? Me imagino que, si adorna su oficina con él, al menos la admira, pues no se concibe que alguien distribuya por las paredes o muebles de sus habitáculos reproducciones de los seres que más odie, salvo para hacer diana con dardos o perdigones. Mas no creo que sea el caso de doña Ángela, por lo hagiográfico de los artículos a que me he referido.
De entrada, yo encuentro una coincidencia en que los padres de ambas fueron fervientes luteranos, aunque no así sus hijas, ya que la emperatriz se bautizó ya mayorcita con aguas ortodoxas y nuestra contemporánea pertenece a un club fundado por católicos, que, por otro lado, siguen siendo los más numerosos. Si ambas mujeres, cada una en su época, optaron por nublar las creencias de sus progenitores lo fue por acceder a los círculos de poder que las llevarían a ser emperatriz a una y canciller a otra.
Asimismo, durante el mandato de Catalina, el imperio ruso amplió sus fronteras fagocitando países como Crimea, Ucrania, Bielorrusia o Lituania, entre otros, a costa del Imperio Otomano y de Polonia. Para Merkel, el bienestar de Alemania pasa por poner a sus pies a todos los territorios europeos. Y para conseguirlo,  no se necesita ya colocar tanques, bombardear ciudades o cambiar fronteras. En estos tiempos, cuando la soberanía nacional es letra mojada, alguien a quien solo han votado algunos de sus compatriotas se saca de la manga una ocurrencia diaria para fortalecer Alemania a costa de asfixiar a los demás miembros de la eurozona, especialmente a los del sur. Lo último, ya saben, es la amenaza constante a aquellos países que se atrevan a gastar un céntimo más del tope de endeudamiento decidido por ella y los trilaterales que la apoyan.
Lo que más me hiela la sangre es que conquista la voluntad de casi todos los gobernantes europeos y, a quienes no convence, misteriosamente quedan apartados del cargo, apareciendo en su lugar tecnócratas adscritos a la Comisión Trilateral.
No quiero bromear con estas cosas, pero me pregunto si no ha comenzado ya el IV Reich.
En fin, esta página podría haber sido diferente, si en vez del retrato de Catalina la Grande, presidiera el despacho de Ángela Merkel el de Goethe, Mozart, Gandhi o el mismo Lutero.

NOTA: Pueden entretenerse comprobando quiénes pertenecen a la Trilateral en este enlace. Verán los nombres de los actuales presidentes de gobierno italiano y griego.

3 de diciembre de 2011

A la escucha



Si es verdad que cada uno de nosotros tenemos una misión en la vida, creo que ya he averiguado cuál es la mía: escuchar. Hay actos que, casi desde la cuna, vamos repitiendo sin percatarnos, pero que cuantos nos rodean interpretan como el talento que debemos compartir con ellos. Y yo he llegado a la conclusión de que soy una oreja expuesta a todos.
Echando la vista atrás, recuerdo que en el colegio fui la depositaria de los secretos, sueños y rabias contenidas de mis compañeras. Lo mismo daba que fuéramos amiguísimas o no, porque cuando alguna de ellas necesitaba desahogarse, acudía a mí para contarme, sabedora de que yo sería incapaz de acusar, aleccionar o ridiculizar.
De igual modo me ha ocurrido en familia, en el trabajo y hasta con desconocidos (¡las cosas que me han relatado en el mercado o esperando el tren!). Para colmo, elegí una profesión en la que nada vales si no prestas atención a lo que oyes.
Las personas vierten en mí sus palabras, que yo recibo sin apropiármelas.

Hasta aquí hemos llegado


He cerrado mis ventanas al desaliento, a la desesperación, a los temores colectivos, al sacrílego envite de quienes desayunan diariamente con la voz de los mercados. Y en la clausura me descubro conocedora de la vida, fértil en ideas y hasta capaz de detener la órbita del mundo.