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5 de abril de 2010

Innovación



El primer día de su jubilación, dejó que el teléfono sonara con el firme própósito de no responder. Pronto se acostumbró a escuchar el ruido de las llamadas como quien oye descargar una tormenta. Tampoco atendía el contestador. Salvo eso, continuó llevando una vida normal. Compraba en los establecimientos de siempre, se cruzaba con los mismos vecinos y salía a pasear con su perro por el parque cercano. A los tres meses, el teléfono enmudeció, aunque él tardó un poco más en percatarse. Tuvo un presentimiento: se averió. Pero decidió no averiguarlo.

Al cabo de un año, comiendo en una céntrica cafetería, vio entrar a un primo suyo con el que hacía muchísimo tiempo que no coincidía. Se acercó a él sonriente, abierto y cercano, invitándolo a sentarse a su mesa. Hora y media después se fueron al cine y, a la salida, quedaron en hablarse y verse más a menudo.

- Te llamo cualquier día de éstos, por si te apetece venir a pescar.
- Mejor te llamo yo....

Afinidades electivas o el afán de pertenencia


No es un aparcamiento. La fotografia está tomada en la Cuesta de Santo Domingo (Madrid), un sábado cualquiera. Allí se concitan, por la tarde, aficionados a las motocicletas tipo vespa. Las dejan en una acera y ellos, en la de enfrente, charlan, observan o simplemente están. Así durante unas pocas horas, como quien cuida de sus niños en el parque, dejando que las vean los ciudadanos que transitan por ahí en ese momento.

Los dueños son variopintos: mayores y jóvenes, elegantes y desaliñados, mujeres y hombres... Su hilo conductor es la moto, "ese" tipo de moto, como otros se reúnen alrededor de sus harleys. Me pregunto cómo hacen para encontrarse, de quién fue la idea, por qué ese lugar y no otro, qué ocurre si un sábado no van... E irremediablemente me viene el título de la novela de Goethe y también las aparentemente extrañas alianzas que se dan en la naturaleza: por qué unos peces están bien con ciertas anémonas, por qué unos minerales casan mejor que otros, etc.

Se diría que, por mucho que subrayemos nuestras peculiaridades, por más que nos asumamos como únicos, por más y más carga de individualismo que llevemos encima, buscamos pertenecer a algún grupo e integrarnos con otros que consideramos afines por alguna cosa, por minúscula que sea. El nexo de unión puede ser la afición por coleccionar un determinadio tipo de objetos o el nombre que nos pusieron al nacer (tengo noticias de alguna reunión de pilarines o cármenes) Da igual, eso hasta puede resultar un juego entretenido, un respiro en el páramo que para muchos es la vida, un alto en la rutina. Lo peor llega cuando esa pertenencia se agranda y sobredimensiona, deviniendo excluyente respecto a otras cosas y personas. Allí nos daríamosde bruces con lo que Amin Maalouf llamó identidades asesinas, en el sentido de sectarismo, intolerancia y miedo a lo que es distinto.

Más allá de la herencia recibida de nuestros padres y abuelos, camina pareja a nuestra socialización como personas la identificación con un símbolo, una idea o un grupo. Nada grave si sabemos domesticarlo, si aprendemos a relativizarlo y si, como individuos, podemos mirarlo con cierta perspectiva.