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27 de agosto de 2013

Crónicas rumanas (I): Tras la puerta




Cuando cayó el muro, surgieron hermosas puertas que franqueaban el paso a cuanto durante años nos pareció exótico y desconocido. Curiosamente, muchos pensaron que esas aberturas eran de una sola dirección, es decir, una especie de paso franco para que los habitantes de la parcela occidental pudieran acercase a la Europa del Este, instalar allí sus negocios, fabricar a más bajo coste y, a la par, inocularles el virus del consumismo, creando para ello las mismas necesidades ficticias que asocian el paraíso con un refresco de burbujas, unas joyas o un coche.

Ahora que el capitalismo ha entrado en fase crítica, tras la puerta transilvana me he encontrado rumanos de Pozuelo o La Rioja que, haciendo de la necesidad virtud, han regresado a sus lugares de origen y, a la entrada de una iglesia o en un parque, prefieren hablarte de los años de bonanza entre nosotros, saltándose los muchos episodios de humillación e injusticia que también padecieron.

Charlando con ellos, pienso en los judíos que todavía guardan la llave de una puerta que sus ancestros tuvieron en Sefadad y no puedo más que dejar la mía entornada, para cuando regresen. 

NOTA: La fotografia está tomada en Biertan.

1 de marzo de 2013

“… y Dios parecía dormido”




A pesar de que no he conocido ninguna, o tal vez por eso mismo, crecí con historias de la guerra y la posguerra. Y digo “la” porque es la que ha marcado a varias generaciones de españoles y, de alguna manera, todos somos hijos de tamaño dislate, aunque afortunadamente naciéramos muchos años después.

Aquellos relatos, me los contara quien me los contara, siempre eran tristes, porque, en el fondo, todos sentían que habían perdido la inocencia y el candor de quien confía en sus semejantes. Yo me imaginaba la guerra como el hacha que cercena los pies a un corredor y pronto me di cuenta de que es mejor no cruzarte con ese jinete apocalíptico, que siembra la geografía de hambre y muerte, marchita las ilusiones, impone las reglas del juego y provoca la injusticia que más duele, que no es otra que la de las cosas cotidianas.

Cuando estrenaron la película “Canciones para después de una guerra”, de Basilio Martín Patino, mi padre era joven. Él fue un niño de la posguerra, de la escasez que inundaba las calles de Madrid, a la que no podía sustraerse, porque tenía ojos en la cara y, a pesar de que no le faltó lo indispensable (y algo más) en esa España del racionamiento y el estraperlo, creció sabiendo que también era víctima de la sinrazón, de la brutalidad y de la tropelía que ni él ni sus compañeros de clase ni sus amigos de juegos habían provocado.

Al terminar el filme y encenderse las luces de la sala, observé que mi padre tenía los ojos enrojecidos y la congoja a la altura del cuello. Haciéndose el fuerte ante sus hijos adolescentes, nos incitó a que habláramos nosotros. Si algo recuerdo de nuestra conversación mientras nos llevaba a la casa de mi madre, fue la idea de que unos pocos montan el guirigay y todos los demás sufren las consecuencias.

Estos años de crisis están sumiendo a la población en una posguerra teñida de sepia. No ha habido guerra previa con tanques ni bombardeos aéreos, porque ahora todo es más sofisticado y sutil. En esta España que parecía desarrollada y moderna, son muchas las familias que viven de la pensión de los abuelos, también se suicidan personas abrumadas por las deudas, hay niños que van al colegio malcomidos, gente que pierde su casa, ancianos que no pueden comprar las medicinas, cierran empresas, surgen esclavos, se llenan a diario los comedores sociales y desde arriba dicen que “entre todos” debemos seguir haciendo esfuerzos para levantar el país y salir de este bache.

Como siempre, quien no ha provocado el caos ni está contribuyendo a aumentarlo, se ve obligado a subir al ring para pelear con los frutos que han dado políticas ineficaces llevadas a cabo por gente inútil aupada y respaldada por tahúres y vividores. Y yo ahora me pregunto quién, dentro de cuarenta años, pondrá música a la película que entre todos estamos rodando.

Benedicto XVI, en su última aparición pública hace dos días, ha dicho que “las aguas bajaban agitadas y Dios parecía dormido”. Si cualquier dios, no solo el católico, encarna la esperanza y la fuerza, tal vez lo tengan secuestrado, narcotizado y amordazado.  

4 de noviembre de 2012

Extrema miopía





Hace días leí en un diario que algunos judíos integristas de Israel se graduaban mal las gafas para ver borrosas las imágenes de las féminas que, en aquel país mediterráneo, pasean luciendo piernas, brazos y escote. De esta forma ponen una barrera a la tentación, no provocan la ira furibunda del dios del Sinaí y se aseguran un lugar en el reino de los justos, cuando dejen de ser mortales.
Aunque la noticia no deja de tener su miga y se presta a incontables comentarios y chistes, lo cierto es que yo prefiero que se repriman ellos, en vez de que salgan a la calle reprimiéndolas a ellas.
Tal vez la moraleja estribe en que lo sucio suele estar en nuestros ojos, no en lo que aparece ante los mismos. Si otros hombres hubieran optado por convertirse en topos miopes, seguramente que Malala no estaría pasando su calvario, ni nadie hubiera hecho creer a la comunidad que una niña prácticamente analfabeta había quemado adrede un libro sagrado, ni tampoco se habría dictado, por estos pagos españoles, aquella sentencia de la minifalda.
Cuando las razones y los valores parecen irreconciliables, tal vez lo más honorable sea nublarse la vista y no entrar en confrontación.  Quienes padecen de miopía mental pueden dejar de sufrir (y hacer sufrir) calándose unas lentes cegadoras.

21 de octubre de 2012

La ventana indiscreta, o váyase, señor…



  
Hay días que, al asomarte a la ventana, además de las nubes que vaticinan lluvias, la soledad del anciano que maquinalmente recoge su alcoba y los colores del televisor de algún vecino, percibes que un hombre fisga los contenedores de basura. Con medio cuerpo dentro, revuelve las bolsas, abre algunas, rebusca entre sus desperdicios y las vuelve a dejar donde estaban. Así hasta cuatro contenedores distintos.
Hoy no ha habido suerte; nada que aprovechar. Nadie ha tirado yogures a medio comer, ni peras pochas, ni el trozo de filete que desecha el niño melindres.
Al cuarto de hora aparecen dos jóvenes. Idéntico ejercicio. Parece que les acomoda un cubo viejo de fregona y desaparecen con su tesoro calle arriba.
Lo que hasta ahora solo había visto de noche, pasando por algún centro comercial recién cerrado, o en reportajes de la prensa, resulta que ya lo tengo debajo de mi ventana.
Mientras la congoja se me expande por dentro, maldigo esa publicidad de Contrarreforma que pretende hacer creer por ahí fuera lo felices que son los españoles cuando les quitan la esperanza de mejorar. Denigro a los corifeos que se echan las manos a la cabeza cuando las personas decentes imprecan a los políticos y a los que la emprenden a palos con los soñadores.
Lo que a mí me asombra es que nadie en las Cortes pida la dimisión de quien preside el banco azul.

8 de agosto de 2012

Anhelos





Ha llegado a Marte un nuevo artefacto robotizado. La noticia me llena de alegría, pues soy de naturaleza estratosférica y muy aficionada a la aventura sideral. Crecí imaginando que en el año 2000 viajaríamos en platillos volantes a otros mundos y que por esas fechas ya tendría varios amigos de Ganímedes o de cualquier otro rincón del cosmos. Sin embargo, estamos en 2012 y seguimos prácticamente igual, cogiendo el autobús, recorriendo autopistas en vehículos mayoritariamente dependientes del petróleo, pasando el tiempo en las esperas cada vez más tediosas de los aeropuertos o montándonos en la alta velocidad, que por estos pagos se llama AVE y va sobre raíles bien pegaditos a la corteza terrestre. Salvo algún millonario con suerte y, por supuesto, los astronautas profesionales, casi nadie ha estado en órbita.
Quienes seguimos creyendo que los americanos patearon la Luna en julio de 1969, ansiamos volver a ver a seres humanos pisando nuevamente el polvo galáctico y, por qué no, explorando nuevas formas de adaptación a la vida extraterrícola. Ahora bien, me gustaría que, si ese día llega, quienes habitamos este planeta hayamos aprendido de nuestros errores y no traslademos a otros orbes la inmundicia y la degradación que hemos ido acumulando desde que empezamos a creernos los reyes del universo.
Mientras ese día llega, potenciemos lo que de bueno y mejor hemos sido capaces de construir y olvidémonos del reality que algunos tullidos de escrúpulos dicen preparar con las primeras mujeres y hombres que se decidan a asentarse en el planeta rojo.

5 de enero de 2012

Fe, esperanza y alegría


  
Queridos Reyes Magos: 
No os escribo desde hace muchos, muchos años. Sin embargo, eso no quiere decir que me haya olvidado de vosotros o que haya dejado de creer en la magia. Al contrario, a medida que cumplo años me doy más cuenta de que la mayor parte de las cosas escapan a la lógica y a los corsés racionales.
¿Os acordáis todavía de mí? Ya no llevo trenzas, pero sigo con las gafas puestas y continúan sin gustarme las muñecas. Es decir, que apenas he cambiado por fuera y por dentro. Lo que sí han variado son las circunstancias: esta carta no os la dejaré en el buzón, como antaño, sino que os llegará por vía telemática, que viene a ser casi como los prodigios que hacéis vosotros, pues se trata de letras sin tinta y sin papel que, a pesar de ser inmateriales, permanecerán atrapadas en la red durante al menos medio siglo, al alcance de cualquiera.
Si no recuerdo mal, mi pacto con vosotros consistía en pedir pocas cosas para mí y no olvidarme de los demás. Siempre respeté este acuerdo no escrito y cada año me sorprendíais con vuestra generosidad, dejándome mucho más de lo que yo había pedido. En fin, veamos cómo me sale ahora, pues no niego que he perdido entrenamiento:

"Queridos Melchor, Gaspar y Baltasar:
Este año me he portado bien, algunos incluso dicen que soy buena persona, pero reconozco que esto no tiene mérito, porque casi todo el mundo es bueno. Así que sigo siendo del montón y por eso os pido que no paséis de largo esta noche, que miréis mi ventana y trepéis hasta ella.
Solo os pido dos cosas: fe y esperanza o, mejor dicho, que no se me acaben nunca, pues necesito seguir creyendo en que el mundo avanza y mejora, en que lo prioritario es la gente y no las cosas, en que la astucia no cotiza ni se valora, en que todos somos libres desde que nacemos hasta que morimos.
Quiero que el planeta se recupere y restañe sus heridas, que los pueblos sean dueños de sus recursos naturales, que ningún animal nos mire a los humanos con recelo, que el agua y el aire sean solo eso y lo sean para todos.
Magos de Oriente, traedme, por favor, el gozo de contemplar cómo las personas han aprendido a respetarse y a dialogar.
Por último, que nunca les falte la alegría a quienes siguen este blog o lo leen de vez en cuando.
Os quiere, Amparo.
PD: Os dejo algo en el salón para que repongáis fuerzas. Lo he cocinado yo misma y espero que os guste."

21 de octubre de 2011

Dos noticias


Regreso a casa y escucho en la radio, por fin, una buena noticia: el cese definitivo de casi medio siglo de acciones terroristas.  Curiosamente, a mediodía recordé este artículo y esta entrevista, que he tenido bien presentes desde que los leí. Espero que nada se tuerza y que todo el proceso culmine en una solución aceptada por cuantos son parte en él. Aún queda trabajo, pero llevar la paz es el mejor de los trabajos.
Seguidamente me entero de que han matado a Gadafi algunos de esos libios que, durante décadas, estuvieron sometidos a los dictados de ese sátrapa (por cierto,  denostado o alzado por los gobiernos occidentales, según soplara el viento de los pozos petrolíferos y de las reservas de gas). En la tele veo gente alzar los brazos, bailar y hacer gestos de alegría por esta muerte. Pero yo, que en el colegio abjuré para siempre de las teorías tiranicidas, he sentido rechazo hacia esa manera de hacer justicia.
Son dos caras de una misma moneda, dos formas diferentes de cortar cadenas. Yo sé cuál elijo, ¿y tú?

20 de julio de 2011

Pecados capitales: la ira


Si existe una imperfección extravagante es esta de la ira. Creo que, de los siete pecados capitales, es el único que posee efectos claramente contagiosos, porque el acto producido en un momento furibundo y violento, muchas veces provoca la cólera de los demás. Por ejemplo, si alguien lleno de rabia asesta un golpe a un semejante y lo mata, casi de inmediato hace que broten sentimientos de ira en otros sujetos que, curiosamente, no dudarían en aplicarle al agresor su misma medicina, como antaño pasaba en los territorios de Lynch. Raro es quien no haya experimentado alguna vez esa emoción y extraña es también la persona que, paralelamente a su furia, no la censure en los demás. Por eso veo la ira como si fuera una rueda que gira sobre su eje continuamente: hoy puedes ser objeto del furor ajeno, mañana puedes ser tú quien se encolerice.
La guerra incivil que padeció España hace setenta y cinco años sembró el país de ataques y agresiones no siempre provenientes de las tropas enfrentadas. Las salvajadas que sufrió mucha gente las causó el fanático impulso de “dar su merecido” a quienes eran considerados simpatizantes o representantes de alguna otra barbaridad. Llegada la victoria, siguió aplicándose la saña del bando ganador y creciendo de puertas adentro la ira de quienes perdieron la contienda, en una retroalimentación que ha llegado hasta nuestros días, a pesar de que la mayoría de los españoles nada tenemos que ver con aquello.
Ayer, camino de casa, pasé delante de un muro donde aún permanecen las huellas de los proyectiles usados durante esa conflagración y vino a mí la imagen de ciertas calles de Berlín donde el paso del tiempo todavía no ha borrado las señales del horror. Pensé también en Iraq, el 11-S, Ruanda, Afganistán, la otrora Yugoslavia, Ucrania y un larguísimo etcétera confeccionado de odios, rencores y, sobre todo, mucha ira.
¿Nos bajamos de la rueda?