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5 de noviembre de 2019

Planetas vagabundos





Hay planetas que no giran alrededor de ninguna estrella, que no se valen de la luz de otro astro para seguir su ruta. Dicen los astrónomos que muchos de ellos vagan por el universo porque fueron expulsados del sistema planetario en el que nacieron y andan por ahí orbitando a su aire, independientes y ajenos al devenir de quienes fueron sus planetas hermanos. 

Las leyes de la física explican clarísimamente las causas de la expulsión, porque las constelaciones, galaxias y nebulosas en absoluto son tranquilitas y, entre tanto movimiento, explosiones, fusiones y expansiones, acaban dejando a un planeta en la gasolinera de turno, abandonado y olvidado. Parece ser, además, que como esos astros repudiados no cuentan con luz ni propia ni ajena, no pueden verse con un telescopio usual. Se los percibe cuando, al pasar por delante de un objeto brillante, se distorsiona la luz que ese objeto emite. Entiéndase que “pasar por delante” en terminología cosmogónica no es lo mismo que cuando aquí en la Tierra pasamos por delante de algo. Allá en la bóveda celeste puede ser una distancia de miles de años luz. 

Imagino que a esos planetas vagabundos les importan poco las leyes de Keppler, los ensayos de Copérnico y la manzana de Newton. Ellos van por ahí a lo suyo y supongo que el espacio no sería lo mismo si no existieran, dado que la Naturaleza es conservadora y hasta el mismo caos encuentra su orden. 

Estos días he intentado entrevistarme con un planeta de estos, pero ninguno se ha puesto al teléfono. Quería preguntarles sobre las ventajas o desventajas de no pertenecer a ninguna tribu y que me contaran a qué dedican el tiempo. A falta de interlocutor, soñé que eran como ermitaños, viviendo para adentro, interactuando con ellos mismos y sus pensamientos. También me vino la idea de que, cuando nacen las personas, además de la constelación reinante en el cielo, en su horóscopo deberían plasmarse los mundos nómadas que se cruzaron en el firmamento ese día. Quizá esto explicaría  por qué unos son más gregarios que otros. 

Me declaro fan de los planetas apátridas. 

Y estando en estas, se me presentan en plena siesta Maruja Mallo y Fernando Haro Tecglen. Venían hablando de cosas muy raras y, como ambos son bastante apasionados, me dio la impresión de que discutían. Ella sacó del bolsillo una foto que le hice en Santander en 1981 y él me puso delante de las narices un libro que me dedicó allá por los noventa. A mí eso de que anden hurgando en mis cosas no me gusta nada, pero a esos dos no hay quien los detenga y, como pude comprobar después, antes de aparecerse en mi dormitorio, revolvieron cuanto les vino en gana. 

La Mallo, blandiendo esa foto, me recriminó de que hubiera olvidado lo que me dijo ese día: que me cuidara de la casta craneal porque siempre acaba embistiendo a la clase cerebral. Y antes de que yo pudiera defenderme, Haro Tecglen ya estaba también examinándome de cuanto conversamos un día de junio acerca de España, su transición y el valor del perdón. 

Me cogieron de la mano y me llevaron a una sala de cine donde proyectaban imágenes de un cortejo fúnebre y un entierro presidido por un príncipe. A pesar de la temática, la película no era triste, aunque sí inquietante. Salía la hija del muerto sacando un documento de su bolso y entregándoselo a ese príncipe; era un papel mecanografiado por ella misma, al dictado de su padre. Gracias a esa página doblada, que la hija había ocultado a propios y extraños, el delfín del fallecido podría reinar y ser respetado por todos los estamentos del Estado. Días después y en prueba de agradecimiento, el nuevo rey le otorga sendos títulos nobiliarios a esa hija y a la viuda de su antecesor en la jefatura. También sella con ellas y su estirpe un pacto indefinido de tolerancia y no agresión. 

La película terminaba con la estampa de ese rey, cuatro décadas después, callando mientras veía que su antecesor resucitaba en un moderno helicóptero. 

Cuando se encendieron las luces del cine, en la butaca de al lado Maruja y Eduardo me habían dejado esta frase de Maquiavelo: “la política no tiene relación con la moral”. 

Ante esto,  empecé a girar como un planeta errante y a cruzar el universo en silencio, que quizá sea el más elocuente de los sonidos. 

Fotografía ©️A. Quintana. Madrid, 14 de octubre de 2015

NOTA: Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo, una gota de...", dentro del programa radiofónico “Te cuento a gotas” del mes de noviembre de 2019 y que puede escucharse aquí: https://www.ivoox.com/arte-como-arma-revolucionaria-suenos-surrealistas-planetas-audios-mp3_rf_43866223_1.html






4 de julio de 2019

Distopías








Confieso que la mayoría de las historias que me atrajeron y entretuvieron de pequeña y jovencita eran distopías, es decir, lo contrario de utopía. Al igual que yo, son muchos quienes han incorporado a su vida simios que dirigen el mundo, personas que memorizan libros porque su gobierno los quema o sociedades en las que alfa, beta o épsilon no son letras griegas, sino las castas de su pluscuamperfecta organización. Pensábamos que aquellas narraciones en realidad eran moralejas destinadas a evitar la perdición de la Humanidad, porque nos avisaban de lo que no había que hacer y nos compelían a ser mejores en el más amplio sentido de la palabra. 

Sin embargo, con el paso del tiempo, lo que fue ficción se ha hecho realidad y vivimos abducidos por elementos distópicos. Quizá la búsqueda sin cuartel de un estado de felicidad continua nos ha llevado a caer en las trampas que nosotros mismos hemos creado, dando lugar a una existencia ajena a la realidad a fuerza de vivir en paraísos artificiales. 

Hace unos años, por motivos profesionales conocí a una pareja cuya causa de ruptura se desató por un juego virtual en el que cada uno tenía su propio avatar y ese avatar era libre para vivir, trabajar y amar como quisiera. Por supuesto, se jugaba en línea con otros participantes. Nuestra pareja fundó en el cielo de Internet una empresa dedicada a construir urbanizaciones en paraísos recónditos y, sin salir de casa, de la mano de sus avatares emprendieron una vida de ejecutivos exitosos, adinerados y famosos. Ahora bien, los celos anidaron en el corazón del marido, temeroso de que su mujer se hubiera enamorado de otro avatar hermoso y rubio, como la cerveza que cantaba la Piquer. Y los conocí así, deshechos por dentro, en trámites de divorcio y hablando de sus vidas virtuales con la trascendencia e importancia que adquieren las cosas que se viven y experimentan. 

Todos conocemos personas que viven en esa Matrix que han creado las redes sociales, que se enfadan si alguien no reacciona ante una foto en Instagram y que miden su éxito social en base a los seguidores que tengan. Algunos, incluso, osan presentarse a sí mismos como gente influyente, no por la profundidad de sus pensamientos, sino por difundir lo que el Gran Hermano fomenta, es decir, la vida gregaria, acrítica, superficial y aparentemente feliz. 

Al hilo de esto, dos 'influyentes' han iniciado una colecta en youtube para irse de vacaciones. Necesitan 10.000 euros para viajar por África. Catalin y Elena, que así se llaman los angelitos, han llegado a decir sin despeinarse ni sonrojarse que trabajar no es una opción porque tener el impacto que ellos tienen  en las redes no es compatible con doblar la espalda. Se ven a sí mismos como seres incuestionables y necesarios para el avance del género humano y, en el fondo, no los culpo, porque esa Matrix en que vivimos nos hace creer que cinco mil o cien mil personas siguiendo nuestras monerías son el mundo entero. Vamos, que somos tontos de remate y, además, cortos de vista. 

El filósofo Vattimo nos propone abrazarnos al pensamiento débil, esa especie de anarquía no sangrienta opuesta al pensamiento tradicional. Este profesor de hermenéutica nos recuerda el abandono de la violencia, el control sobre la destrucción de la naturaleza y, en definitiva, una interpretación menos neurótica de la existencia. Se trata de propiciar áreas de libertad para los sujetos débiles, de emancipar a las personas y, fortaleciendo esa autonomía, ir destruyendo el estado de cosas, ir desvelando la Matrix y que el Gran Hermano deje de tener poder sobre nosotros. 

Mientras pensaba sobre esto, me acordé de la orangutana Sandra, a quien la justicia bonaerense le ha reconocido que es persona no humana, sujeto de derechos. Veo una fotografía de ella entreteniéndose con una revista y en su mirada me reconozco con siete años, observando un mundo de simios que nos mostraban el futuro a través de las huellas del pasado. Quizá la década próxima, mientras las personas humanas sigan babeando ante quienes se autodenominan influyentes o desfilando al son que les marcan, otras personas no humanas humanicen la Tierra porque, como nos canta el coro en el cuarto movimiento de la 9ª de Beethoven, hemos de buscar la razón del mundo más allá de las estrellas.


NOTAS: 
Este texto sirvió de base al espacio “En Paralelo”, de la revista radiofónica “Te cuento a gotas” correspondiente a julio de 2019. Si quieres escucharlo entero: https://www.ivoox.com/37816920

Fotografía ©️Amparo Quintana - Calle Alameda (Madrid), 9 de febrero de 2019


3 de marzo de 2019

Yo y las pseudociencias




Eso, en esencia, es el fascismo: la propiedad del Estado por parte de un individuo, de un grupo, o de cualquier otro que controle el poder privado” 
(Franklin D. Roosevelt)


Las mentes preclaras de quienes gobiernan mi país llaman pseudociencias a ciertos tratamientos terapéuticos que, según ellos, se encuentran más cerca de la charlatanería y el fraude que de verdaderos métodos curativos. Utilizan ese vocablo en tono despectivo, humillante, ufanándose de que solo hay un dios y ellos son su profeta. 

No contento con el varapalo que hace unos meses le dio la Unión Europea, cuando esta supranacionalidad se negó a prohibir la homeopatía y la acupuntura, y sabedor de que una mentira repetida hasta la saciedad se “convierte” en una verdad, el Gobierno de España sigue con su matraca presuntamente racionalista, moderna y avanzada y ha elaborado una lista con cien materias de las que él denomina pseudociencias, plasmado su mensaje en un vídeo que, además de ridículo y feo, resulta engañoso. El objetivo no es otro que mezclar churras con merinas, confundir a los ciudadanos y maquillar la realidad, no sé si a sabiendas o por pura ignorancia, porque vergüenza me da pensar que una ministra de sanidad y  un ministro de ciencia estén tan verdes en estas cosas.

Utilizo la homeopatía desde 1985 y la acupuntura desde un poco más tarde, a principios de los noventa. En ambas modalidades he acudido a profesionales de la medicina que llamaremos “ortodoxa”, es decir, titulados en universidades españolas y con posgrados realizados en países no sospechosos de brujería. Siempre me han recibido en consultas médicas al uso y los homeópatas me han extendido recetas con remedios que los farmacéuticos de mi ciudad me han vendido sin problema. Los acupuntores han manipulado las agujas y la moxa con una pulcritud que a veces no he encontrado en las batas y las cabelleras de algunos de atención primaria. Y hasta ahora me ha ido muy bien con mis gránulos y mis punciones, al igual que a millones de personas. 

Me extraña mucho que estos políticos no sepan que los conocimientos homeopáticos vienen utilizándose oficialmente desde principios del siglo XIX gracias a Hahnemann, que no era ningún hechicero, sino un médico e investigador químico. No puedo creerme que tampoco sepan que existe un museo dedicado a este científico en la localidad de Sibiu, ni que en las boticas alemanas, francesas, austriacas, checas, italianas y rumanas (por citar solo las que he frecuentado más cuando he caído pachucha en algún viaje), al solicitar un remedio para el mal de turno y si no llevas receta, lo primero que te preguntan es si lo quieres homeopático o alopático. 

Igualmente me sonroja creer que los gobernantes no han leído u oído jamás que la acupuntura se viene usando desde aproximadamente el siglo VI a.C.  con resultados contrastados. Así que, como no puedo imaginármelos tan iletrados, quizá tengan razón quienes arguyen razones menos claras, como haber sucumbido al lobby de la industria farmacéutica, nada inocente y muy  poco noble cuando regala viajes y otras prebendas a médicos que prescriben sus últimos productos o cuando lanzan al mercado medicamentos cada vez más caros que acaban desterrando de las oficinas de farmacia otros mucho menos costosos e igual o más efectivos, pues suele tratarse de específicos antiguos y utilizados hasta la saciedad. 

Me gustaría que este gobierno pomposo y paternalista ejerciera la libertad que pregona y dejara que cada cual se cure como quiera. Llevan su ideología de fuegos artificiales hasta la paradoja de plantearse legalizar la eutanasia y la asistencia al suicidio y querer enderezarnos a quienes queremos estar sanos con terapias sin efectos secundarios. En lo que a mí concierne, seguiré usando los remedios que me dé la gana, en uso de mi libertad. No soy quién para criticar a quien acude a cromoterapia, flores de Bach o se tira de un puente. Detesto el paternalismo, el pensamiento único y el paso de la oca, con lo que también respetaré que esos ministros se traten con omeprazol la acidez de estómago que el bicarbonato quizá pueda calmarles, conscientes de que la OMS ya nos ha dicho que el primero, a la larga, causa demencia. 


©️Fotografía A. Quintana. Las Palmas de Gran Canaria, 25 de octubre de 2018.



15 de noviembre de 2015

Arquetipos vitales (II): Uno y uno es uno o la cinta de Moebius



Aquel día se levantó resacosa. Llevaba años sin probar el alcohol, pero recordaba esa sensación de vacío y alucinación que la mantenía flotando en la nada. Era consciente de que el sueño debió de vencerla ya de madrugada, cuando las constelaciones empiezan a ocultarse a la mirada de los insomnes. Sabía que las decisiones no deben tomarse cuando nos embarga la tristeza o el enfado, mas era preciso actuar, ser protagonista de su propia historia y encarar los vientos del destino con velas renovadas.

Cogió papel y lápiz y apuntó "Me he pasado la vida amando a los demás y descuidándome". No acababa de releerla cuando la tachó y cambió la frase por esta otra "Nací para amar por encima de mis posibilidades". Y siguió apuntando con la letra menuda de siempre "pues quizá nunca estuve preparada para el desamor. No se trata solo de la educación recibida, sino tal vez sea un rasgo de carácter. He aprendido que no sé amar porque me duele abandonar más que ser abandonada". Y llegando a este punto, las lágrimas brotaron de unos ojos cansados, enrojecidos y dilatados para poder ver lo que no es perceptible a través de ellos. Entonces, vino a darse de bruces con la imagen de un ilusionista de circo, uno de tantos de los que acapararon su atención infantil en tardes de colores y risas, de los que sacaban pañuelos de un cigarro y conejos de una chistera aparentemente vacía. De los que, a pesar de utilizar trucos y artimañas, siempre la fascinaron porque la transportaban al mundo paralelo de la magia. Se acordó también de un juego con naipes que su padre le enseñó y de lo que su progenitor hacía con la gente sentada en una silla.

Sumida en estos pensamientos, cogió una baraja y, removiéndola varias veces, escogió a ciegas una carta: el as de espadas, atributo del rey Arturo, protegido de Merlín. Ojalá ella tuviera a su lado un druida así que la guiara sabiamente, advirtiéndola de los peligros, capaz de transformar el éter en materia y viceversa. Pero la realidad es obstinada y las cosas no aparecen cuando se las llama... ¿o sí? Abandonó sus pensamientos, fue hacia el baño para asearse y, secándose, adivinó que las cosas grandes y extraordinarias llegan tras momentos de lucha y zozobra.

Encendió la radio y oyó, entre las noticias que iba escuchando, que alguien le decía con voz amistosa y segura "no corras por quien no es capaz de andar a tu lado". Esta frase la leyó en alguna red social meses atrás y enseguida pensó que se trataba de una alucinación auditiva.

Se preparó el desayuno y, al untar mantequilla en el pan, apareció sobre la mesa una fotografía suya de cuando nació, en brazos de una abuela que, con la mejor de las sonrisas y la mirada más cariñosa, sin palabras le repetía una y otra vez "haz bien y no mires a quién". ¿Cómo llegó hasta allí la foto? ¿Sería verdad que, en ese instante congelado que revelaba la imagen, su yaya le transmitió tamaño mensaje? Lejos de asustarse por lo que estaba pasando, se dio cuenta de que Merlín estaba con ella y le mostraba la verdadera realidad de su existencia, que no era otra que encontrar el equilibrio entre lo que le gustaría hacer y lo que debe hacer. Pero hasta que el fiel de su balanza encontrara el punto muerto, tanto debate interno la consumía.

Salió a la calle y se fue caminando cuesta arriba, dejando tras sí varias paradas de autobús. Llevaba la mente en blanco, aunque no estaba ausente, sino conectada con todo. Era capaz de distinguir el humor de cada conductor por el ruido que hacía su vehículo al frenar o arrancar; percibió que los pájaros se contestaban unos a otros y que el sol le traía noticias de Ítaca.

Al torcer una esquina vio un teatrillo antiguo, con una marioneta en medio que le hizo un guiño. ¡Era Merlín! Vestido de blanco, le recordó que en algún universo paralelo ella no había nacido aún, que en otro ya había solucionado lo que ahora tanto le preocupaba y que, probablemente, era polvo de estrellas o rama de olivo en cualquier punto de la línea que trazan espacio y tiempo. También le trajo el aroma a rosas de su abuela y comprendió en ese instante que debía seguir el consejo que ella le dio. Tenía que perdonar y perdonarse, mirar de frente al miedo para que este se disipara, dejar a un lado todas las ideas que cercenaban su autoestima, pensar que ella y sus paralelas identidades componían sin embargo una unidad. Eran el uno, lugar donde todo nace, esencia que todo abarca, pensamiento y acción, causa y efecto de todas las cosas, lazo moebius que envuelve universos lejanos. Y volvió a estar más tranquila, como cuando de pequeña, en el circo, los prestidigitadores ejecutaban su número sin que el truco de adivinara. Pura magia.

NOTA sobre la fotografía: Tomada en la calle Segovia (Madrid), 15-11-15


16 de septiembre de 2015

Dudas atemporales



¿En qué sistema vivimos?
¿Hay subsistemas dentro del sistema?
¿Por qué a un libertario se le considera antisistema y a un corrupto no?
¿Para qué se crearon los Estados?
¿Necesitamos permiso para ser libres?
¿Por qué los gobernantes y mandatarios nos consideran a todos potencialmente perversos?
¿Un empresario puede ser antisistema?
¿Todos los pobres están fuera del sistema?
¿Dónde está el peligro del sistema y de quedarse fuera de él?
¿Por qué pretenden acabar con el sistema introduciéndose en sus instituciones y quedándose en ellas?
¿Los sistemas caducan?
¿Por qué algunos me tratan tan autoritariamente, siendo antisistema?
¿Por qué los ácratas nunca han sido valorados?
¿Por qué nada cambia?
¿Por qué los antisistema abrazan el gatopardismo cuando gobiernan?
¿Por qué seguimos en un sistema decimonónico?
¿Por qué es más democrático votar que no hacerlo?
¿Por qué se me considera inmersa en el sistema si jamás cobré una beca, subvención, pensión o ayuda pública, ni alcancé cargo alguno?
¿Por qué nadie reconoce que es de derechas?
¿Qué es el centro en política?
¿Por qué la izquierda se tiñe de rosa palo?
¿Por qué cambian las sociedades y los problemas siguen siendo los mismos?
¿El sistema da la oportunidad de ser antisistema?
¿El cristianismo se fundó en teorías antisistema?
¿Por qué todos intentan manipular?
¿Son necesarias tantas leyes?
¿Por qué se niega lo obvio?

No se asusten, no fumo ni bebo ni tomo psicotrópicos. Estoy cuerda y, como tal, dudo de casi todo.


NOTA sobre la fotografía: Salerno, 20-8-2015

30 de julio de 2015

Crónicas Rumanas (y VI): De repente un día o el éxtasis místico



Te levantas y haces lo que cada mañana vienes realizando de forma automática. Sales y te dedicas a las tareas que el día te tiene preparadas. Llamadas telefónicas, atender el correo, algún guasap simpático y otro molesto, trabajo, comida, quizá una siesta, más trabajo, un paseo… y de repente te das cuenta de que ya no lloras, no te martirizas, no te cuestionas nada porque ya sabes la respuesta y, aunque esta no te agrade, te has alejado del conflicto que otros mantienen con ellos mismos.


De repente un día eres capaz de tomarte la vida como un helado de tutti-frutti en el que se amalgaman trocitos de distintas frutas y no rechazas ninguna, pues la esencia de la golosina es esa, la mezcla.

De repente un día eres capaz de fluir como lo hace un río, hasta desembocar en el mar y comprender que no eres tan solo una ola, sino el océano mismo.

De repente un día te das cuenta de que nunca has apagado la luz de tu casa ni del camino que conduce a tu morada y que seguirá así porque no has dejado de ser tú mismo, solo que ahora eres consciente y estás abierto a todo sin esperar nada.


De repente un día se disipa la niebla.


NOTA: La fotografía del carro de helados está tomada en Sighisoara y la de la casa, en Brasov.