Italia cierra entre el 15 y el 16 de agosto. Las populosas calles se vacían de gente, decidida a celebrar en plena canícula una especie de nochevieja veraniega. Al filo de la medianoche, cientos de personas acuden a playas, ríos, piscinas o fuentes para bautizarse con agua de fiesta. Balcones y ventanas se llenan de velas encendidas, esperando la madrugada, para sumergirse, con el alba, en el obligado letargo del día siguiente. Se me antoja que las ciudades se purifican con estos ejercicios de inactividad, en línea similar a lo que Christo Javacheff hace cuando cubre por completo esos objetos monumentales, islotes o edificios emblemáticos.
Acabo de encerrar en cajas de cartón libros, carpetas y papeles. Ya no existen para la vista, han perdido la identidad que albergaban como habitantes de un cajón o un estante. Cuando para ellos llegue su dieciséis de agosto, veré si aún conservan la importancia que les imprimí alguna vez.
Nota: La fotografía fue tomada este Ferragosto pasado, en una de las más céntricas y concurridas avenidas de Palermo. El equivalente a nuestra calle Alcalá, a la altura de Banco de España.