Gracias por tu incondicional afecto. Hasta siempre, Chispa.
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4 de agosto de 2010
Neorrealismo era mujer
Ha fallecido Suso Cecchi D’Amico, guionista de más de un centenar de títulos imborrables del cine italiano. Colaboradora asidua de Antonioni, Visconti, Rossellini y tantos otros que nos han brindado kilómetros de celuloide en estado puro. El séptimo arte le debe a esta mujer, nacida con la I Guerra Mundial, la magia de haber sabido plasmar en papel lo que luego otros pasarían a imágenes y sonido. “Ladrón de bicicletas”, “Bellísima”, “Las noches blancas”, “Rufufú”, “Rocco y sus hermanos”, "Ludwig" o las más recientes “Ojos negros” y “Caravaggio”, probablemente no habrían sido igual si hubiesen salido de otra pluma. Cuando volváis a ver “El Gatopardo”, recordad que fue una mujer quien hizo hablar a los garibaldinos que allí se retratan y que, gracias a ella, dio la vuelta al mundo esa maravillosa novela de Lampedusa. Quienes hemos crecido y, en cierta manera, nos hemos formado con cine, cine y más cine estaremos siempre en deuda con la Sra. Cecchi.
26 de julio de 2010
¿Viene el agua?
Nuestros antepasados decían que “la letra con sangre entra”, en relación a que, si alguien no hace lo que debe, por medio de castigos se consigue reformar su terca actitud. En los tiempos que corren, parece que este aforismo ha caído en desuso, al menos en su acepción más literal, pues incluso para la doma o adiestramiento de animales son cada vez más numerosas las voces que se inclinan hacia métodos menos contundentes (y yo me alegro). Sin embargo, existen eventualidades que me llevan a pensar que ciertos estamentos se valen de truquillos para, bordeando esa máxima tan antipática y anacrónica, imponernos el comportamiento que estiman adecuado. En este sentido y desde hace tiempo, el Canal de Isabel II viene indicándonos a los madrileños que el agua es un recurso limitado, que no podemos malgastarla, advirtiéndonos de las graves consecuencias que su abuso o mal uso pueden acarrear a medio plazo. Lo cierto es que las campañas informativas y la tarifación más alta de aquellos que despilfarran H2O no deben de haber conseguido los objetivos deseados, así que se han decidido a aplicar otros procedimientos. Olé sus...narices. Veamos:
Desde el viernes 23 de julio por la noche, los vecinos y comerciantes de más de cien portales de mi calle estamos sin suministro de agua. Todo vino por el reventón de una cañería. De pronto empezó a manar una fuente en mitad del asfalto, formando regatos que, aparte de limpiar calzadas y aceras muy sucias, refrescaron a esos sufridos árboles que, con el estoicismo que los caracteriza, aguantan calores, orines, colillas, humos de coches y hasta heces (de perro, se entiende; los pises tienen diversas procedencias). Avisado el Canal, éste procedió a cortar inmediatamente el abastecimiento de un buen tramo de una avenida y algunas calles adyacentes, situadas en uno de los barrios más populosos de nuestra cuidad, donde conviven personas de todas las edades, nacionalidades, profesiones y rentas, al lado del Puente de Segovia. El sábado amaneció espeso, en lo que a temperatura se refiere. Fuimos al lavabo y, ¡oh desilusión!, ni una mísera gota. En fin, había que informarse y actuar en consecuencia. A través del teléfono de Atención al Cliente, decían que la avería se arreglaría a lo largo de la mañana y tarde de ese día. Mi primer té lo hice con media jarra de agua que guardaba en la nevera. A la calle, pues, carrito en ristre, en busca de botellas y garrafas para beber y cocinar. Lo normal en estos casos. Llegué al punto de la rotura y vi a un señor metido de cuerpo entero en una zanja, utilizando una pala. Otro operario miraba cómo lo hacía. Eché un vistazo alrededor y ni rastro de ingeniero o técnico que dirigiera aquello. Yo, en mi ingenuidad y desconocimiento, pensaba que llegaría alguien con planos, para acometer más fácilmente la cañería rota, sin llevarse por delante conductos de gas o cables eléctricos, pero deben de ser muy profesionales y no necesitarlos. Cerca de las dos de la tarde llegaron unos camiones con bolsitas de agua. Iban dejando contenedores cada cincuenta metros, aproximadamente. En total, seis artefactos con unas doscientas bolsas de litro cada uno. Se agotaron en un pispás. Normal; ya he dicho que en mi barrio vive mucha gente. Medio aseados con el agua que compré en la tienda, decidimos salir a comer fuera y ver una peli. Lo primero transcurrió sin incidentes, pero al llegar al cine ¡tenían cerradas tres salas por avería del Canal! Estaba claro, también en ese distrito aplicaban la nueva técnica de educación para el ahorro de agua. ¡Qué listos!
Hoy es lunes 26, seguimos con los grifos secos, la ropa sucia descansa en la lavadora, los cacharros manchados atestan el lavavajillas... por no hablar de otras cosas. Me he trasladado a un hotel cerca de casa, porque no puedo (ni quiero) permitirme el lujo de llegar a trabajar maloliente y desaliñada. En Atención al Cliente me indican que todo sigue igual y ya no saben qué decir.... Mejor, porque las narices largas no favorecen mucho. Ahora, eso sí, creo que mis vecinos y yo estamos ahorrando mucha agua.
20 de julio de 2010
Zambrano en las esquinas
A menudo paso por la Plaza del Conde de Barajas, donde vivió María Zambrano allá por los años veinte. Siempre que lo hago, sea cual sea la época del año y vaya charlando, cargando bolsas o ensimismada, no puedo por menos que pensar en la ilustre malagueña e imaginármela por allí. Curiosamente, no suele haber gatos en esa plazoleta o, al menos, no de forma significativa. Sin embargo, eso no sucede con su tumba, fácilmente reconocible por la multitud de mininos que la pueblan. Parece que esos animales, que acompañaron a María durante toda su vida (sentía predilección por ellos), se hubieran trasladado donde reposan las energías de su amiga, tal vez esperando verla aparecer por las esquinas más próximas.
Por cierto, el epitafio de la Zambrano es “Surge amica mea et veni”, lo mismo que deben desearle los gatos.
16 de julio de 2010
La vida a capas
Leo en la prensa que los trabajadores que llevan a cabo las faenas de reconstrucción de la llamada “zona cero”, en Nueva York, han encontrado los restos de un navío del siglo XVIII. No es la primera vez que unos operarios se topan, al excavar, tunelar o picar, con vestigios de otras épocas, lo que me lleva a preguntarme dónde estarán nuestras casas de hoy dentro, por ejemplo, de quinientos años. ¿Encontrarán restos de sus cimientos? ¿Aparecerá la pata de una silla o la batería de un teléfono? ¿Tendrá interés para las generaciones de entonces, como actualmente lo tiene para nosotros visitar Pompeya o Atapuerca? ¿Qué interpretación le darán a todo lo que encuentren? A este respecto, los ingenieros de Manhattan opinan que el barco de marras sirvió como relleno en las obras de ampliación de la isla. La explicación que dan entra dentro de nuestra lógica: el metro cuadrado de terreno valía muchísimo en aquella época y las autoridades intentaban por todos los medios robarle espacio al mar. Justificación lógica, ya digo, pero a la luz del siglo XXI, porque vaya usted a saber cuál fue la realidad y por qué está ese buque en el centro de la urbe.
Cuando estudiaba geología, me llamaban la atención los estratos que conformar muchas partes de la corteza terrestre. Me imaginaba a una gran mano cocinera extendiendo capas y capas de ingredientes hasta formar una montaña o un acantilado como si fuera un apetitoso pastel. Cuando paseo por mi ciudad, abierta como una granada, y contemplo los restos de un enclave árabe a dos o tres metros bajo cota, pienso que no hacemos sino emular a las cebollas: piel sobre piel.
14 de julio de 2010
La belleza de los lunes
A menudo coincido con un ser especial en el autobús. Él se baja en la parada más próxima a la Fundación Síndrome de Down y yo continúo mi trayecto. Suele ir solo, mirando el periódico gratuito, escuchando música a través de auriculares o hablando por teléfono. A veces lo he visto acompañado de colegas suyos. Charlan, hacen planes, bromean, se corrigen mutuamente... en fin, actúan como cualquier otro joven.
Hace años, las personas con cuarenta y siete cromosomas apenas eran visibles. Las ocultaban en sus hogares, normalmente bajo el amparo de sus madres. Cuando alguien se refería a ellos, bajaba la voz y elegía con cuidado el sustantivo correcto (normalmente en diminutivo), acompañándolo casi siempre de un gesto entre lastimoso y condescendiente, pero en el fondo siempre distante, como queriendo dejar claro que “esas cosas” sólo les sucedían a otros y casi siempre por alguna causa imputable a ellos mismos. Se tenía cercana aún la idea del castigo divino, por la cual rara era la enfermedad, defecto o complicación que no fuera consecuencia de una ofensa hecha a los cielos. Ni que decir tiene, además, que aquellos defectos ajenos ni por lo más remoto entraban en el canon de belleza establecido. Eran feos, así de simple, además de anormales e inútiles.
Las cosas han cambiado bastante y hoy podemos verlos estudiando, trabajando, yendo a la compra e, incluso, encargándose de cuidar a sus parientes. La literatura y el cine ya los tiene presentes y hasta se comercializan muñecos con rasgos similares a los suyos. A esto se le llama normalización e integración, como espero ocurra con tantas y tantas cosas que permanecen aún a la espera de que les toque el turno. Para eso son muy importantes el respeto, la comprensión y una información no manipulada. Sólo así se consigue que aquello que lo que una vez fue extraño, pueda llegar a no serlo y que los penosos lunes nos brinden su mejor sonrisa.
Nota: El cuadro que sirve de ilustración es de Joshua Reynolds y se titula “Lady Cockburn y sus hijos” Me fijé en el niño que aparece tras la madre.
Segunda nota: En la entrada se pueden cambiar las referencias al síndrome de Down por lo que el lector quiera (yo también he pensado en los hermafroditas, por ejemplo)
12 de julio de 2010
Gazpacho, macedonia y derecho de gentes
Ha tenido su gracia ver celebrar los goles de la selección española de fútbol al chino que vive en el edificio de enfrente. Cada vez que La Roja apuntaba un tanto en el marcador, salía al balcón con singular alegría y gritaba y se movía como lo habrían hecho un gaditano o un aragonés. Pero hay más: estos días hemos podido contemplar a centenares de inmigrantes envueltos en la bandera roji-amarilla, llevando de la mano a sus niños con el mismo atuendo y coreando hasta la afonía su orgullo por sentirse de aquí. También he visto turistas ingleses o italianos hacer lo propio y no he podido por menos que sonreír con ellos y, de paso, reírme de tanto mentecato que aún cree en fronteras, alambradas, murallas y guetos.
Parece que el deporte ha ganado una hermosa batalla: aunar personas, reconocerles un patrón común por encima de orígenes, lenguas y documentos administrativos. Algo parecido al ius gentium de los jurisconsultos romanos, es decir, aquel que se aplicaba a todos los seres humanos, con independencia de su procedencia. Porque, si poner puertas al mar es tarea imposible, reconozcamos que cada individuo puede ir y venir donde le plazca, sentirse de un grupo u otro según el momento y vincularse a lo que quiera sin abdicar de lo que es. Se dice que “pan con pan, comida de tontos”, así que mezclemos vegetales y saboreemos un gazpacho o una macedonia. El paladar saldrá ganando.
Recuerdo
Hoy, doce de julio, hace años que mi abuelo paterno cerró sus ojos. Quienes me conocen saben de sobra lo que sentía por él y el montón de cosas que aprendí a su lado. Para quienes no me conozcan, este minúsculo poema que le escribí en 1985:
Me asomo al mar por tus ojos
y a los huesos del saurio. Leyenda.
Cabalgata de amatistas
9 de julio de 2010
Apartheid
Ahora que no segregamos a la población en virtud de sus rasgos étnicos, que se nos llena la boca de hablar de integración social, escolar, laboral, etc. Ahora que está mal visto hacer chistes a costa de las diferencias ajenas. Ahora que hablamos tanto de la libertad de religión, pensamiento y expresión, hasta el punto de tener consagradísimos esos derechos. Ahora que nos creemos lo más de lo más en cuanto a ideología liberal y tolerante, no comprendo cómo en Austria puede haber plazas de aparcamiento diferenciadas, según el culto del conductor. Además, ¿quién lo controla? Miedo me da, aun en el supuesto de que hayan caído en desuso y la gente estacione el vehículo sin mirar la señal. Porque, si es así, díganme qué pintan esas marcas en el pavimento. Pero, si aún cumplen su finalidad, peor aún.
Nueve del siete
Ella madrugó mucho más que otros días. Al abrir los ojos, lo primero que sintió fue vértigo y agobio ante la jornada que la esperaba. Iba a estar expuesta a todos sin contemplaciones de ningún tipo y se imaginaba saltando al vacío sin red. Hubiera preferido en ese momento no ser la protagonista o, mejor, aparecer en mitad de todo, como ocurre con muchos personajes principales en las viejas películas americanas. Sí, eso mismo, llegar de la mano de su pareja y soltar de sopetón un “aquí estamos y os presento a...”, como la audaz Joanna de “Adivina quién viene esta noche”. Pero la realidad era otra y, al fin y al cabo, ella lo había querido así. Además, el premio no sería otro que lo que más deseaba del mundo: empezar una nueva etapa con su amor.
Hoy también ha madrugado y lo primero que ha sentido es alegría por reconocer en la almohada al mismo rostro que la acompaña desde ese nueve de julio de hace veintidós años. Solamente por eso, la vida merece la pena.
Felicidades, cariño. Esto es para ti.
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