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2 de julio de 2022

El mal de Voltaire o la resistencia del grafeno

 



Investigadores de la Universidad de Maryland han descubierto recientemente una propiedad inesperada en el grafeno, esa sustancia compuesta de carbono, que es bidimensional y cuyos átomos forman una superficie ligeramente ondulada. Es como una red de agujeros hexagonales, todos ellos ordenaditos y sin roturas, no vayan ustedes a creer que es una red cualquiera. Es además el material más resistente de la naturaleza. Pues bien, ahora resulta que, además de esto, sus extraordinaria propiedades podrían desvelar la existencia de un universo paralelo al nuestro, resolver las dudas sobre la constante cosmológica y explicar cómo se formaron las partículas elementales. 


Este descubrimiento, como muchos de los que se ha sucedido a través de la Historia, ha sido inesperado, apareciendo casi de repente, pero parece que podemos concluir que nuestro mundo, nuestra realidad, nuestro universo es paralelo de otro y ambos interactúan constantemente entre sí. Puedo imaginarme a los científicos lanzando su ¡eureka! y escuchándose ese grito de alegría en el otro mundo, dicho sea esto sin connotaciones mortuorias, sino literales.  


En fin, comprenderán todos que, ante esa noticia, me sentí eufórica y corrí a compartirla con mis inquilinos para explicarles que, en los experimentos sobre las propiedades eléctricas de las láminas de grafeno apiladas, prevalecen unas condiciones energéticas especiales que se repiten siempre, produciendo resultados que se parecen a pequeños universos. Vamos, que a partir de ahora mi casa se llama "Villa Grafeno”. 


La verdad es que mis compañeros de piso, obviamente, no se han sorprendido tanto, porque ellos van y vienen a su antojo de un universo a otro, lo mismo les da que estos sean paralelos o convergentes, están en otro plano y las leyes del tiempo y el espacio no guardan secretos para sus etéreas personalidades.  Pero agradezco que hayan entendido que los humanos nos alegramos cuando los acontecimientos suponen una especie de refrendo a nuestras creencias. Tal es así que Didetot anda documentándose sobre el tema, para llevarlo a la Nueva Enciclopedia, con el permiso de un Voltaire que estos días no ha parado del Museo del Prado al Reina Sofía y de allí al Palacio Real, pasando por La Granja de San Ildefonso e IFEMA.  Se nos ha quedado en los huesos con tanto trajín y, como él dice, «tantos ojos que no ven y tantos oídos que no oyen». Ha resultado que no es tan fuerte como el grafeno que estudia su adorado “Didot”, como familiarmente le llama. 


— ¿A qué se refiere, François-Marie? 

— ¡Ay, madame Quintana! No entiendo por qué se ha reunido toda esa pléyade de mandatarios y acompañantes alejados de la gente. ¡Así cualquiera! Esos sí que han disfrutado de un mundo paralelo artificial y vacacional, decidiendo sobre cuestiones que le afectan a usted y a sus semejantes, pero sin tenerles en cuenta. Lamento decirle, Quintana, que estos de ahora son como los de Troya, como los de siempre; se amparan en el bien común para reforzar su bien particular (y alarga la u, como queriendo subrayar la traición que supone buscar acomodo personal y regalías disfrazadas de vocación y entrega abnegada en la res publica. ¡Qué gente he visto, madame! Unos ‘horgtegas’ de mucho cuidado como dicen por aquí.


Y luego me explica, bastante apesadumbrado, que él acudió a esas reuniones para comprender y tomar nota de un concepto que en sus tiempos no existía: la supranacionalidad.


— Y lo único que me he encontrado, ‘señoga’ mía, es el ansia por gastar más y más en armamento, acentuar lo que ustedes los mortales llaman la política de bloques y que salga el sol por Antequera. 


Como veo que la situación le supera y lo noto entristecido, prefiero no comentarle que se ha vuelto un castizo manejando refranes y dichos. Cualquier día me despierta cantándome el Caballero de Gracia…


Tal fue su experiencia que lleva recluido en el cajón de las toallas intentando reponerse; no habla con sus amigos; rechaza las tisanas que le ofrecen Sissi y Clara Campoamor y de vez en cuando se le oye suspirar y hasta llorar. Nos tiene muy preocupados a todos, porque si se hunde Voltaire, nos vamos pique. Cómo serán estas cosas del mundo etéreo que hasta Rousseau se ha manifestado anoche y,  olvidando las tensiones que ambos mantuvieron en vida, le trajo algunas florecillas silvestres  que dijo haber cogido sin estropear el entorno (ya sabemos que Juan Jacobo es muy mirado para eso de cuidar la naturaleza). 


De vez en cuando me llegan por telepatía los pensamientos del filósofo parisino (lo hace adrede, para conversar de forma muda y ahorrar energía) y sufre por contemplar cómo sin mentir de manera estricta, hay personas que sin embargo engañan. Para él, al fin y al cabo un aristócrata del pensamiento y de las costumbres, no existe perdón para el político que manipula, que siembra cizaña y que juega al ajedrez en tableros ajenos, es decir, en territorios que no son propios. Creo que odia profundamente lo que la OTAN supone y le chirría que hayan mencionado en la cumbre algunas de sus frases más célebres para pervertirlas porque, según Voltaire, no saben qué es la verdadera libertad, ni el derecho de los ciudadanos a pensar, opinar y manifestarse libremente. 


Lo dejo tranquilo, con la esperanza de que se recupere esta semana, pues regresa su querida Raffaella con nuevas coreografías. 


Por otro lado, parte de mis ocupas se han aficionado al fútbol femenino. La causa fue que hace dos meses la constelación de Libra, que anda un poco desubicada buscando su perdido equilibrio natural, me acompañó al teatro, a ver “Ladies Football Club”, una obra dirigida por Sergio Peris Mencheta en la que se recoge la peripecia del primer club de fútbol femenino de la historia, inglés como no podía ser de otra manera. Eran mujeres que, mientras los varones de sus familias fueron reclutados para marchar al frente en la guerra del catorce, entraron a trabajar en una fábrica de armamento, pues había que llevar el pan a casa. Un día, durante el descanso, se pusieron a jugar con el prototipo de una de esas bombas que, aunque destinadas a ejércitos enemigos, podrían despistarse y acabar en la trinchera de alguno de sus hombres. 


De ese juego recreativo pasaron a formar un verdadero equipo y competir con otras féminas y algunos jovencitos que, por edad, podrían ser sus hijos. Se ataviaron con uniformes negros confeccionados por ellas mismas y no tuvieron más remedio que acatar la regla que les imponía salir al campo con un gorro en la cabeza, ocultando el pelo.


A fuerza de cosechar fama y algunos éxitos deportivos, de enfrentarse a la escuadra alemana, provocar que surgiera la afición por los equipos femeninos y subir la moral de los hogares semivacíos, tras el armisticio regresan los maridos, padres, hermanos e hijos a sus respectivos domicilios y a los trabajos que abandonaron por razones patrióticas. Entonces las mujeres vuelven al sitio que tenían adjudicado antes de la I Guerra Mundial, es decir, a las tareas domésticas y al ocio que esos maridos, padres, hermanos e hijos entendían que era el más adecuado para ellas.  


Tanto es así que el fútbol femenino se prohibió en el Reino Unido y no se legalizó hasta los años setenta del siglo veinte. No perdamos, pues, de vista, que ejercer nuestra libertad al final depende de quien decide en qué batalla embarcarnos.


Se repite por ahí con demasiada frecuencia aquella frase de Flavio Vegecio Renato que parece conminarnos a prepararnos para la guerra si deseamos la paz, a mostrarnos fuertes frente al enemigo y que los adversarios no detecten nuestras flaquezas, como si los seres fuéramos débiles o fuertes en correlación al mal que estén dispuestos a provocar. Nadie piensa en el grafeno, cuya solidez y resistencia de sus átomos convive con su aspecto casi transparente, de apariencia frágil.  


Algunas personas son invitadas a visitar museos y comer cerca de esculturas y otras obras de arte, a pasear enseñando sus colas de pavos reales como como si el mundo se hubiera detenido, fotografiando cuadros que no permiten fotografiar al ciudadano medio, mientras al fondo una orquesta de Kiev entona melodías ucranianas. Eso sí, los banquetes son de estrella Michelín. 


Creo que entiendo lo que le sucede a Voltaire y me encerraré con él en el cajón de las toallas, hasta que llegue la Carrà. 



NOTAS: 

  • Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo, noticias de estos tiempos y de otros”, dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado el 2 de julio de 2022 y correspondiente a este mismo mes.
  • Fotografía ©️Amparo Quintana. “Marat Sade”, Naves del Español en Matadero. Madrid, 13 de febrero de 2021.
  • Música para acompañar: “La guerra que vendrá”, de Luis E. Aute.