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7 de diciembre de 2022

Arquímedes sin teorema

 


Sabida es mi afición por el reino mineral, por aquello que aparentemente no tiene vida, pero en realidad posee todas las coordenadas vitales de cuantos planetas, estrellas y satélites habitan el cielo. Mientras que el vegetal y el animal están sometidos a un plazo, el otro alberga la eternidad, como esas piedras con que los judíos agasajan las tumbas de sus allegados y testimonian, de paso, la fortaleza de su recuerdo.


¿Qué es el paso del tiempo? En mi casa, con los etéreos inquilinos que me visitan, evidentemente nada, una mera convención para pasar el rato contando años, meses o minutos. Esto mismo ocurre en dos islas del Pacífico, las Diomedes, también conocidas como “Isla de Mañana” e “Isla de Ayer”. A solo tres millas de distancia,  entre ambas hay casi un día de diferencia, pues se hallan emplazadas en el Estrecho de Bering, entre Alaska y Siberia, a ambos lados de la línea internacional de cambio de fecha que atraviesa el océano y que marca el límite entre una jornada y la siguiente. En invierno se forma una plataforma de hielo entre ambas y sus habitantes pueden transitar de una a otra, aunque es ilegal, porque se trata de países distintos en continentes diferentes y con relaciones políticas no tan amistosas. ¿Pero quién se resiste a jugar con el tiempo? Caminas una corta distancia y ¡zas! viajas 21 horas adelante o atrás. 


Por eso, cuando hablamos de memoria, debemos precisar muy bien a qué nos referimos, no vaya a ser que algunos recuerdos sean en realidad anticipos del mañana, anuncios del ayer o quimeras del presente. La idea aristotélica de eternidad, es decir, lo que perdura siempre, contradice el nihilismo que se ha apoderado de nuestra época, ese cinismo con que muchos hombres y mujeres dirigentes mienten con descaro y a sabiendas de que la remembranza de los ciudadanos cada vez se debilita más a costa del empacho de redes sociales y periódicos digitales. A propósito de esto, algunos científicos vaticinan que el ser humano será, dentro de cien años, encorvado y con las manos en forma de garra, precisamente por el abuso de teléfonos móviles para cualquier cosa excepto llamar. Desde antiguo sabemos que, en la evolución de nuestra especie, mano y cerebro van unidos, siendo aquella una prolongación de este. Las áreas motoras y sensoriales de la mano ocupan una extensa superficie en la corteza cerebral, siendo capaces nuestros dedos y palmas de hacer muchísimas más cosas que cuando vivíamos en los árboles. Si se retrotraen nuestras extremidades a una garra, ¿estaremos involucionando? Y peor aún, ¿cómo influirá eso en nuestros cerebros? ¿Seremos capaces de analizar y razonar sobre cuestiones y cosas más allá de las pantallas? 


Una revista especializada ha difundido un trabajo según el cual, antes de nuestro universo, antes del Big Bang, existía un antiuniverso. Unos profesores del Instituto de Física Teórica de Canadá proponen que en ese antiuniverso el tiempo corre en dirección opuesta y la antimateria es la que gobierna. Sería como cuando vemos algo reflejado en un espejo: al levantar el brazo derecho, nuestra imagen proyecta su izquierdo. ¿Qué les parecería a ustedes que quedáramos allí un día? Debe de ser mucho más emocionante que el metaverso. 


De lo que no cabe duda es de que la ciencia no es implacable ni exacta o, si no, que se lo digan a la almeja Cymatioa cooki, que se creía extinguida hace 40.000 años y resulta que vive tranquilamente frente a la costa de California. Fue descubierta de manera accidental por un ecólogo marino que buscaba babosas para sus estudios; se dio de frente con la concha de un bivalvo blanco desconocido salvo en su modalidad fósil. Tras los análisis oportunos y múltiples viajes a la localización del hallazgo para verificar si existía una colonia de esos moluscos, se ha concluido que, en efecto, la simpática almeja ha resucitado para la ciencia. El cooki de su nombre se debe a Edna Cook, que fue una famosa coleccionista de conchas y caracolas. 


Otro tipo de universo es el de los dibujos animados, construido por las historias, ilustraciones, movimientos y sonidos que han ideado unos artistas y muchas veces son ejecutados por otras personas. Si decimos Cenicienta, Fantasía o Peter Pan, asociamos esos títulos a un señor llamado Walt Disney, es decir, el padre de esas tres películas míticas. Pero no nacieron por generación espontánea, sino que también tuvieron madre, pues en realidad se deben al genio y creatividad de la dibujante Mary Blair, que llegó a la productora en 1940 y aquello supuso una revolución en cuanto al color y líneas, definiendo un estilo inconfundible. Su forma de trabajar, marcada por un estilo audaz y rompedor en la época, fueron claves para que se hiciera rápidamente un hueco en el estudio. Fue enviada por el presidente Roosevelt a varios países iberoamericanos, donde siguió evolucionado y buscando nuevos caminos como supervisora arte. 


— ¿Sabe usted cuántos granos de arena son necesarios para llenar el Universo? 


Quien me habla así es un Arquímedes perdido, porque no se halla con el plato de ducha que le ofrezco, en lugar de una bañera o tinaja, que en realidad es lo que me pidió para las demostraciones de su teorema más popular. 

— Dígame, no tengo ni idea —  le respondo. 

— Los jóvenes han abandonado la costumbre de pensar por sí mismos y, claro, usted prefiere que yo se lo diga. 

— Creo que me lo explicará de todos modos, señor Arquímedes, pues de lo contrario usted no se habría hecho visible en esta tarde tan lluviosa y desapacible. 

— Cierto. Cuando llueve me dedico a poner a punto mis nuevos artefactos mecánicos, muchos de ellos meras variaciones de otros anteriores. Mire, señorita, el número de granos de arena necesarios es 10 elevado a 63. Lo demostré a base de cálculos geométricos y no fue fácil. 


Y como es un día frío, mientras preparo té suficiente para mis sabios inquilinos, él me explica que lo primero que tuvo que hacer fue inventar cómo denominar el número más grande y llego al 1 seguido por 80.000 billones de ceros. Después, tuvo que calcular el tamaño del Universo y por último, se basó en el volumen de las semillas de amapola para deducir cuántos granos de arena llenarían ese universo más idealizado que real. 


Arquímedes de Siracusa, que llegó a mi casa el mes pasado, ha hecho peña con los cuánticos, a quienes considera casi oráculos y magos. También discute mucho con Descartes, pues sabido es el poco tacto que este último tiene para decir las cosas y anda un poco resabiado haciéndole demostraciones “desde la razón” y la geometría analítica que refutan algunos planteamientos del griego. Ahora bien, su colega del alma es la perrita Laika, que le ha explicado que en la Luna existen un cráter y una cordillera a los que pusieron su nombre, así como un asteroide que anda por ahí orbitando. 


Arquímedes significa “el que se preocupa”. Gracias a gente como él, que se ocupa de antemano de aquellas cosas que nos facilitaran la existencia, el mundo a veces nos resulta maravilloso, a pesar de esas leyes que parecen escritas bajo los efectos de estupefacientes adulterados, de los virus y enfermedades con que abren los telediarios, de algunas amantes reales despechadas que cobran por contar secretos de alcoba y cacerías, de la violencia verbal que recorre el mundo, de las políticas y políticos que deberían esfumarse para siempre y no lo hacen, del negocio de la mentira o del miedo que nos inoculan cada mañana, como si con ello persiguieran que no salgamos de casa, que no nos relacionemos con nadie, que no pensemos sino lo que nos indican las redes y los diarios digitales… en suma, que no seamos personas. 


Quienes nos negamos a esa involución del ser humano y aún apostamos por la vida, estaremos eternamente agradecidos a quienes nos mostraron un camino donde pensar libremente es tocar con las manos ese universo que algunos soñaron lleno de arena, aunque no tengan bañeras con que demostrar teoremas. 



NOTAS: 

  • Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo, noticias de estos tiempos y de otros”, dentro del podcast “Te cuento a gotas” grabado el 6 de diciembre de 2022 y correspondiente a este mismo mes.
  • Fotografía ©️Amparo Quintana. Restos de la maquinaria de un barco que en tiempos sirvió para generar electricidad en la estación de Atocha. La Neomudéjar, Madrid, 7 de mayo de 2022. 
  • Música para acompañar: “What a Wonderful World”, de Bob Thiele y George David Weiss, interpretada por Louis Armstrong.