Somos
conscientes de que nos exponemos a las miradas de mucha gente. Desde el bebé
que, sentado en su carrito, atraviesa nuestras lentes oscuras con sus ojos de
hada, capaces de adivinarnos el pensamiento, hasta el funcionario que apenas
levanta la vista y únicamente repara en nuestro bulto humano para despedirnos,
devolvernos un papel sellado o instar a que nos acerquemos al mostrador.
Al
caminar, comprar un champú, tomar el ascensor, atravesar el parque o subir al
tren, cientos de ojos nos rozan y en milésimas de segundo nos absorben. Todos
hacemos lo mismo, por lo que debemos de tener la memoria inconsciente (o un
recodo del cerebro que se le asemeje) repleta de caras.
¿Qué
ven de nosotros los extraños que nos miran? Supongo que los tacones hablarán de
mí tanto como el currículum vitae, pero ¿cuánto hay de esta mujer en ambas
cosas? Presiento que nuestra verdadera identidad se compone de miles de fichas
y que, para completar el rompecabezas, se necesita vida y media. Mientras tanto,
que sigan mirando, pero de frente.