¿Será
este el verbo de la temporada? Por activa o pasiva, últimamente aparece mucho.
Sin ir más lejos, el Papa comunicó ayer su retirada y hace poco también lo hizo
la reina Beatriz de Holanda. Además, las calles se lo piden cada día a
políticos de cualquier bandera, al Jefe del Estado y a quienes configuran los
pilares de este capitalismo que se desmorona, aunque ninguno de ellos hace caso,
tan apegados están a lo que representan.
Hay
quien renuncia inducido por algo o alguien. Entonces, quien lo hace se siente
despojado, mancillado, frustrado y seguramente a la espera de que el viento
cambie de rumbo. De esta manera aglutinará odio, sed de venganza y permanecerá
emboscado esperando la oportunidad de tomar revancha. No hay peor cosa que
sentir la humillación de que nos pidan retirarnos.
Por contra,
quien renuncia de manera voluntaria es coherente consigo mismo y generoso con
los demás, aparte de feliz. Y digo feliz porque, en general, cuando tomamos la decisión
de apartarnos de algo se nos calma el ánimo y el rostro se relaja. No olviden
que, para los budistas, el desapego es la fuente de la satisfacción y, en
consecuencia, el primer escalón hacia la iluminación. Por eso, a los que no
dimiten hay que seguir insistiéndoles en que prueben a hacerlo, para que no
pierdan la oportunidad de ser felices en esta vida y, de paso, dejarnos
tranquilos a los demás.