Nuestros antepasados decían que “la letra con sangre entra”, en relación a que, si alguien no hace lo que debe, por medio de castigos se consigue reformar su terca actitud. En los tiempos que corren, parece que este aforismo ha caído en desuso, al menos en su acepción más literal, pues incluso para la doma o adiestramiento de animales son cada vez más numerosas las voces que se inclinan hacia métodos menos contundentes (y yo me alegro). Sin embargo, existen eventualidades que me llevan a pensar que ciertos estamentos se valen de truquillos para, bordeando esa máxima tan antipática y anacrónica, imponernos el comportamiento que estiman adecuado. En este sentido y desde hace tiempo, el Canal de Isabel II viene indicándonos a los madrileños que el agua es un recurso limitado, que no podemos malgastarla, advirtiéndonos de las graves consecuencias que su abuso o mal uso pueden acarrear a medio plazo. Lo cierto es que las campañas informativas y la tarifación más alta de aquellos que despilfarran H2O no deben de haber conseguido los objetivos deseados, así que se han decidido a aplicar otros procedimientos. Olé sus...narices. Veamos:
Desde el viernes 23 de julio por la noche, los vecinos y comerciantes de más de cien portales de mi calle estamos sin suministro de agua. Todo vino por el reventón de una cañería. De pronto empezó a manar una fuente en mitad del asfalto, formando regatos que, aparte de limpiar calzadas y aceras muy sucias, refrescaron a esos sufridos árboles que, con el estoicismo que los caracteriza, aguantan calores, orines, colillas, humos de coches y hasta heces (de perro, se entiende; los pises tienen diversas procedencias). Avisado el Canal, éste procedió a cortar inmediatamente el abastecimiento de un buen tramo de una avenida y algunas calles adyacentes, situadas en uno de los barrios más populosos de nuestra cuidad, donde conviven personas de todas las edades, nacionalidades, profesiones y rentas, al lado del Puente de Segovia. El sábado amaneció espeso, en lo que a temperatura se refiere. Fuimos al lavabo y, ¡oh desilusión!, ni una mísera gota. En fin, había que informarse y actuar en consecuencia. A través del teléfono de Atención al Cliente, decían que la avería se arreglaría a lo largo de la mañana y tarde de ese día. Mi primer té lo hice con media jarra de agua que guardaba en la nevera. A la calle, pues, carrito en ristre, en busca de botellas y garrafas para beber y cocinar. Lo normal en estos casos. Llegué al punto de la rotura y vi a un señor metido de cuerpo entero en una zanja, utilizando una pala. Otro operario miraba cómo lo hacía. Eché un vistazo alrededor y ni rastro de ingeniero o técnico que dirigiera aquello. Yo, en mi ingenuidad y desconocimiento, pensaba que llegaría alguien con planos, para acometer más fácilmente la cañería rota, sin llevarse por delante conductos de gas o cables eléctricos, pero deben de ser muy profesionales y no necesitarlos. Cerca de las dos de la tarde llegaron unos camiones con bolsitas de agua. Iban dejando contenedores cada cincuenta metros, aproximadamente. En total, seis artefactos con unas doscientas bolsas de litro cada uno. Se agotaron en un pispás. Normal; ya he dicho que en mi barrio vive mucha gente. Medio aseados con el agua que compré en la tienda, decidimos salir a comer fuera y ver una peli. Lo primero transcurrió sin incidentes, pero al llegar al cine ¡tenían cerradas tres salas por avería del Canal! Estaba claro, también en ese distrito aplicaban la nueva técnica de educación para el ahorro de agua. ¡Qué listos!
Hoy es lunes 26, seguimos con los grifos secos, la ropa sucia descansa en la lavadora, los cacharros manchados atestan el lavavajillas... por no hablar de otras cosas. Me he trasladado a un hotel cerca de casa, porque no puedo (ni quiero) permitirme el lujo de llegar a trabajar maloliente y desaliñada. En Atención al Cliente me indican que todo sigue igual y ya no saben qué decir.... Mejor, porque las narices largas no favorecen mucho. Ahora, eso sí, creo que mis vecinos y yo estamos ahorrando mucha agua.