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11 de julio de 2020

Decimotercera enmienda






Estamos en verano, esa estación donde el ámbar y las higueras se funden hasta formar mundos de suma placidez, al menos para mí. Antaño mi corazón palpitaba a doscientos latidos por minuto, contando los días que me separaban de la estampida vacacional. Pero este año, queridos amigos, me siento como la letra de esa canción de Lucio Dalla en la que se ríe de las promesas de transformación que, con respecto al nuevo año,  anuncian las televisiones. 


Dentro de unos meses, cuando llegue el otoño y la vida me recuerde que cumplo un año más, quisiera pensar que ha valido la pena venir a la Tierra y y engancharme a la larga cadena de siglos que surgieron aquella vez que el universo estornudó y de sus narices surgieron la materia, el espacio y el tiempo. Luego llegaron las partículas subatómicas, los microbios, el magma, las plantas, los animales y, entre ellos, nosotros, los seres humanos, esos simios esquizoides que son capaces de avanzar y retroceder con la misma facilidad y con el mismo dolor. 


En nuestra vida cometemos errores, sufrimos desengaños y padecemos por mil cosas. Ante estas situaciones podemos rebelarnos, ignorarlo todo o inventarnos otra vida, pero no sirve de nada, porque las naves del recuerdo siempre llegan de noche para susurrarnos la realidad. Así que, por pura supervivencia, nuestro cerebro opta por integrar esas anomalías y buscarles remedio. Lo que a nadie en sus cabales se le ocurre es castigarse hoy por lo que hizo hace cuarenta años o cincuenta años y, si alguien critica algo sucedido en nuestro pasado, más de uno contestará que “eran otros tiempos”. 


Esto tan sencillo que aprendemos a hacer casi a la par que a hablar lo olvidamos cuando nos convertimos en muchedumbre. Llevo tiempo preguntándome por qué la gente se empeña en analizar hechos antiguos con ojos de nuestro siglo. Asistimos a esa especie de adanismo que promueve empezar de nuevo, enterrar lo que a la cosmología, la historia y la la filosofía les ha costado tantos miles de años conseguir. 


Guardo en mi armario una camiseta estampada con la fotografía de Pelé y Cassius Clay abrazándose el día que el brasileño se despidió de su carrera como futbolista, en 1977. Es una prenda con garra, de las que no pasan desapercibidas. Me enamoré de ella hace más de un año, cuando la vi en el escaparate de la tienda Cooligan, junto a camisetas de equipos señeros y  equipaciones de viejas glorias, de cuando el mundo se dividía en bloques, existía Yugoslavia y Marcelino marcó un gol de cabeza que celebraron hasta los españoles exiliados en Moscú. 


Esos Pelé y Clay de la camiseta me traen a una niña gafitas que se asoma al mundo asistiendo al asesinato de Martin Luther King, el nacimiento de los Panteras Negras y en cuya casa le hablaban de que en algunas zonas de EE. UU. se segregaba a la población por el color de su piel. Philip Roth, en su magnífica novela “La mancha humana”, describe las andanzas de un negro que llega a ser rector de su universidad y alguien muy valorado por la comunidad académica porque oculta pertenecer a su raza, haciéndose pasar por judío. 


Esa niña con gafas a la que acabo de referirme, gracias a las noticias que hasta España llegaban de las batallas campales que se diseminaban por los  alrededores del Mississippi, descubrió a Abraham Lincoln, cuya biografía leyó y releyó hasta desgastar las páginas.  Y cuando, pasados los años, visitó Washington, la joven con gafas en que se convirtió aquella niña corrió a ver el monumento erigido en su honor. Guarda desde entonces una reproducción de la decimotercera enmienda a la Constitución, proclamada bajo su presidencia y que viene a decir: “Ni en los Estados Unidos ni en ningún lugar sujeto a su jurisdicción habrá esclavitud ni trabajo forzado, excepto como castigo de un delito del que el responsable haya quedado debidamente convicto.”


La brutalidad policial ejercida durante la detención de un hombre negro,  George Floyd, hasta su asfixia y muerte, ha traído nuevamente revueltas y manifestaciones, resucitando la idea del asesinato selectivo por razón de la piel que, desde el verano de 1967, azota periódicamente al país de la decimotercera enmienda. Dentro de los altercados, la estatua de mi admirado Lincoln apareció pintarrajeada con frases del tenor de “que se joda la ley”,  “Jacky mato a JFK”  y alguna otra en alusión al 11-S. 


Como si se tratara de pólvora, el gusto por destrozar estatuas va corriendo por los EE. UU., emprendiéndola también con malvados imperialistas españoles del tenor de Bartolomé de las Casas o Fray Junípero Serra, de quienes cualquiera con estudios primarios sabe que han pasado a la Historia por justo lo contrario, es decir, por hacer valer los derechos del pueblo indígena frente a colonos, reyes y virreyes. 


Y como nunca falta algún europeo que enarbole cualquier bandera que le suene bien, al otro lado del Atlántico han arremetido contra la estatura de Fray Junípero en su tierra mallorquina y la del propio Voltaire en París. 


— Madame, no llore por mí, que tengo muchos años. Ya conocí el destierro y gracias a él, coincidí con Rousseau en Suiza y caté los vinos españoles de la mano de algún buen amigo. 

— ¿Sigue usted por aquí, amigo Voltaire? Creí que se había ido cuando acabó el estado de alarma. 

— Por aquí sigo y aquí me quedaré un tiempo más, si no le importa. Mire, le presento a Pascal, que hoy nos tiene como anillo al dedo.


Ante mí se levanta un Blaise Pascal más luminoso de lo que imaginaba y que se dedica, según dice, a transcribir las conversaciones de mis orquídeas, pues al parecer dominan el arte de la elocuencia (y yo sin saberlo). 


Hablamos un rato acerca de la locura colectiva que lleva al mundo a dejarse las cuencas de los ojos vacías y, por tanto, acaba guiándose por reyezuelos de un solo ojo pero mucha ambición. Pascal muestra curiosidad por Soros, a quien se le acusa de mover cien hilos a la par y cuyo poder  a la sombra puede ser leyenda, “pero también puede ser verdad”, me dice el filósofo con gesto pícaro. 


— Alguien que literalmente se hizo archimillonario en 1993 con una operación financiera especulativa que se llevó por delante al mismísimo  Banco de Inglaterra, madame, o tiene ojos y oídos allí donde los demás no pueden ni acercarse, o ha pactado con el diablo.


Hablamos de que su fundación filantrópica apoya movimientos aparentemente espontáneos y causas nobles con las que casi nadie puede mostrarse en desacuerdo. Lo malo es que, en general, esas reivindicaciones y campañas acaban pareciéndose a los múltiples focos de un incendio provocado y lo que es la protesta por la muerte de un hombre en calles americanas, se convierte en  una masa informe de incultos o aborregados que recorre también la vieja Europa a golpe de consigna para imponer, en definitiva, un mundo cada vez más fanático, más intolerante y más mesiánico. 


Pascal me recuerda que “cuando el hombre trata de ser ángel, acaba siendo bestia”, de ahí que debamos asumir nuestra naturaleza humana y no perseguir la quimera de crear nuevos mundos desde la nada, porque Adán solo existe en la Biblia y quienes jugaron a crear nuevas realidades, llevándose todo por delante, son mayormente recordados por el dolor que sembraron, pues tarde o temprano se descubre el engaño de prometer tres Navidades y más de trescientos días de fiesta al año, como cantaba Lucio Dalla. 


Miro tras el espejo que la realidad impone y pienso en aquellos budas que los talibanes volaron en Afganistán allá por 2001. Desde entonces, guardo a salvo mis recuerdos, por si acaso alguna normalidad de las que el poder se atreva a calificar como nueva, hace tabla rasa y nos incita a pensar que la Tierra es plana, el mundo tiene cuarenta años y el Sol da vueltas alrededor de nuestro planeta. 


NOTA: Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo", dentro del podcast “Te cuento a gotas” del mes de julio de 2020 y que puede escucharse pinchando aquí


Fotografía ©️Amparo Quintana, Madrid, 17 de abril de 2018

23 de mayo de 2020

A las ocho, asamblea general





El mes pasado les comenté que había recibido la visita de un Voltaire cocinero y a fecha de hoy debo indicarles que continúa en mi casa, no solo  entre sartenes y cacerolas, sino entretenido con la televisión. Cuando me levanto o me acuesto, me encuentro a François-Marie atento a la pantalla y tomando notas en un cuaderno de páginas azuladas que parece no terminarse nunca, aunque él insiste en que cada tres o cuatro días estrena uno, solo que los mortales como yo somos incapaces de ver las tres montañas de libretas que, al parecer, se apilan junto a uno de mis armarios. 

Le he pedido permiso para contar desde aquí cómo es el confinamiento de este filósofo estelar y su contestación ha sido rotunda: 

— Madame, no entiendo a las gentes de este tiempo, más preocupadas por lo superfluo que por la sustancia. Están ustedes tan liados con eso de las autorizaciones, las dobles firmas y la intromisión en la vida privada, que se olvidan de preservar lo verdaderamente íntimo. Si yo no quiero que se conozca de mí tal o cual cosa, descuide, que no se lo mostraré a usted.  Eso sí, le ruego ponga negro sobre blanco mi estupor por el retroceso social que percibo y el destrozo que han hecho con la libertad por la que algunos de mis contemporáneos y yo mismo luchamos con tesón. Ya sabe que mis obras combatían el fanatismo y la intolerancia. 

Al poco de instalarse aquí, cambió sus ricas ropas clásicas por un vaquero y una camisa, que al parecer “se encontró” en uno de sus paseos por las tiendas cerradas de Madrid. Ese día también apareció con una camiseta enorme para dormir, calcetines de colores, unos zapatos de cordones y ropa interior que no quiso enseñarme. Dice que lo pagó todo con varias monedas de oro, pues alguien de su posición tiene el deber moral de hacer lo correcto incluso cuando no lo ven. 

— En general, no tienen mucho gusto para vestir, Madame. Me doy cuenta de que hombres y mujeres se acicalan prácticamente igual, con ropajes plebeyos de sencilla manufactura. Creo que ese es el germen de los males que les aquejan, que no son exigentes, que se acomodan.

Y continúa con improperios hacia los gobernantes y toda persona pública que se asoma por esa televisión que tantas horas le quita. Los tacos los suelta en francés, lo que convierte en chic lo que sonaría a macarra y barriobajero  en gargantas castellanas.

Cada día, a las ocho de la tarde, convoca una asamblea en el salón de mi casa, aprovechando que yo estoy trabajando o escribiendo en otro cuarto. Además de invitar a cuantos ilustres habitan el mundo paralelo de mi cabaña, ha llamado a varias de sus amantes, señoras de muy buen ver, a las que les dirige miradas más paternales que lascivas, todo hay que decirlo (será que los años no pasan en balde). Suele someter a votación diversas iniciativas legislativas contrarias a los decretos y órdenes ministeriales que, desde mediados de marzo, inundan el Boletín Oficial del Estado. Hay una comisión, presidida por Cesare Beccaria e integrada por Cicerón, Ulpiano, Francisco de Vitoria, Montesquieu, Savigny y un simpático Ihering, que prepara recursos y enmiendas al desatino jurídico que, les oigo decir, inunda este rincón de Europa. 

También, como ha resultado ser bastante burlón y travieso, los domingos organiza citas a ciegas de filósofos y pensadores. La más sonada y divertida ha sido la de Carlos Marx y Adam Smith, que acabaron cantando “La Internacional” en inglés y a ritmo de samba.

Ayer, la asamblea de las ocho aprobó por mayoría absoluta y con el único voto en contra de la emperatriz Sissi, empadronarse todos en mi casa para pedirle al gobierno de España una pensión de esas llamadas de “mínimo vital”. Quieren demostrar que vivimos instalados en el absurdo profundo. También votaron por unanimidad, incluida la emperatriz, que, en caso de conseguir sus objetivos y como son gente de bien, emplearán las pensiones en fundar una organización que, para caso de confinamientos futuros, faciliten a las personas teletransportarse hacia el tiempo o los lugares  donde quieran vivir. 

Esta mañana, mientras miraba desde mi ventana hacia calle Bailén y veía un Madrid sacudido por esta oscura noche infinita del alma, he pensado que en el fondo esa asamblea de espectros debería gobernar el mundo porque, como anhelaba Confucio, quizá sean ellos los individuos mejor preparados, los más honrados, los más fiables y competentes; en definitiva, los que mejor pueden servir al pueblo.

También creo que no está mal lo de la teletransportación esa de la que hablan mis queridos okupas. Probablemente sea yo de las primeras en reclamar sus servicios, para poder alejarme hacia el lugar donde “todas las mañanas del mundo” pueda estar a salvo de esos espantapájaros y fantoches desdentados que tanto miedo me dan. 



NOTA 1: Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo", dentro del podcast “Te cuento a gotas” del mes de mayo de 2020 y que puede escucharse pinchando aquí

NOTA 2: “Todas las mañanas del mundo” es un homenaje a la novela de Pascal Quignard, donde se aborda la relación entre Marin Marais, violista y compositor de la corte de Luis XIV, y su enigmático maestro Sainte-Colombe. Fue llevada al cine en los años noventa por Alain Corneau y su banda sonora recoge la “Marche pour la cérémonie des turcs”, de Lully, que ameniza el corte radiofónico. 

Fotografía ©️Amparo Quintana, Madrid, 2 de mayo de 2020

8 de abril de 2020

Tú Taylor, yo Zira





La mayoría de ustedes conocen mi gusto por la ciencia ficción y las narraciones distópicas, que muchas veces vienen a ser lo mismo o equivalente.

Si echo la mirada atrás, creo que la primera película del género que vi fue “Viaje alucinante”, de la mano de mi abuela Amparo, una mujer con la que recorrí todos y cada uno de los cines del barrio de Salamanca en aquella España de los sesenta, donde a las entradas se les aplicaba un precio político como al café, el azúcar o el aceite y las taquilleras tenían un público adepto al que trataban siempre de complacer con localidades adecuadas a las necesidades de cada cual. 

Cuando vivimos en la infancia, nos identificamos con personajes y a veces estos nos abducen. Jugamos a ser ellos, a hablar como ellos, a comportarnos como ellos. A mí me abdujeron dos: la doctora Zira de ese planeta maravilloso que me llevó a la relatividad del tiempo y el espacio, gracias al accidente aeroespacial del coronel Taylor, y el señor Spock de aquella confederación intergaláctica que me sumergió en la física cuántica para siempre. 

Ahora, en estos tiempos de estado de alarma con limitación de derechos y libertades, he regresado a los siete u ocho años para mirar el mundo a través de los ojos de una primate y de un mestizo de Vulcano, pues de repente el futuro ha aparecido en nuestras vidas vestido de distopía. 

Parto de la base de que siempre, desde que el mundo es mundo, quien te impone o te niega algo te dirá que es por tu bien y créanme si les digo que entiendo las razones sanitarias que nos impiden acercarnos a nuestros semejantes a menos de un metro y que nos instan a lavarnos las manos, pero lo que no entiendo es por qué se nos habla de una pandemia en términos de guerra, por qué esos militares que aparecen en las televisiones y radios cada día nos tratan como si fuéramos soldados y por qué los representantes del Ministerio del Interior ponen tanto énfasis en las sanciones y detenciones que han llevado a cabo con quienes se saltan el confinamiento. Desde tiempos de Franco creo que no salía tanto militar en temas que son civiles, revestidos de uniformes y condecoraciones. Tampoco, desde que murió el de Ferrol, los políticos de izquierda han hablado tanto de patria, compatriotas y espíritu patrio, como si nuestra obligación fuera acudir a las trincheras bayoneta en ristre para combatir un virus que solo la ciencia y la investigación, con dotación suficiente medios,  pueden dominar. 

Esta actitud guerrera ha derivado en insultos y delaciones vecinales acerca de quien juega a la pelota en su jardín o pasea a su perro cantando y saltando. Las personas que padecen alguna dolencia del espectro autista se ven obligadas a salir a la calle con un pañuelo azul para que no las increpen y mucha gente está desarrollando un trastorno obsesivo compulsivo que le impide sonreír cuando al frutero se le cae una naranja al suelo. 

Y esta impronta bélica la percibo también en una recientísima sentencia de un juzgado de lo social de Madrid, donde el magistrado deniega la pretensión de un sindicato policial contra el Gobierno, pidiendo equipos de protección sanitaria, tachando a los demandantes (literalmente) de “quintacolumnistas” y apelando también al deber patriótico de no desalentar ni ir a la contra, es decir, parece que ahora es más patriota quien traga con todo y no cuestiona. ¿Qué necesidad hay en impregnar de vocablos ideológicos y ofensivos para una de las partes lo que, por esencia, debe ser imparcial? 

Siguiendo con esta danza y para acabar con lo que desde arriba tachan de bulos y noticias falsas, se despliega un ejército de acólitos por todas las redes sociales con el objetivo de desprestigiar a periodistas y divulgadores por el hecho de salirse del guión de la Moncloa. También se llama al papa Francisco para que inste a los obispos a cerrar la cadena COPE el mismo día que se reparten quince millones de euros del erario entre medios afines. 

“La civilización no suprimió la barbarie, sino que la perfeccionó e hizo más cruel y bárbara”, me indica un Voltaire que se ha saltado el confinamiento y ha tenido la insensata idea de viajar por Europa en estos tiempos. En realidad lleva en mi casa cuatro o cinco días, cocinando su comida porque mis gustos culinarios no son los suyos y contándome cómo el conde de Aranda le hizo más llevadero su exilio en Ferney gracias a los vinos que le mandaba desde España (creo que es una indirecta porque no encuentra bebidas alcohólicas en mi casa). Mientras echa pimienta de Jamaica y laurel de Aviñón a las perdices que rehoga pacientemente antes de cubrirlas con un caldo dorado que no sé de dónde ha salido, me advierte de que, aunque me cayera pena de destierro y todas las críticas del mundo, tengo que hacer, que decir, que moverme, pues los humanos solo somos culpables de todo lo bueno que no hacemos, por lo que pecamos siempre más por omisión que por acción. 

Compungida y pensando en sus palabras, me alejo de esos fogones tan ilustrados y vuelo hasta un hospital cualquiera donde se está apagando el aliento de un anciano que con los ojos cerrados me transmite el deseo de despedirse de sus hijos y veo en la pared el reflejo de esos hijos que, encerrados en su casa, lloran de impotencia ante lo que es inminente. El paciente se parece al coronel Taylor y, como conozco las aventuras de aquellos simios parlantes, sé que Zira confía en el humano y tratará de hacer justicia. 

Hoy la justicia se llama clemencia  en un mundo que orilla a los mayores, que habla de viabilidad a la hora de distribuir los recursos sanitarios, que amortiza sus vidas en aras de imaginarios beneficios sociales para los jóvenes. Un mundo que juega a la ruleta rusa con ellos porque al parecer la vida vale más o menos según las canas que peines o las arrugas que exhibas. Y Spock, con su lógica habitual y desde lo más profundo de mi cerebro, alza la voz para recordarme que, esquilmada la generación de nonagenarios y octogenarios, los mayores sobrantes serían los de setenta y sesenta años y así hasta llegar progresivamente a los treinta o veinte, porque el teatro del absurdo no tiene fin. 

Parafraseando a un Aute que acaba de dejar este planeta y que alertaba sobre los peligros del pensamiento único, solo me falta subrayar que hay demasiados profetas que son profesionales de la libertad, es decir, nos la cercenan a base de espejismos. Piensen por ustedes mismos. 

NOTA: Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo", dentro del podcast “Te cuento a gotas” del mes de abril de 2020 y que puede escucharse pinchando aquí

Fotografía ©️Amparo Quintana. Salerno (Italia), 8 de agosto de 2018. La frase del muro viene a decir lo siguiente: "No se trata de conservar el pasado, sino de realizar su esperanza". Se le atribuye a  Theodor W. Adorno. 

5 de noviembre de 2019

Planetas vagabundos





Hay planetas que no giran alrededor de ninguna estrella, que no se valen de la luz de otro astro para seguir su ruta. Dicen los astrónomos que muchos de ellos vagan por el universo porque fueron expulsados del sistema planetario en el que nacieron y andan por ahí orbitando a su aire, independientes y ajenos al devenir de quienes fueron sus planetas hermanos. 

Las leyes de la física explican clarísimamente las causas de la expulsión, porque las constelaciones, galaxias y nebulosas en absoluto son tranquilitas y, entre tanto movimiento, explosiones, fusiones y expansiones, acaban dejando a un planeta en la gasolinera de turno, abandonado y olvidado. Parece ser, además, que como esos astros repudiados no cuentan con luz ni propia ni ajena, no pueden verse con un telescopio usual. Se los percibe cuando, al pasar por delante de un objeto brillante, se distorsiona la luz que ese objeto emite. Entiéndase que “pasar por delante” en terminología cosmogónica no es lo mismo que cuando aquí en la Tierra pasamos por delante de algo. Allá en la bóveda celeste puede ser una distancia de miles de años luz. 

Imagino que a esos planetas vagabundos les importan poco las leyes de Keppler, los ensayos de Copérnico y la manzana de Newton. Ellos van por ahí a lo suyo y supongo que el espacio no sería lo mismo si no existieran, dado que la Naturaleza es conservadora y hasta el mismo caos encuentra su orden. 

Estos días he intentado entrevistarme con un planeta de estos, pero ninguno se ha puesto al teléfono. Quería preguntarles sobre las ventajas o desventajas de no pertenecer a ninguna tribu y que me contaran a qué dedican el tiempo. A falta de interlocutor, soñé que eran como ermitaños, viviendo para adentro, interactuando con ellos mismos y sus pensamientos. También me vino la idea de que, cuando nacen las personas, además de la constelación reinante en el cielo, en su horóscopo deberían plasmarse los mundos nómadas que se cruzaron en el firmamento ese día. Quizá esto explicaría  por qué unos son más gregarios que otros. 

Me declaro fan de los planetas apátridas. 

Y estando en estas, se me presentan en plena siesta Maruja Mallo y Fernando Haro Tecglen. Venían hablando de cosas muy raras y, como ambos son bastante apasionados, me dio la impresión de que discutían. Ella sacó del bolsillo una foto que le hice en Santander en 1981 y él me puso delante de las narices un libro que me dedicó allá por los noventa. A mí eso de que anden hurgando en mis cosas no me gusta nada, pero a esos dos no hay quien los detenga y, como pude comprobar después, antes de aparecerse en mi dormitorio, revolvieron cuanto les vino en gana. 

La Mallo, blandiendo esa foto, me recriminó de que hubiera olvidado lo que me dijo ese día: que me cuidara de la casta craneal porque siempre acaba embistiendo a la clase cerebral. Y antes de que yo pudiera defenderme, Haro Tecglen ya estaba también examinándome de cuanto conversamos un día de junio acerca de España, su transición y el valor del perdón. 

Me cogieron de la mano y me llevaron a una sala de cine donde proyectaban imágenes de un cortejo fúnebre y un entierro presidido por un príncipe. A pesar de la temática, la película no era triste, aunque sí inquietante. Salía la hija del muerto sacando un documento de su bolso y entregándoselo a ese príncipe; era un papel mecanografiado por ella misma, al dictado de su padre. Gracias a esa página doblada, que la hija había ocultado a propios y extraños, el delfín del fallecido podría reinar y ser respetado por todos los estamentos del Estado. Días después y en prueba de agradecimiento, el nuevo rey le otorga sendos títulos nobiliarios a esa hija y a la viuda de su antecesor en la jefatura. También sella con ellas y su estirpe un pacto indefinido de tolerancia y no agresión. 

La película terminaba con la estampa de ese rey, cuatro décadas después, callando mientras veía que su antecesor resucitaba en un moderno helicóptero. 

Cuando se encendieron las luces del cine, en la butaca de al lado Maruja y Eduardo me habían dejado esta frase de Maquiavelo: “la política no tiene relación con la moral”. 

Ante esto,  empecé a girar como un planeta errante y a cruzar el universo en silencio, que quizá sea el más elocuente de los sonidos. 

Fotografía ©️A. Quintana. Madrid, 14 de octubre de 2015

NOTA: Este artículo forma parte de mi intervención “En paralelo, una gota de...", dentro del programa radiofónico “Te cuento a gotas” del mes de noviembre de 2019 y que puede escucharse aquí: https://www.ivoox.com/arte-como-arma-revolucionaria-suenos-surrealistas-planetas-audios-mp3_rf_43866223_1.html






13 de junio de 2019

Cordones








Desde la última vez que charlamos en este mundo paralelo y a propósito de unos cordones para zapatos que me han regalado, no dejo de darle vueltas a las ataduras mentales y sociales que nos asaltan casi a diario. A veces nos las imponemos nosotros mismos, pero en muchas ocasiones es el propio sistema o las costumbres lo que nos amarra a multitud de cosas o ideas. 

En abril y mayo de este año, ha habido elecciones en España y, en dos jornadas electorales, se ha renovado prácticamente la totalidad de las instituciones elegibles  que tenemos aquí. Tras los resultados, no han faltado voces llamando a tender cordones sanitarios para evitar que algún partido contrario a ellos pueda tener alguna parcela de poder o decida el color de un municipio, comunidad autónoma o altere el aspecto de algún grupo parlamentario. Se diría que todos somos demócratas hasta que la libertad de las urnas nos es desfavorable y, cuando esto pasa, salen a pasear las cinchas de los manejos y las maniobras, que algunos llaman madurez democrática. 

En el tarot de Marsella, la carta del diablo nos presenta a dos acólitos sujetos por sendas cuerdas atadas a sus cuellos. Lejos de rebelarse, esos esclavos aparecen sonrientes y ajenos al demonio que maneja sus cordeles. Se creen libres y especiales, ignoran que están atados a la voluntad y deseos de otro, igual que ocurre con el ciudadano medio. 

Cada cita electoral abre la puerta a combinaciones y pactos que quizá jamás quisieron los votantes, por más que se empeñen los políticos de todos los partidos en decir lo contrario. El día después de las urnas,  esos votantes son borrados de un plumazo y pasan a ser sustituidos por los verdaderos intereses de tales políticos, que abjurando del principio de soberanía popular, se vuelven prestidigitadores de cartón piedra y secuestran durante cuatro años la ilusión de quienes votaron y creyeron en su voto, de la misma forma que Zeus raptó a Europa mientras esta jugaba alegre, confiada y despreocupada en un prado. 

Hablando de confianza, estos días ha saltado a los medios la noticia de que varios deportistas de élite están siendo investigados por amañar partidos de fútbol en comandita con casas de apuestas. Como el asunto se encuentra en trámite judicial, no voy a tocar el tema legal. Lo traigo aquí por el asunto este de los cordones y cuerdas que me quita el sueño, pues para mí que quienes han participado en estos engaños, lejos de ser libres, se han echado la soga al cuello. Y explico esto: en toda estafa se encuentra la semilla del sometimiento al espejismo del éxito y el estafador, lejos de ser amo, es un cautivo del ansia de dinero. Su poderío no es más que una pistola con la que juega cada noche a la ruleta rusa, hasta que el ¡pum! de la última bala da al traste con su castillo de naipes. 

Y ahora le toca el turno a una noticia que me encanta: en Japón han reunido 19.000 firmas para pedir al gobierno que legisle contra la obligación que imponen ciertas empresas de llevar zapatos de tacón a sus trabajadoras. Hartas de terminar su jornada laboral con los pies, la espalda y el ánimo maltrechos, esta iniciativa, que empezó con un simple mensaje en internet, se encuentra ahora en la mesa de los ministros y ha dado origen al movimiento #Kutoo, que insta a las féminas a calzarse como ellas quieran y se sientan mejor. Por las redes circulan numerosas fotografías de camareras, profesoras, oficinistas, dependientas, etc. en sus respectivos puestos de trabajo con deportivas, bailarinas, alpargatas, zuecos, etc. 

Al hilo de esta noticia, me ha saltado a la cara otra procedente de Rusia. Allí, la empresa metalúrgica Tatprof ha emprendido lo que llama “maratón de feminidad” anunciando incentivos para aquellas empleadas que se pongan vestido y acudan a trabajar bien maquilladas. Sus directivos lo fundamentan en que quieren “embellecer” los días de trabajo y crear buen ambiente en una plantilla donde el 70% de los asalariados son hombres. Se quejan de que la mayoría de las mujeres usan pantalones. 

Si yo trabajara en esa empresa, aprovecharía para pedir que incentivaran a los hombres que, durante un mes, acudieran a trabajar vestidos con falda y zapatos de tacón, en un maratón de sofisticación que, por supuesto, incluiría unas uñas y unos dientes impolutos. 

Seguro que habrá mujeres que, por unos rublos más, se presten gustosamente a enseñar las rodillas y el carmín, porque no echemos en el olvido la carta del tarot que antes les comenté, esa de las cuerdas que los esclavos no notan en sus cuellos. 

Y para terminar, ha venido a visitarme Joseph Carey Merrick. Quizá por su nombre no les suene (eso le dije yo, cuando me habló por el portero automático), pero si les digo que fue conocido como"El Hombre Elefante”, seguramente que sí saben quién es. Este inglés decimonónico me pide que les anime a cortar los cordones que nos atan a lo establecido y a lo políticamente correcto, que para él no son más que prejuicios y estereotipos. 

Le tocó vivir en la Tierra aquejado del síndrome de Proteus, lo que le originó enormes malformaciones en su cuerpo y rostro que empezaron a manifestarse al año y medio de edad. 

Como consecuencia de esto, fue rechazado por su familia y por la sociedad en general, pasando varios años en ferias. Era exhibido como un fenómeno de la naturaleza hasta que una actriz llamada señora Kendall le ayudó a cortar con esa situación, reuniendo fondos para ayudarle. De esta forma, nuestro Ganehsa victoriano emprendió una vida dentro de toda la normalidad que podía tener; sobresalió por su carácter amable y dulce, aprendió a leer y escribir, compuso poemas y algunos de ellos se cantan como himnos aún hoy en las iglesias baptistas, como las estrofas que escribió junto al pastor protestante Isaac Watts y que quiero leerles a modo de despedida. Los cuatro primeros versos son de Merrick y los cuatro siguientes,  de Watts: 

“Es vierto que mi forma es muy extraña,
pero culparme por ello es culpar a Dios; 
si yo pudiese crearme a mí mismo de nuevo
procuraría no fallar en complacerte. 

Si yo pudiese alcanzar de polo a polo 
o abarcar el océano con mis brazos, 
pediría que se me midiese por mi alma. 
La mente es la medida del hombre”

Muchas gracias por su atención. Saque las tijeras y corte sus cordones. hágase el favor de ser usted mismo. No lo piense más. 

NOTA: Este articulo forma parte de mis intervención “En paralelo”, dentro del programa radiofónico “Te cuento a gotas”, que puede escucharse aquí: https://www.ivoox.com/ataduras-invisibles-libertad-hombres-nombre-de-audios-mp3_rf_37062149_1.html


Fotografía ©️A. Quintana. Madrid, 17 de agosto de 2018 

19 de abril de 2019

La memoria paradójica





Hasta hace poco,  a quienes les costaba retener datos les gustaba proclamar que la memoria es la inteligencia de los torpes, como si el recuerdo fuera incompatible con la capacidad de entender el mundo y a las personas que lo habitan. 

Parece que, afortunadamente, se ha superado este pensamiento tan negativo y, como en tantas otras cosas, nos hemos dejado arrastrar de un extremo a otro, pues en la actualidad tenemos memora y media, queramos o no queramos recordar. 

Valle Inclán escribió que “las cosas no son como las vemos, sino como la recordamos”. Podríamos estar horas y horas analizando el concepto que encierra esta frase, pero por hoy me basta para mostrarme disconforme con lo que en nuestro país (y supongo que en otros) están haciendo al amparo de una memoria que cambia vertiginosamente como las aguas del río de Heráclito, que es y no es porque todo es un continuo devenir. 

Muchas personas del mundo entero se han pasado siglos luchando contra las memorias oficiales, es decir, aquellas que borraban los acontecimientos que disgustaban al gobernante de turno. El pensamiento único es lo opuesto a la memoria, porque el recuerdo anida en los corazones de los seres, no en decretos ni órdenes ni poses. 

Curiosamente, esto lo podemos decir sin apuros cuando se trata de EE. UU., Rusia, Corea del Norte o el mismo Marte, si nos llegaran vestigios de allí. Pero cuidado con hacerlo sobre el aquí y ahora patrio, porque los guardianes de la memoria puede que te acusen de recordar en vano. 

Quienes nacimos antes de aquellos “veinticinco años de paz”, sabemos que ocultar los recuerdos a golpe de cincel o pintura no sirve de gran cosa, pues la terquedad de la historia hace que afloren como los pentimentos de un cuadro y, cuando lo hacen, nacen con más fuerza. Porque el problema no es cambiar nombres a calles, abrir tumbas o quitar placas, sino retrotraernos a épocas antiguas y encender nuevas hogueras. 

Desde que se anunció, hace un año, que los restos de un dictador muerto en 1975  iban a sacarse del mausoleo donde ha permanecido más de cuarenta años y que casi nadie visitaba, la curiosidad que mató al gato ha herido al gobierno y tenemos ahora un Cuelgamuros lleno de turistas que hacen colas para ver la tumba. Son las paradojas que surgen cuando nos empeñamos en amoldar la memoria al pensamiento político. 

Igualmente sucede con los nombres de algunas calles y plazas, reemplazadas por otros protagonistas de la guerra del 36, solo que del bando perdedor y que, por este motivo, provocan el rechazo de muchos ciudadanos que no se identifican con ninguno de los frentes que mantuvieron la lucha. Y es que, como en el verso de Yorgos Seferis, “allí donde la toques, la memoria duele”. 

Por otro lado y hablando también del pasado, la última película de Quentin Tarantino nos llevará al año 1969, a unos hechos que conmocionaron a la sociedad americana y también la europea: el brutal asesinato de Sharon Tate a manos de los seguidores de una secta. Muchos de nuestros oyentes lo recordarán o habrán leído crónicas al respecto. 

Tratándose de una obra artística, sabemos que el director podrá adornar las imágenes y los diálogos como le parezca más adecuado y beneficie más al resultado de su film. Curiosamente, puede que este recorra mejor el camino de los recuerdos porque, al contrario de los políticos, Quentin sabe que la memoria habita en el alma de las personas y los animales. De ahí que, aún sin haberla visto porque no se ha estrenado en España, mi corazón salta al ritmo de la música de Los Bravos, recordando a aquellos astronautas que llegaron a la Luna unos días antes del macabro suceso que la película relata  y a un Juan Carlos de Borbón nombrado sucesor de quien está enterrado en Cuelgamuros. 

El resto es historia familiar, como la de ustedes. Que disfruten de su buena memoria.


NOTAS: Este texto sirvió de base al espacio “en Paralelo”, dentro del podcasts “Te cuento a gotas” correspondiente a abril de 2019: https://www.ivoox.com/vidas-memorias-fantasias-audios-mp3_rf_34394024_1.html

©️Fotografía, A. Quintana. Zamora, 8 de marzo de 2019. 

8 de septiembre de 2018

El placer de estar ahí








“Si se limpian las puertas de la percepción, 
todas las cosas aparecen como son, es decir infinitas”
(William Blake)

El 22 de abril de 1912, Egon Schiele se encontraba encarcelado, injustamente investigado por dibujar cosas obscenas susceptibles de escandalizar y pervertir a los menores. A él le debemos una lapidaria frase: “El arte no puede ser moderno; el arte es eterno”.

En efecto, al hablar de arte, no podemos escudriñarlo como se hace con una bacteria al microscopio, pues la obra artística trasciende de clasificaciones. Existen cuadros, frescos o esculturas cuya data solo aporta información acerca del momento en que sus autores tuvieron el gusto o el coraje de hacerlos, pero suscitan las mismas emociones a los ojos de sus coetáneos que a los de generaciones posteriores. A veces decimos que esto o lo otro no fue entendido en su tiempo, pero he llegado a la conclusión de que lo que conturbó en 1900 también es capaz de hacerlo en 2018. 

El arte es eterno y, así, el Goethe de 1786 anotó el 3 de diciembre de aquel año que empezaba a gustarle la antigüedad romana, su historia, las inscripciones, monedas y todas las cosas que, según él, le habían hecho sentir lo mismo que su amor por las ciencias naturales. Como no acertaba el alemán a quedarse con un aspecto de Roma, zanjó la cuestión escribiendo ese mismo día que era el entorno lo que le hacía sentir y experimentar el placer de estar ahí. 

Eso es el arte, el entorno de lo bello, de lo apriorísticamente inútil, de la necesidad de lo innecesario. Lo mismo lo configuran las manos de un orfebre que la tinta del bolígrafo de quien escribe versos... y nos envuelve en un viaje sin billete de vuelta. 


©️Fotografía: A. Quintana. Paestum, 8 de agosto de 2018.



23 de octubre de 2017

La estrella de los recuerdos




Para Julián, Marisa y familia


A mi amigo Julián le ha salido una estrella en el tuétano, dentro de sí, en lo más profundo de su sentir. Se trata de un astro comodón, que lo mismo chilla si su dueño pasa largas horas sentado, que si está de pie, pues sus rayos necesitan ser el centro de atención continuamente. Además de cómodo, por tanto, es un divo. 

Sin embargo, ayer la estrella estuvo aplacada durante un buen rato, escuchando historias de cuando éramos más jóvenes, esos tiempos en que nadie pensaba en nietos porque Julián aún criaba a sus niños y una servidora tejía un ajuar con las piedras doradas y azules que un fauno trajo de Guinea. Me di cuenta de que los relatos aplacan a las fieras mejor que el agua de lluvia, porque la vida son instantes y estos se forman en la médula de los recuerdos. Cuatro amigos, ayer, recorrimos a la inversa el camino de la melancolía y de repente, al pasar por la Puerta del Sol y leer algunas pancartas, caímos en que éramos más jóvenes que los chicos que izaban las banderas de la intolerancia. 

A mi amigo Julián le ha salido una estrella en el tuétano portadora de magia y buenas revelaciones que ahuyentarán, sin duda,  las nubes que ahora se ciñen al firmamento. 


NOTA: Fotografía tomada en Madrid, octubre de 2017 

6 de febrero de 2017

Arquetipos vitales (VI): El diablo se viste de morado oscuro







"¿Es esto la vida real? 
¿es esto simplemente fantasía?
Atrapado en un derrumbamiento
 abre tus ojos.."

(Freddie Mercury, Bohemian Rhapsody) 


Apagó la radio cuando se iba acercando a los juzgados. La ciudad se había despertado con tres sucesos escabrosos y pensó que alguno le podía tocar a él. Entraba de guardia.  Era un martes ventoso, desapacible, triste y "de color morado", como le gustaba definir los momentos de sacrificio personal, los tragos amargos que a menudo debía echarse al coleto casi sin mirar, sin pensárselo dos veces, "porque sí", como le había enseñado su padre, o "por sentido del deber", como le repetía su preparador cuando no llevaba los temas de la oposición bien cimentados. 

Bajó la ventanilla de su flamante automóvil y devolvió con la mano el saludo al vigilante del aparcamiento. Mientras cerraba el vehículo, la voz de su fiscal le sentó en la realidad: 

-  Tendremos un día de perros, nos mandan al bicho que ha degollado a sus hijos. Un niño bien. He visto a la prensa en la puerta principal, con unidades móviles de televisión y todo; tienes al país pendiente, en comisaría se han ido de la lengua y han hablado de más. La opinión pública ya ha dictado sentencia. 

En el ascensor, el fiscal seguía hablando, mientras él pensaba en que había dejado en casa a su mujer llorando, incapaz de comprender que, tras doce años de matrimonio, el padre de su hija se había enamorado de un estudiante universitario. Estaba claro que era un día morado oscuro en toda regla. 

-  Señoría, han llamado del ministerio pidiendo que no hagamos declaraciones sobre el caso de los niños, por la alarma social y porque hay mucho tertuliano hablando de más en la tele -  le comenta una funcionaria apenas llega a su despacho y se quita el abrigo.-  También le aviso de que ahí afuera está la novia del detenido, la madre de los nenes; ha discutido con el abogado de oficio y dice que quiere hablar con usted.-  Vaya con el ministerio, como si yo hubiera hablado de los casos alguna vez. Cuando algo les interesa... En fin, actuaremos como siempre, con orden y con cabeza. Si se acerca algún periodista, díganle que no hay nada que comentar. En cuanto a la novia, ya sabe que no hablo con familiares ni amigos antes de tomar declaración, no quiero influencias sentimentales. 

Junto al expediente del sanguinario suceso había otros aguardando su tramitación. En total, le esperaban ya cinco detenidos y la cifra aumentaría a lo largo de la jornada. Miró las fotos de los niños degollados, el cuchillo sucio metido en una bolsa de plástico, la hoja sin antecedentes del reo, la exigua diligencia de reconocimiento policial, con faltas de ortografía y de sintaxis, y una nota manuscrita con números e iniciales. 

El juez tenía experiencia en guardias y no le llevó mucho tiempo organizar la mañana.  A las tres y cinco de la tarde, antes de tomar declaración al parricida y mientras apuraba un bocadillo de tortilla, le mandó un mensaje a su joven amado: "Se lo he dicho. Me siento liberado. Seguramente mañana me traslade a un hotel, mientras encuentro casa". 

Se entreabrió la puerta de su despacho y entró el detenido esposado y acompañado de dos policías. Según el atestado, tenía treinta y dos años, pero aparentaba menos. Barbilampiño, el pelo recogido con un coletero, vestía pantalón y camisa gris, americana granate y caros zapatos italianos. Pulcro de aspecto y de maneras educadas, pidió que le aflojaran los grilletes, a lo que el magistrado accedió y los agentes cumplieron. Gracias a esto se percataron todos de una manicura perfecta, hecha a conciencia. 

Iván, que así se llamaba el detenido, explicó que no podía compartir el amor de su compañera con esos mellizos que no debieron nacer nunca. Los catorce meses de los niños equivalían a catorce meses de infierno para él, pues su vida de pareja languidecía mientras aumentaba la devoción de su chica por unas criaturas egoístas que olían a mantequilla. Sin ir más lejos, la semana pasada, mientras los bañaba la madre, se acercó a ella por detrás e intentó acariciarle los pechos. La mujer le dio un manotazo y él percibió cómo uno de los niños abrió la boca con mueca de carcajada. Sintióse humillado, apartado, expulsado del paraíso... En su profunda tristeza, añoraba el tiempo en que aun no eran padres, cuando hacían planes exclusivos para ellos, ajenos al mundo, cuando el sol era su cómplice y todo era sencillo. En aquella época compartían risas y dormían abrazados, vestidos de luz de luna plateada. 

Se habían conocido en el instituto y, desde el primer momento que la vio, se juró a sí mismo que solo viviría para esa diosa. Y lo cumplió a pesar de que ella se liara con otro cuando estuvo en Alemania de Erasmus; a pesar del año que él estuvo trabajando de ingeniero en los Emiratos Árabes; a pesar de que sus suegros eran unos carcas insoportables... contra viento y marea se consagró a esa mujer idealizada, el amor de su vida. Al quedarse embarazada, dejó de mostrar interés por las cosas que hasta el momento le habían gustado, centrándose en libros y revistas cuyos temas giraban únicamente en torno a los bebés y sus circunstancias. Pero él aguantaba con arrobo, aguardando que las aguas regresaran a su cauce, que surgiera Venus envuelta de espuma y volvieran a ser uno. 

El detenido continuó relatando la crónica de lo que para él era el desmoronamiento de su proyecto vital y, como no aceptaba el fracaso, pensó que debía poner fin a aquella situación y enmendar el error que la naturaleza había propiciado. Era consciente de que pagaría con cárcel lo que la sociedad era incapaz de asimilar, "porque la infancia y la maternidad están demasiado valoradas, señor juez. En otros tiempos, yo sería un héroe". 

Cuando terminó la declaración y devolvieron a Iván a los calabozos, la actividad en el juzgado de guardia continuó su rutina. El magistrado aprovechó para salir a la calle y fumar un pitillo. Lloviznaba y hacía viento. Sonó el móvil. Era su mujer: 

-  Andrés, no sé qué le vamos a contar a la niña. No creo que esté preparada para saber que a su padre le gustan los hombres. -  No me gustan los hombres en general, amo a Ignacio, eso es todo. -  Llámalo como quieras, pero la evidencia es la que es. ¿Con cuántos te has acostado? ¿Cuándo dejé de gustarte...?-  No creo que contestar a esto ayude a nada... Entiendo que me odies, que te sientas defraudada...-  Peor que eso. Me siento humillada, apartada, expulsada de tu vida...-  No sigas, por favor.  Acabo de tomar declaración a un homicida que ha dicho prácticamente las mismas palabras. -  Seguro que mató por amor...

Y al escuchar esto, al juez le recorrió un escalofrío por todas las vértebras. Cortó la conversación, comprobó que su amante aún no había leído el guasap que me envió  horas antes. Apartando de su frente cualquier pensamiento alarmista, llamó. 

-  Anoche no dormí casi y acabo de levantarme. -  Solo quería decirte que te quiero y que ya he elegido cómo quiero vivir los próximos años.-  ¡Qué valiente, señorito! Después de año y pico conmigo, ya era hora. -  No seas severo conmigo. Estoy pasando un día muy raro. Bueno, te cuelgo, que tengo mucho trabajo aún. 

Regresó a las dependencias judiciales, buscó a la mamá de los bebés degollados, que todavía se encontraba allí y, cogiéndole las manos, le dio el pésame y se echó a llorar. 


NOTA sobre la fotografía: South Gregorian Core. Dublín, 28-enero-2017